Bitácora
Chávez, en el estreno de Unasur
José Rodríguez Elizondo
Para infortunio de Bolivia, la reunión de hoy de Unasur no estará focalizada en la solidaridad respecto a sus graves problemas internos, sino en su gran problema externo. Es decir, en Hugo Chávez.
Mala suerte para los bolivianos, para Unasur y para nosotros, que ponemos la sede y la imagen de nuestra Presidenta. Hasta el observador más ingenuo percibe que, en vísperas de sus elecciones regionales, Chávez quiere usar el encuentro para remontar el bajón de pupularidad en que cayó desde tapabocas del Rey de España. Baste señalar que, con su exquisito descuido de las formas, hasta se adelantó a Bachelet para informar sobre la convocatoria.
Su método es el mismo: aprovechar una crisis vecinal para polarizar todo lo polarizable y después, si algo falla, imitar al capitán Araya (que embarca a su gente y se queda en la playa). Recordemos que, cuando fuerzas colombianas atacaron un santuario Farc en Ecuador, insultó al Presidente de Colombia y puso tropas venezolanas en la frontera. Así cortó cualquier intento de arreglo entre Rafael Correa y Alvaro Uribe. Luego, cuando la OEA y Lula pusieron una dosis de cordura, descubrió que Uribe era su hermano palmoteable y lo invitó a Caracas, ante el ¡plop! amurrado de Correa.
En este caso ha ido un pelín más lejos. Apenas Evo Morales expulsó al embajador de los EE.UU, Chávez hizo lo propio con el que tenía en Caracas, mostró bombarderos estratégicos rusos en los cielos de Venezuela, entró en dura polémica con el jefe del Ejército de Bolivia y pasó del insulto personalizado a George W. Bush al insulto colectivizado a los “yanquis de mierda”. Como para demostrar que él no le teme ni al diablo, que también manda en Bolivia y que Morales debiera pensarlo cuatrocientas veces antes de negociar cualquier arreglo con sus opositores politicos y regionales o con el gobierno de los EE.UU.
Era razonable, entonces, que los convocados independientes no mostraran entusiasmo por esta reunión. Lula, Uribe y Alan García sospechan que Chávez quiere montar un escenario contra “el imperio”, colgándose de Morales, aprovechando que Bush es un “pato cojo” y asumiendo que Cristina Fernández está entre sus colegas-clientes. Por algo su marido es hoy candidato para liderar Unasur, con el patrocinio de Chávez (el mismo marido que, dicho sea de paso, se comió el fiasco de la Operación Emanuel).
En el fiel de la balanza quedan, más visibles que nunca, José Miguel Insulza, Bachelet y Lula. El pánzer, porque el grueso intervencionismo de Chávez en Bolivia y la agresión verbal a los EE.UU dejaron a su OEA con poco juego de ruedas. Nuestra Presidenta, porque siempre cuidó la relación con Chávez y no sólo por ideologismo. Ella sabe que, desde el supuesto apoyo de Ricardo Lagos al golpe frustrado de 2002, el socialismo chileno está en la libreta negra del venezolano y eso ya se vio en su manipulación de la aspiración marítima de Bolivia. Lula, porque hasta ahora había lucido paciencia y sabiduría ante los desafíos de Chávez. Eludió choques que parecían cantados, demostrando que el histrionismo vale menos que la fuerza tranquila y que el peso geopolítico de Brasil supera a los pesos petroleros.
Sin embargo, parece que Chávez ahora sobrepasó los límites de Lula. No sólo porque sacó de cuajo a Morales de la órbita peruano-brasileña tradicional. Además, porque se está quedando sin gas. Esto hace que tenga mucho interés en una solución real para Bolivia y muy poco en los éxitos electorales del líder venezolano.
Lindo estreno para Unasur.
Publicado en La Tercera el 15.9.08.
Bitácora
Sangre de hermanos
José Rodríguez Elizondo
De vez en cuando surgen algunos chilenos y peruanos para quienes el legado histórico no es maniqueo y debe dejar de ser pasional. Afortunadamente.
En la poesía, está la mano tendida de Neruda: “sube a nacer conmigo, hermano”, llama al habitante del Perú profundo. Vargas Llosa, bucea en la complejidad de lo real con manifiestos y ensayos que, de puro sensatos, suenan provocativos. A falta de esos ”nuevos historiadores” que han surgido en escenarios tan conflictivos como Israel, hay quienes producen miniseries para la televisión, como Epopeya, que se censuran antes de ser exhibidas.
