Bitácora
Tirofijo y el error de García Marquez
José Rodríguez Elizondo
Se equivocó el Gabo. Eligió a Fidel para su novela El otoño del patriarca y se perdió a Marulanda, que lo tenía en casa.
No es que Castro sea mal modelo. Su vida tuvo un mágico realismo entre el asalto al cuartel Moncada y la muerte de Allende. Durante esos veinte años estuvo en prisión sin deprimirse, fue al exilio y retornó naufragando, hizo leso a un periodista estrella del NYT, llegó a La Habana en la torreta de un tanque, sembró de guerrillas los países del continente, aplastó a los invasores que le despachó Kennedy, no se le achicó a Jruschov y le aserruchó el piso a Allende. Lo máximo fue que, por un pelo, no desencadenó una Tercera Guerra Mundial, onda termonuclear.
Sin embargo, después vino el largo deterioro del poder absoluto. Por casi cuatro décadas, la real magia del hombre ha sido sobrevivir, opinar y conseguir que los cubanos culpen de todo lo malo a sus subalternos. Lo más seguro es que muera como editorialista.
Marulanda, en cambio, comenzó siendo Pedro Antonio Marín y desapareció de su casa a los 14 años, contados desde el 12 de mayo de 1928. Sus evangelistas dicen que ahí comenzó su vida oculta, ocasionalmente desvelada por registros de la policía. Según estos, adolescente, aún, cayó preso como literal incendiario político. Al parecer, indujo una quemazón de casas, en su rol de líder de una patota liberal que jugaba a exterminarse con una patota conservadora. Eran los años en que los colombianos se ocupaban de inventarle al Gabo el argumento de Cien años de soledad.
Luego emergió como el gran jefe “Tiro Fijo”. Había cumplido, con las FARC, el sueño del feudo personal y la guerrilla propia, demostrando un increíble poder de seducción. Sus efectivos juraban que el combate era su diversión, la guerrilla su familia y la selva su residencia. Uno escribió que dormir sobre el olor delicioso de las hojas frescas era el despipe. Otro, más sincero, confesó que “aquí hasta se le adormecen los instintos sexuales a uno”. Una marulandesa, terciando sobre el tema, dijo que nunca se enamoraría de un “civil”, pues pondría en peligro a la guerrilla y “sería un irrespeto para nuestros compañeros, que tienen las mismas calidades que el resto de los hombres”.
Sobre esa base incondicional, impuso su (poco suave) ley armada y construyó su mitología sin necesidad de viajar, compartir su poder o aspirar al gobierno. Por eso, cuando llegaron las guerrillas de segunda generación, con Castro como “líder máximo”, éste debió montar una guerrilla colombiana paralela. Marulanda no se le sometió y tampoco se subordinó al Partido Comunista de Colombia. Este quiso convertir a las FARC en su “brazo militar”, pero terminó convertido en el brazo político de su jefe.
Luego llegaron y murieron las guerrillas de tercera generación, con los sandinistas a la cabeza. Tiro Fijo, de pragmatismo ya consolidado, ahora combinaba el idealismo de los revolucionarios sesentistas con el autofinanciamiento espurio, mediante secuestros y protección de narcotraficantes. Para limpiar la agenda, cada tantas décadas negociaba pacificaciones con los Presidentes del país. Según computadores dignos de crédito, en sus últimos años hasta conquistó a un Presidente extranjero para que lo financiara. En eso estaba cuando murió… o lo murieron. No en un hospital y en chandal, sino en su selva, de uniforme y a los 80 años cumplidos. De éstos, coquetamente, restaba tres, para no lucir octogenario.
¿Te convences, Gabo, por qué nadie es profeta en Macondo?
Publicado en La Tercera el 1.6.08.
Bitácora
Escasez de insultables
José Rodríguez Elizondo
Lo siento, pero el Presidente Hugo Chávez hace noticia cada pocos días y eso tienta a comentarlo con frecuencia. Su penúltima novedad fue el protectorado que le impuso a Evo Morales. La última es que se le están acabando los insultables.
En efecto, ya terminó ese período en que el líder venezolano se autoconcedía tribuna para basurear a sus colegas y altos cargos internacionales del hemisferio. Tras haberlo hecho con demasiados, acabó patinando en ese lodazal donde van los que creen que no se les responde porque son indiscutibles. Es decir, el lugar donde empiezan los costalazos.
