Bitácora
El Perú y Chile necesitan de una política común respecto a Bolivia
José Rodríguez Elizondo
José Rodríguez Elizondo, analista y diplomático chileno, sostiene que el reclamo de Bolivia por acceso al mar es motivo de discordia entre Santiago y Lima. Propone enfoque "trilateral" para este tema. Entrevista: Emilio Camacho.
En enero de este año, cuando el Perú demandó a Chile ante la Corte de La Haya, usted dijo que nuestro país había ganado, en términos futbolísticos, el primer tiempo de este proceso, pues no había generado ninguna situación de conflicto. ¿Cómo estamos ahora?
Que un Estado inicie un pleito contra otro Estado es algo muy grave en política exterior. Por lo tanto, llegar a la Corte Internacional de Justicia supone un proceso previo donde se deben sortear muchos precipicios. Yo suelo poner como ejemplo el caso del Beagle (histórico desencuentro que se centraba en tres islas pequeñas en la entrada Este del Canal de Beagle: Picton, Nueva y Lennox, en el extremo sur de Chile y Argentina). Cuando Chile tenía toda la razón jurídica después del laudo arbitral de su majestad británica, Argentina declaró totalmente nulo ese laudo, y Chile dijo "vamos a la Corte Internacional de Justicia". Ante esto, Argentina respondió "vamos a la guerra". En el caso del Perú y Chile, ambos países tuvieron un comportamiento tenso en un asunto muy grave, pero este concluyó con el menor de los males: la solución ante la Corte Internacional.
¿Qué diferencia ve en el estilo de los presidentes Toledo y García al encarar el conflicto con Chile?
Veo una diferencia paradójica. Para mí Alan García es uno de los presidentes más doctrinarios que hay en América Latina, porque sigue la doctrina aprista. Y no solo es un seguidista de la doctrina, sino que la crea. Yo soy un estudioso del presidente García, y me duele mucho que las dos veces que ha llegado a la presidencia del Perú, haya llegado con la mejor intención pero que terminara en un pleito grave. En 1985 llegó a la presidencia ofreciendo una excelente relación con Pinochet, cosa que alarmó mucho a los sectores de extrema izquierda de Chile; pero en el camino, en 1986, se le cruzó un proyecto de negociación de frontera marítima más equitativa. Toledo fue mucho más allá de la negociación. El estableció una ley interna sobre posicionamiento de bases...
...La ley de líneas de base sobre las que se traza nuestro dominio marítimo…
Esa. Con esa ley, el Perú dijo jurídicamente: este mar me pertenece. Entonces, automáticamente desapareció la posibilidad de negociar. Esa es la principal diferencia entre Alan García y Alejandro Toledo.
Tal como están las relaciones entre Perú y Chile, ¿cuál puede ser un elemento integrador?
En el origen de todo esto, está la cláusula del Tratado del 29, que establece lo que los bolivianos llaman "la cláusula candado". En 1975 hubo una negociación entre Bolivia y Chile para otorgar al primero una salida al mar por un corredor que pasaba por el norte de Arica, previa consulta con Perú. Pero yo sé que eso nunca lo va a aceptar el Perú. Yo tengo la teoría de que para evitarse este problema vino el tema de la frontera marítima poco equitativa, y con ello la demanda. Muchos de mis amigos analistas peruanos creen que no hay ninguna relación, pero deberían preguntar a los bolivianos si no hay ninguna relación. Ellos saben que si ahora obtienen una salida al mar, saldrían a un mar en pleito.
Con la demanda nos alejamos de Bolivia, pero aún no me dice qué hacer para acercamos con Chile
Es que sucedió la peor de todas las posibilidades. Esa cláusula nos puso en una especie de sociedad tácita para evitar que Bolivia interfiriera en nuestra relación, para que se mantuviera para siempre la frontera Perú-Chile; pero como Bolivia nunca se va a quedar tranquila, recurrentemente hemos tenido la aspiración de este país chocando con nuestra relación bilateral.
Como usted lo pinta, no hay solución. El Perú ha presentado su demanda a Chile y está concentrado en eso, no en Bolivia.
Sí, pero si Perú y Chile entienden cuál es el factor que los irrita, ambos se pueden poner de acuerdo para que no suceda más. Por ejemplo, tiene que haber una política común de Perú y Chile sobre Bolivia. Mientras ambos países sigan diciendo que este es un asunto bilateral de Chile y Bolivia, los dos países seguirán enfrentándose. Esa es la paradoja.