El común denominador de esos productos es la convicción de que no podemos dedicar el presente a cultivar los rencores del pasado, dejando escapar el futuro. En ello hay un reproche tácito a nuestros liderazgos: demoramos casi medio siglo –período equivalente al de toda la Guerra Fría- para formalizar el tratado de paz y amistad … y seguimos igual.
¿Y esto a propósito de qué?
Pues, porque la nomenclatura de los integracionistas (no quiero decir “pacifistas”) acaba de enriquecerse con un nombre que será importante. Se trata del escritor y médico peruano Ignacio López-Merino, con su flamante novela Sangre de hermanos, (Planeta, 2008) desafiantemente enmarcada entre la toma del morro de Arica y la batalla de Huamachuco.
Es una novela histórica, que puede inscribirse en la categoría que abriera Tolstoi con La guerra y la paz. Al mismo tiempo, es una excelente ilustración del aserto balsaciano, en cuanto historia privada de una nación. Bajo la piel de sus personajes, late la percepción de que los enfrentamientos en el Perú son plurales: en la provincia, en la gran capital, entre las etnias, contra Chile. Unos son informales, otros tan terriblemente formales como la guerra.
Pero de ahí no se desprende que ésta sea una necesidad recurrente de los pueblos, equivalente a una sangría medicinal. Aparece como una perversión misteriosa y acumulativa, que se ideologiza de distintas maneras y en cuya virtud el poder político expropia la vida de los ciudadanos.
Por eso, los serranos de esta obra repiten la convicción de los comuneros de Ciro Alegría: la guerra es un pleito de blancos, entre el dictador Piérola y el general Chile. Por eso, la chilena Nati disfruta su vida en Lima, con marido militar peruano, cuando hablar de Chile era “referirse a un país con una historia común y aliado en una reciente disputa con los españoles”.
Por eso, el general Andrés Avelino Cáceres y el almirante Patricio Lynch tienen rostro humano, como jefes que cumplen sus roles y no como maquetas heroicas o esperpénticas. Por eso, en fin, los horrores son de la guerra y sólo secundariamente de sus ejecutores directos.
Aclaro: no es una novela didáctica. Su estructura tiene un alarde notable, que sólo se descubre en la última página. Sus personajes principales se sostienen solos y quedan en la memoria desde sus distintas redes sociales. En la informal comunidad de la alta narrativa peruana, permite evocar novelas tan señeras como El mundo es ancho y ajeno, Los cachorros, Un mundo para Julius, Los ríos profundos,Redoble por Rancas y el cuento Los moribundos.
En resumidas cuentas, el valor de esta obra no está en las tesis ni en las convicciones morales, sino en la imaginación con nobleza y con futuro. Por eso, al conmover compromete y muestra que, si la Historia de la guerra devino narrativa que encoleriza, corresponde a la novela recuperar la serenidad perdida.
Gracias, doctor López-Merino.
Publicado en La República el 2.9.08.
Bitácora
Osetia y el destino de la ONU
José Rodríguez Elizondo
Cuando cayeron los muros, muchos creímos –con Javier Pérez de Cuéllar a la cabeza– que llegaba el momento de recoger los dividendos de la paz. La ONU tenía la vida por delante. Su Consejo de Seguridad, en vez de ser un candado exclusivo para enemigos estratégicos, sería el abrelatas mágico de la seguridad colectiva.
La esperanza comenzó a temblequear en 1990, cuando Irak invadió Kuwait. Se sostuvo porque el secretario general de la ONU maniobró para que los invasores fueran golpeados solo entre su expulsión de Kuwait y su retorno a casa. Es decir, impidió que George H. W. Bush terminara con Sadam Hussein. Con esto, se ganó el amurramiento del Presidente norteamericano y el rencor de su hijo menos ilustrado. A George W. jr. no le pareció bien que el jefe de una burocracia internacional impidiera a su papá ejecutar el destino manifiesto de los EEUU.
Como la historia es una novela, pronto ese hijo llegó a la presidencia de los EEUU y pudo cumplir la asignatura pendiente. Sus soldados entraron a Bagdad para quedarse y Sadam fue ahorcado porque, al margen de su prontuario estable, se había hecho patísima de Bin Laden (lo que no era cierto) y venía acumulando armas de destrucción masiva (que nunca aparecieron). De yapa, Bush jr. explicó al mundo que así se defendían o se inventaban las democracias. Tácitamente, eso nunca habría podido hacerlo la ONU, entrampada en la boba realidad del multilateralismo.
