Bitácora

DEMOCRACIA EN AMERICA LATINA. ESTADO DE SITUACIÓN Y PROSPECTIVA (I)

José Rodríguez Elizondo

Marruecos es una monarquía constitucional de mucha solera cultural y con una performance política que fascina a los expertos. Estos comenzaron a percibirlo cuando el Rey Mohammed VI sobrevivió, de manera airosa, al impacto del fundamentalismo árabe en su región del Magreb. Quizás por eso, Marruecos hoy está poniendo mucho énfasis en una política exterior que lo proyecte más allá del Magreb y del Medio Oriente, donde Hasssan II –padre de Mohammed- jugo un destacado rol moderador. En esa línea proactiva, la Academia del Reino organizó en Rabat, a fines de abril de este año, una importante reunión internacional sobre “América Latina como horizonte del pensamiento”, en cuyo marco presenté la ponencia del título, Como creyente periodístico y académico en la “hora pedagógica”, la presento a continuación, convenientemente parcelada.


BONANZA EFÍMERA

El fin de la guerra fría fue una buena noticia para la democracia representativa en América Latina. Las Naciones Unidas proclamaban los “dividendos de la paz” y Francis Fukuyama, desde los Estados Unidos, saludaba el “fin de la historia”. Ya no habría que priorizar los cañones sobre la mantequilla y, con una sola excepción, todos los gobiernos de América Latina región eran producto de elecciones competitivas con pluralismo ideológico.

El sistema había llegado (o había vuelto) para quedarse y el ex canciller de México, Jorge Castañeda, dio una explicación sociológica: una nueva clase media baja había aportado “la anhelada base social de la democracia”. Como esta nueva clase tenía mucho que perder con aventuras populistas, desequilibrios financieros, pleitos internacionales y la corrupción, elegiría sistemáticamente gobiernos de centroizquierda o centroderecha (El País, 4.1.2011).

La mala noticia es que, pese a esa base ampliada, la confianza en la solidez de la democracia representativa no alcanzó a durar dos décadas. Desde el año 2015:
Comenzó a advertirse una creciente aversión a la alternancia en el poder. Gobernantes de talante autoritario cambiaron las reglas del juego electoral para perpetuarse en el poder. Otros gobernantes no pudieron completar los períodos de su mandato. Se inició un listado de gobernantes prófugos, procesados, condenados y encarcelados por corrupción. El personal político, huérfano de liderazgos, fue dominado por los operadores. Los partidos políticos acentuaron su tendencia al clientelismo, abandonando o postergando los proyectos-país. La administración pública civil fue haciéndose progresivamente más ineficiente. La inseguridad ciudadana comenzó a crecer de manera alarmante. La delincuencia comenzó a desbordar a la policía. La inmigración por problemas políticos comenzó a crecer exponencialmente Correlativamente, hubo síntomas de policialización de los militares y hasta fuerzas armadas co-gobernando. Los analistas advirtieron lo obvio: por acción u omisión, este síndrome estaba inextricablemente vinculado al desencanto con la democracia representativa y a la corrupción. Recientemente, el imprevisto presidente peruano Martín Vizcarra, sintetizó esta percepción mediante una formulación bastante cruda, extensiva a toda la región: “Corrupción e impunidad son dos caras de una misma moneda (y) amenaza la gobernabilidad de nuestras naciones” (El Mercurio, 13.4.2018) EL DESENCANTO

La conocida encuesta Latinobarómetro, de 2017, midió el desencanto regional con la democracia, como venía haciéndolo en versiones anteriores. Una austera síntesis de sus contenidos dice que:
La merma en la popularidad de la democracia se identifica con la corrupción de la política. La corrupción de la política produce un derrame hacia todos los actores públicos: políticos, económicos, religiosos, civiles y militares. Más del 80% de los encuestados cree que se está gobernando en beneficio de grupos poderosos. Respecto a la pregunta de si es posible erradicar la corrupción de la política, Latinobarómetro dice que el 50% de los encuestados responden que “sí” y el 43% que “no”. En relación con ello, las demandas de “mano dura” (autoritarismo político) están alcanzando cotas altas, incluso en los tres países con mayor tradición democrática: Costa Rica (78%), Chile (75%) y Uruguay (71%). En varios países de la región, más del 50% de la población cree que no es dable recuperar la credibilidad de la política.

Estas mediciones significan que América Latina está entre las regiones más profundamente defraudadas con la performance de la democracia representativa. Habría decaído peligrosamente la afirmación de que “la democracia soluciona problemas”. En cuanto a las ideologías políticas, la encuesta afirma que “la izquierda y la derecha siguen existiendo, pero su incidencia en lo que sucede es cada día menor”.

Más grave, aún, la encuesta de Latinobarómetro de 2018 ratifica la recién glosada. De esto se colige que se mantiene la mala percepción sobre los políticos, con la consiguiente desconfianza hacia los partidos y el alto nivel de inconformidad con la democracia. Pero agrega una advertencia ominosa: “lo que cinco años atrás era tolerable, hoy no lo es”.

DECODIFICACIONES

Obviamente, el mencionado estado de situación de la democracia produce análisis diferenciados y complejos. Entre ellos se distinguen, por su optimismo o resignación, los que producen los analistas militantes de los partidos políticos.

Por lo general, esos analistas expresan -o fingen- tranquilidad. Dan a entender que se puede surfear sobre las malas ondas pues, incluso en el marco de una democracia poco representativa, la gente es libre para votar o no votar. Añaden que, a diferencia de los ciclos dictaduras/democracias, hoy sólo estamos hablando de democracias más o menos imperfectas. En cuanto a la corrupción, serían gajes del desarrollo. En todas partes existe y otros países están peor que el propio.

Desde la inercia del statu quo, esos analistas subestiman tres fenómenos vinculados: el presidencialismo sin contrapesos políticos adecuados, la judicialización de la política y la policialización de las fuerzas armadas. De acuerdo con estos factores, la defensa de la democracia representativa estaría dependiendo, cada vez más, de la probidad de los jueces y de la apoliticidad de los militares. En Brasil, el país geopolíticamente más importante de la región, los jueces están enjuiciando a Presidentes y ex Presidentes de la República y las fuerzas armadas están patrullando las ciudades para resguardar el orden interno.

Puede agregarse que en los ciclos democracias/dictaduras, antes de y durante la Guerra Fría, se valoraba culturalmente la democracia, por su propio mérito y también como objetivo final. Para los dictadores, parafraseando a Oscar Wilde era “el homenaje que el vicio rinde a la virtud”.

En cambio, lo que ahora existe es la desvalorización -expresa o tangencial- de la democracia realmente existente. En ésa línea se está negando, incluso, la valoración minimalista de Karl Popper, para quien el mérito esencial de la democracia es la revocabilidad pacífica de los malos gobernantes: “es posible deshacerse del gobierno sin derramamiento de sangre, por medio de una votación”. Como bien sabemos, esa valoración reducida también está en peligro. Existen hoy gobernantes elegidos, que se muestran dispuestos a asumir la ordalía de la sangre, para mantenerse en el poder.

Con el mérito de lo expresado, la aparente desaprensión de los analistas militantes es políticamente suicida. Las primeras víctimas del fracaso de la democracia serían los partidos políticos mismos y sus analistas orgánicos. Por eso, en vez de aferrarse a la valoración irónica de Winston Churchill, debieran conocer esa parábola mordaz de Bertolt Brecht, según la cual “soy libre dijo el esclavo…y se cortó
el pie”.
José Rodríguez Elizondo
| Martes, 5 de Junio 2018
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