Para evitar que su ego fuera mancillado por presuntos contramanifestantes, Alan García rompió con la tradición republicana de entregar el mando, en persona, a Ollanta Humala. Se justificó diciendo que ninguna ley lo obligaba a ello. Así, tras un paseíllo entre palacio y la catedral, entregó su banda bicolor a un edecán.
Con esa solemne rotería, que de algún modo evoca la renuncia por fax del encarcelado Alberto Fujimori, culminó la asombrosa mutación de García. Esa que partió desde el aprismo indoamericanista y socializante -con estatización de la banca incluída- de su primer mandato, para llegar a la mezcla de caudillismo libremercadista y nacional-populista del segundo.
Aunque los más fieles alanistas siempre negaron esa transformación, ésta fue percibida a medio camino por el subpatriarca Luis Alberto Sánchez. En 1994, haciendo el balance del primer gobierno aprista, el veterano y sabio líder aludió a las “dispersas referencias intelectuales” de García y a la “amarga comprobación del vacío dejado en el partido por Víctor Raúl”. Es decir, por el patriarca fundador Haya de la Torre.
Es natural, entonces, que entre las víctimas de la mutación esté el Apra. Mientras el robusto ex mandatario se aleja con su pedestal portátil, esperando volver a palacio en 2016, sólo cuatro militantes componen la escuálida guardia que deja en el renovado Congreso peruano.
Humala respondió al desplante de su predecesor con un gesto sorprendente: juró el cargo presidencial comprometiéndose a respetar los valores y principios de la Constitución de 1979. Esto es, la que naciera de un Congreso Constituyente indisputadamente democrático, bajo el liderazgo formal e intelectual de Haya de la Torre.
De esa manera sutil, Humala iniciaba su andadura reprochando la mansedumbre con que García acató la Constitución de Alberto Fujimori, muy libremercadista ella pero fruto de un autogolpe de Estado. Acto seguido, aprovechaba la ocasión más solemne de su vida para afirmar su mutación propia, ridiendo homenaje a tres grandes próceres peruanos del pensamiento y la acción políticas: el socialcristiano Víctor Andrés Belaunde, el marxista José Carlos Mariátegui y el aprista Haya de la Torre. Estos ilustraban su idea sobre una concertación actual y señalizaban su primera estación de llegada, desde que se iniciara en el fundamentalismo nacionalista y racista familiar.
Algún adversario memorioso, aunque despistado, habrá evocado al venezolano Hugo Chávez jurando ante una “moribunda Constitución”. Pero aquello fue para sustituirla por otra con principios muy poco democráticos. En todo caso, el audaz homenaje constitucional de Humala llevó a un rasgar de vestiduras a los parlamentarios fujimoristas. Una congresista incluso negó la legitimidad del nuevo Presidente, por no haber jurado por la Constitución vigente. Fue una escandalera insincera, pues la opción por juramentos políticos personalizados es parte del folclor peruano. A falta de un fraseo normativo o estereotipado, muchos aprovechan la oportunidad para exhibir sus lealtades máximas. Recuerdo a un parlamentario de los años 80 jurando “por la lucha de clases” y a un aprista haciéndolo “por Víctor Raúl”, soin que nadie los excomulgara.
En definitiva, el nuevo Presidente propinó un raspacachos freudiano a García y notificó reciamente a su clan familiar propio: papá Isaac, el explosivo Antauro, el díscolo Ulises y el rusificado Alexis debían asumir que éste no es el momento del mariscal Cáceres ni de la guerra contra Chile. La orden del día requiere un socialdemócrata con disciplina militar, capaz de liderar una “economía nacional de mercado abierta al mundo”, concertar voluntades para estructurar un sistema político y poner más Estado con menos corrupción al servicio de los peruanos excluídos.
En cuanto al vecino Chile, con su Presidente Sebastián Piñera en primera fila, todo ello implicaba la promesa (reiterada) de respetar el fallo de la Haya como requisito necesario para avanzar en la integración vecinal y regional.
