Ollanta Humala.
Amigos y lectores suelen preguntarme, incluso desde Lima, si creo que Ollanta Humala seria un peligro para Chile. Mi primera respuesta fue que, dada su doctrina etnocacerista, en primer lugar sería un peligro para el Perú. En el mundo actual, las cosas ya no se arreglan con cosmovisiones ideológicas. Más bien, se descomponen.
Pero, luego pensé que ni siquiera debía opinar en ese sentido. Descubrí que la supuesta amenaza de Humala era una excelente oportunidad para que nosotros, chilenos, superáramos una de las grandes gaffes políticas cometidas en la relación con el Perú.
Me refiero a las elecciones de 2001 cuando, pletóricos de ingenuidad histórica, dirigentes de la Concertación gobernante fueron a Lima para expresar su apoyo a distintos candidatos. Socialistas y pepedés expresaron su apoyo a Alejandro Toledo, los demócratacristianos hincharon por Lourdes Flores y los radicales se subieron a la plataforma de Alan García.
Los resultados nos golpearon pronto. Lourdes captó que no se había beneficiado para nada con el apoyo de los DC chilenos. Más bien, estos confundieron a su electorado, pues los socialcristianos peruanos se ubican en la centroderecha (en las últimas elecciones chilenas habrían apoyado a Sebastián Piñera).
Alan, por su parte, agarró una durable tirria contra nuestros socialistas. A su juicio, habían traicionado un pasado histórico de fraternidad con el Apra, plasmado en la Internacional Socialista. El victorioso Toledo, con o sin razón valedera, convirtió su período en una sucesión de 'gallitos' con Lagos. Hoy puede decirse que fue el presidente peruano más espinoso para Chile, después de Juan Velasco Alvarado.
Es que ninguno de esos ingenuos entusiastas chilenos pensó que, pasada la elección, su gesto iba a ser leído por los peruanos como una intervención flagrante, incluso (y sotto voce) por el vencedor. Por cierto, cuando escribí sobre esa torpeza enorme, uno de ellos me dijo que yo no había entendido nada. Para él, solo fue una participación -y muy bien valorado- dirigida a apoyar la recuperada democracia peruana.
¿Lo peor para Chile?
Esto viene muy a cuento tras la irresistible emergencia de Humala. Dados sus antecedentes ideológicos y la posibilidad de que llegue a la Presidencia del Perú, hoy surgen voces que lo clavan, de antemano, en el prontuario de la antichilenidad feroz y/o del enfrentamiento inminente. En los corrillos políticos y en el sistema mediático él es, claramente, "lo peor para Chile".
Como particular y civil, no digo que sea una conclusión errada. Incluso acepto que los profesores, analistas o columnistas nos autoconcedamos el derecho a expresar que Alan o Lourdes son (o eran) una opción mejor para platicar la amistad. Pero nuestros políticos responsables, precisamente por serlo, debieran saber que, por efecto-contradicción, al descalificar a Humala pueden consolidarlo, en el Perú. Ellos debieran actuar, siempre, bajo la premisa de que los países eligen a sus líderes según sus propios expectativas, frustraciones, mitologías y niveles de desarrollo sociopolítico. No según nuestras preferencias.
Estimo que la presidenta Bachelet, el canciller Foxley y el subsecretario Van Klaveren han sacado la conclusión correcta. A la inversa de nuestra antipolítica por la libre del año 2001, establecieron que "estamos preparados para relacionarnos con cualquier gobierno que sea elegido democráticamente en el Perú" y que trataremos de generar agendas comunes con los peruanos "cualquiera sea el presidente que elijan". Los dirigentes de la Concertación, por su lado, no repitieron el numerito de subirse al podio de Lourdes o de Alan.
Por lo demás, la propia evolución del discurso de Humala (quizás apoyada en las oscilaciones del indicador riesgo-país) lo muestra muy consciente de los peligros del confrontacionalismo por motivos ideológicos. Parece saber que, en el actual nivel de estructuración de los sistemas político y económico de la región -expresados en la OEA, en las instancias de integración, en el comercio global y en el compromiso hemisférico con la democracia-, cualquier desplante agresivo tiene costos claros. Desde esta perspectiva, la línea chilena oficial, si bien no garantiza un futuro amistoso con un Humala presidente, sí pone de su lado la responsabilidad por eventuales estropicios.