¿Chile aspira a tener política común con Perú respecto de Bolivia? Parece que Santiago quiere una relación especial con La Paz, a espaldas de Lima.
Bueno, cada vez que Bolivia pregunta al Perú sobre la salida al mar, este responde que "es un tema bilateral". Ambos países siguen con ese juego. Mi país está profundamente equivocado al pensar que este asunto es bilateral, cuando realmente es trilateral. Pero, ojo, yo no digo que sea un tema trilateral equilátero, sino diferenciado. Primero se ponen de acuerdo Perú y Chile, y luego viene Bolivia.
En el Perú hay rechazo rotundo a la posibilidad de vender gas a Chile. ¿Cómo se ve eso en Santiago?
Yo creo que hemos retrocedido dramáticamente de los intentos integracionistas de los años '50. El peruano tiene una economía de mercado, pero dice: "Yo no le quiero vender a Chile". Y en Chile, por su parte, aseguran: "Podemos comprar en otra parte". Los dos nos estamos engañando. Un país productor de energía que tiene un comprador seguro al lado, prefiere esa seguridad; mientras que un necesitado de energía que tiene al vendedor al lado, es absurdo que vaya a Indonesia a comprar el gas. Entonces, entre chilenos y peruanos no estamos siendo francos.
Publicado en La República
, Perú, el 15 de agosto de 2008.
Bitácora
Nobel para dos
José Rodríguez Elizondo
En esta epoca de noticiarios dramatizados, la resurrección de Ingrid Betancourt marcó una vuelta a la realidad-real. Ella conmovía sin necesidad de guión previo, edición posterior ni entrevistador experto en inducir sollozos. Bastaba enfocar sus ojos húmedos, su sonrisa triste, su elegancia natural, para que se nos impusiera como una personalidad genuinamente carismática.
En simultánea estaba el audio, es decir, sus conceptos. Como si hubiera preparado este acto emocional de masas durante seis años de tortura, su mensaje convocaba a la paz, la democracia y los derechos humanos. En cuanto a las formas, sugería bajar los decibeles de la agresividad retórica, para no pasar de las armas de la crítica a la crítica de las armas. Todo esto acompañado de señales que daban cuenta de una convicción profundamente cristiana, antagónica con el “odio movilizador” que predicaba el Ché Guevara, icono de sus secuestradores. Eso sobrecoge, incluso a quienes no tenemos el don de la fe.
Por eso, no necesito hacer un análisis prolijo para asumir que Betancourt es una candidata natural al Premio Nobel de la Paz, más allá de su calidad de víctima representativa. Me siento interpretado por la iniciativa de Michelle Bachelet y me parecería mezquino sospechar oportunismo o simpatías de género. Tampoco quiero pensar en ningún candidato alternativo … aunque –excúseme Presidenta- sí estoy pensando en un candidato paralelo.
Porque sucede que la resurrección no vino desde el cielo, sino desde quien, ideologías aparte, tenía el deber de defender su Estado, tanto de las FARC como de quienes se entrometían en la política colombiana buscando rating. En esa línea, dicho actor supo resistir la intrusidad de por lo menos cuatro presidentes, entre los cuales uno –insultante y matonesco- se subió por el chorro para exigirle que considerara a los secuestradores como una fuerza legítimamente beligerante.
Alvaro Uribe, debió tragar un ejército de sapos y hasta palmotear a quienes le aserruchaban el piso, para poder concentrarse en su deber fundamental. Y lo hizo ejerciendo la fuerza con inteligencia y sin jactancia,, para rescatar a los rehenes, evitar la imagen de empate con las FARC y mantener la democracia… por imperfecta que ésta sea. Además, en la hora del éxito, supo resistir la tentación del show mediático, para compartir la buena nueva con su ministro del tema, los altos mandos militares y policiales, los rehenes liberados y, por cierto, la estelar Ingrid. Tanta fue su eficiencia, que algunos tontones creyeron que todo fue obra de los norteamericanos (¡sonríe, Jimmy Carter!) o de los israelíes.
Lo demás vino por añadidura. Quien lo insultó, hoy lo llama “hermano”, Fidel Castro dice que nunca quiso a las FARC. Voceros de éstas, por su lado, tratan de menoscabar la hazaña con argumentos para subcapacitados, mientras preparan el potro de su inquisición contra los presuntos infiltrados.
