Bitácora

Alan, Michelle y la guitarra

José Rodríguez Elizondo


Alan Garcia nos está colocando, a chilenos y peruanos, ante la tercera “ventana de oportunidad” en seis años.

La primera no se abrió. El breve aunque prestigiado Presidente Valentín Paniagua esperaba “gestos” e iniciativas por parte de Ricardo Lagos. Este pensaba que los gestos debían ser recíprocos y que no podíamos ser rehenes de la Historia. Resultado: empate a cero.

La segunda se abrió con Toledo, tuteos y parada militar. El esperaba una gran relación con “Ricardo” y éste elogiaba el manejo económico de “Alejandro”. Pero fue un cariño malo: no resistió el impacto del “caso Luksic” y lo que vino fue una sola crisis, con breves intermedios.

La rareza de que hoy se abra una tercera oportunidad, incluso de mejor ver, se explica por dos factores básicos: una extraña homogeneidad de las percepciones de aislamiento en ambos países y las circunstancias personales de Alan, como –con limeña informalidad- lo llaman hasta sus enemigos.

El primer factor es cosa vieja, en Chile. La geografía nos aisló, físicamente y la pos guerra del Pacífico nos tatuó una percepción política insular. Hemos vivido más de un siglo temiendo que una coalición trivecinal nos haga una trastada.

Lo nuevo es que muchos peruanos tienen, ahora, una sensación similar, catalizada por el rencor remoto de Fidel Castro y los pugilatos verbales entre Alan y Hugo Chávez. El viejo rencor nació porque el líder peruano, en su versión 1985, fue el primer gobernante de izquierdas que repudió, de manera pública, la tutoría del patriarca. Los pugilatos –quizas vinculados- comenzaron con la intervención electoral de Chávez a favor de Ollanta Humala.

Defensa americana

Sobre esa base, Alan y sus cow boys están poniendo las carretas en círculo, para defenderse de una Venezuela hostil; un Ecuador siempre áspero y “semi-chavistizado” (ya tuvo un Presidente “bolivariano”); una Argentina que, con Kirchner, tira más hacia Caracas, y una Bolivia donde Evo Morales reconoce como mentores a Chávez y Castro. Obviamente, Alan no hará nada que pueda poner a Michelle Bachelet entre los pieles rojas.

En cuanto a las circunstancias personales del líder peruano, son de tipo constante y variable. Entre las primeras están su doctrina aprista, raigalmente integracionista y la memoria del patriarca Víctor Raul Haya de la Torre, quien supo resistir, gallardo, la chapa de “chilenófilo”. Entre las segundas prima su personalidad, que podría describirse como una sofisticada mezcla de altivez y simpatía.

Esto significa que, si percibe gestos “sobradores” en sus interlocutores, gana la altivez. Entonces, es capaz de revolcar a un gigante político como Castro o de aserrucharle el piso a un gigante intelectual como Mario Vargas Llosa. Pero, si descubre que puede cantar y reir con sus contrapartes, éstas tienen su cordialidad asegurada.

Por cierto, la inteligencia emocional de Michelle Bachelet calza, aquí, como anillo al dedo. La simpatía de nuestra Presidenta, que algunos quieren subestimar como factor político, hoy la habilita para formar una afiatada dupla con Alan.

Si si eso resulta, el proximo encuentro será con guitarra.






Artículo publicado en La Tercera el 30 de julio 2006.
José Rodríguez Elizondo
| Lunes, 31 de Julio 2006
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