Alan García, no sólo es un aprista doctrinario, también fue el delfín de Víctor Raúl Haya de la Torre. Como tal, sabe que el ilustre fundador fue atacado por las derechas nacionalistas peruanas, como “vendido al oro chileno” y que, en 1944, llegó a contraponer “el desprecio de nuestras oligarquías por el pueblo”, con “el patriotismo de los políticos conservadores chilenos”.
Haciendo honor a su logo, antes de asumir su primera presidencia trató de socavar los recelos chileno-peruanos, mediante el finiquito de las cláusulas pendientes del Tratado de 1929. Al efecto, envió como emisarios a Luis Alberto Sánchez y a Hugo Otero, quien sería luego su ministro para asuntos especiales. Entrevistado, entonces, por este servidor, Hugo no dejó de anotar la manera vulgar con que fue acogido su mensaje por el general Pinochet: “además, el partido ya está jugado, puh”.
Luego, para negociar mejor con sus criticos internos, Alan se manifestó decidido a encontrarse con el dictador chileno en la frontera. Ello, en momentos en que su compatriota Javier Perez de Cuéllar (Secretario General de la ONU) y el Rey de España, habían “filtrado” que sólo irian a Chile cuando volviera la democracia. Por cierto, la audacia alanista llegó a oídos chilenos y pronto aterrizó en Lima, alarmado, Juan Somavía, considerado el canciller in pectore de la disidencia. Un chileno residente lo puso en contacto con Armando Villanueva, histórico patriarca aprista y esa reunión dejó en claro que mejorar la relación estaba en el interés de todos, pero no al costo de una fraternización al nivel máximo. Esta iba en contra del sentimiento democrático, chileno y mundial.
Lo importante fue que –quizás como lo había previsto Alan- la negociación se inició, pero a nivel de cancilleres. Allan Wagner, por Perú y Jaime del Valle, por Chile, tuvieron buenas reuniones sobre el tema y llegaron a suscribir un texto que se llamó “Acta de Lima”. Hasta ahí no más llegaron, pues el almirante Jose Toribio Merino (dicen) se opuso a los acuerdos consensuados.
Por lo dicho, la Presidenta Michelle Bachelet almorzará, hoy, con un líder peruano sin complejos antichilenos. Es una excelente oportunidad para demostrar -a él y a nosotros mismos- que no cabe seguir soslayando los temas políticos, en aras de una diplomacia de simple administración… o con la esperanza errónea de que los grandes proyectos económicos traigan, por añadidura, la confianza que no ha existido durante más de 120 años.
Al respecto, no está de más decir que el tecnocratismo laguista y la mala química con Alejandro Toledo culminaron con la sustitución del incordio de 1929, por el nuevo incordio de la redelimitación marítima, (con las implicancias bolivianas que he señalado en mi reciente libro sobre las crisis vecinales). Tampoco está de más señalar que Alan se hace acompañar por su ex canciller Luis González Posada, dirigente aprista y por el diplomático José Antonio García Belaúnde, finísimo analista político que, según las “bolas” limeñas, se está dejando una notoria cara de canciller.
Tal vez el almuerzo de hoy deje, como conclusión, que la política debe dirigir estos encuentros y que el dicho “no hay mañana sin ayer” también debe aplicarse a la relación bilateral.
(Publicado en La Tercera el 22.06.06)
Haciendo honor a su logo, antes de asumir su primera presidencia trató de socavar los recelos chileno-peruanos, mediante el finiquito de las cláusulas pendientes del Tratado de 1929. Al efecto, envió como emisarios a Luis Alberto Sánchez y a Hugo Otero, quien sería luego su ministro para asuntos especiales. Entrevistado, entonces, por este servidor, Hugo no dejó de anotar la manera vulgar con que fue acogido su mensaje por el general Pinochet: “además, el partido ya está jugado, puh”.
Luego, para negociar mejor con sus criticos internos, Alan se manifestó decidido a encontrarse con el dictador chileno en la frontera. Ello, en momentos en que su compatriota Javier Perez de Cuéllar (Secretario General de la ONU) y el Rey de España, habían “filtrado” que sólo irian a Chile cuando volviera la democracia. Por cierto, la audacia alanista llegó a oídos chilenos y pronto aterrizó en Lima, alarmado, Juan Somavía, considerado el canciller in pectore de la disidencia. Un chileno residente lo puso en contacto con Armando Villanueva, histórico patriarca aprista y esa reunión dejó en claro que mejorar la relación estaba en el interés de todos, pero no al costo de una fraternización al nivel máximo. Esta iba en contra del sentimiento democrático, chileno y mundial.
Lo importante fue que –quizás como lo había previsto Alan- la negociación se inició, pero a nivel de cancilleres. Allan Wagner, por Perú y Jaime del Valle, por Chile, tuvieron buenas reuniones sobre el tema y llegaron a suscribir un texto que se llamó “Acta de Lima”. Hasta ahí no más llegaron, pues el almirante Jose Toribio Merino (dicen) se opuso a los acuerdos consensuados.
Por lo dicho, la Presidenta Michelle Bachelet almorzará, hoy, con un líder peruano sin complejos antichilenos. Es una excelente oportunidad para demostrar -a él y a nosotros mismos- que no cabe seguir soslayando los temas políticos, en aras de una diplomacia de simple administración… o con la esperanza errónea de que los grandes proyectos económicos traigan, por añadidura, la confianza que no ha existido durante más de 120 años.
Al respecto, no está de más decir que el tecnocratismo laguista y la mala química con Alejandro Toledo culminaron con la sustitución del incordio de 1929, por el nuevo incordio de la redelimitación marítima, (con las implicancias bolivianas que he señalado en mi reciente libro sobre las crisis vecinales). Tampoco está de más señalar que Alan se hace acompañar por su ex canciller Luis González Posada, dirigente aprista y por el diplomático José Antonio García Belaúnde, finísimo analista político que, según las “bolas” limeñas, se está dejando una notoria cara de canciller.
Tal vez el almuerzo de hoy deje, como conclusión, que la política debe dirigir estos encuentros y que el dicho “no hay mañana sin ayer” también debe aplicarse a la relación bilateral.
(Publicado en La Tercera el 22.06.06)