Bitácora
Correa a la vista
José Rodríguez Elizondo
En Santiago esperamos la visita del Presidente ecuatoriano Rafael Correa, con la esperanza de que nos apoye a concho en nuestro pleito marítimo con el Perú. En Lima, por lo mismo, se teme que nos apoye demasiado.
Esto ratifica que ya pasó ese momento excelente que vivimos los sudacas tras al fin de la Guerra Fría. Creíamos, entonces, que entre los dividendos de la paz estaría el fin de las viejas hipótesis de conflictos y el acta de defunción de los viejos rencores geopolíticos. Por fin llegaba la hora de la integración.
Pero, demostrando que tal vez es cierto que somos “el continente tonto” (como asegurara un clásico español), esa esperanza hoy se ve como la ingenuidad fantasiosa de los utopistas de siempre. Tras un lifting rejuvenecedor, las viejas hipótesis y los viejos rencores volvieron para seguir anclándonos al subdesarrollo.
Eso nos coloca, otra vez, ante la maligna tentación unidimensional: percibir, por ejemplo, que el objetivo principal de nuestra buena relación histórica con Ecuador es equilibrar nuestra deteriorada relación con el Perú. En cuanto ensimismada, esa percepción empobrece una relación que es y debe ser mucho más rica, generosa y versátil.
Es que, aunque debilitada, sigue viva la convicción de que Perú es el polo dominante en su relaciòn con Bolivia y Chile, en su relación con Ecuador. Con talante “tradicionalista” (más bien supersticioso), se parte de la base de que Quito y La Paz deben seguir las líneas estratégicas de Santiago y Lima, por no disponer de alternativas mejores.
Sin embargo, cualquier ser informado sabe que aquello dejó de ser efectivo. En cuanto a Bolivia, ahora está en otra, gracias a su potencial energético y a una mejor comprensión de las complejidades de su aspiración marítima. Respecto a Ecuador, porque la Guerra del Cenepa de 1995 cambió sus percepciones históricas.
Desde su éxito -material y/o simbólico-, sus estrategos comenzaron a percibir que una correlación negativa de fuerzas es superable, que gobiernos aventureros -como el de Fujimori- menoscaban el potencial nacional y que hasta los militares transvecinos pueden saltar sobre sus tradiciones geopolíticas.
Para esto se fundan, entre otras cosas, en que los militares ecuatorianos resistieron a un Ejército peruano superior, mientras el gobierno argentino toleró un trasiego de armas, en perjuicio del Perú, su aliado “natural”.
Lo señalado indica, por lo menos, que los fatalismos geopolíticos ya no son lo que eran. Además, si quisieramos seguir hablando de polos dominantes, los de Ecuador y Bolivia se unirian en la Venezuela bolivariana. Por eso, mas prudente es reconocer que ambos paises hoy tienen una estatura estratégica superior y que, por añadidura, han aumentado su poder global de negociación.
En este nuevo cuadro y a mayor abundamiento, Correa luce bastante independiente en su relación con Hugo Chávez. Sutilmente, deja ver que no se pliega a sus demasías, cosa que demostró en la cumbre Iberoamericana de Santiago. Quienes lo conocen de cerca, saben que, por currículo (académico y político), se siente a otro nivel.
En definitiva, el líder ecuatoriano debiera ser recibido como el gobernante de un pais mas hermano que otros, con quien se discute y negocia desde la paridad y no sólo sobre materias estratégicas. Por lo mismo, debiéramos dar por descontado que comparte, con Chile, la interpretacion sobre los convenios de 1952 y 1954, sobre frontera marítima.
No le queda otra y no hay razón para exigirle mucho mas.
Publicado en La Tercera el 2.3.08.
Esto ratifica que ya pasó ese momento excelente que vivimos los sudacas tras al fin de la Guerra Fría. Creíamos, entonces, que entre los dividendos de la paz estaría el fin de las viejas hipótesis de conflictos y el acta de defunción de los viejos rencores geopolíticos. Por fin llegaba la hora de la integración.
