Bitácora
El misterioso Volodia
José Rodríguez Elizondo
Tuvieron que caerse los muros, disolverse la Unión Soviética, caducar las utopías, iniciarse la transición chilena y debilitarse Pinochet, para que el alma judeo-rusa de Volodia Teitelboim iniciara su tránsito a la liberación. Partió incribiendo a su amante literaria en la libreta de familia y entregando a Gladys Marín la argolla del Partido Comunista.
Demasiado tarde, dijeron algunos. Volodia, octogenario, respondió soltando su torrente embalsado: adicionó su biografía de Neruda con datos que –siempre prudente- antes había omitido, lanzó dos libracos sobre Gabriela y Huidobro y, casi en paralelo, enfrentó los prejuicios de sus camaradas con una biografía de Borges. Luego, subiéndose por su propio chorro, siguió lanzando libros, entre los cuales sus Memorias en cuatro tomos.
Así dejó en claro que pudo consagrarse antes, si sólo se hubiera dedicado a ser un “escritor puro”. Pero, obvio, eso habría sido negar el valor de su propia diversidad. Su obra de tercera edad se debía, justamente, a su previa navegación entre los libros de la belleza y los catecismos del dogma. Tan evidente fue el fenómeno, que nuestras instituciones le dieron el Premio Nacional de Literatura y nuestros escritores domésticos no pudieron seguir omitiéndolo.
Estuve entre quienes exigieron sus Memorias. Asumiendo que allí encontraría la clave de sus misterios, incluso puse la demanda por escrito. Tras dicho emplazamiento, él me enfrentó con su mejor cara de enigma: “también me lo dice mi hijo Claudio”, confesó. Pero, cuando comenzó a publicarlas, todos entendimos que no haría ninguna concesión a los curiosos. En cada tomo colocaba una elegante cortina de pudor sobre el Volodia íntimo y, para despistar, sugería que sólo en el último soltaría sus verdades políticas enterradas.
Ni entonces. Al fin de la saga quedó claro que se había escaqueado, una vez más, recurriendo a sus metáforas y a estructuras de James Joyce. Para decirlo en sus palabras, siguió siendo “un tímido que se atreve de a poco” y sólo soltó revelaciones anecdóticas o verdades desvalorizadas: los comunistas chilenos fueron obsecuentes con la URSS, Luis Corvalán se apropiaba de ingeniosidades ajenas, había prostitutas en los hoteles soviéticos, un poema de Neruda se parece demasiado a uno de Tagore, el realismo socialista era una plasta… Todo eso mechado con crónicas de viaje, apuntes de historiador, análisis de libros y reflexiones a la muerte del hijo de John F. Kennedy. Incluso dedicó ¡tres capítulos! a Isabel II, con motivo de un leve intercambio de cortesías.
A la postre, uno disfruta, pero se pregunta por qué no contó su experiencia con el secreto antisemitismo soviético, sus conversaciones secretas con Fidel Castro, su polémica secreta con Orlando Millas, su rol secreto tras las falsas memorias del general Carlos Prats…Es que, al parecer, siguió esperando que llegara el tiempo de la verdad plena, a sabiendas de que nunca llegaría.
La clave de este enigma final, tan suyo, está en el diálogo que sostiene con un siquiatra imaginario. Allí éste le aconseja contarlo todo, pues “la única manera de expulsar los demonios es poniéndolos por escrito”. El autor-paciente le responde, con cierto espanto, que él conoce hechos monstruosos y “me cuesta hablar de ellos”.
Por eso, que nadie dé un suspiro de alivio. Quizás algún día aparezca un texto secreto de Volodia, en el cual leeremos parte de sus verdades escondidas.
Publicado en La Tercera el 1.2.08.
Bitácora
El nieto de Allende
José Rodríguez Elizondo
Hace algunos años conocí al joven Alejandro Fernández. Excluyendo al cantante de rancheras, su nombre dice poco. Pero, si agrego que también se llama Salvador y que su segundo apellido es Allende, comienza a sospecharse que aludo al nieto del Presidente chileno que murió en La Moneda. El hijo de Beatriz Allende y del funcionario cubano Luis Fernández.