Para alivio de George W., ya no había en la ONU un secretario general respondón, como el que le tocó a su padre. El Consejo de Seguridad había puesto en ese lugar al ghanés Kofi Annan, quien venía de los rangos administrativos de la Organización. Como tal, conocía la trama burocrática al dedillo, pero carecía de la independencia que suelen dar los altos cargos nacionales en el área de la política exterior. De hecho, no osó decir a nadie que el concepto "guerra de la ONU" era aberrante.
Órgano que no se usa se atrofia, dicen los que saben. El mundo ha visto, estos días, la guerra de Rusia contra Georgia, con epicentro en Osetia y… la paralogización total de la ONU y su secretario general coreano. Son los jefes políticos de los Estados Unidos y la Unión Europea quienes han intervenido ante el georgiano Mijail Saakashvili y la dupla rusa Medvedev-Putin (o Putin-Medvedev), para tratar de poner coto a la violencia. Paralelamente, los analistas concuerdan en que la eficacia del ataque ruso y la frialdad de la dupla para resistir la presión se debieron a que Georgia no alcanzó a introducirse al territorio sagrado de la OTAN. Su calidad de país miembro de la ONU no se mencionó para nada.
Todo esto muestra un diseño semiconocido: Rusia antagonizando con los Estados Unidos, China construyendo su hegemonía propia con vitrina en Beijing y la Unión Europea como actor "comodín". Esto se parece mucho al equilibrio del poder surgido en el siglo 18, con imperios que se medían antes de entrar en guerra y guerras que se hacían para recuperar el equilibrio.
¿Y cual será el rol de la ONU en este diseño que viene cuajando?
Como saben los estudiosos de la historia, los Estados con vocación imperial no necesitan árbitros estables que les cuiden el equilibrio. Si lo semiaceptaron entre 1945 y 1989, fue porque la amenaza nuclear, en condiciones de antagonismo ideológico, no era ninguna tontería. Pero ahora, con la Guerra Fría en los archivos y el mercado global a la vista, ya pueden acogerse a la utopía tradicional: marginarse de cualquier sistema internacional para constituirse ellos mismos en El Sistema.
Mientras tanto, la ONU seguirá buscando su destino.
Publicado en La Republica el 19.8.08
La esperanza comenzó a temblequear en 1990, cuando Irak invadió Kuwait. Se sostuvo porque el secretario general de la ONU maniobró para que los invasores fueran golpeados solo entre su expulsión de Kuwait y su retorno a casa. Es decir, impidió que George H. W. Bush terminara con Sadam Hussein. Con esto, se ganó el amurramiento del Presidente norteamericano y el rencor de su hijo menos ilustrado. A George W. jr. no le pareció bien que el jefe de una burocracia internacional impidiera a su papá ejecutar el destino manifiesto de los EEUU.
Como la historia es una novela, pronto ese hijo llegó a la presidencia de los EEUU y pudo cumplir la asignatura pendiente. Sus soldados entraron a Bagdad para quedarse y Sadam fue ahorcado porque, al margen de su prontuario estable, se había hecho patísima de Bin Laden (lo que no era cierto) y venía acumulando armas de destrucción masiva (que nunca aparecieron). De yapa, Bush jr. explicó al mundo que así se defendían o se inventaban las democracias. Tácitamente, eso nunca habría podido hacerlo la ONU, entrampada en la boba realidad del multilateralismo.
Para alivio de George W., ya no había en la ONU un secretario general respondón, como el que le tocó a su padre. El Consejo de Seguridad había puesto en ese lugar al ghanés Kofi Annan, quien venía de los rangos administrativos de la Organización. Como tal, conocía la trama burocrática al dedillo, pero carecía de la independencia que suelen dar los altos cargos nacionales en el área de la política exterior. De hecho, no osó decir a nadie que el concepto "guerra de la ONU" era aberrante.
Órgano que no se usa se atrofia, dicen los que saben. El mundo ha visto, estos días, la guerra de Rusia contra Georgia, con epicentro en Osetia y… la paralogización total de la ONU y su secretario general coreano. Son los jefes políticos de los Estados Unidos y la Unión Europea quienes han intervenido ante el georgiano Mijail Saakashvili y la dupla rusa Medvedev-Putin (o Putin-Medvedev), para tratar de poner coto a la violencia. Paralelamente, los analistas concuerdan en que la eficacia del ataque ruso y la frialdad de la dupla para resistir la presión se debieron a que Georgia no alcanzó a introducirse al territorio sagrado de la OTAN. Su calidad de país miembro de la ONU no se mencionó para nada.
