Bitácora

Chile: modelo en apuros

José Rodríguez Elizondo


Las imágenes de Santiago vandalizado, que recorrieron el mundo desde el 29 de marzo -“día del combatiente”-, provocaron una pregunta incordiante en el exterior: ¿Por qué esa intifada en el país modélico de América Latina?

La mayoría de los analistas chilenos respondería que el gobierno de Michelle Bachelet ya venía doblegándose, aunque en silencio, ante el peso de la “mochila” que le traspasó Ricardo Lagos, su predecesor. En esa carga negativa destacaban corruptelas varias, obras públicas mal hechas y, en general, proyectos napoleónicos con hechuras de zapatero. Con tal background, los actos del 29 habría sido una especie de catarsis oportunista, dirigida por agitadores profesionalizados.

En esto hay mucha razón, pues la soberbia natural de Lagos, apoyada en su talento mediático y la adulación de sus subordinados, lo indujo a confiar más en su espejo que en la realidad, incluso en temas estratégicos.
Paradigma interno: un nuevo sistema de transporte para la populosa capital (el Transantiago), que podría definirse como una locomotora diseñada con olvido de sus rieles. Paradigma externo, la ampliación de las redes comerciales a casi todos los grandes mercados del mundo, mientras mantenía una paupérrima relación política con Venezuela, los países vecinos y la región, en general.

¿Por qué Bachelet nunca ha denunciado tan pesada mochila?

Simplemente, porque su carismática emergencia no tuvo como plataforma a los partidos políticos de gobierno, sino al estatus ministerial que le asignó Lagos y al apoyo de éste en plena campaña electoral.

Así, ella empezó a gobernar desde una trampa kafkiana: como deudora de su predecesor, no se sentía en condiciones de asesinar freudianamente al padre, siguiendo tantos ejemplos de otros presidentes de la región. Su honestidad raigal, para nada maquiaveliana, le impedía separar la paja laguista del trigo que quería cosechar.

Estoico silencio

Notabilísimamente, Bachelet ha mantenido su estoico silencio incluso ante la evidencia de que Lagos, dentro y fuera de Chile, no pierde oportunidad para reivindicar sus éxitos y eludir sus errores. En una de sus recurrentes “rupturas del silencio que me he impuesto”, el ex Presidente fue claro para decir que los problemas de Transantiago venían de su implementación.

Es decir, toda la responsabilidad del desorden caía sobre su sucesora.
Con todo, la mochila de Lagos es sólo parte de un problema mayor, caracterizable por la deserción de las izquierdas gobernantes, en cuanto vanguardia de los sectores sociales más desfavorecidos.

En efecto, los izquierdistas oficialistas ya dejaron de ser calificados como inconformistas o “autoflagelantes”. Los pocos que quedan hoy son calificados como “díscolos”. Esto, unido a un sistema electoral que margina a los comunistas, ha contribuido a consolidar el fenómeno de una “clase política” atrincherada en la Administración del Estado.

La base social histórica de las izquierdas chilenas se ha encontrado, así, ante una alternativa insólita: apoyar a un sector de las derechas, que la corteja o ceder a la tentación de la acción anárquica o subversiva, con las poblaciones periféricas como reducto.

Por eso, Bachelet, socialista doctrinaria, debió explicar los misterios técnicos de Transantiago a través de “rostros” y empresas especializadas en marketing. Debido al “aburguesamiento” de los políticos que la apoyan, ya no contaba con “camaradas” insertos en las poblaciones, que asumieran esa docencia como una misión política y no como un ganapán.

Es un fenómeno muy claro, pero inscrito en las muchas cosas sobre las cuales, en Chile, nadie quiere hablar.


Publicado en La Vanguardia, Barcelona, el 17 de abril 2007.
José Rodríguez Elizondo
| Sábado, 21 de Abril 2007
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