Alejandro vino a mi casa acompañando a su tía Isabel, diputada y líder de una tendencia socialista. De lo que conversamos me queda el recuerdo de un veinteañero inteligente, en trance de superar los estereotipos castristas de su educación en Cuba. Los mismos que rigidizaban su pensamiento y, quizás, coartaban la expresión de sus sentimientos.
Actualicé el recuerdo gracias a una extraordinaria entrevista que le hizo el diario chileno La Tercera, desde su nuevo hogar en Auckland, Nueva Zelandia. Sucede que, según pasaban los años, Alejandro se había establecido allí para vivir su condición de homosexual sin tapujos. En Cuba, imposible pensarlo.
Desde esa perspectiva, la entrevista enseña mucho sobre los contextos de discriminación en los cuales vivimos en toda la región. Además, muestra nuevas facetas admirables de la abuela Tencha –la viuda de Allende- y de la tía Isabel, la primera a quien comunicó su “opción”.
Pero, simultáneamente, el nieto da luces perturbadoras sobre el omnipotente “machismo-leninismo” de Fidel Castro. Es una omnipotencia que se manifestó desde su propio bautizo. Entonces, el líder “sugirió” invertirle los apellidos, para que se llamara Alejandro Salvador Allende Fernández.
“Alejandro” era un homenaje al propio Castro, pues fue su “chapa” de clandestinaje. En cuando a la subordinación del apellido del padre, serviría para mantener la estirpe onomástica del líder chileno, en símbólica unión con la estirpe guerrillera.
En resumidas cuentas, Castro no sólo inventó la muerte en combate de Allende, para levantar un nuevo mito político y porque veía el suicidio como una debilidad burguesa. Quiso, además, que esa invención empalmara con una dinastía cubano-chilena, de la cual Alejandro sería el ícono representativo.
Por cierto, el líder no contaba con la voluntad libre del humano concernido. Hoy, desde sus 35 años, Alejandro dice que el nombre asignado “no me gustó nunca (…) era abrumador”. Comprende que su padre debió aceptarlo, pues “no tuvo otra opción”. Consecuente con ello, a los 18 años y viviendo en Chile, recuperó su identidad. Cambió el orden de los factores y hoy se llama como debió llamarse: Alejandro Salvador Fernández Allende.
Pero, hubo algo mucho más dramático en su infancia cubana. Su madre se suicidó cuando tenía 4 años y lo hizo como el abuelo: “se puso el fusil debajo de la quijada y disparó dos veces”. Además, en un equivalente a “las últimas palabras” de Allende, dejó una carta con contenidos personales y políticos, que se mantiene en los archivos secretos de Castro.
Alejandro cree que su madre estaba con una depresión clínica no tratada, pues en la Cuba de su niñez “los revolucionarios no se deprimen”. En cuanto a la carta, a los 15 años consiguió que le mostraran el original “prácticamente ininteligible” y una versión escrita a máquina. No le dieron copia de ninguno de los dos textos, pues la carta “era del Estado cubano”. El hoy piensa que “es un documento histórico que pertenece al Estado chileno”.
Es otro de los misterios teológicos de Castro. Me hace recordar que el 26 de julio de 1980, efeméride por excelencia de la revolución cubana, Haydée Santa María decidió suicidarse. Como era la heroína máxima de la revolución, reventó el festejo máximo de Castro y también dejó una carta explicativa… quizás tan ininteligible y secreta como la carta de Beatriz.
Publicado en La Republica el 29.1.08.
Bitácora
El mundo y Perú deben apreciar que Chile asuma solución pacífica
José Rodríguez Elizondo
El principal medio comunicacional de la Universidad de Chile, U al Día, también entrevistó a Jose Rodriguez Elizondo sobre el tema de la demanda peruana ante la Corte Internacional de Justicia. Sumada a la entrevista de El Comercio on line, ya reproducida en esta Bitacora, conforman dos versiones del mismo experto dirigidas a lectores de los dos países en pugna. A continuacion la entrevista del medio universitario chileno.
José Rodríguez Elizondo, profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, advierte que pese a existir un escenario jurídico y de argumentación favorable a Chile -respecto a la demanda peruana por fronteras marítimas-, en estas materias no existen absolutos.
