En 1953, con su discurso “La Historia me absolverá”,Fidel Castro demostró que ciertos legados históricos se forjan en vida, pues -enriqueciendo el aforismo de Lord Keynes-, en el largo plazo todos estaremos muertos y no tendremos tiempo para leer.
Ese aprendizaje se hizo transparente cuando, tras superar el peor momento de su enfermedad, posó para su diario Granma, mostrando ese discurso pre-fundacional. La foto apareció en primera, bajo el ancho titular “Absuelto por la Historia”. Castro no percibió, por lo visto, que esa gráfica sólo mostraba la omnipotencia de su poder interno. No era la historia, sino él mismo quien se autoabsolvía, en una perfecta profecía autocumplida, de nivel insular.
Su vocación para tallar en los asuntos globales, con epicentro en la crisis de los misiles de 1962, potenció ese afán de preescribir la historia. Entonces, sus paradigmas políticos y regionales desaparecieron. Ya no fue ese Bolívar, hoy invocado por Hugo Chávez, ni ese Lenin que manipuló Stalin. Son los eventuales clones del propio Castro. Un soñado ejército de replicantes, orientados a mantener el castrismo sin Fidel.
Lo señalado implica que este Castro postrero no está preocupado de la Cuba que vendrá en términos doctrinarios, sino de conservación. Él sabe que el proletariado de Marx está en otra y que las tesis de Lenin sólo son tema para militantes trasnochados. Por ello, como Franco en España y Pinochet en Chile, sólo aspira a dejar todo “atado y bien atado”. Su revolución debe ponersea resguardo de cualquier veleidad transicionista.
Enorme paradoja
Así, su presunto legado político es una paradoja enorme: la revolución conservadora. En su texto del pasado martes, emitido incluso con referencia horaria (las 17,30), bajo el epígrafe “Mensaje del Comandante en jefe”, hay dos claves al respecto.
La primera, su homenaje crítico y críptico -“discrepancias y respeto”- a la revolución
bolchevique. Para Castro, fue “el primer intento de construir el socialismo gracias al cual pudimos continuar el camino escogido”. Obviamente, no hay crisis real del socialismo para Cuba.
La segunda, la convicción de que preparar políticamente al pueblo para su “ausencia” (no osa mencionar la palabra “muerte”), supone mantener su orientación. “Es complejo y casi inaccesible el arte de organizar y dirigir una revolución”, explica. Obviamente, la patente de tal arte le pertenece a él.
La gran pregunta es, entonces, por qué tan solemne mensaje. Respuesta eventual: porque Castro discrepa de los tímidos síntomas de “glasnost” que se vienen dando bajo la regencia de su hermano Raúl. Sobre esto, tres razones de texto. Uno, que esta vez no ratifica a Raúl en el poder. Se limita a decir, desabrido, que está donde está “por sus méritos personales”. Dos, advierte que ya recuperó “el dominio total de mi mente”. Así dificulta la eventual tentación de declararlo seminterdicto, como hizo Stalin, cuando procesó el legado de Lenin. Tres, anuncia (amenaza) que “seguiré escribiendo” y sugiere que ya hay algunos que no le hacen caso: “Tal vez mi voz se escuche (…) seré cuidadoso”.
También habría una razón de hecho. Castro firmó su mensaje a pocas horas de que el mundo supiera que cinco disidentes cubanos volaron hacia la libertad de España y a pocos días de que la TV mostrara los aprietos del veterano apparatchik Ricardo Alarcón para explicarles a jóvenes cubanos por qué no podían viajar, ir a los hoteles cubanos o acceder al uso irrestricto de internet.
En síntesis, Castro quiere pasar de Lenin a Putin sin ninguna perestroika, para demostrar que es superior al primero.
Publicado en La Tercera el Miércoles 20 de febrero de 2008.