La próxima visita de nuestra Presidenta a la República Popular China está signada por su secretismo natural y el funcional hermetismo de la Cancillería. Si un ciudadano de esta democracia quiere conocer detalles mínimos recibirá, a lo más, un informe sintético sobre las negociaciones comerciales en curso. China, sede de un cuarto de la población mundial, es el Mercado Prometido y todos quieren instalar un despacho en su celeste inmensidad. Punto.
Pero surge la sospecha: ¿no será que Michelle Bachelet quiere evitarse cualquier polémica previa sobre la situación de los derechos humanos en el país anfitrión?
Tibio, tibio (a mi modesto juicio). Con el testimonio de varios muertos en las calles, ese tema ha sido actualizado, dramáticamente, por los monjes tibetanos. Sobre tal base, los chilenos que no son importadores, exportadores ni comunistas, y que suelen jugársela por las causas humanitarias, piensan que nuestra Presidenta no puede ir a China sin tirarle las orejas al Presidente Hu Jintao.
Al margen de la simpatía por su causa, habría que decirles que Bachelet sería muy desubicada si lo hiciera. Podrá pedírsele que haga de tripas corazón y visite a los disidentes, cuando vaya a La Habana. O que agende los temas de la no intervención y el terrorismo de las FARC, cuando viaje a Caracas. Pero, para llamarle la atención a la superpotencia del futuro, desde nuestra modesta estatura y a domicilio, tendría que cumplir al menos dos requisitos: encabezar un gobierno de chiflados y haber reprochado, de igual manera, sus pecados capitales a la superpotencia vigente.
Regionalmente hablando, sólo un presidente brasileño muy idealista podría tratar de ponerle el cascabel de los derechos humanos a China. Aunque suene horrible reconocerlo, el resto sólo puede permitirse ese tipo de coraje respecto a los líderes africanos. Así lo entendió, hace poco, la Presidenta argentina Cristina Fernández, cuando recibió a su colega Teodoro Obiang, manifestándole su honda preocupación por los derechos humanos en Guinea Ecuatorial.
Si ni siquiera los gobernantes de los EE.UU, esos que hasta hacen guerras para sembrar la democracia, han denunciado, cara a cara, la inconducta valórica de los comunistas chinos. Cuando Richard Nixon restableció relaciones con Beijing que entonces se llamaba Pekin-, la terrorífica revolución cultural estaba fresquita, China no existía para la ONU y apenas tenía un embajador en un país extranjero. Pero, obviamente, los intereses comunes de la República Imperial y del Imperio del Medio no se vinculaban con los derechos humanos de los chinos, sino con la posibilidad de desestibar a la Unión Soviética .objetivo que alcanzaron con creces.
Esto no significa que Chile y China deban limitarse sólo al mercadeo. Somos más que una oficina comercial con patente de república y, por tanto, no podemos seguir ocultando la política bajo la alfombra, en materia internacional. Y menos ante una potencia comunista que, en 1973, fue capaz de levantar una pragmática política chilena, cerrando los ojos ante la violación de los derechos humanos de ese fiero anticomunista que fue el general Pinochet.
Por lo mismo, la vuelta de tuerca no consiste en exhumar, ante los chinos, el noble tema humanitario. En este caso, el viejo realismo político convoca a identificar, además de las ventajas comerciales comparativas, los intereses políticos comunes que podemos tener con la gran potencia asiática. No se trata, por cierto, de imitar a aquella mosca que, desde un cacho del buey, lo estimulaba para seguir arando. Pero hay mucha jurisprudencia sobre buenas alianzas entre gigantes y enanitos, en las cuales ambos tienen mucho capital político que ganar.
Publicado en La Tercera el 22.3.08.
Pero surge la sospecha: ¿no será que Michelle Bachelet quiere evitarse cualquier polémica previa sobre la situación de los derechos humanos en el país anfitrión?
Tibio, tibio (a mi modesto juicio). Con el testimonio de varios muertos en las calles, ese tema ha sido actualizado, dramáticamente, por los monjes tibetanos. Sobre tal base, los chilenos que no son importadores, exportadores ni comunistas, y que suelen jugársela por las causas humanitarias, piensan que nuestra Presidenta no puede ir a China sin tirarle las orejas al Presidente Hu Jintao.
Al margen de la simpatía por su causa, habría que decirles que Bachelet sería muy desubicada si lo hiciera. Podrá pedírsele que haga de tripas corazón y visite a los disidentes, cuando vaya a La Habana. O que agende los temas de la no intervención y el terrorismo de las FARC, cuando viaje a Caracas. Pero, para llamarle la atención a la superpotencia del futuro, desde nuestra modesta estatura y a domicilio, tendría que cumplir al menos dos requisitos: encabezar un gobierno de chiflados y haber reprochado, de igual manera, sus pecados capitales a la superpotencia vigente.
Regionalmente hablando, sólo un presidente brasileño muy idealista podría tratar de ponerle el cascabel de los derechos humanos a China. Aunque suene horrible reconocerlo, el resto sólo puede permitirse ese tipo de coraje respecto a los líderes africanos. Así lo entendió, hace poco, la Presidenta argentina Cristina Fernández, cuando recibió a su colega Teodoro Obiang, manifestándole su honda preocupación por los derechos humanos en Guinea Ecuatorial.
Si ni siquiera los gobernantes de los EE.UU, esos que hasta hacen guerras para sembrar la democracia, han denunciado, cara a cara, la inconducta valórica de los comunistas chinos. Cuando Richard Nixon restableció relaciones con Beijing que entonces se llamaba Pekin-, la terrorífica revolución cultural estaba fresquita, China no existía para la ONU y apenas tenía un embajador en un país extranjero. Pero, obviamente, los intereses comunes de la República Imperial y del Imperio del Medio no se vinculaban con los derechos humanos de los chinos, sino con la posibilidad de desestibar a la Unión Soviética .objetivo que alcanzaron con creces.
Esto no significa que Chile y China deban limitarse sólo al mercadeo. Somos más que una oficina comercial con patente de república y, por tanto, no podemos seguir ocultando la política bajo la alfombra, en materia internacional. Y menos ante una potencia comunista que, en 1973, fue capaz de levantar una pragmática política chilena, cerrando los ojos ante la violación de los derechos humanos de ese fiero anticomunista que fue el general Pinochet.
Por lo mismo, la vuelta de tuerca no consiste en exhumar, ante los chinos, el noble tema humanitario. En este caso, el viejo realismo político convoca a identificar, además de las ventajas comerciales comparativas, los intereses políticos comunes que podemos tener con la gran potencia asiática. No se trata, por cierto, de imitar a aquella mosca que, desde un cacho del buey, lo estimulaba para seguir arando. Pero hay mucha jurisprudencia sobre buenas alianzas entre gigantes y enanitos, en las cuales ambos tienen mucho capital político que ganar.
Publicado en La Tercera el 22.3.08.