La reciente demanda peruana ante la Corte Internacional de Justicia por los límites marítimos con Chile, tiene un efecto directamente jurídico frente a la corte de La Haya, pero también genera un contexto político-diplomático muy delicado, afirmó el profesor José Rodríguez Elizondo a U al Día, precisando que en estos escenarios “nadie puede asegurar que las cosas no se malogren”.
El académico de la Universidad de Chile analizó el origen y evolución histórica de esta controversia marítima con Perú y advirtió que el pleito no sólo tiene un ámbito jurídico internacional, sino también uno observado por la sociedad civil, donde existe –entre otros factores- “la ley de los medios (de comunicación), la cual dice que las buenas noticias no son noticias y, por lo tanto, se van a destacar siempre las cosas que sean urticante para la sensibilidad chilena y peruana”, situación que confirma lo sensible de esta situación.
Pese al paso dado por Perú, que significa la iniciación de una larga ruta jurídica que puede durar entre tres a seis años, ambos gobiernos han manifestado la esperanza de que el pleito no perjudique las buenas relaciones bilaterales y se encuentran persuadiendo a sus respectivos pueblos para sembrar la calma y confianza en sus argumentos.
El experto en Relaciones Internacionales explicó el contexto en que se dan estos discursos de buena vecindad, en medio de un conflicto jurídico de fronteras marítimas.
“El fondo es que desde el punto de vista del Perú esto va mucho más allá de ser simplemente un planteamiento jurídico. He sostenido, en todos mis escritos, que aquí estamos frente a una estrategia política, diplomática y jurídica del Péru que arranca de 1977”, introdujo el profesor para remontarse a los años 75 – 76, cuando el gobierno peruano se vio enfrentado a un consenso chileno-boliviano sobre cesión de territorio ex peruano a Bolivia, para facilitarle una salida soberana al mar.
“Como el Perú tiene una posición diplomática de apoyo a Bolivia, pero de rechazo a cederle territorios que fueron peruanos antes de la guerra, el presidente Morales Bermudez inventó una solución de soberanía tripartita para no tener que decirles que no”, explicó .
“De esto se deduce que no existía en el imaginario peruano de la época la posibilidad de ver a ese mar como mar peruano, es decir que el Presidente Morales Bermudes estimara que Bolivia estaba pidiendo el acceso a un mar que le pertenecía. La mejor defensa que pudo haber tenido en ese entonces, frente a esa pretensión de un corredor por el territorio ex peruano, habría sido: miren, esto no tiene sentido porque se va a salir a un mar que me pertenece”, agregó el académico.
A partir de ese momento, “esta estrategia tuvo un manejo de largo plazo. La iniciativa, llevada por el Perú, fue ir escogiendo los momentos oportunos para activarla o no activarla”.
Comienzan los intentos peruanos
José Rodríguez Elizondo recordó que en 1986 se produjo la primera manifestación pública de esa estrategia. Recién asumido Alan García en su primera Presidencia, envió a su Canciller Allan Wagner –actual agente del Perú- a negociar con el gobierno de Augusto Pinochet la solución llamada “equitativa distribución de las aguas de la frontera marítima”.
En ese entonces, explicó el académico, no hubo resultados de ese intento de negociación diplomática. “Se ignora qué respondió el gobierno de Pinochet. El único testigo abonado para esto sería el ex Canciller Jaime del Valle, que no ha dicho ni escrito nada sobre esto”, comentó.
Luego, el académico se remontó a lo que sucedió en el gobierno de Alejandro Toledo entre el año 2000 y 2005.
“El tema había estado en la agenda peruana, pero siempre de bajo perfil, hasta que el gobierno de Toledo entró a una muy mala relación con el gobierno de Ricardo Lagos”, afirmó, explicando que se sucedieron varios problemas hasta que se desencadenó el mayor de ellos.
“Alejandro Toledo sacó del archivo el proyecto de Alan García de 1986 y lo convirtió en ley. Para este efecto, hizo aprobar por el Congreso Peruano un texto fijando la proyección de las líneas de base del dominio marítimo del Perú. Esta proyección de líneas de base interfería el dominio marítimo que Chile ha considerado siempre bajo su soberanía, por lo cual el gobierno de Toledo cambió cualitativamente el escenario. Ya no se podía seguir negociando como en la primera época, pues unilateralmente se había establecido que el tema era ley de la República para los sucesores de Toledo”, precisó.