Pero, demostrando que tal vez es cierto que somos “el continente tonto” (como asegurara un clásico español), esa esperanza hoy se ve como la ingenuidad fantasiosa de los utopistas de siempre. Tras un lifting rejuvenecedor, las viejas hipótesis y los viejos rencores volvieron para seguir anclándonos al subdesarrollo.
Eso nos coloca, otra vez, ante la maligna tentación unidimensional: percibir, por ejemplo, que el objetivo principal de nuestra buena relación histórica con Ecuador es equilibrar nuestra deteriorada relación con el Perú. En cuanto ensimismada, esa percepción empobrece una relación que es y debe ser mucho más rica, generosa y versátil.
Es que, aunque debilitada, sigue viva la convicción de que Perú es el polo dominante en su relaciòn con Bolivia y Chile, en su relación con Ecuador. Con talante “tradicionalista” (más bien supersticioso), se parte de la base de que Quito y La Paz deben seguir las líneas estratégicas de Santiago y Lima, por no disponer de alternativas mejores.
Sin embargo, cualquier ser informado sabe que aquello dejó de ser efectivo. En cuanto a Bolivia, ahora está en otra, gracias a su potencial energético y a una mejor comprensión de las complejidades de su aspiración marítima. Respecto a Ecuador, porque la Guerra del Cenepa de 1995 cambió sus percepciones históricas.
Desde su éxito -material y/o simbólico-, sus estrategos comenzaron a percibir que una correlación negativa de fuerzas es superable, que gobiernos aventureros -como el de Fujimori- menoscaban el potencial nacional y que hasta los militares transvecinos pueden saltar sobre sus tradiciones geopolíticas.
Para esto se fundan, entre otras cosas, en que los militares ecuatorianos resistieron a un Ejército peruano superior, mientras el gobierno argentino toleró un trasiego de armas, en perjuicio del Perú, su aliado “natural”.
Lo señalado indica, por lo menos, que los fatalismos geopolíticos ya no son lo que eran. Además, si quisieramos seguir hablando de polos dominantes, los de Ecuador y Bolivia se unirian en la Venezuela bolivariana. Por eso, mas prudente es reconocer que ambos paises hoy tienen una estatura estratégica superior y que, por añadidura, han aumentado su poder global de negociación.
En este nuevo cuadro y a mayor abundamiento, Correa luce bastante independiente en su relación con Hugo Chávez. Sutilmente, deja ver que no se pliega a sus demasías, cosa que demostró en la cumbre Iberoamericana de Santiago. Quienes lo conocen de cerca, saben que, por currículo (académico y político), se siente a otro nivel.
En definitiva, el líder ecuatoriano debiera ser recibido como el gobernante de un pais mas hermano que otros, con quien se discute y negocia desde la paridad y no sólo sobre materias estratégicas. Por lo mismo, debiéramos dar por descontado que comparte, con Chile, la interpretacion sobre los convenios de 1952 y 1954, sobre frontera marítima.
No le queda otra y no hay razón para exigirle mucho mas.
Publicado en La Tercera el 2.3.08.
Bitácora
Castro: La historia soy yo
José Rodríguez Elizondo
En 1953, con su discurso “La Historia me absolverá”,Fidel Castro demostró que ciertos legados históricos se forjan en vida, pues -enriqueciendo el aforismo de Lord Keynes-, en el largo plazo todos estaremos muertos y no tendremos tiempo para leer.
Ese aprendizaje se hizo transparente cuando, tras superar el peor momento de su enfermedad, posó para su diario Granma, mostrando ese discurso pre-fundacional. La foto apareció en primera, bajo el ancho titular “Absuelto por la Historia”. Castro no percibió, por lo visto, que esa gráfica sólo mostraba la omnipotencia de su poder interno. No era la historia, sino él mismo quien se autoabsolvía, en una perfecta profecía autocumplida, de nivel insular.