Notablemente, salvo el caso excepcional de su empate insultivo con Alan García, los cocachos de vuelta no vinieron de la región, sino de la Unión Europea. El primero, como todos saben, se lo propinó su “viejo amigo” (sic) el rey de España y tuvo la forma de un tapabocas. Inolvidable cara puso Chávez cuando Su Majestad lo mandó a callar, mientras sus colegas sonreían sin que se notara.
Su penúltimo porrazo corrió por cuenta de otro europeo (europea, más exactamente). Fue la canciller alemana Angela Merkel, quien lo declararó poco representativo de América Latina. Chávez, sorprendidísimo por no ser reconocido como un par de Andrés Bello, sacó su insultadera y la acusó de ser heredera directa de Hitler. Lula, caballeroso, quiso proteger a la dama, pero ésta lo detuvo al toque: “puedo defenderme sola” dijo secamente… y dejó seco al insultador.
El último patadón se lo propinó él mismo cuando, temiendo que los líderes sudacas se le pusieran respondones por contagio, bajó de nivel y arremetió contra un simple jefe de servicio. Sucedió antes de la cumbre limeña, con motivo del peritaje de la Interpol sobre los computadores del difunto guerrillero FARC Raúl Reyes. Como esa organización multipolicial declaró que los acusatorios aparatos no habían sido manipulados, Chávez se lanzó a la yugular de Arturo Herrera, su presidente temporal y jefe de los detectives de Chile. Según información sin fuente, dijo que éste silenció una complicidad en un caso de violación de derechos humanos, en el Chile de hace un cuarto de siglo.
¿Quiso decir que los computadores mentían, porque un joven detective chileno no se atrevió a enfrentar a Pinochet en 1978? ¿Quiso negar sus relaciones con las FARC, porque la presidencia temporal de la Interpol correspondía a ese mismo chileno, ahora mayorcito?
Inútil es elaborar sobre sus dichos, pues otra de las características de Chávez es que se rinde en blando, cuando sus desaguisados son demasiado evidentes. Así, resulta que no era nazi la señora Merkel, pues lo saludó cordialmente en Lima e incluso lo invitó a Alemania. Antes ya había sugerido que a Michelle Bachelet no le importó que le reventara la cumbre iberoamericana de Santiago, porque “es una gran amiga” y lo saludó con un besito.
En esto, Chavez hace recordar a esos pugilistas que, al primer mamporro duro que reciben, van al clinch y hacen muecas de “no hay dolor” o fingen payaseos. Mientras escribo estas líneas llega la noticia de que, ante la protesta diplomática del gobierno de Chile en el caso Herrera, dijo que había sido mal informado…. Ergo, si se encuentra con el jefe policial, ahora lo abraza.
Incidentalmente, es un pésimo pronóstico para los más modestos funcionarios públicos de nuestra región. Según esta experiencia, sólo queda como insultable, a disposición de Chávez, el personal de servicios menores.
Publicado en La Republica el 27 de mayo 2008.
Bitácora
Maquiavelo y el diablo
José Rodríguez Elizondo
JRE, está preparando un libro sobre el origen y contenidos políticos de la demanda peruana contra Chile respecto a la frontera marítima. En parte, será la continuación de dos de sus obras anteriores: Chile-Perú: el siglo que vivimos en peligro y Las crisis vecinales del gobierno de Lagos. El libro en preparación promete brindar información tan novedosa como la del siguiente artículo, elaborado a partir de la investigación y experiencias del autor.
La task force peruana autoencargada del tema de la frontera marítima con Chile, desde 1977, no disfrutó la primera llegada al gobierno de Alan García. El joven líder aprista no calificaba para debutar con ese conflicto.
El integracionismo era una constante doctrinaria del Apra. Sus líderes mayores –entre los cuales Armando Villanueva y Luis Alberto Sánchez- tenían motivos de vida para intentar una mejor relación. Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador, fue acusado de “chilenófilo” por los conservadores limeños.
En esa línea, García proyectaba detener el carrusel de los recelos, mediante una gran medida de fomento de la confianza: terminar con el incordio de las obras pendientes del Tratado de 1929.
El sabía que esa falta de plenitud preocupaba más a Chile, para cuya Cancillería era una grieta en su sistema jurídico de seguridad. En Torre Tagle, en cambio, podían vivir sin esas obras y hasta veían su carencia como un señuelo para negociar otros temas. Por otra parte, los apristas de base y los políticos de la otra izquierda evocaban -como problema mayor- la mala imagen de Pinochet. Les parecía inaceptable que, mientras el mundo lo repudiaba, el Perú democrático quisiera concederle un triunfo internacional.
