Bitácora

DEMOCRACIA EN AMERICA LATINA. ESTADO DE SITUACIÓN Y PROSPECTIVA (II)

José Rodríguez Elizondo

Esta es la segunda parte de mi ponencia del título, presentada a fines de mayo en Rabat.


REGIONALISMO ABIERTO

Para que esto sea un diagnóstico y no una autopsia, los analistas que valoran la democracia deben pasar del regionalismo ensimismado al regionalismo abierto, con el fin de compulsar otras experiencias democráticas.

Ese tránsito informativo no sólo alude al check and balance de los Estados Unidos. También importa conocer el funcionamiento de los diversos sistemas parlamentarios, republicanos o monárquicos y el de una monarquía constitucional como la del Reino de Marruecos, tan importante en el Medio Oriente y en la región del Magreb.[[1]]url:#_ftn1 Todo ello en relación, obviamente, con las variables propias de la estructuración unitaria o federal de cada país.

En esos empeños, los estudiosos deben aplicar las preguntas correctas, entre las cuales estarían las siguientes:

  ¿Es intangible el sistema presidencialista vigente en la región? Puede recuperarse el prestigio de la democracia representativa sin el apoyo de las “democracias centrales”? ¿Es válida como alternativa una “democracia autoritaria”? ¿Qué contenido tiene hoy la díada derechas/izquierdas? ¿Qué rol está jugando la información política a través de las redes sociales? ¿Es dable seguir soslayando el rol político implícito de las fuerzas armadas? Intentar responder, aunque sea parcialmente, obliga a identificar el contexto actual de la decadencia de la democracia, evocar precedentes significativos e imaginar perspectivas de recuperación.

EL CONTEXTO

En supersíntesis, el fin del orden mundial de la Guerra Fría, fue el contexto global que marcó el auge de la democracia representativa en la región. Como contrapartida, en la región no se aprovechó ese momentum para iniciar un proceso sinérgico que contribuyera al desarrollo de esa democracia representativa.

Consecuentemente, la posibilidad de una democracia desarrollada en América Latina quedó encapsulada en los partidos políticos de cada país, sin “derrame” hacia la sociedad. Fue una combinación de organizaciones profesionalizadas y ciudadanos privatizados, que redujo la política a la administración burocrática del poder, No hubo posibilidad, por ende, para una estrategia regional o sub-regional que implementara la gran asignatura pendiente: la integración latinoamericana con base en una relación virtuosa del Estado, el Mercado y la Sociedad.

Ante el vacío de ese proyecto estratégico, la región quedó encasillada en una mala alternativa: el subdesarrollo ordinario o la regresión. Personalmente, con base en mi experiencia nacional, he planteado como variable -en parte irónica- el “subdesarrollo exitoso”, que equivale a una aplicación resignada del, mito de Sísifo: se producen avances sustanciales, pero nunca autosustentables.

Una de las consecuencias más graves de esta situación es que favorece la gran corrupción. Esto explica tanto las dificultades para controlarla, como la velocidad variable con que ataca hasta a las instituciones más insospechables en cada país. De hecho, el Estado nacional está cediendo espacios estratégicos al crimen organizado y al narcotráfico, que han adquirido, así, un enorme poder económico y político para infiltrarse en las instituciones. Más que los dirigentes políticos, esto es algo que han puesto en la agenda global los cineastas, con impactantes filmes y series inspiradas en “los narcos”.
En tales circunstancias, se está produciendo en América Latina una cascada de fenómenos antisistémicos. Entre ellos:

  La polarización política El desprestigio de los políticos profesionales La reformulación de los ideologismos confrontacionales El abstencionismo electoral La emergencia de organizaciones sociales temáticas La politización de los altos mandos militares por default y La reapertura de los conflictos vecinales. Como síntesis del silogismo, la región está viviendo una especie de carcoma del Estado Democrático de Derecho. Este carece, hoy, de partidos políticos que cumplan un rol de intermediación eficiente con la sociedad civil. Por añadidura el Estado, en cuanto máxima estructura sociopolítica, se encuentra abocado a una pésima alternativa: la resignación a un rol simplemente nominal o a una reacción represiva descontrolada.

No es de extrañar que, en ese contexto, las organizaciones sociales de carácter temático se politicen y que segmentos no despreciables de la sociedad manifiesten añoranza de la “mano dura” (léase, de las dictaduras). Esto último recuerda, subliminalmente, la célebre sentencia de Goethe: “prefiero una injusticia al desorden, porque el desorden es causa de mil injusticias”.


 
 
[[1]]url:#_ftnref1 Definido como una “monarquía constitucional, democrática y social”, el Reino de Marruecos muestra hoy una sociedad más abierta y con mayor inclusión de las mujeres que todos sus vecinos del Medio Oriente y Norte de África. Su sistema político promueve la participación de los ciudadanos, por la vía directa del referendum, la representación parlamentaria, la prohibición del “partido único” y el respeto a las religiones, en general. En este sistema, la pluralidad de partidos no es correlato del monopolio ni de la hegemonía de la representación. El artículo 3° de la Constitución establece que, junto con las organizaciones sindicales, las colectividades locales y las cámaras profesionales, los partidos políticos “concurren a la organización y representación de los ciudadanos”. Sobre esa plataforma, el rey, en cuanto jefe de Estado, goza de poderes literalmente reales, para garantizar la sustentabilidad del régimen y “el libre ejercicio de los cultos”. En la práctica, la participación democrática que garantiza el sistema marroquí es por lo menos equivalente –y en muchos casos superior- a la de muchas democracias latinoamericanas de estirpe occidental. Además, la prueba de los hechos dice que Marruecos configura una excepción calificada a la norma de la inestabilidad y/o difícil gobernanza de su región. Económicamente no sufre “la maldición de los recursos”, salió casi indemne de la destructividad que acompañó a la “Primavera Árabe” y, al parecer, ya no está bajo la amenaza de los grupos islamistas radicales, gracias a la doble legitimidad –histórica y religiosa- de su Jefe de Estado, quien es “el Comendador de los creyentes”. Las élites marroquíes, conscientes de su excepcionalidad y de la importancia del soft power, han sabido invertir en política exterior, para externalizar las características de su democracia y la excepcionalidad de lo que llaman su “Islam cultural”.  Es una historia política que los gobernantes democráticos de América Latina debieran conocer y procesar.
 
José Rodríguez Elizondo
| Domingo, 10 de Junio 2018
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