Entre la espada y la pared
Cuando llegó Alan García a la presidencia –explicó el académico- se encontró con esta situación problemática “que lo ponía a él entre esta espada de Damocles -de la ley que hizo aprobar Toledo- y su proyecto de mantener una mejor relación con Chile por motivos obvios de desarrollo político y económico, incluso en el marco de la APEC”. Agrega que José Antonio García Belaunde, canciller de García, reconoció que “Toledo maltrató gratuitamente la relación con Chile”.
La situación para el Presidente de Perú se fue acelerando y desembocó en la demanda presentada a La Haya y el llamado a su pueblo –en cadena nacional y con la banda presidencial terciada- a la prudencia, responsabilidad, unidad y respaldo.
En este contexto, de conflictos jurídicos de máxima envergadura, pues los actores involucrados son Estados nacionales, el Gobierno chileno optó por el camino pacífico de concurrir a la Corte Internacional de Justicia.
“Creo que el mundo y el Perú deben apreciar el hecho de que Chile esté asumiendo la solución pacífica de las controversias contemplada por la Carta a las Naciones Unidas”, opinó el académico.
Al respecto, José Rodríguez Elizondo recordó una situación similar que vivió nuestro país con Argentina en los años 70, en el caso del Laudo arbitral, donde el gobierno del país vecino negó a Chile la posibilidad pacífica de concurrir ante la Corte Internacional de Justicia, pues identificó el pleito con un Casus Belli.
“Desde ese punto de vista un analista objetivo puede decir que la estrategia peruana tuvo éxito al solo posicionar el tema en la Corte Internacional de Justicia, sin que se haya producido un Casus Belli”, observó el profesor Rodríguez.
No obstante, también “debe ser considerado como un mérito del talante pacífico de Chile, con su voluntad de solución de las controversias por la vía jurídica”, relevó el abogado experto en materias de Derecho Internacional.
El escenario que viene
Dado que el proceso jurídico internacional puede durar un mínimo de tres años y fácilmente unos seis, el Presidente peruano Alan García -en el fondo- tiene la certeza de que va a ser otro Mandatario de su país el que va a conocer los resultados, comentó Rodríguez Elizondo.
Desde esa mirada, “él puede plantear la necesidad de mantener una muy buena relación porque sabe que el problema grueso le va a corresponder a sus sucesores”, agregó el académico.
Finalmente, el abogado y profesor de la Universidad de Chile advirtió que pese a tener “la mejor argumentación jurídica y la mejor posición jurídica, no es menos cierto que el Derecho Internacional no es absoluto, es decir que en materia de Derecho hay siempre opiniones. En segundo lugar todavía no se ha descubierto el tratado perfecto y, por último, no podemos dar por seguro que los jueces nos van a dar cien por ciento la razón”.
Texto: Zafiro Fleming
Viernes 18 de enero de 2008
Bitácora
Perú y Chile tienen mayor sintonía entre sí que con otros países de la región
José Rodríguez Elizondo
El diplomático y escritor chileno José Rodríguez Elizondo tiene una de las plumas más lúcidas a la hora de explicar los temores, recelos y oportunidades de las relaciones entre el Perú y Chile. El haber vivido y ejercido el periodismo en la revista peruana Caretas durante la década perdida de los ochenta, le dan cierta perspectiva para mirar y hablar sin tapujos de ambos pueblos, hermanos y distanciados. En esta entrevista con elcomercio.com.pe vía e-mail, se muestra poco optimista sobre los efectos de la demanda ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya para los dos países y precisa que la agenda integracionista podría quedar paralizada por algunos años. Por César Torres Aguirre.
Durante la mayor parte del siglo XX, como subtitula uno de sus libros, Perú y Chile vivieron en peligro de enfrentarse nuevamente. ¿Qué tanta madurez se ha alcanzado en las relaciones bilaterales?
- Muy poca, en relación con los imperativos del desarrollo económico común. Muy poca, también, en relación con lo que pudieron o debieron hacer los líderes políticos democráticos, cuando por fin coincidieron en ambos países, tras la fuga de Fujimori.