Su vocación para tallar en los asuntos globales, con epicentro en la crisis de los misiles de 1962, potenció ese afán de preescribir la historia. Entonces, sus paradigmas políticos y regionales desaparecieron. Ya no fue ese Bolívar, hoy invocado por Hugo Chávez, ni ese Lenin que manipuló Stalin. Son los eventuales clones del propio Castro. Un soñado ejército de replicantes, orientados a mantener el castrismo sin Fidel.
Lo señalado implica que este Castro postrero no está preocupado de la Cuba que vendrá en términos doctrinarios, sino de conservación. Él sabe que el proletariado de Marx está en otra y que las tesis de Lenin sólo son tema para militantes trasnochados. Por ello, como Franco en España y Pinochet en Chile, sólo aspira a dejar todo “atado y bien atado”. Su revolución debe ponersea resguardo de cualquier veleidad transicionista.
Enorme paradoja
Así, su presunto legado político es una paradoja enorme: la revolución conservadora. En su texto del pasado martes, emitido incluso con referencia horaria (las 17,30), bajo el epígrafe “Mensaje del Comandante en jefe”, hay dos claves al respecto.
La primera, su homenaje crítico y críptico -“discrepancias y respeto”- a la revolución
bolchevique. Para Castro, fue “el primer intento de construir el socialismo gracias al cual pudimos continuar el camino escogido”. Obviamente, no hay crisis real del socialismo para Cuba.
La segunda, la convicción de que preparar políticamente al pueblo para su “ausencia” (no osa mencionar la palabra “muerte”), supone mantener su orientación. “Es complejo y casi inaccesible el arte de organizar y dirigir una revolución”, explica. Obviamente, la patente de tal arte le pertenece a él.
La gran pregunta es, entonces, por qué tan solemne mensaje. Respuesta eventual: porque Castro discrepa de los tímidos síntomas de “glasnost” que se vienen dando bajo la regencia de su hermano Raúl. Sobre esto, tres razones de texto. Uno, que esta vez no ratifica a Raúl en el poder. Se limita a decir, desabrido, que está donde está “por sus méritos personales”. Dos, advierte que ya recuperó “el dominio total de mi mente”. Así dificulta la eventual tentación de declararlo seminterdicto, como hizo Stalin, cuando procesó el legado de Lenin. Tres, anuncia (amenaza) que “seguiré escribiendo” y sugiere que ya hay algunos que no le hacen caso: “Tal vez mi voz se escuche (…) seré cuidadoso”.
También habría una razón de hecho. Castro firmó su mensaje a pocas horas de que el mundo supiera que cinco disidentes cubanos volaron hacia la libertad de España y a pocos días de que la TV mostrara los aprietos del veterano apparatchik Ricardo Alarcón para explicarles a jóvenes cubanos por qué no podían viajar, ir a los hoteles cubanos o acceder al uso irrestricto de internet.
En síntesis, Castro quiere pasar de Lenin a Putin sin ninguna perestroika, para demostrar que es superior al primero.
Publicado en La Tercera el Miércoles 20 de febrero de 2008.
Bitácora
Lula, Nicolás y Carla
José Rodríguez Elizondo
Lula, el obrero sindicalista, llegó a la Presidencia en la ola de las izquierdas renovadas y la decepción con el “derrame” friedmaniano. El establishment brasileño y su predecesor Fernando Henrique Cardozo sólo esperaban (en sus momentos optimistas) que aprendiera a usar corbata y designara ministros sensatos en el sector económico.
Pero Lula, con gran manejo del “período de gracia”, supo definir una orientación política estratégica, centrada en dos temas que apelaban a la colaboración transversal: la lucha contra el hambre y el reposicionamiento no agresivo de Brasil en el mundo y la región. De ese modo tranquilo contuvo a George W. Bush y a Hugo Chávez, sin agraviarlos, soslayó el travestismo ideológico y evitó el arribismo de la empresariofilia.
De paso, enseñó que no se juega al clientelismo con la urgencia famélica y que no cabe reinventar economías centralmente planificadas y... fracasadas. Fue su modo de reconocer el rol del mercado sin transformarse en “converso”. Como contrapartida, los agentes privados hoy parecen entender que, en un país como Brasil, no se puede jugar al “Estado cero” en la economía.
