La pretensión boliviana de un puerto en el Pacífico se ha manifestado en forma de exigencia, del ejercicio de un derecho y ha tenido, para Chile, el carácter de una imposición presentada casi siempre en forma ofensiva.
Los problemas internacionales con Bolivia son eternos, pues sus diplomáticos poseen el arte de dilatarlos y en este sentido podrían esperarse otros veinte años. Es la inmensa superioridad de su diplomacia sobre su ejército. Aquella avanzó siempre con firmeza y terminó por emplear el lenguaje de los vencedores.
Chile ha hecho esfuerzos significativos para mantener los mejores vínculos con Bolivia. Por su parte, Bolivia ha unido siempre el tema del mar a su actividad diplomática. En cada gestión llega un momento en que introduce el asunto o lo utiliza para imponer condiciones.
PAUSA REFLEXIVA.
Estimado lector, confieso que los tres párrafos anteriores no son míos. El primero fue escrito por el prócer liberal Eliodoro Yáñez, en 1926; el segundo, por el ex canciller Conrado Ríos Gallardo, en 1963, y el tercero viene de una entrevista de 2001 al ex canciller Carlos Martínez Sotomayor. Son setenta y cinco años de citas, que muestran a las diplomacias boliviana y chilena como funcionalmente complementarias: la primera, porque siempre coloca la misma piedra en nuestro camino; la segunda, porque siempre tropieza con la misma piedra.
La clave de la pertinacia boliviana consiste en identificar el alegato irredentista con la negociación. Lejos de asumir responsabilidades propias por hechos históricos, incluído el Tratado de límites de 1904, sus diplomáticos actúan como si fueran víctimas de un demonio que deben exorcizar. Desde esa posición, sólo por maldad Chile estaría privando a Bolivia de una salida al mar. Y poco importa si tal salida pasa por territorios, como Arica, que nunca fueron bolivianos.
Ese alegato contiene una amenaza bajo el poncho, desde antes de la Guerra del Pacífico. En efecto, en 1863 los diplomáticos bolivianos se afirmaban en la siguiente ley: “Se autoriza al Poder Ejecutivo para declarar la guerra al Gobierno de Chile, siempre que, agotados los medios conciliatorios de la diplomacia, no obtuviese la reivindicación del territorio usurpado…”. Hoy disponen de la Constitución de 2007. Según ésta, Bolivia tiene un “derecho irrenunciable e imprescriptible sobre el territorio que le dé acceso al océano Pacífico y su espacio marítimo” (artículo 268). Para hacerlo efectivo, “denunciará y, en su caso, renegociará los tratados internacionales que sean contrarios a la Constitución” (artículo 9° transitorio).
Visto así, el método boliviano de negociación consiste en que Chile renuncie a sus intereses propios, aunque sea pasando por sobre el Tratado de 1904 y el de 1929 con Perú. Y si Chile no se rinde, es demonizado ante todos los foros, con lo cual (cualquiera lo sabe) se preparan las bases sicológicas para una “guerra justa”. Esto ya sucedió, en 1879 y podría volver a suceder, si Evo Morales evoca lo innombrable denunciando el tratado de 1904.
¿Y por qué Chile sigue tropezando con ese método de antinegociación?
Una de las respuestas posibles la dio Martínez Sotomayor. A su juicio, cíclicamente entusiasmados nuestros diplomáticos por reanudar cordiales relaciones con Bolivia, dejaban un poco en nebulosa el tema del mar, creando expectativas infundadas en el vecino país. A partir de ahí, los gobiernos bolivianos presionaban, movilizaban a su opinión pública y terminaban “exigiendo lo que no estaba convenido”. Agregaba el ex canciller que, tras ese proceso, las cosas quedaban peor que antes. La conclusión era triste: “no haberlo comenzado habría sido mejor”.
Otra respuesta surgió durante la coexistencia entre Michelle Bachelet y Morales. Las cosas salían mal, dijeron algunos presuntos analistas, porque nunca antes nuestros países estuvieron gobernados por una mujer y un indio. Invocando ese pensamiento mágico, nuestro serio y casi desarrollado país volvió a pisar el palito.
Por mi parte, agrego una conclusión provisional: si seguimos de espaldas contra la pared, en el norte, es porque nuestra clase política demora demasiado en asumir que las amenazas también vienen desde la diplomacia y que, por tanto, necesitamos una gran Cancillería.