Usted es partidario de integrar de una mejor manera a nuestros países. En ese contexto, ¿qué representa la demanda peruana ante La Haya?
- La probabilidad de que la agenda cooperativa o integracionista quede paralizada por años. Por cierto, quienes lo perciben de manera más cercana son los empresarios chilenos y peruanos, que venían desafiando, exitosamente, los recelos históricos. Por cierto, fueron esos recelos los que impidieron abordar el tema de manera franca y amistosa, por la vía de políticas o proyectos integracionistas, cuando ello era posible.
La demanda ante la corte de La Haya ha generado cierto malestar en el mundo político chileno. ¿Cuánto puede afectar la demanda las relaciones bilaterales? ¿Se puede resolver un tema limítrofe, jurídico, sin tensar la relación?
- Ojalá se pudiera. Pero, si no hemos superado recelos que vienen de más de un siglo, es casi imposible enfrentar un pleito actual, sobre soberanía, sin que la relación se tense.
Más allá del tema de La Haya, ¿cómo ve el futuro de las relaciones entre Perú y Chile?
- Como un nuevo derroche de buenas posibilidades de acción conjunta. Pienso que al margen de México, que tiene su esfera geopolítica propia y Brasil, que ya es una potencia mundial "per se", el Perú y Chile tienen mayor sintonía objetiva, entre sí, que con los otros países de América Latina
En su más reciente artículo en La Tercera y en su blog Cono Sur, usted señala que la designación de Allan Wagner como agente peruano ante La Haya es la adecuada, debido a su conocimiento sobre el tema del diferendo marítimo. ¿El hecho de que Chile no cuente con alguien como Wagner es mucha desventaja?
- Lo que dije es que en Wagner confluyen una estrategia de larga data y un actor que la ha protagonizado desde el inicio. Eso no es una ventaja sino un hecho. Chile tiene juristas, diplomáticos y expertos de mucha calidad, pero ninguno que se identifique con una estrategia sobre el tema que ahora nos enfrenta. Ese es otro hecho. Por eso, no tenía sentido buscar un "antiWagner" y tuvo razón nuestra Cancillería al adoptar otra línea en la designación de su equipo.
Al parecer en el Perú el tema del límite marítimo con Chile nunca ha sido dejado de lado, en especial en el sector diplomático y jurídico. ¿Cuál es la importancia que tiene este tema en Chile?
- A mi juicio, sería más preciso decir que el Perú no se preocupó de rebatir el "status quo" hasta 1977, aproximadamente, cuando el almirante Guillermo Faura (ministro de Marina peruano en 1974) levantó el tema. Piense usted que en 1976 el entonces presidente Francisco Morales Bermúdez enfrentó una negociación chileno-boliviana sobre una salida soberana hacia el mar por Arica, planteando una especie de soberanía trinacional sobre el puerto. Esto significa que no estaba en el imaginario peruano de entonces la posibilidad de que Chile y Bolivia estuvieran negociando sobre aguas que podían ser peruanas. Con el planteo peruano actual, esa debió ser la mejor razón para negar la aprobación a lo consensuado por los generales Pinochet y Banzer.
Usted también habla en su último artículo de la necesidad de que Chile tenga una estrategia integral de emergencia. ¿Sobre qué bases debería estar asentada?
- Parto de la base de que el Perú tuvo éxito con solo posicionar este tema ante la corte de La Haya, y que esto se debe a que manejó una estrategia integral, política, diplomática y jurídica. Esto le permitió manejar los tiempos, retroceder tácticamente cuando fue necesario y asumir el riesgo de un contencioso en el cual Chile tiene mejores cartas jurídicas. A mi juicio, operó la convicción política de que la CIJ puede "No dar toda la razón a Chile", pero que la parte que el Perú obtenga, eventualmente, ya será ganancia. Los chilenos, como contrapartida, no debiéramos creer que basta con tener una gran argumentación jurídica, pues no existe el Derecho Internacional Absoluto, ni los tratados perfectos ni los tribunales colegiados obligados a darnos toda la razón. Aunque con tardanza, debemos tener una orientación estratégica compleja (no sólo jurídica), interna y externa, incluso bilateral, que nos prepare para todo evento. Si es malo ser demandado ante la CIJ, peor es enfrentar el pleito solo con la fe jurídica y un triunfalismo de estirpe futbolística.
