El martes pasado, en la isla Margarita y a contrapelo de su natural efusividad, Michelle Bachelet se ciñó a un guión viejo como la Historia: el de la indiferencia femenina.
La primera señal fue gestual. Consistió en aplicar a Hugo Chávez el tratamiento de los saludos a la distancia debida, besitos gélidos a la manera “cuica” o la mirada perdida en las galaxias. Todo ello para evitar excesos de efusividad televisables o complicidad forzada con los coloquialismos del anfitrión. Es posible que los venezolanos viejos hayan vinculado esa sequedad con la “amansadora” de Rómulo Betancourt. Esta consistía en la larga antesala que el patriarca adeco imponía a sus interlocutores bravíos o respondones.
Al día siguiente, en Caracas, la segunda señal indujo un respingo. Los televidentes venezolanos, acostumbrados a un discurso que vincula el olor a incienso con Fidel Castro y el olor a azufre con George W. Bush, aprendieron que la “compañera” Bachelet no discriminaba entre Chávez y esos dos líderes polares. Ocultando su sonrisa célebre, para que nadie pensara que era “mamada de gallo” (tomadura de pelo), les dijo que Chile postulaba a similares cuotas de cariño con Venezuela, Cuba y los Estados Unidos.
Hubo, además, una tercera señal, mixta y potente, en ese mismo texto: su alusión a la “democracia consolidada” de Chile, ante el presencial protagonismo del canciller Alejandro Foxley. Este no sólo milita en la satanizada Democracia Cristiana –según Chávez, aliada de la “derecha fascista”-, sino que venía llegando de una publicitada visita a Condoleezza Rice, en el Departamento de Estado. Escuchando a su Presidenta, a pocos pasos, el canciller debió carcajearse (británicamente) cuando la escuchó aludir a los poderes de nuestro Estado “soberana y libremente elegidos (…) mediante elecciones libres y competitivas”.
Resultado impeca
El resultado fue impeca e incluso los negadores totales de Bachelet tendrán que admitirlo. Su guión –reflejo de una estrategia- corroboró que la sola espontaneidad no basta en la diplomacia. Chávez contribuyó al éxito, reconozcámoslo. Puesto en una nueva “amansadora”, supo salir de ella como un “lord”, reconociendo la libertad de creencias y contando que él mismo casi se dedicó por entero al servicio del Señor. Con esto no sólo ganó la recompensa de una risa bacheletiana.
Más importante, aún, pareció resignado a que, no por ser socialista, ella iba a comprarse sus pleitos contra la mitad del mundo ni a seguirlo en su camino al “socialismo del siglo XXI”. En este sentido, hasta debió asumir, en silencio, la renuncia de Bachelet a asistir a sendos actos de homenaje a Salvador Allende. Es que el deber nacional tiene razones que el corazón dogmático no entiende.
A todo ello, Lula ya había destrozado la supersimplificación castro-chavista respecto a los biocombustibles (malos) y el petróleo (bueno). Puede decirse, entonces, que entre el brasileño y la chilena dieron una excelente lección a quienes ignoran que la fortaleza de los “hombres fuertes” depende, en lo fundamental, de la debilidad de sus interlocutores.
Y ahora a esperar el encuentro de vuelta, esta vez como locales.
Publicado en La Tercera el 22.04.07.