Sin duda, hubo dedicación y método tras el juramento y mensaje del Presidente Ollanta
Humala.
Publicado en La Segunda 29.7.11
Con esa solemne rotería, que de algún modo evoca la renuncia por fax del encarcelado Alberto Fujimori, culminó la asombrosa mutación de García. Esa que partió desde el aprismo indoamericanista y socializante -con estatización de la banca incluída- de su primer mandato, para llegar a la mezcla de caudillismo libremercadista y nacional-populista del segundo.
Aunque los más fieles alanistas siempre negaron esa transformación, ésta fue percibida a medio camino por el subpatriarca Luis Alberto Sánchez. En 1994, haciendo el balance del primer gobierno aprista, el veterano y sabio líder aludió a las “dispersas referencias intelectuales” de García y a la “amarga comprobación del vacío dejado en el partido por Víctor Raúl”. Es decir, por el patriarca fundador Haya de la Torre.
Es natural, entonces, que entre las víctimas de la mutación esté el Apra. Mientras el robusto ex mandatario se aleja con su pedestal portátil, esperando volver a palacio en 2016, sólo cuatro militantes componen la escuálida guardia que deja en el renovado Congreso peruano.
Humala respondió al desplante de su predecesor con un gesto sorprendente: juró el cargo presidencial comprometiéndose a respetar los valores y principios de la Constitución de 1979. Esto es, la que naciera de un Congreso Constituyente indisputadamente democrático, bajo el liderazgo formal e intelectual de Haya de la Torre.
De esa manera sutil, Humala iniciaba su andadura reprochando la mansedumbre con que García acató la Constitución de Alberto Fujimori, muy libremercadista ella pero fruto de un autogolpe de Estado. Acto seguido, aprovechaba la ocasión más solemne de su vida para afirmar su mutación propia, ridiendo homenaje a tres grandes próceres peruanos del pensamiento y la acción políticas: el socialcristiano Víctor Andrés Belaunde, el marxista José Carlos Mariátegui y el aprista Haya de la Torre. Estos ilustraban su idea sobre una concertación actual y señalizaban su primera estación de llegada, desde que se iniciara en el fundamentalismo nacionalista y racista familiar.
Algún adversario memorioso, aunque despistado, habrá evocado al venezolano Hugo Chávez jurando ante una “moribunda Constitución”. Pero aquello fue para sustituirla por otra con principios muy poco democráticos. En todo caso, el audaz homenaje constitucional de Humala llevó a un rasgar de vestiduras a los parlamentarios fujimoristas. Una congresista incluso negó la legitimidad del nuevo Presidente, por no haber jurado por la Constitución vigente. Fue una escandalera insincera, pues la opción por juramentos políticos personalizados es parte del folclor peruano. A falta de un fraseo normativo o estereotipado, muchos aprovechan la oportunidad para exhibir sus lealtades máximas. Recuerdo a un parlamentario de los años 80 jurando “por la lucha de clases” y a un aprista haciéndolo “por Víctor Raúl”, soin que nadie los excomulgara.
En definitiva, el nuevo Presidente propinó un raspacachos freudiano a García y notificó reciamente a su clan familiar propio: papá Isaac, el explosivo Antauro, el díscolo Ulises y el rusificado Alexis debían asumir que éste no es el momento del mariscal Cáceres ni de la guerra contra Chile. La orden del día requiere un socialdemócrata con disciplina militar, capaz de liderar una “economía nacional de mercado abierta al mundo”, concertar voluntades para estructurar un sistema político y poner más Estado con menos corrupción al servicio de los peruanos excluídos.
En cuanto al vecino Chile, con su Presidente Sebastián Piñera en primera fila, todo ello implicaba la promesa (reiterada) de respetar el fallo de la Haya como requisito necesario para avanzar en la integración vecinal y regional.
Sin duda, hubo dedicación y método tras el juramento y mensaje del Presidente Ollanta
Humala.
Publicado en La Segunda 29.7.11