García no se rindió. Para él, la alternativa de la hora era deuda externa o democracia. Sobre esa base, Chile cabía en una unión de los países deudores y una mejor relación estaba en el interés de ambos pueblos. Pinochet era contingencia pura. Para asegurarse, antes de iniciar acciones envió a Chile a Luis Alberto Sánchez. Con lo informado por el ilustre político-intelectual, envió a su asesor más directo, Hugo Otero, para que tomara contacto con Pinochet y los líderes disidentes.
A su retorno, Otero contó que Pinochet, aunque tosco (“el partido ya está jugado, puh”, le dijo), había valorado el acercamiento. Para corresponder, ofreció retirar sus tropas del norte y hasta reconoció coincidencias entre el antimperialismo del Apra y las dificultades que él tenía con los EE.UU.
Respecto a los disidentes, Otero también percibió receptividad. Su informe debió ser decisivo pues, en su discurso de septiembre de 1985, ante la Asamblea General de la ONU, García planteó su posición en clave para peruanos y chilenos de izquierdas y hasta con resonancias allendistas: “abriremos las alamedas del futuro (..) no nos sentimos agredidos por nadie y estamos dispuestos a tomar acciones coincidentes con este planteamiento”.
No a la foto
Con todo, García debió hacer un alegato especial ante sus amigos chilenos. Llamándolos al realismo, les dijo que el gobierno de Pinochet no estaba en crisis permanente, como decían ciertos dirigentes del exilio. Tras doce años instalado, su gobernabilidad no sería democrática, pero era gobernabilidad. En cuanto Presidente del Perú, él debía entenderse con el poder real. En este punto solía agregar que una mejor relación estaba en el interés de ambos pueblos y, para ello, estaba dispuesto a viajar a la frontera y abrazarse con el mismísimo diablo.
Convicción o táctica, ese abrazo eventual alarmó hasta a los chilenos que querían actuar dentro de la institucionalidad del dictador. Les pareció democráticamente insolidario e invocaron el ejemplo del peruano Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, quien había dicho que sólo visitaría Chile cuando volviera la democracia.
A mediados de noviembre aterrizó en Lima Juan Somavía, considerado el canciller in pectore de la democracia chilena del futuro. Iba con esa preocupación y un amigo le concertó una cita con Armando Villanueva. Este le manifestó una prudente comprensión: “hablaré con Alan”, dijo. Todo indica que de ese encuentro surgió un pragmático mensaje a García: mejor relación sí, foto no.
¿Molestó eso al Presidente? …Seguro que no, pues era el consejo que esperaba. Espantando a las izquierdas con el diablo, había conseguido pasar su política sustantiva hacia Chile. Por algo sus profesores de pos grado en Europa, el español Antonio Lago y el francés Francois Bourricaud, habían decidido (por separado) llevarle el mismo regalo para su toma de posesión: sendas y lujosas ediciones de El Príncipe, de Maquiavelo.
Progreso y frustración
En definitiva, García delegó en su canciller Allan Wagner la acción directa. Objetivo: terminar con los incordios del Tratado de 1929. Consigna: “abrir una nueva etapa de paz y cooperación”.
Wagner y Jaime del Valle, su homólogo chileno, ya habían hecho buenas migas en Lima, para la toma de posesión. Luego tendrían sucesivas reuniones de trabajo, con intercambios de cartas para sus jefes de Estado. En el lenguaje de los comunicados conjuntos, esto daba cuenta de una “gran cordialidad”.
Pronto afinaron un documento que llamaron “acta de Lima”, en el cual precisaron detalles para la recepción de las obras. Según comunicado conjunto del 29 de noviembre, también agendaron encuentros entre los altos mandos y plantearon limitar gastos en armamentos para desarrollar un concepto de seguridad que refleje “una estrecha amistad”. Incluso asumieron la necesidad de revisar los libros escolares de historia, para darles “un sentido de paz e integración”.
Se estaba produciendo un acercamiento indirecto y necesario, pero insólito. Uno de los dictadores más aislados y neoliberales del mundo platicaba la amistad con un joven Presidente socialdemócrata, que escalaba hacia la popularidad mundial. La nueva reunión de los cancilleres programada para los días 25-27 de mayo de 1986, en Santiago, debía levantar el gran acuerdo final.
