Bitácora

ALAN GARCIA: HISTORIA DE UNA BIPOLARIDAD

José Rodríguez Elizondo

El suicidio de Alan García es un capítulo trágico en la historia del Perú, con incidencia a nivel regional,, por las razones que aquí expongo. Pero las secuelas de esa muerte también importan y hay que tenerlas en consideración.



El fin último de toda persecución política
Es el suicidio material del perseguido.
(De la novela de Alan García)
 
El epígrafe corresponde a una meditación de Alan García Pérez sobre el personaje Alan García Pérez, en el contexto de su novela El mundo de Maquiavelo, publicada en 1994. No es un párrafo cualquiera. Está inmerso en el marco de la persecución real que experimentó el autor cuando Alberto Fujimori dio su autogolpe de 1992. Por cierto, hoy debiera leerse como una profecía autocumplida.

El que no se haya reparado en ese anticipo de suicidio demuestra dos cosas: Primero, que nadie lee novelas de un político, porque nadie cree que un político pueda escribir novelas. Segundo, que 
Alan, como le decian todos -o “Caballo Loco”, así le decían algunos-, fue mucho más que un líder peruano con inteligencia “superior al promedio”, como escribiera Mario Vargas Llosa. Además de ser un abogado con estudios de posgrado en Europa y un orador político capaz de derrotar a Fidel Castro, cantaba boleros como un profesional, era diestro con la pluma y, quizás por lo mismo, tenía una notoria acromegalia del ego. Muchos  fundían esta última característica en un supuesto síndrome de bipolaridad, que lo balanceaba entre la depresión sicológica y la percepción de que todo le estaba permitido. 

El hecho es que, con su suicidio, Alan salió de la crónica policial de los expresidentes corruptos, para entrar “a caballazos” a  la Historia. Muy propio de ese ego suyo, tan superlativo, que no admitía comparación con sus predecesores y sucesores. Pero, simultáneamente, fue un galopón muy complicado para  sus compañeros del Apra, que ahora deben hacer no sólo el balance histórico del gobernante sino, además, su balance propio, como partido político.

Con el fundador y líder Víctor Raúl Haya de la Torre, los apristas peruanos  construyeron, a partir de los años 20 del siglo pasado, un partido revolucionario alternativo al comunismo y de incidencia transnacional (“indoamericano”). Siguiendo la doctrina de Haya, sus discípulos  de la región llegaron a gobernar o incidir en otros países, con otros nombres políticos, pero, paradójicamente, no llegaron a gobernar en el Perú. Los enemigos civiles y militares de Haya lo impidieron, incluso con golpes de Estado. Estimaban que el Apra era, simplemente, otra cada del comunismo.

Tuvo que llegar la ancianidad, renovación y muerte de Haya, más un penúltimo golpe de Estado, para que el Apra peruano conquistara al gobierno por dos veces, con intervalo. La primera vez, en 1985, lo hizo con un jovencísimo Alan a la cabeza  (35 años) y 
el fracaso fue rotundo. Se sintetizó en un fuerte doctrinarismo de izquierda y una inflación del 3 mil por ciento. La segunda vez, con un Alan ya maduro y un proyecto mixto de liberalismo con socialdemocracia, el éxito del gobierno fue reconocido. El líder aprista había asumido la renovación postrera de Haya y adquirido la sabiduría del pragmatismo.

El problema es que el histórico Apra peruano no resistió tanta bipolaridad. Hoy tiene sólo 5 representantes en un Congreso hegemonizado por  55 fujimoristas de la versión Keiko. Por eso, lo que resta de la anciana guardia hoy se refugia en el recuerdo de “los años heroicos” de Haya, mientras la guardia madura defiende a Alan de graves acusaciones vinculadas a Odebrecht el corruptor. Además, es muy posible que esté en fragua una joven guardia alanista, que comienza a soñar el sueño del eterno retorno. Lo sugiere el legado de la banda presidencial a Federico Dantón García, el hijo adolescente del líder suicida.

En cuanto a los otros peruanos, componen tres segmentos discernibles. Unos se mantienen fieles a la tradición vernacular que los consagra como antiapristas de padre y madre. Otros saben que sin Apra no hay sistema político, sino un ensamblaje precario de agrupaciones familísticas o de coyuntura electoral. En el tercer segmento  están quienes reconocen que el segundo gobierno de Alan impulsó el desarrollo del Perú, lo posicionó internacionalmente y rectificó el curso de colisión con Chile que le dejara servido su predecesor Alejandro Toledo (hoy prófugo). Sin embargo, estos peruanos viven la contradicción entre el respeto a la estatura política de Alan y el repudio a sus denunciadas trapisondas.

Mención aparte merece el apasionado clima peruano que siguió al suicidio. Soslayando que el brillo de los líderes no es sinónimo de impunidad, los aproalanistas están cerrando los ojos a la realidad y matando simbólicamente a los mensajeros. Apuntan, de preferencia, contra quienes han investigado  la corrupción política rampante que trajo el “lavajato”. Entre los apuntados, el blanco  preferente es el laureado periodista Gustavo Gorriti, considerado un héroe cívico por sus corajudas investigaciones sobre los narcos y los terroristas de Sendero Luminoso.

Es un síntoma peligroso, que los actuales dirigentes del Apra debieran controlar con máximo vigor. No pueden ni deben permitir que el clima pasional ensamble el suicidio de Alan con una variable de la Omertá o con el crimen terrorista. De ello dependerá que  recuperen la incidencia de su histórico partido y puedan imponer una visión ecuánime sobre el líder desaparecido.
José Rodríguez Elizondo
| Domingo, 12 de Mayo 2019
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