Sin duda, es una urgencia estratégica para Chile.
Publicado en La Segunda, 15.7.11
Los problemas internacionales con Bolivia son eternos, pues sus diplomáticos poseen el arte de dilatarlos y en este sentido podrían esperarse otros veinte años. Es la inmensa superioridad de su diplomacia sobre su ejército. Aquella avanzó siempre con firmeza y terminó por emplear el lenguaje de los vencedores.
Chile ha hecho esfuerzos significativos para mantener los mejores vínculos con Bolivia. Por su parte, Bolivia ha unido siempre el tema del mar a su actividad diplomática. En cada gestión llega un momento en que introduce el asunto o lo utiliza para imponer condiciones.
PAUSA REFLEXIVA.
Estimado lector, confieso que los tres párrafos anteriores no son míos. El primero fue escrito por el prócer liberal Eliodoro Yáñez, en 1926; el segundo, por el ex canciller Conrado Ríos Gallardo, en 1963, y el tercero viene de una entrevista de 2001 al ex canciller Carlos Martínez Sotomayor. Son setenta y cinco años de citas, que muestran a las diplomacias boliviana y chilena como funcionalmente complementarias: la primera, porque siempre coloca la misma piedra en nuestro camino; la segunda, porque siempre tropieza con la misma piedra.
La clave de la pertinacia boliviana consiste en identificar el alegato irredentista con la negociación. Lejos de asumir responsabilidades propias por hechos históricos, incluído el Tratado de límites de 1904, sus diplomáticos actúan como si fueran víctimas de un demonio que deben exorcizar. Desde esa posición, sólo por maldad Chile estaría privando a Bolivia de una salida al mar. Y poco importa si tal salida pasa por territorios, como Arica, que nunca fueron bolivianos.
Ese alegato contiene una amenaza bajo el poncho, desde antes de la Guerra del Pacífico. En efecto, en 1863 los diplomáticos bolivianos se afirmaban en la siguiente ley: “Se autoriza al Poder Ejecutivo para declarar la guerra al Gobierno de Chile, siempre que, agotados los medios conciliatorios de la diplomacia, no obtuviese la reivindicación del territorio usurpado…”. Hoy disponen de la Constitución de 2007. Según ésta, Bolivia tiene un “derecho irrenunciable e imprescriptible sobre el territorio que le dé acceso al océano Pacífico y su espacio marítimo” (artículo 268). Para hacerlo efectivo, “denunciará y, en su caso, renegociará los tratados internacionales que sean contrarios a la Constitución” (artículo 9° transitorio).
Visto así, el método boliviano de negociación consiste en que Chile renuncie a sus intereses propios, aunque sea pasando por sobre el Tratado de 1904 y el de 1929 con Perú. Y si Chile no se rinde, es demonizado ante todos los foros, con lo cual (cualquiera lo sabe) se preparan las bases sicológicas para una “guerra justa”. Esto ya sucedió, en 1879 y podría volver a suceder, si Evo Morales evoca lo innombrable denunciando el tratado de 1904.
¿Y por qué Chile sigue tropezando con ese método de antinegociación?
Una de las respuestas posibles la dio Martínez Sotomayor. A su juicio, cíclicamente entusiasmados nuestros diplomáticos por reanudar cordiales relaciones con Bolivia, dejaban un poco en nebulosa el tema del mar, creando expectativas infundadas en el vecino país. A partir de ahí, los gobiernos bolivianos presionaban, movilizaban a su opinión pública y terminaban “exigiendo lo que no estaba convenido”. Agregaba el ex canciller que, tras ese proceso, las cosas quedaban peor que antes. La conclusión era triste: “no haberlo comenzado habría sido mejor”.
Otra respuesta surgió durante la coexistencia entre Michelle Bachelet y Morales. Las cosas salían mal, dijeron algunos presuntos analistas, porque nunca antes nuestros países estuvieron gobernados por una mujer y un indio. Invocando ese pensamiento mágico, nuestro serio y casi desarrollado país volvió a pisar el palito.
Por mi parte, agrego una conclusión provisional: si seguimos de espaldas contra la pared, en el norte, es porque nuestra clase política demora demasiado en asumir que las amenazas también vienen desde la diplomacia y que, por tanto, necesitamos una gran Cancillería.
Sin duda, es una urgencia estratégica para Chile.
Publicado en La Segunda, 15.7.11