En suma, creo que ningún chileno responsable debiera llamar a zafarrancho si Humala gana en la segunda vuelta. La realidad nos seguirá convocando hacia la integración, aunque los ideólogos hagan lo posible para que nunca llegue.
Artículo publicado originalmente en Peru21.
Pero, luego pensé que ni siquiera debía opinar en ese sentido. Descubrí que la supuesta amenaza de Humala era una excelente oportunidad para que nosotros, chilenos, superáramos una de las grandes gaffes políticas cometidas en la relación con el Perú.
Me refiero a las elecciones de 2001 cuando, pletóricos de ingenuidad histórica, dirigentes de la Concertación gobernante fueron a Lima para expresar su apoyo a distintos candidatos. Socialistas y pepedés expresaron su apoyo a Alejandro Toledo, los demócratacristianos hincharon por Lourdes Flores y los radicales se subieron a la plataforma de Alan García.
Los resultados nos golpearon pronto. Lourdes captó que no se había beneficiado para nada con el apoyo de los DC chilenos. Más bien, estos confundieron a su electorado, pues los socialcristianos peruanos se ubican en la centroderecha (en las últimas elecciones chilenas habrían apoyado a Sebastián Piñera).
Alan, por su parte, agarró una durable tirria contra nuestros socialistas. A su juicio, habían traicionado un pasado histórico de fraternidad con el Apra, plasmado en la Internacional Socialista. El victorioso Toledo, con o sin razón valedera, convirtió su período en una sucesión de 'gallitos' con Lagos. Hoy puede decirse que fue el presidente peruano más espinoso para Chile, después de Juan Velasco Alvarado.
Es que ninguno de esos ingenuos entusiastas chilenos pensó que, pasada la elección, su gesto iba a ser leído por los peruanos como una intervención flagrante, incluso (y sotto voce) por el vencedor. Por cierto, cuando escribí sobre esa torpeza enorme, uno de ellos me dijo que yo no había entendido nada. Para él, solo fue una participación -y muy bien valorado- dirigida a apoyar la recuperada democracia peruana.
¿Lo peor para Chile?
Esto viene muy a cuento tras la irresistible emergencia de Humala. Dados sus antecedentes ideológicos y la posibilidad de que llegue a la Presidencia del Perú, hoy surgen voces que lo clavan, de antemano, en el prontuario de la antichilenidad feroz y/o del enfrentamiento inminente. En los corrillos políticos y en el sistema mediático él es, claramente, "lo peor para Chile".
Como particular y civil, no digo que sea una conclusión errada. Incluso acepto que los profesores, analistas o columnistas nos autoconcedamos el derecho a expresar que Alan o Lourdes son (o eran) una opción mejor para platicar la amistad. Pero nuestros políticos responsables, precisamente por serlo, debieran saber que, por efecto-contradicción, al descalificar a Humala pueden consolidarlo, en el Perú. Ellos debieran actuar, siempre, bajo la premisa de que los países eligen a sus líderes según sus propios expectativas, frustraciones, mitologías y niveles de desarrollo sociopolítico. No según nuestras preferencias.
Estimo que la presidenta Bachelet, el canciller Foxley y el subsecretario Van Klaveren han sacado la conclusión correcta. A la inversa de nuestra antipolítica por la libre del año 2001, establecieron que "estamos preparados para relacionarnos con cualquier gobierno que sea elegido democráticamente en el Perú" y que trataremos de generar agendas comunes con los peruanos "cualquiera sea el presidente que elijan". Los dirigentes de la Concertación, por su lado, no repitieron el numerito de subirse al podio de Lourdes o de Alan.
Por lo demás, la propia evolución del discurso de Humala (quizás apoyada en las oscilaciones del indicador riesgo-país) lo muestra muy consciente de los peligros del confrontacionalismo por motivos ideológicos. Parece saber que, en el actual nivel de estructuración de los sistemas político y económico de la región -expresados en la OEA, en las instancias de integración, en el comercio global y en el compromiso hemisférico con la democracia-, cualquier desplante agresivo tiene costos claros. Desde esta perspectiva, la línea chilena oficial, si bien no garantiza un futuro amistoso con un Humala presidente, sí pone de su lado la responsabilidad por eventuales estropicios.
En suma, creo que ningún chileno responsable debiera llamar a zafarrancho si Humala gana en la segunda vuelta. La realidad nos seguirá convocando hacia la integración, aunque los ideólogos hagan lo posible para que nunca llegue.
Artículo publicado originalmente en Peru21.