Todo esto muestra un diseño semiconocido: Rusia antagonizando con los Estados Unidos, China construyendo su hegemonía propia con vitrina en Beijing y la Unión Europea como actor "comodín". Esto se parece mucho al equilibrio del poder surgido en el siglo 18, con imperios que se medían antes de entrar en guerra y guerras que se hacían para recuperar el equilibrio.
¿Y cual será el rol de la ONU en este diseño que viene cuajando?
Como saben los estudiosos de la historia, los Estados con vocación imperial no necesitan árbitros estables que les cuiden el equilibrio. Si lo semiaceptaron entre 1945 y 1989, fue porque la amenaza nuclear, en condiciones de antagonismo ideológico, no era ninguna tontería. Pero ahora, con la Guerra Fría en los archivos y el mercado global a la vista, ya pueden acogerse a la utopía tradicional: marginarse de cualquier sistema internacional para constituirse ellos mismos en El Sistema.
Mientras tanto, la ONU seguirá buscando su destino.
Publicado en La Republica el 19.8.08
Bitácora
Aclarando con pena
José Rodríguez Elizondo
La vida me convirtió en peruanista sin que me diera cuenta. Hoy lo entiendo mejor, porque añoro la reserva de Paracas y me emociono con Todos vuelven. Gracias a Nicomedes Santa Cruz descubrí que era la mejor canción de cualquier exilio y lamento no habérselo dicho a César Miró, la única vez que lo tuve cerca.
Por lo mismo, disfruto cada vez que regreso a la capital virreinal para comer rico, saludar a los primos y recorrer a los amigos entrañables. Lo acabo de hacer, pero esta vez volví a casa con una cierta tristeza. Podría definirla diciendo que, quizás con una excepción, esos amigos siguen siendo lo que eran, excepto en su talante vecinal.
En efecto, ellos seguían fieles al lema señorial que me regaló el más europeo: “debemos mantener la fraternidad dentro de las naturales discrepancias que demandan nuestras lealtades”. Pero ahora las discrepancias se habían bunkerizado. No socavaban la fraternidad, pero borraban la transparencia, como si un padre autoritario hubiera aumentado su lista de tabús: “en la mesa no se habla de política, religión ni límites marítimos”.
Fue como si el espejismo de que “la Corte dirá quien tiene la razón”, bloqueara la necesidad de seguir razonando o buscando acuerdos. Como si, cansados de arrastrar la mala onda binacional, quisieran creer que juristas extranjeros harán la tarea que no hicimos en casi ochenta años. Como si peruanos y chilenos estuvieramos condenados a vivir otros cien años mirándonos con recelo.
Esto afirma mi convicción de que el gran error de nuestros gobiernos fue imponerse un objetivo pos bélico demasiado modesto: contentarse con la opción de paz del Tratado de 1929, en lugar de empujar la opción de amistad. Paz quisimos y paz tenemos. Una paz fría y mala, recurrentemente pinchada por la aspiración marítima de Bolivia, que hoy nos vuelve a sumergir en un pleito de fronteras.
Para no caer yo también en la opacidad, confieso que mi tristeza tiene anclaje personal: las cinco líneas con cuatro errores que me dedica, en su último libro, Juan Miguel Bákula, a quien mucho respeto por el rigor intelectual de su obra anterior. En esas líneas descalifica ¡por sospechas! mi hipótesis de que el planteamiento peruano de 1986, sobre frontera marítima, se vincula con los acuerdos de Charaña de 1975 (corredor boliviano por Arica). Al efecto, rebaja mi “hipótesis” a “intuición”, le parece “teledirigida desde otros miradores”, supone que la planteé con el “recóndito propósito” de maltratar su gestión ante el canciller de Chile y define ese dañado propósito como el de “reactivar la demanda marítima boliviana”.