Nicolás Sarkozy, al otro lado del océano, se benefició con ventajas que no tuvo Lula. Básicamente, una amplia experiencia en la gestión pública y una imagen de sofisticación intelectual que, vaya milagro, reencantó con la política a millones, desde el centro-centro a la derecha-derecha, incluso más allá de la sofisticada Francia.
Para las familias conservadoras, por fin surgía un líder moderno con carisma original. Estaban hasta el paracaídas con todos sus parientes políticos que querían ser como “el gran Charles”. Es que tanta solemnidad termina aburriendo y el mejor de Gaulle ha sido el socialista Mitterrand. Hasta los chilenos sabemos de eso.
Cruelmente, Sarkozy no demoró un mes en destrozar la ilusión. La nueva esperanza de las derechas partió mostrando no una estrategia política para el período de gracia, sino su debilidad por las mujeres longuilíneas y de pechos breves. Los medios, que ya lo habian exhibido en las tristezas del divorcio, tema que llama a la solidaridad, comenzaron a mostrarlo en las frivolidades de la erótica del poder, tema que apela a la envidia y la indignación. Su pavoneo con la modelo Carla Bruni entre los templos de Luxor y el misterio rosado de Petra, llenó los correos electrónicos con desnudos de la dama e irritó a quienes suponían que ese amor ostentoso era costeado por los sufridos contribuyentes.
Sorprendentemente sorprendido, Sarkozy sólo atinó a defenderse de lo último. Sus lujos los financiaba un amiguete millonario, dijo. Por lo visto, ignoraba que la dignidad de su cargo convertía esa subvención privada en indigna (el antepenúltimo presidente de Israel, Ezer Weisman, salió expectorado por su mala costumbre de darse gustitos con la ayuda de un amigo empresario).
Entremedio, quizás como maniobra diversionista, intentó una movida internacional demagógica: invocando a Ingrid Betancourt, descendiente de franceses, apoyó el fiasco chavista de la “operación Emmanuel”. Bofetón para su colega conservador de Colombia, Alvaro Uribe, con sonrisa para los secuestradores de las FARC.
Por eso, en su reciente encuentro en Guyana francesa, la sabiduría no estaba en Nicolás, el europeo, sino en Lula el sudaca, cosa infrecuente según la tradición. Como prueba, el acuerdo bilateral sobre colaboración estratégica. En su virtud, Lula adquirirá tecnología francesa de punta, para fabricar y vender armas sofisticadas, mientras Chávez sigue comprando armas a granel.
El que sabe, sabe, debió pensar Sarkozy. Ojalá se contagie, por el bien de la France éternelle
Publicado en La Tercera el 17.2.08.
Pero Lula, con gran manejo del “período de gracia”, supo definir una orientación política estratégica, centrada en dos temas que apelaban a la colaboración transversal: la lucha contra el hambre y el reposicionamiento no agresivo de Brasil en el mundo y la región. De ese modo tranquilo contuvo a George W. Bush y a Hugo Chávez, sin agraviarlos, soslayó el travestismo ideológico y evitó el arribismo de la empresariofilia.
De paso, enseñó que no se juega al clientelismo con la urgencia famélica y que no cabe reinventar economías centralmente planificadas y... fracasadas. Fue su modo de reconocer el rol del mercado sin transformarse en “converso”. Como contrapartida, los agentes privados hoy parecen entender que, en un país como Brasil, no se puede jugar al “Estado cero” en la economía.
Nicolás Sarkozy, al otro lado del océano, se benefició con ventajas que no tuvo Lula. Básicamente, una amplia experiencia en la gestión pública y una imagen de sofisticación intelectual que, vaya milagro, reencantó con la política a millones, desde el centro-centro a la derecha-derecha, incluso más allá de la sofisticada Francia.
Para las familias conservadoras, por fin surgía un líder moderno con carisma original. Estaban hasta el paracaídas con todos sus parientes políticos que querían ser como “el gran Charles”. Es que tanta solemnidad termina aburriendo y el mejor de Gaulle ha sido el socialista Mitterrand. Hasta los chilenos sabemos de eso.