En los años 70 hubo un Nobel de la Paz irrisorio: el de Henry Kissinger. Un oprobio en la historia del Premio. Para hacerlo tragable se lo dieron junto con su homólogo vietnamita Le Duc Tho quien, dignamente, lo rehusó. Creo que hoy llegó la hora de la rectificación positiva, dando el Nobel a una pareja genuinamente complementaria y –mérito adicional- de distintas posiciones políticas. En justicia, un Nobel de la Paz para Betancourt no se entendería con omisión de Uribe quien, asumiendo grandes riesgos políticos, supo sacarla del infierno.
Publicado en La Tercera el 11 de julio 2008.
Bitácora
Cien años de Allende
José Rodríguez Elizondo
El pasado 28 de junio, para su primer centenario, Salvador Allende lució más reconocido que nunca en su país. Por una parte, es el reflejo en diferido de un recoocimiento mundial. Por otra, es mérito de la dignidad de su viuda Tencha y la devoción de sus hijas Isabel y Carmen Paz.
Entre ambos factores, la historia de Chile, con anclaje en el número simbólico, siguió acercándose a dos verdades: La primera es de Pero Grullo: Allende es el chileno más universal nacido en la larga y angosta faja. La segunda, es una proporcionalidad inversa: su lenta emergencia pos mortem fue el correlato de la lenta sepultación, en vida, que sufrió Augusto Pinochet. Demasiado demoró el país oficial en aceptar la diferencia abismal entre un héroe civil y un dictador inescrupuloso.
Concedamos que Allende ya tiene un monumento frente a La Moneda y eso no es insignificante. Lo malo es que, estéticamente, es un símbolo anodino, burocrático, sin el soplo épico que merecía su muerte de patricio romano. Tal vez resultó así porque en los homenajes de inicios de la transición también hubo “cuoteo”, y cuando éste llega se acaba la poesía.
Por eso, tienen razón quienes advierten que Allende sigue siendo un incordio oculto en las cúpulas políticas- ello explicaría el déficit de iniciativas –incluso en términos de mercado- para dedicarle lugares públicos y mostrar a los turistas “sus lugares”. Según la tradición, es “el pago de Chile” a sus mejores hijos, comenzando por el padre de la patria. Bernardo O’Higgins no sólo murió en su exilio peruano; sus enemigos lograron atrasar por décadas el retorno de sus restos.
Actualmente, también llevamos décadas tratando de convencer a quien corresponda, para que nuestro aeropuerto internacional pase a llamarse “Pablo Neruda”. Por contraste, ahí están los pocos días que demoramos en cambiar el nombre del Estadio Nacional, para homenajear a un gran periodista deportivo fallecido.
Profundizando en esa realidad rara, ese día del centenario se realizó un acto de homenaje a Allende, frente a La Moneda, convocado por la Concertación gobernante y el Partido Comunista, hoy fuerza extrasistémica. Notablemente, el único orador no interrumpido ni insultado fue el jefe comunista. Los demás fueron abucheados, sin exceptuar al presidente del Partido Socialista, al que perteneciera Allende.
Mi amiga periodista Lidia Baltra lamentó esa intolerancia y explicó que se trataba de jóvenes inexpertos en el ejercicio democrático y descontentos con la gestión de la Concertación. Personalmente, solidarizo con esa queja y trato de complementar esa explicación: creo que la agresividad de esos jóvenes obedece al contraste percibido entre un Allende que cumplió a tope con su responsabilidad política -“pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”- y los políticos actuales, de cualquier color.
Estos, en el gobierno o en la oposición, suelen excusar sus chapuzas diciendo, con pose altiva: “asumo mi responsabilidad política”. Pero, si son de gobierno, lo más responsable que suelen hacer es cambiar de escritorio. Si son de oposición, lo más seguro es que sus correligionarios recuerden, ipso facto, las cosas horribles que pasaron en el gobierno de Allende…
Termino llamando la atención sobre el singular homenaje de Fidel Castro. Este hizo por Allende lo más que puede hacer quien se autoconsidera infalible y a quien García Márquez definiera como “el peor perdedor que he conocido”: se desdijo. Aceptó, con 35 años de atraso, que el líder chileno murió fuera del guión que él le había diseñado y que suicidarse no siempre es una mariconada contrarrevolucionaria.