Lamentable por siete razones: 1) porque, según mi hipótesis, esa gestión fue responsabilidad política del Presidente García y no del embajador Bákula, 2) porque adjudica a García una motivación compleja, que comprendía la de “disuadir” una nueva demanda boliviana sobre Arica, 3) porque “disuadir” es lo contrario de “reactivar”, 4) porque el libro pionero del almirante Faura, de 1977, también asume la variable boliviana, 5) porque es impensable que Torre Tagle haya ignorado esa implicancia, 6) porque toda descalificación ad hominem rebaja la calidad de la argumentación y 7) porque formulé mi hipótesis desde la independencia política y las libertades académica y periodística, pudiendo decir lo mismo que dice Bákula de sí: “lo expuesto es de mi exclusiva responsabilidad y no refleja criterios que no sean los de mi propia manera de pensar”.
Como los amigos conversan sus sospechas, antes de publicarlas, esta aclaración a posteriori ha sido un deber penoso, exento de cualquier disfrute intelectual.
Publicado en La Republica 5 de agosto 2008.
Bitácora
El Fantasma del Aislamiento
José Rodríguez Elizondo
José Rodríguez Elizondo en el difícil momento de las relaciones con Chile y el vector boliviano en el triángulo. Entrevista de Enrique Chávez en la revista peruana Caretas.
Como casi todos los años, José Rodríguez Elizondo volvió a pasar por Lima porque “los amigos también hay que regarlos”. También realizó entrevistas con miras a su próximo libro que tratará la historia de la delimitación marítima entre su país, Chile, y el Perú.
La demanda peruana presentada recientemente en la Corte Internacional de La Haya motivó que Rodríguez Elizondo viera sus opiniones sobre la materia envueltas en controversia. De hecho, en los altos mandos de la Cancillería peruana se considera que su hipótesis descrita más abajo envía a Bolivia el siguiente mensaje: “el Perú bloquea nuestro entendimiento con Chile”. Para la línea imperante en Torre Tagle, este último es el país que siempre imposibilitará la salida al mar del vecino altiplánico. Rodríguez Elizondo defiende, en cambio, su opción de “trilateralismo compartido”.
Este conocedor del Perú que vivió aquí exiliado varios años y trabajó en la redacción de CARETAS acaba de coeditar el libro “¿Qué pasa en América Latina?: Realidad y política económica de nuestra región”, que es una compilación de conferencias de personajes chilenos que participaron en un reciente diplomado. Rodríguez Elizondo incluyó un ensayo sobre el estado de las relaciones vecinales en su país y ese fue el pie de la siguiente conversación.
–En la conferencia del ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea, Oswaldo Sarabia, me llamó la atención que considere imposible la seguridad compartida en la región.
Es la amistad bilateral o multilateral lo que se está tratando de conseguir. El Tratado de 1929 plantea en una cláusula una opción de paz y mi amigo Juan Miguel Bákula dice que no la hemos ejercido. Yo digo que lo que hemos tenido es una opción de paz, pero fría. Si somos realmente valientes tenemos que ir a una opción de amistad. Cuando la ejerzamos estaremos en condiciones de hablar de seguridad compartida. Con Argentina estamos llegando a ese nivel. Tenemos unidades armadas de acción conjunta internacional y una serie de actividades que demuestran una gran confianza política: buques argentinos que se reparan en astilleros chilenos, cadetes que viajan a la escuela de Esmeralda.
–¿Es correcto afirmar que Bachelet no ejerció grandes cambios a la política exterior de Lagos que usted criticó?
Es un realismo decepcionado. Durante los gobiernos de Toledo y Lagos las relaciones se deterioraron de una manera muy fuerte, hasta la delimitación marítima, según la visión peruana, y redelimitación marítima, según mi visión. La demanda de un Estado contra otro Estado es un asunto muy grave. No es un reclamo de cobranza de cheques. El tema se planteó en el primer gobierno de García como un proyecto de negociación. El pecado de Pinochet fue haberlo dejado en el aire. Por lo tanto, en el Perú se asumió como un tema pendiente. La negociación no es lo que uno quiere, es lo que quieren ambos. Pasaron varios años y la relación Lagos-Toledo se emponzoña definitivamente con la ley de bases marítimas. Allí se acabó la posibilidad de negociar. García llega al poder por segunda vez y se encuentra con que ya no puede plantear una propuesta de negociación.
-Pero García comienza su segundo mandato y manda esa ley al desván para plantear en cambio una relación franca y abierta con Chile. En el libro reconoce que Bachelet no aprovechó esa rama de olivo como se debía. Fue la ley Arica-Parinacota lo que arruinó la situación.
Hay dos cosas. Primero, AGP llega con esta rama de olivo predicando el cariño y la amistad. Pero García está acosado por el nacionalismo belicista de Humala y por una nueva variante representada por Carlos Ferrero y Manuel Rodríguez que quieren ejercer la demanda.