Cruelmente, Sarkozy no demoró un mes en destrozar la ilusión. La nueva esperanza de las derechas partió mostrando no una estrategia política para el período de gracia, sino su debilidad por las mujeres longuilíneas y de pechos breves. Los medios, que ya lo habian exhibido en las tristezas del divorcio, tema que llama a la solidaridad, comenzaron a mostrarlo en las frivolidades de la erótica del poder, tema que apela a la envidia y la indignación. Su pavoneo con la modelo Carla Bruni entre los templos de Luxor y el misterio rosado de Petra, llenó los correos electrónicos con desnudos de la dama e irritó a quienes suponían que ese amor ostentoso era costeado por los sufridos contribuyentes.
Sorprendentemente sorprendido, Sarkozy sólo atinó a defenderse de lo último. Sus lujos los financiaba un amiguete millonario, dijo. Por lo visto, ignoraba que la dignidad de su cargo convertía esa subvención privada en indigna (el antepenúltimo presidente de Israel, Ezer Weisman, salió expectorado por su mala costumbre de darse gustitos con la ayuda de un amigo empresario).
Entremedio, quizás como maniobra diversionista, intentó una movida internacional demagógica: invocando a Ingrid Betancourt, descendiente de franceses, apoyó el fiasco chavista de la “operación Emmanuel”. Bofetón para su colega conservador de Colombia, Alvaro Uribe, con sonrisa para los secuestradores de las FARC.
Por eso, en su reciente encuentro en Guyana francesa, la sabiduría no estaba en Nicolás, el europeo, sino en Lula el sudaca, cosa infrecuente según la tradición. Como prueba, el acuerdo bilateral sobre colaboración estratégica. En su virtud, Lula adquirirá tecnología francesa de punta, para fabricar y vender armas sofisticadas, mientras Chávez sigue comprando armas a granel.
El que sabe, sabe, debió pensar Sarkozy. Ojalá se contagie, por el bien de la France éternelle
Publicado en La Tercera el 17.2.08.
Bitácora
América Latina y el nacionalismo
José Rodríguez Elizondo
En Madrid apareció, hace algunos meses, el libro "De la conquista a la globalización. Estados, naciones y nacionalismos en América Latina", del periodista Luis Esteban González Manrique (LEGM). Sería un estupendo regalo para los desintegrados de la región, si nuestros supuestos líderes de opinión se preocuparan de leer.
Con este libro LEGM culmina una tarea que comenzó en 1989, a escala del Perú, su país natal. Hoy toda la región está en su enfoque, desde la época precolombina y “el encuentro”, hasta la coyuntura actual, signada por “ejes” eventuales y la reactivación de viejas hipótesis de conflictos.
La empresa era desafiante, pues pocos periodistas de investigación osan traspasar el espacio-tiempo de su comarca con visión integradora, tratando de comprender el pensamiento de los otros, lejos de las sicosis conspirativas y eludiendo la tergiversación patriotica. Este atrevimiento lo coloca en el reducido equipo de los periodistas-ensayistas de trote largo, como el norteamericano Paul Johnson, el francés Jean Lacouture y el español Miguel Angel Bastenier.
El eje de análisis de LEGM es el nacionalismo, en cuanto soporte acomodaticio del “patriotismo indiano” y de las ideologías importadas. Desde ahí, nutre al lector con rica información sobre los fenómenos económicos que recorren las venas nacionalistas de sus sujetos. Su enfoque sobre los límites del extremo-liberalismo regional es especialmente agudo. Ejemplificando con la Bolivia pre Evo Morales, concluye que pasó de ser “un país pobre e hiperinflacionario a un país pobre pero con precios estables”.
Respecto a Fidel Castro y su revolución, levanta la alfombra de las mentiras y oportunismos escondidos. Así, las izquierdas chilenas tendrían que reconocer que nada han dicho sobre la falsificación de la muerte de Allende, concebida como una “astucia” para sostener la tesis de la revolución armada sesentista.
