Bitácora

Chávez en dos tiempos: la aguantadera de Bachelet (II)

José Rodríguez Elizondo

La historia es más intrigante que la mejor novela policial. Su problema es que el desenlace sólo se conoce cada tantas décadas. Por ejemplo, recién en septiembre de 2043 se reconocerá que la similitud esencial entre Fidel Castro y Hugo Chávez fue su fobia a los gobiernos de los socialistas chilenos.

El caso de Castro es claro como una lámpara. Un Salvador Allende exitoso habría devaluado sus dogmas guerrilleros y le habría quitado pista en el baile por su sueño. Por eso, hasta septiembre de 1970 lo hostigó a través de su (entonces) manipulable Regis Debray. Después, ayudó a desestabilizarlo aleonando a los “revolucionarios” contra los “reformistas” de la Unidad Popular. Por último, le fabricó una muerte “funcional”.

Hugo Chávez hoy quiere repetir esa historia trágica y no me atrevo a decir que lo esté haciendo en clave de comedia. Su método es polarizar la Concertación en dos niveles. Primero, exhumando las contradicciones entre socialistas y demócratacristianos, porque éstos apoyaron el golpe del “imperio” contra Allende. Segundo, aleonando a los socialistas díscolos contra los plácidos socialistas de mercado.

Por eso, cada homenaje chavista a Allende es una estaca en el corazón de los “chupasangres”, que nunca estuvieron con el socialismo y de los “renegados”, que quieren socialismo con libertades. Si Castro dio a Allende el abrazo del oso, él ataca a Bachelet con besos y abrazos, mientras le aserrucha el piso a la Concertación.

El matiz diferencial, en el caso de Bachelet, es que la pelea viene de antes. Según los exégetas, comenzó con los desdenes de Ricardo Lagos, en las diversas cumbres de la región. Chávez los anotaba en su bitácora de los rencores, hasta que el chileno pisó el palito del golpe frustrado de 2002. Entonces, el desdeñado aprovechó para proclamar, por todos los medios, que Lagos era un falso socialista y que integraba un terceto de golpistas con George W. Bush y José María Aznar.

Por eso, cuando Lagos necesitó los votos de Chávez para colocar a José Miguel Insulza en la jefatura de la OEA, debió pagar un peaje adulatorio: “Hugo es una fuerza desatada de la naturaleza, es un hombre de un gran carisma, no hay que demonizarlo”. Lo dijo con tanta convicción como quien encuentra rico el charquicán de cochayuyo.

Entonces, Fuerza Desatada entendió que tenía fuero para vaciar su insultadera sobre cualquier chileno que se le cruzara. Ahí sonaron el propio Insulza, todos los senadores, el jefe policial Arturo Herrera y José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch. Además, como él no da para todos, ordenó a su Maduro canciller que le rayara la pintura a nuestro británico canciller Foxley y a nuestro holandés subsecretario Van Klaveren, tan reconocidamente incapaces de la menor desmesura.

Ahora, pese a que entre Lula y Bachelet lo noquearon en Unasur, Chávez sigue consolidado como el tipo al cual no se le discute en la cantina. Insulza opta por el silencio extremo en todo lo que tenga que ver con él. Su tibio apoyo a Vivanco es sólo “en lo personal”. Bachelet, por su lado, no solidarizó con su propio canciller cuando Maduro le exigió excusas por criticar “el protagonismo” de Chávez. Al tratarlo como a un secretario que no cuece peumo y no como al político de Estado que es, dio la razón a al venezolano: Foxley opinó desde el limbo de las ocurrencias personales.

Vista así la insultadera de Chávez, uno se pregunta hasta dónde puede llegar la aguantadera de Bachelet.


Publicado en La Tercera el 28.9.08.
José Rodríguez Elizondo
| Miércoles, 1 de Octubre 2008
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