Se dice que las iberoamericanas son mucha cumbre y muy seguidas. Sin embargo, nadie trata de modificarlas.
Por eso, se adivina que en ésta se mantendrán el buen ambiente, la atención cordial, las buenas conversaciones bilaterales y … los aguafiestas. Esos que siguen pidiendo objetivos estratégicos claros, para impulsar el objetivo integracionista inicial.
No es casual, entonces, que la “cohesión social” como eje de esta XVII Cumbre suene a artefacto conocido o a congreso de sociólogos. Sospecho que tal percepción refleja la necesidad de soslayar los problemas reales, propios del GTH (que quiere decir, como cualquiera sabe, el Gran Tema de la Hora). ¿Y cual es ese GTH?
Elementalmente, es la amenaza de ese cataclismo hipócrita, que baja desde la Crisis de las Ideologías, pasa por la Crisis de las Ideas y desemboca en la Crisis de los Estados de Derecho Democráticos. Por no visualizar la secuencia, algunos parcelan dicho cataclismo y hablan de corrupción, clientelismo, nepotismo, falta de cohesión social o violencia interna. Rehúsan ir al hueso del autoritarismo que nunca se fue y de las dictaduras que están volviendo con chaquetas nuevas.
Tal falta de visualización equivale a una nueva ola de oportunidades perdidas. No es casual que, cuando parecía superada la alternativa castrista “primero revolución, después integración”, haya surgido “el eje” bolivariano con su socialismo del siglo XXI y distintos proyectos de “antiejes”. Como habría dicho César Vallejo, el cadáver de Fidel Castro ”ay, siguió muriendo”.
Falencias democráticas
En tal contexto, esta Cumbre puede perder la oportunidad de poner el dedo en la llaga de nuestras falencias democráticas más notorias. Bastará con que nadie hable sobre esos partidos que rechazan la participación creativa de sus militantes, asumen a concho el superpresidencialismo autoritario, inducen cuoteos para favorecer a incondicionales incompetentes, soslayan la corrupción o se acomodan –como en Chile- a la repartija del binominalismo. Todo ello mientras sus dirigentes se autoconsuelan, porque siempre habrá otro país donde las cosas estén peor.
No pretendamos, entonces, que los líderes de España y Portugal se la jueguen por una comunidad de naciones iberoamericanas, en el molde de la británica commonwealth.
(Aunque no estaría mal, como paréntesis, que hubiera una autocrítica española a la gestión de José María Aznar. No olvidemos que éste subordinó la política exterior del reino a sus buenas relaciones con George W. Bush -“siempre tendrás un bigote a tu lado”- y esto fue muy dañino para su política hacia América Latina.)
Tampoco pretendamos que esta Cumbre asuma nuevos “compromisos” con la democracia. Reconozcamos, al respecto, que los ciudadanos de nuestros países no aman incondicionalmente las tesis y por eso vienen circulando desde el desencanto con los políticos a la decepción con el sistema democrático. En el camino pueden encontrar outsiders como Alberto Fujimori y hasta inventar órdenes nuevos que equivalen a un oximoron: dictaduras constitucionalmente elegidas.
Con o sin Cumbre, digamos, entonces, que lo que necesitamos son genuinos comportamientos democráticos. Y esto significa líderes que induzcan la participación de los liderados, la desconcentración del poder y el desalojo de los “apitutados”. Líderes que aprendan a trabajar no sólo con los leales y los parientes, sino también con los inteligentes.
Mientras madura ese talante en nuestras cúpulas, no esperemos de esta Cumbre nada dramáticamente ajeno a lo habitual. Salvo alguna alusión marina de Evo Morales o algún desplante de Hugo Chávez, lo que quedará será el mensaje de la poesía. Tengo entendido que uno de los regalos que hará Michelle Bachelet a sus colegas es un libro con los mejores poemas de Gonzalo Rojas. Un gran acierto, sin ninguna duda.
Publicado en La Tercera el 8.11.07.