Asimismo, los supérstites del guerrillerismo “foquista” tendrían que asumir que esa “revolución continental a la orden del día” fue sólo una maniobra para dispersar la atención del “enemigo principal”. Richard Nixon, para quien el líder cubano fue siempre un comunista ortodoxo, enrojecería de vergüenza ante esta nueva demostración de que su marxismo-leninismo fue sólo un artefacto de conveniencia nacionalista.
Entre otros grandes temas tratados está el singular revolucionarismo de los militares peruanos; la experiencia chilena de Salvador Allende, con su secuela “pinochetista”; los gobiernos de seguridad nacional amparados por los EE.UU; el sandinismo-castrista y la “guerra de Centroamérica”; el agotamiento de la “dictadura perfecta” del PRI mexicano y el retorno del peronismo. Todo esto, hasta empalmar con la crónica contemporánea.
Entre las reflexiones que motiva la lectura selecciono una discrepancia y una extrañeza. La primera se relaciona con la aseveración de que Chile comenzó el siglo XXI jugando “un papel determinante” en el gran reto de la integración hemisférica. La verdad, dicha con tristeza, es que no fue así. Como lo consigno en un libro del 2006, los chilenos entonces vivimos la angustia de tener conflictos simultáneos con Argentina, Bolivia y Perú. Es decir, revisitamos los fantasmas nacionalistas de la historia que LEGM historiza con maestría.
La extrañeza radica en el desconocimiento de la habilidad política del general Francisco Morales Bermúdez, en cuanto conductor de la primera transición compleja a la democracia, en Hispanoamérica. Más compleja que la española, pues debió sortear una crisis institucional del Ejército gobernante y hasta la amenaza de una guerra, para terminar entregando el poder al mismo Presidente que su Ejército derrocara.
Publicado en La Republica el 12.1.08.
Con este libro LEGM culmina una tarea que comenzó en 1989, a escala del Perú, su país natal. Hoy toda la región está en su enfoque, desde la época precolombina y “el encuentro”, hasta la coyuntura actual, signada por “ejes” eventuales y la reactivación de viejas hipótesis de conflictos.
La empresa era desafiante, pues pocos periodistas de investigación osan traspasar el espacio-tiempo de su comarca con visión integradora, tratando de comprender el pensamiento de los otros, lejos de las sicosis conspirativas y eludiendo la tergiversación patriotica. Este atrevimiento lo coloca en el reducido equipo de los periodistas-ensayistas de trote largo, como el norteamericano Paul Johnson, el francés Jean Lacouture y el español Miguel Angel Bastenier.
El eje de análisis de LEGM es el nacionalismo, en cuanto soporte acomodaticio del “patriotismo indiano” y de las ideologías importadas. Desde ahí, nutre al lector con rica información sobre los fenómenos económicos que recorren las venas nacionalistas de sus sujetos. Su enfoque sobre los límites del extremo-liberalismo regional es especialmente agudo. Ejemplificando con la Bolivia pre Evo Morales, concluye que pasó de ser “un país pobre e hiperinflacionario a un país pobre pero con precios estables”.
Respecto a Fidel Castro y su revolución, levanta la alfombra de las mentiras y oportunismos escondidos. Así, las izquierdas chilenas tendrían que reconocer que nada han dicho sobre la falsificación de la muerte de Allende, concebida como una “astucia” para sostener la tesis de la revolución armada sesentista.
Asimismo, los supérstites del guerrillerismo “foquista” tendrían que asumir que esa “revolución continental a la orden del día” fue sólo una maniobra para dispersar la atención del “enemigo principal”. Richard Nixon, para quien el líder cubano fue siempre un comunista ortodoxo, enrojecería de vergüenza ante esta nueva demostración de que su marxismo-leninismo fue sólo un artefacto de conveniencia nacionalista.
Entre otros grandes temas tratados está el singular revolucionarismo de los militares peruanos; la experiencia chilena de Salvador Allende, con su secuela “pinochetista”; los gobiernos de seguridad nacional amparados por los EE.UU; el sandinismo-castrista y la “guerra de Centroamérica”; el agotamiento de la “dictadura perfecta” del PRI mexicano y el retorno del peronismo. Todo esto, hasta empalmar con la crónica contemporánea.
