Bitácora

Chile-Bolivia-Peru: el trinomio fantasma

José Rodríguez Elizondo

El abrazo sin amor entre Evo Morales y Alan García del martes, en el puerto peruano de Ilo, fue un gran punto para el boliviano. Tras burlarse de la robustez de su homólogo, agitarle la oposición interna e insultarse ambos con entusiasmo, García termina pagando indemnizaciones.

Sucede que el hombre ya captó que los originarios andinos solidarizan con el hermano altiplánico, que Hugo Chávez se subirá por el chorro y que la sonrisa de Sebastián Piñera es más letal que el amurramiento de Michelle Bachelet, pues activa el fantasmón del aislamiento. La luz rojísima se encendió cuando Rafael Correa le asestó su Carta Náutica, como réplica a su Carta Calmante.

¿Y en que consisten las indemnizaciones de Ilo?

Hay una vistosa, pero insustancial y otra encriptada, pero tentadora. La primera es la exhumación de la franja costera peruana bautizada como Boliviamar, que dormía desde 1992 el sueño de los enclaves no queridos. “Refundarla” con un anexo de la Escuela Naval de Bolivia y un eventual muelle para su Armada, induce buenos titulares patrióticos, pero no es el sueño soberano del pibe. Corroborándolo, las partes sólo retocaron el nombre. Boliviamar pasa a ser Mar Bolivia y eso no da para un premio a la creatividad.

La indemnización tentadora consiste en el abandono sutil de la fórmula según la cual “Perú no es obstáculo para la aspiración marítima de Bolivia”. Lo actuado en Ilo implica un apoyo de mejor calidad, sin esa “letra chica” que excluía una salida a través de Arica, en nombre de la continuidad territorial chileno-peruana. Innovando, García comprometió su exequatur para “la solución histórica que los gobiernos de Bolivia y Chile puedan adoptar”. Incluso llegó a la intromisión, al invocar “la recuperación de la justicia”.

Tres días antes, Manuel Rodríguez Cuadros -embajador peruano en Bolivia y artífice de la demanda marítima contra Chile-, nos había enviado un parche preventivo. Entrevistado por radio, pronosticó “una dinámica de cooperación y entendimiento en las relaciones trilaterales” y hasta midió su temperatura (“intermedia, pero bastante positiva”). Tras los compromisos de Ilo fue más explícito. Dijo que Chile no debía preocuparse, pues Perú respalda su agenda de los 13 puntos y espera “un acuerdo respecto de la salida al mar en términos sustantivos”.

Esto se parece demasiado a una renuncia anticipada al veto que tiene Perú, según el Tratado de 1929, respecto a la eventual disposición chilena de “la totalidad o parte” de Arica. Tal renuncia, que privaría a Chile de una excusa convincente, me hace. recordar la aguda observación que me hiciera, en 2004, el recién fallecido Juan Miguel Bákula, ideólogo de la demanda marítima: “la dificultad para Chile es saber si puede desinternacionalizar el problema.”

El senador Pablo Longueira, al declarar que ahora es cuando debemos dar una salida soberana al mar para Bolivia, mostró el peligro de seguir dependiendo de la iniciativa de los otros.
En efecto, mientras García y Morales buscan modificar el statu quo, revisando criterios históricos, nosotros, hasta el cambio de gobierno, estuvimos clavados en la simple reactividad. Y no es que eso haya terminado con la llegada de Sebastián Piñera.

Dado que la inercia es más fuerte que la hiedra, seguimos diciendo que el tema con Bolivia es bilateral, mientras Morales maneja una agenda chilena de 13 puntos y otra peruana de 20. En cuanto al conflicto marítimo con Perú, la cosa es peor, pues innovamos al revés: partimos con Ricardo Lagos negando la existencia de una controversia jurídica y hoy coincidimos con los peruanos en que el tema es “estrictamente jurídico”...

En este contexto, Bolivia podría actualizar el proyecto de Charaña, con el apoyo de Perú, dejándonos con muy poco juego de piernas. Ya lo insinuó García en su entrevista del 23 de agosto del año pasado en La Tercera, cuando instó a Morales a conversar de manera previa y reservada, como en los viejos tiempos. El meollo de su propuesta estuvo en el párrafo siguiente: “Perú no será obstáculo para que se solucione un viejo problema en el cual Bolivia tiene mucho de razón. Queremos que haya la mayor amistad entre Perú, Chile y Bolivia. Respecto de Charaña, era un acuerdo entre dos gobernantes dictatoriales...”

En síntesis, estaríamos en vísperas de un concurso millonario a tres bandas, cuya pregunta única es: ¿Quién puede oponerse a un Charaña sin dictadores y sin veto peruano?

Antes de responder, el concursante chileno tendrá que discernir si el modelo rectificado supone o no compensaciones especiales para el Perú. El boliviano acusará el impacto de eventuales dobles compensaciones, recordando la triste experiencia de Banzer. El peruano tendrá que tomarle el peso a la tradición y a sus paisanos hipernacionalistas. Los “comodines” integracionistas tal vez piensen que a la oportunidad la pintan calva. Subterráneamente, habría una pregunta adicional, relativa a la paradoja máxima: si Perú construyó un caso judicial para -entre otros fines- evitarse un nuevo “charañazo” … ¿no debiera retirar su demanda si aprueba un Charaña rectificado?

Por cierto, es una pregunta que sólo formularían quienes creen que la política obliga a un mínimo de racionalidad.

¿Qué esto tiene poca lógica?

Muy poca, pues. Esa secuencia que va de-Charaña-a-la-demanda-y-de-la-demanda-a-Charaña, más la posibilidad de que el país excluído articule a los que lo excluyeron, es ilogicidad pura. Sin embargo, visto el tema desde una perspectiva política, tiene la lógica que se necesita: la de preservar la buena salud del Tratado de 1929. Al cabo, lo importante es catalizar una aceptable solución política y no que ésta se convierta en un modelo teórico de solución de conflictos.

En estas circunstancias, estaríamos en el umbral de una tensión triple. Por el lado peruano, la de hasta dónde García puede estirar la cuerda que lo separa de sus nacionalistas, manteniendo la lealtad de Rodríguez Cuadros. Por el lado boliviano, la de cómo negociar con García y con Piñera, en simultáneas, para que Bolivia no quede (otra vez) sin pan ni pedazo. Por el lado chileno, la de tentar la apertura (que la Concertación no osó) a la alta negociación política, para evitar que Chile siga siendo objeto inmóvil de las movidas ajenas.

Con razón Morales dijo, aludiendo a estas demostraciones de García, que “después de la mechadera viene el añuñuco”.

José Rodríguez Elizondo
| Lunes, 25 de Octubre 2010
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