Pero eso no sucedió. El comunicado del 27 de mayo acusa un brusco cambio de clima. Retomando el tono burocrático entre gobernantes que no deben confraternizar, pone un énfasis desganado en las obras de entrega pendiente. La parte chilena alude a los “avances alcanzados” y la parte peruana toma nota “con vivo interés”. Se elogia la presentación en Lima y otras ciudades peruanas de la Orquesta Sinfónica de Chile y se destaca, por primera vez, “la importancia de las relaciones económicas y comerciales”.
De ahí en adelante, las conversaciones languidecieron y terminaron por fracasar. De acuerdo con esto, un investigador tendría dos preguntas clave. La primera: ¿qué cosa significativa sucedió entre los comunicados del 29 de noviembre de 1985 y del 27 de mayo de 1986? Respuesta correcta: el 23 de mayo se produjo un planteamiento paralelo del embajador peruano Juan Miguel Bákula, en el que exponía, por primera vez, la necesidad de negociar una redelimitación de la frontera marítima con Chile.
La segunda pregunta se desprende de lo anterior: ¿Qué hizo Pinochet para determinar ese cambio de talante en García? Para esto también hay respuesta, pero es materia de otro capítulo.
Publicado en La Tercera el 25.5.08.
Bitácora
Evo, Hugo y un Protectorado
José Rodríguez Elizondo
Cuando se haga la historia tranquila de su período, se dirá que la mayor (no quiero decir la única) muestra de inteligencia política de George W. Bush fue no inflar a Hugo Chávez.
El sabe, porque se lo contó su papá, que las procacidades de Richard Nixon contra Fidel Castro, emitidas en la porosa privacidad de la Sala Oval, ayudaron a que el líder cubano se apernara.
Asumida la lección, Bush ha dejado sin respuesta los insultos del líder venezolano. Ni siquiera le ha prometido la inelegante y retórica patada en el poto con que suele amenazar a sus villanos invitados.
Con esto ha perforado, en profundidad, la autoestima de Chávez. Contra la importancia mundial que éste se concede, Bush ha levantado la ley del perraje: no dejar que los perros chicos se metan en las peleas de los perros grandes. Parece decirle, con desdén, que uno no es enemigo personal de quien quiere, sino de quien puede.
Quizás por eso y aprovechando el incremento de la crisis boliviana, Chávez decidió superar sus marcas. Comentando el eventual referendum revocatorio aceptado por Morales (que puede enviarlo a su casa), dejó de lado su insultadera básica, miró fijo a la cámara, achinó los ojos y haciendo la mímica de la situación, prometió: si “el imperio” derriba a Evo Morales “los venezolanos no nos quedaremos de brazos cruzados”. Es decir, Bolivia y Evo están bajo su protección y esto significa fuerza militar. Por si no se le hubiera entendido a cabalidad, sacó del baul de los años 60 la consigna más desafortunada del Ché Guevara: “crear dos, tres, muchos Vietnam”.
Abro paréntesis: digo desafortunada porque –me consta- los propios dirigentes vietnamitas no la apreciaron. En los años de su lucha terca y prolongada, a contrapelo de muchos de sus amigos y en el marco de la guerra fría, ellos trataron de desideologizar el conflicto. No querían que se les percibiera en combate contra un sistema sociopolítico determinado ni contra los ciudadanos de los Estados Unidos. Querían ser asumidos como simples y heroicos patriotas, que luchaban por la reunificación del país y la expulsión de los “protectores” de Vietnam del Sur. En esta línea, los estrategas de Hanoi, encabezados por el Primer Ministro Pham Van Dong , temían caer bajo la dominación de sus “protectores” propios. Querían que su éxito dependiera menos de los soviéticos que de la base ética, moral y democrática del pueblo norteamericano. Fin del paréntesis.
Por eso, cabe lamentar que, además de sus serios problemas internos, Evo Morales tenga que soportar el salvavidas de plomo que le sigue lanzando Chávez. Su proyecto de “refundación” –que es su eufemismo para “revolución”-, ya estaba bastante complicado con la lucha de etnias, la lucha de clases y la lucha de unidades regionales, como para asumir, además, la carga política de un protectorado. Es que, guste o disguste, el apoyo chavista será decodificado, por nacionalistas y autonomistas bolivianos, como una amenaza contra la democracia y la autodeterminación … y eso puede ser fatal para Morales.