Entrevista publicada originalmente en El Comercio.
Bitácora
Conversación en la cantina
José Rodríguez Elizondo
El tema del interlocutor político dudoso fue bien ilustrado por los publicistas de John F. Kennedy, durante su campaña presidencial contra Richard Nixon. Publicaron una foto patibularia de "Tricky Dicky" y preguntaron si alguien sería tan imprudente como para comprarle un automóvil usado.
El escritor peruano Mirko Lauer actualizó el tema, a propósito de Hugo Chávez: "no es el tipo con el cual uno discute en la cantina", sentenció. Desafortunadamente, más que una advertencia fue una verificación tardía. Se produjo con Chávez ya encaramado en un incordiante protagonismo regional, gracias a que los electores venezolanos lo asumieron como un outsider necesario y sus colegas presidentes lo subestimaron, para después acojonarse.
Esa verificación luce más clara luego del "por qué no te callas" del rey Juan Carlos y tras el referéndum de noviembre. Ambas situaciones revelaron a Chávez como pésimo encajador: se jactó de tener más votos que el Rey de España y mandó a la mierda a quienes no aceptaron constitucionalizarle una Presidencia Absoluta y posiblemente vitalicia. Luego, para recuperar rating, buscó desquitarse a costas del presidente colombiano Álvaro Uribe, por haberlo sacado de la mediación en el tema de los secuestrados de las FARC.
Uribe –es su pecado– había ofrecido ese rol a Chávez, a sabiendas de que las FARC están en su red de amigos clandestinos –gracias a Fidel Castro– y figuran en la lista de "organizaciones terroristas" de la Casa Blanca. Por lo mismo, cuando le retiró el encargo, no pudo evitar los daños causados por su propia imprudencia. El venezolano, que ya estaba interactuando con los altos mandos militares de Colombia, se autoerigió en rescatista por cuenta propia, apoyado en parientes de los rehenes, cineastas, representantes del gobierno de Francia y ex jefes de Estado, como Néstor Kirchner. Con esa base, pisoteó a Uribe y levantó la "Operación Emmanuel", cuyo guión copió del caso del niño Elián, el "balserito cubano".
Lo surrealista es que ese show mediático semifracasó porque Chávez cayó en su propia trampa, al negociar con un interlocutor poco fiable. En este caso, con Pedro Antonio Marín (a) Manuel Marulanda (a) "Tiro Fijo", líder vitalicio de las FARC. El casi nonagenario guerrillero le prometió un niño Emmanuel que no estaba en sus activos negros desde hacía dos años y así Uribe recibió en bandeja, servida por su principal enemigo interno, una revancha espectacular. El desastre para Chávez no fue total porque, fruto de las recriminaciones secretas que siguieron, Marulanda le entregó incondicionalmente dos secuestradas, que le salvaron media cara.
El balance anuncia tiempos de repliegue. De partida, Fidel Castro debe sentirse mal imitado, pues jamás actuó tan burdamente. Cuando ayudó a liberar rehenes, siempre puso por delante a un fusible respetable, como Gabriel García Márquez. Si en el caso del niño Elián actuó de frente, fue porque tenía un interlocutor más serio y confiable que Marulanda: el Poder Judicial de los Estados Unidos.
Además, Chávez debe sospechar que ya no podrá seguir disponiendo de aquellos jefes políticos que consideraba simpatizantes o deudores. Durante la Cumbre santiaguina, su "gran amiga" Michelle Bachelet se pasó al bando de los críticos, el ecuatoriano Rafael Correa dio muestras de independencia y Evo Morales se negó a jugarle el juego del "macaco menor". Cristina Kirchner y señor, por su parte, lucen como si le hubieran comprado un automóvil usado. Quizás comienzan a entender que el rescate chavista de la deuda externa argentina implica soportar chanzas pesadas, recibir maletines sospechosos y pagar peajes políticos inaceptables.
Mientras Lula sonríe, desde Brasilia, todo indica que la cantina será clausurada.
Publicado en La Republica el 15.1.08.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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