Entre ambos factores, la historia de Chile, con anclaje en el número simbólico, siguió acercándose a dos verdades: La primera es de Pero Grullo: Allende es el chileno más universal nacido en la larga y angosta faja. La segunda, es una proporcionalidad inversa: su lenta emergencia pos mortem fue el correlato de la lenta sepultación, en vida, que sufrió Augusto Pinochet. Demasiado demoró el país oficial en aceptar la diferencia abismal entre un héroe civil y un dictador inescrupuloso.
Concedamos que Allende ya tiene un monumento frente a La Moneda y eso no es insignificante. Lo malo es que, estéticamente, es un símbolo anodino, burocrático, sin el soplo épico que merecía su muerte de patricio romano. Tal vez resultó así porque en los homenajes de inicios de la transición también hubo “cuoteo”, y cuando éste llega se acaba la poesía.
Por eso, tienen razón quienes advierten que Allende sigue siendo un incordio oculto en las cúpulas políticas- ello explicaría el déficit de iniciativas –incluso en términos de mercado- para dedicarle lugares públicos y mostrar a los turistas “sus lugares”. Según la tradición, es “el pago de Chile” a sus mejores hijos, comenzando por el padre de la patria. Bernardo O’Higgins no sólo murió en su exilio peruano; sus enemigos lograron atrasar por décadas el retorno de sus restos.
Actualmente, también llevamos décadas tratando de convencer a quien corresponda, para que nuestro aeropuerto internacional pase a llamarse “Pablo Neruda”. Por contraste, ahí están los pocos días que demoramos en cambiar el nombre del Estadio Nacional, para homenajear a un gran periodista deportivo fallecido.
Profundizando en esa realidad rara, ese día del centenario se realizó un acto de homenaje a Allende, frente a La Moneda, convocado por la Concertación gobernante y el Partido Comunista, hoy fuerza extrasistémica. Notablemente, el único orador no interrumpido ni insultado fue el jefe comunista. Los demás fueron abucheados, sin exceptuar al presidente del Partido Socialista, al que perteneciera Allende.
Mi amiga periodista Lidia Baltra lamentó esa intolerancia y explicó que se trataba de jóvenes inexpertos en el ejercicio democrático y descontentos con la gestión de la Concertación. Personalmente, solidarizo con esa queja y trato de complementar esa explicación: creo que la agresividad de esos jóvenes obedece al contraste percibido entre un Allende que cumplió a tope con su responsabilidad política -“pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”- y los políticos actuales, de cualquier color.
Estos, en el gobierno o en la oposición, suelen excusar sus chapuzas diciendo, con pose altiva: “asumo mi responsabilidad política”. Pero, si son de gobierno, lo más responsable que suelen hacer es cambiar de escritorio. Si son de oposición, lo más seguro es que sus correligionarios recuerden, ipso facto, las cosas horribles que pasaron en el gobierno de Allende…
Termino llamando la atención sobre el singular homenaje de Fidel Castro. Este hizo por Allende lo más que puede hacer quien se autoconsidera infalible y a quien García Márquez definiera como “el peor perdedor que he conocido”: se desdijo. Aceptó, con 35 años de atraso, que el líder chileno murió fuera del guión que él le había diseñado y que suicidarse no siempre es una mariconada contrarrevolucionaria.
Bitácora
¿Quién le pone el cascabel a Lenin?
José Rodríguez Elizondo
Mijail Gorbachov planteó, hace poco, la necesidad de dar cristiana sepultura a la momia de Lenin. Sin embargo, nada hizo cuando tuvo el poder para intentarlo.
Esa momia está en su mausoleo de granito rosáceo, frente al Kremlin, desde 1924 y fue la literal plataforma del poder soviético. Sobre su azotea se alineaban los más altos funcionarios del Partido, desde Stalin a Gorbachov, para presidirlo todo. Y aunque hoy llegan a verla muchos simples turistas -como los que van a ver momias al Museo Británico- también siguen llegando comunistas nostálgicos de todo el mundo.
Es el símbolo de una revolución que, lejos de ser atea, como proclamaron sus ideólogos, se implantó como una religión alternativa. Paradójicamente, eso confirmó el aserto de Lenin: "igual como no podemos juzgar a un individuo por lo que piensa de sí, no podemos juzgar a estas épocas de revolución por su conciencia".