Es interesante saber que el PNUD ya había previsto este tipo de desarrollos en su Informe de 2006 sobre Desarrollo Humano en Bolivia. En este documento anunció que, por diversos factores, la legitimidad de Morales tendería a disminuir en los próximos cinco años. Entre dichos factores estaban la reacción de las elites desplazadas, la falta de un programa claro de gobierno, la inexperiencia en la gestión estatal y “su adhesión al ‘eje’ conformado por sus colegas Hugo Chávez y Fidel Castro”.
La pregunta, entonces, es pertinente: ¿Será capaz Morales de decirle a Chávez que lo deje de querer tanto?
Publicado en La Tercera, el 11.5.08.
Bitácora
Fernández de la Mora: un profeta desconocido
José Rodríguez Elizondo
Cuando uno ve que todo tira a que vuelvan los viejos sectarismos en la política interna, tiene que recordar un poco. Por ejemplo –y perdonen la primera persona- la transición política a la democracia comenzó para mí en el exilio y fue el descubrimiento del otro. Ese otro que estuvo oculto por las nubes de las ideologías, hasta que el golpe hizo que se diluyeran las certezas, rebotaran los dogmas y reaparecieran las dudas.
Uno de esos "otros" era el pensador español Gonzalo Fernández de la Mora, a quien yo ignoraba por ser, supuestamente, uno de los monstruos de las antípodas. Recuerdo que, en los prodigiosos años 60, quise comprar en Madrid su obra más conocida, El crepúsculo de las ideologías, pero mis amigos progres pusieron tal cara de espanto que desistí. "Joder, ese tío es el ideólogo del franquismo", me informó, severísima, una brillante líder juvenil del Partido Comunista. Su novio, servicial, tomó otro libro ahí mismo, en la librería Antonio Machado y me mostró un párrafo que aludía a Fernández de la Mora como el Goebbels del Caudillo. "Es un facha", remachó y tuve que creerle, porque en ese tiempo uno sólo confiaba en la gente de izquierdas.
Veinte años después -exactamente el año de la "caída de los muros"- pude comprar y leer el libro escandalizante. A las pocas páginas una sorpresa: ahí estaba, desde 1964, la tesis sobre legitimidad de origen e ilegitimidad de ejercicio, invocada en 1973 contra Salvador Allende. Lo notable es que el autor la planteaba desde España, cuando tal distinción sólo podía fastidiar a Franco quien, como se sabe, derivaba su legitimidad de Dios.
Segunda sorpresa: lejos del movimientista místico que yo imaginaba (una mezcla de José Antonio Primo de Rivera y del brasileño Plinio Correa de Oliveira), don Gonzalo era un racionalista avanzado. Aconsejaba privatizar a Dios, en pos de un "Estado de Razón" con base en la ética, el desarrollo y las ciencias sociales.
La tercera sorpresa fue de coyuntura, pues su crítica de las ideologías se estaba ejecutando, en ese mismo instante, con el derrumbe del poder soviético. Pero, más allá de ese proceso, sus pronósticos eran válidos para los españoles y sudacas unidos, inmersos en la transición democrática. Ahí estaba, por ejemplo, la profecía de que se nos venía una "amalgama liberal-socialista", en el marco de una creciente apatía política. Advirtamos, sí, que el autor no entendía el liberalismo en la versión de Friedman y Von Hayek, sino en la de Samuelson. Para Fernández de la Mora “la expresión económica del liberalismo puro ha pasado a la Historia".
En resumidas cuentas, El crepúsculo de las ideologías fue una sinopsis de la crisis de las cosmovisiones en que estamos inmersos. Como tal, fue un fundamento teórico de la transición española y su autor, uno de esos intelectuales que se equivocan por tener la razón demasiado temprano. Por cierto, que no lo citen los intelectuales establecidos sólo demuestra que las ideologías pueden desaparecer, pero los prejuicios siguen vivos, primitivos y coleando.
De acuerdo con lo contado, hoy me importa poco que, algo antes, Daniel Bell haya escrito cosas semejantes en los Estados Unidos. Eso lo supe después. Sólo lamento no haber mencionado a Fernández de la Mora en un libro que escribí sobre la crisis y renovación de las izquierdas, donde aludía, como cosa natural, al encuentro desideologizado entre socialistas renovados y liberales democráticos.
No conocía, entonces, al supuesto facha español que previó eso a once años de la muerte de Franco, a dieciocho de la emergencia de Felipe González y a veinticinco de la caída del muro de Berlín.
Publicado en La Republica el 29.4.08.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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