Publicado en La Segunda, 9 de junio, 2012
Nuestra opinión pública no entiende por qué el Presidente peruano Ollanta Humala habló de un “territorio que está en cuestión”, en nuestra frontera norte. Menos entiende por qué una empresa extranjera desminará, por lucro, lo que nuestros soldados desminan con cargo a sus sueldos patrióticos.
Sin embargo, la razón es simple: existe, dentro de nuestras fronteras, un territorio cuestionado por Perú. Son 37.610 m2, que equivalen a cuatro manzanas urbanas y tiene forma de triángulo. Su vértice es el Hito 1 y sus ángulos están formados por la línea del paralelo, la línea de la Concordia hasta su contacto con el mar y la costa entre ambas líneas.
Ese triángulo es un adjunto de la pretensión marítima peruana, que desconoce la frontera expresada en “el paralelo del Hito 1”. Se planteó en los años 1986 y 2000, fue invocado por los tres predecesores de Humala y está contenido en la demanda que se resolverá en La Haya, El que esto aún se ignore, en Chile, es fruto del extravagante secretismo en que se mantuvo el tema desde 1986 y del “estricto juridicismo” con que después se trató. Dicho en chileno, le sacamos el cuerpo a la jeringa. Es decir, a reconocer que estábamos ante un conflicto político de poderes soberanos.
Lo señalado facilitó dos errores nuestros que afirmaron el cuestionamiento de la chilenidad del triángulo. Uno, haber retirado de ese sector una caseta naval, ante la reclamación peruana. El segundo, haber planteado una indicación legal, ratificatoria del límite terrestre, que luego no se pudo sostener (fue anulada por el Tribunal Constitucional). Ante esos fenómenos paradigmáticos, mi deducción de la época fue que el triángulo, “chilenísimo en teoría y tradición” había mutado en tierra de nadie.
Así, lo que podría recriminarse al Presidente peruano no es que aluda al tema, sino que lo levante a propósito de un desminado humanitario. Sobre todo, cuando el fallo de La Haya, que está a la vista, lo resolverá de la manera jurídica que planificaron sus predecesores. Sin embargo, sus circunstancias peruanas dicen que él no tenía alternativa mejor. En efecto, hay que recordar que, durante el gobierno de Alan García, organizó una marcha belicosa hacia ese “territorio peruano”, que pudo desembocar en un incidente grave. García, al impedírselo, contribuyó a bajar la categorización del triángulo, de “peruano” a “territorio en disputa”.
También hay que recordar que el Humala de entonces era etnocacerista (antichileno) de padre y madre y que Hugo Chávez lo miraba como otro de sus hijos políticos. En un vuelco notable, hoy se le considera un pragmático que coexiste bien con Sebastián Piñera y un traidor al “socialismo del siglo XXI”, que coexiste mal con los gobernantes del ALBA. Efecto inmediato: la izquierda peruana ve su incorporación a la Alianza del Pacífico como una rendición y, juntando otras facturas, le ha quitado su apoyo. Algunos hasta piden su dimisión.
Por eso, no cabe echarle la culpa al empedrado humalista por el “territorio en cuestión” ni al gobierno de Chile, por entregar su desminado a una empresa noruega (léase “neutral”). Los chilenos, de gobierno y de oposición, debemos asumir nuestros errores consumados. Sólo así podremos apreciar que la parte llena del vaso contiene una importante conversión estratégica respecto a Perú: la que va desde una gélida enemistad por cuerdas separadas, a una tibia amistad en la cuerda floja.