La explicación final (es decir, primera) está en Karl Marx, el profeta judío que anunció la sociedad sin clases y sin Estado. En ese nuevo paraíso terrenal, el hombre, camarada del hombre, no tendría necesidad de ser gobernado por superior alguno. Según los exégetas del profeta, el mesías del anuncio surgiría del mundo industrializado. Sin embargo, nació en la Rusia agraria y se llamó Vladimir Illich Ulianov, hasta antes del inicio de su prédica clandestina. De ahí en adelante sería conocido como Lenin. Su mensaje, pese a contener innovaciones de fuste -entre ellas, la potenciación del Estado- mantuvo la lealtad litúrgica mediante un dogma ad-hoc: "la doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta".
A la muerte de Lenin, el ex seminarista Stalin dispuso la fusión de la revolución con la escatología, la codificación de los textos sagrados y la mutación del Partido Comunista en una Iglesia universal, con su clero, santos, renegados, herejes y mártires. A partir de esa reingeniería, el Kremlin devino una réplica roja del blanquiamarillo Vaticano.
El testimonio de esa nueva fe, llamada marxismo-leninismo, sería la presencia eterna de Lenin ante los feligreses, en una reformulación audaz de la idea de los faraones. En vez de esconder su momia en en catacumbas o en bóvedas secretas, bajo pirámides de piedra, debía estar visible, en el corazón de la capital sagrada.
Sucedió, así, algo que sólo los poetas pudieron explicar. Más exactamente, un poeta como León Felipe, en una poesía como Parábola:
Había un hombre que tenía una doctrina. / Una gran doctrina que llevaba en el pecho./
Una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco./ La doctrina creció y tuvo que meterla en un arca de cedro. / En un arca como la del Viejo Testamento./ Y el arca creció y tuvo que llevarla a una casa muy grande./ Entonces nació el templo. /Y el templo creció./ Y se comió al arca de cedro, al hombre y a la doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco.
En esos versos está la clave de toda política practicada en términos de fe. Por eso, Gorbachov (ayer) y el binomio Putin-Medveyev (hoy), saben que desalojar la momia equivale a desmontar la unidad metafísica de Marx con Lenin, de ambos con Dios y de esa trinidad con la vieja Rusia de los iconos. Es decir, saben que bajo su piel reseca está agazapado el temible gato de la fábula. Ese que vivía rodeado de ratoncitos temerosos, que querían ponerle un cascabel, pero ninguno se atrevía.
Antes de proponer la audacia, Gorbachov debió preguntar quién se atreve a desalojar a Lenin de su mausoleo en la Plaza Roja.
Publicado en La Republica el 24.6.08.
Bitácora
Conflicto y negocios
José Rodríguez Elizondo
En el prólogo de su novela El mundo de Maquiavelo (1994), Alan García escribió: “todos estaremos obligados a cambiar y a revisar lo que antes pensábamos”. En su segunda presidencia lo está aplicando. Ya no es el eslabón perdido entre Fidel Castro, el socialista revolucionario; Salvador Allende, el socialista en transición revolucionaria, y Felipe González, el socialista liberal sin revolución. Se las está jugando por profundizar la apertura económica iniciada por Fujimori y seguida por Toledo, así como nuestra Concertación mantuvo, en lo esencial, “el modelo” de Pinochet.
Con esto, el Perú está experimentando la transformación propia de un país capaz de sostener una política económica en el largo plazo. Su crecimiento anual del 9 %, convoca la participación de los inversionistas globales, chilenos comprendidos. Lo último fue previsto e incentivado por García desde su toma de posesión, bajo forma de “competencia con Chile”.
Suponía, quizás, que una relación interempresarial activa le permitiría soslayar el conflicto propio de una demanda por la frontera marítima. Por eso dijo, por boca de su canciller, que “Toledo maltrató gratuitamente la relación con Chile”. Hoy, con la demanda como hecho consumado, trata de perseverar en esa estrategia, pero por “cuerdas separadas”. Ese es el marco en el cual debe decodificarse su carta al alto empresariado chileno.
Ayer, Carlos Ferrero, ex presidente del Congreso y duro impulsor de la demanda ante la Haya como ministro de Toledo, insistió en que los chilenos saben que “la preponderancia económica de un país vecino genera una influencia política” y volvió a acusar al Presidente por su “actitud concesiva” hacia nuestro país. Dejó en claro, sobre esa base, que dicha demanda fue fruto de “la presión de la opinión pública”. Es un indicio de que la consistencia en el manejo de la economía peruana no coincide con la domesticación del nacionalismo duro, que sigue privilegiando el conflicto sobre los negocios.
Publicado en La Tercera el 22.6.08.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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