Entre las reflexiones que motiva la lectura selecciono una discrepancia y una extrañeza. La primera se relaciona con la aseveración de que Chile comenzó el siglo XXI jugando “un papel determinante” en el gran reto de la integración hemisférica. La verdad, dicha con tristeza, es que no fue así. Como lo consigno en un libro del 2006, los chilenos entonces vivimos la angustia de tener conflictos simultáneos con Argentina, Bolivia y Perú. Es decir, revisitamos los fantasmas nacionalistas de la historia que LEGM historiza con maestría.
La extrañeza radica en el desconocimiento de la habilidad política del general Francisco Morales Bermúdez, en cuanto conductor de la primera transición compleja a la democracia, en Hispanoamérica. Más compleja que la española, pues debió sortear una crisis institucional del Ejército gobernante y hasta la amenaza de una guerra, para terminar entregando el poder al mismo Presidente que su Ejército derrocara.
Publicado en La Republica el 12.1.08.
Bitácora
Costoso error no forzado
José Rodríguez Elizondo
La renuncia del general Gonzalo Santelices, la abortada polémica entre los ministros José Antonio Viera Gallo y Francisco Vidal y la sorprendente discrepancia entre el ministro de Defensa José Goñi y el ex de la misma cartera Jaime Ravinet, tienen una insoslayable importancia militar y (por añadidura) nacional.
Sin conocer la entretela del proceso judicial, yo estaba por la prudencia que alcanzó a sugerir Viera Gallo -y posteriormente la Iglesia- por las siguientes cuatro razones.
Primera, porque el subteniente Santelices, encargado en 1973 de trasladar a quienes debían desaparecer, sólo tenía la opción real de obedecer. A sus veinte años, debió percibir que no hacerlo era morir en el intento. En Derecho Penal, eso configura el principio -a veces el texto positivo- de la no exigibilidad de otra conducta.
Segunda, si hubiera recibido la orden de matar, su responsabilidad apenas habría sido superior. Podía "representar" esa orden, pero debía cumplirla si su superior insistía. Era la doctrina vigente de la obediencia absoluta, con un resquicio chilensis para tranquilizar conciencias.
Tercera, no tuvo un líder inmediato con vocación de mártir ni líderes superiores que, conforme al honor militar, reconocieran haber dado la orden criminal. Todos los chilenos somos testigos de la elusión de responsabilidades del general Augusto Pinochet y la convicción con que el general Sergio Arellano alegó el cumplimiento de órdenes superiores. La misma conducta elusiva tuvo un coronel como Manuel Contreras, con amplia y temible autonomia operacional.
Cuarta, sin ocultar sus antecedentes -según testimonian Jaime Ravinet, el último ministro de Defensa de Ricardo Lagos y Juan Emilio Cheyre, ex comandante en jefe del Ejército-, Santelices fue nombrado general de brigada, en el gobierno anterior y general de división en el actual.
Por tanto, se presume que las autoridades civiles asumieron las tres razones precedentes...o que incurrieron en una negligencia reiterada, similar a la que se ha dado en designaciones menores de la Administración.
A mayor abundamiento, los exégetas podrían agregar el eterno contrapunto sectorial: civiles bien adultos, con altas responsabilidades en el gobierno de Pinochet, que ni siquiera asumieron la anodina responsabilidad política que se estila en Chile.
Frente a todo esto, pareciera que la Concertación no ha asumido el escarmiento ni la evolución doctrinaria del Ejército, con su nuevo concepto del "profesionalismo participativo". Vidal, durante el gobierno pasado, mandó al comandante en jefe a sus cuarteles ("zapatero a tus zapatos"), evocando a esos políticos conservadores para quienes entrenar y desfilar evitaba la mala costumbre de pensar.
En este caso, golpeado y ante los medios, dijo que el gobierno tenía una opinión formada, que se la
había transmitido sólo al general Oscar Izurieta y que éste debía decidir.
Aquí hubo dos errores al hilo. Uno, ese estentóreo secreto pudo interpretarse como una amenaza de juicio público, esto es, si Izurieta no asumía la opinión del gobierno, la historia no lo absolvería.
No puede extrañar, a este respecto, que algunos militares interpreten esto como un ataque o una discriminación contra el Ejército.
Dos, en una democracia estructurada el gobernante da las órdenes que corresponden y el jefe militar emite las opiniones que se le piden o estima oportuno dar. Nunca al revés.
En definitiva, nos encontramos ante otro error no forzado del gobierno. Esta vez, por indecisiones o decisiones poco claras en un sector literalmente estratégico de nuestra sociedad.
Publicado en La Tercera el 10.1.08.
Sin conocer la entretela del proceso judicial, yo estaba por la prudencia que alcanzó a sugerir Viera Gallo -y posteriormente la Iglesia- por las siguientes cuatro razones.
Primera, porque el subteniente Santelices, encargado en 1973 de trasladar a quienes debían desaparecer, sólo tenía la opción real de obedecer. A sus veinte años, debió percibir que no hacerlo era morir en el intento. En Derecho Penal, eso configura el principio -a veces el texto positivo- de la no exigibilidad de otra conducta.
Segunda, si hubiera recibido la orden de matar, su responsabilidad apenas habría sido superior. Podía "representar" esa orden, pero debía cumplirla si su superior insistía. Era la doctrina vigente de la obediencia absoluta, con un resquicio chilensis para tranquilizar conciencias.
Tercera, no tuvo un líder inmediato con vocación de mártir ni líderes superiores que, conforme al honor militar, reconocieran haber dado la orden criminal. Todos los chilenos somos testigos de la elusión de responsabilidades del general Augusto Pinochet y la convicción con que el general Sergio Arellano alegó el cumplimiento de órdenes superiores. La misma conducta elusiva tuvo un coronel como Manuel Contreras, con amplia y temible autonomia operacional.
Cuarta, sin ocultar sus antecedentes -según testimonian Jaime Ravinet, el último ministro de Defensa de Ricardo Lagos y Juan Emilio Cheyre, ex comandante en jefe del Ejército-, Santelices fue nombrado general de brigada, en el gobierno anterior y general de división en el actual.
Por tanto, se presume que las autoridades civiles asumieron las tres razones precedentes...o que incurrieron en una negligencia reiterada, similar a la que se ha dado en designaciones menores de la Administración.
A mayor abundamiento, los exégetas podrían agregar el eterno contrapunto sectorial: civiles bien adultos, con altas responsabilidades en el gobierno de Pinochet, que ni siquiera asumieron la anodina responsabilidad política que se estila en Chile.
Frente a todo esto, pareciera que la Concertación no ha asumido el escarmiento ni la evolución doctrinaria del Ejército, con su nuevo concepto del "profesionalismo participativo". Vidal, durante el gobierno pasado, mandó al comandante en jefe a sus cuarteles ("zapatero a tus zapatos"), evocando a esos políticos conservadores para quienes entrenar y desfilar evitaba la mala costumbre de pensar.
En este caso, golpeado y ante los medios, dijo que el gobierno tenía una opinión formada, que se la
había transmitido sólo al general Oscar Izurieta y que éste debía decidir.
Aquí hubo dos errores al hilo. Uno, ese estentóreo secreto pudo interpretarse como una amenaza de juicio público, esto es, si Izurieta no asumía la opinión del gobierno, la historia no lo absolvería.
No puede extrañar, a este respecto, que algunos militares interpreten esto como un ataque o una discriminación contra el Ejército.
Dos, en una democracia estructurada el gobernante da las órdenes que corresponden y el jefe militar emite las opiniones que se le piden o estima oportuno dar. Nunca al revés.
En definitiva, nos encontramos ante otro error no forzado del gobierno. Esta vez, por indecisiones o decisiones poco claras en un sector literalmente estratégico de nuestra sociedad.
Publicado en La Tercera el 10.1.08.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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