–¿Lo último no tiene mucho que ver con la penetración económica chilena en el Perú?
Mucho que ver porque en el fondo Carlos es un leninista. Está en el libro El imperialismo, etapa superior del capitalismo. Mira a los chilenos como imperialistas en el sentido de Lenin. Se lo he dicho. Alan García está presionado y manda una señal que tuvo que ser agarrada al toque por Michelle Bachelet. Ella no tiene la experiencia de García y esto sucede al comienzo de los mandatos de los dos. García llega con un período presidencial encima, una sabiduría renovadora y autorectificante. Pero se producen errores de lado y lado.
Yo tengo una tesis de fondo: siempre está el factor boliviano catalizando los momentos de malas relaciones. Si tú tomas los peores momentos de la relación Chile-Perú, siempre han estado de por medio las relaciones con Bolivia. Esto abona a una tesis que yo tengo. No las FFAA ni la Cancillería, como han querido decir algunos amigos. Para que Chile y Perú marchen como deben tiene que haber medidas de confianza. Que no solo son la entrega de libros y ni siquiera la eventual devolución del Huáscar. Medida de confianza se llama política común de Chile y Perú con respecto a Bolivia. No es un triángulo equilátero, es un trilateralismo diferenciado. Esta tesis me ha traído incomprensiones porque hay quienes se preguntan de dónde viene. Pero los académicos también tenemos derecho a formularlas.
–Esa triple relación está hoy marcada por la crisis energética chilena. Habla de la necesidad de “desgasificar” las relaciones.
Para Chile la penuria energética tiene un peso estratégico. No es solo que no pueda garantizar mi ducha caliente todas las mañanas. Se trata de que la economía del país depende de la energía. Estamos en una situación que es aprovechada desde el punto de vista estratégico y militar. El ex presidente boliviano Carlos Mesa dijo, bueno, señores de Argentina, les vendo todo el gas que ustedes quieran si no le venden una sola molécula a Chile. Es la mentalidad de bloqueo, que es una medida parabélica. Pero si lo tomas desde el punto de vista de la economía de mercado que queremos desarrollar, ¿por qué no venderle gas a Chile? Allí tienen un cliente cercano que les da una seguridad de pago y la posibilidad de buenos precios. En Chile hay quienes dicen, si no nos quieren vender los peruanos compramos en Indonesia. Lo cual es freudiano.
–Pero Argentina tiene vacíos los gasoductos hacia Chile. En Bolivia y Perú también hay resistencia. ¿Cuánta responsabilidad de esto le compete a su país?
–Ese es un tema fascinante: el fantasma del aislamiento. Yo creo que con Alan García se iba a romper por primera vez esta sensación. Él entendía un poco mejor la psicología de los chilenos. Somos un país altivo. Altanero, dicen otros. En sus crónicas Luis Alberto Sánchez dice que los chilenos pueden pelear mucho entre ellos pero cuando se trata del país son terriblemente patriotas.
–En su ensayo narra cómo el embajador Hernán Couturier fue a Bolivia con el objetivo de desmontar la zona económica exclusiva que Lagos ofrecía entonces a ese país. Para usted, Alejandro Toledo empujó a Bolivia a un “maximalismo sin sentido”. ¿La relación se salió de las manos?
A los dos. Creo que Toledo y Lagos manejaron muy mal la situación. Lagos perseveró en pensar que podía tener una gran relación con Bolivia manteniendo al margen al Perú. Entonces se elaboró este sistema de la Zona Económica Exclusiva (ZEE). No puede haber una relación directa Chile-Bolivia que no hiera la susceptibilidad del Perú. Bolivia fue producto de una maniobra geopolítica de Bolívar y Sucre. Siempre habrá un cordón umbilical. Por eso insisto en el trilateralismo diferenciado. Ahí estuvo el error de Lagos. Y es por eso Couturier fue obedeciendo instrucciones de Torre Tagle para deshacer la idea de la ZEE y ofreció el gasoducto a los bolivianos incluso con un hipotético subsidio peruano porque los costos eran mayores. Y los bolivianos se quedaron sin ZEE y sin gasoducto.
–A pesar de todo, Perú y Chile deberían estar más cerca por la naturaleza política de sus gobiernos. ¿Cuánto se puede salvar a estas alturas?
García es un doctrinario aprista que se encuentra en Chile con una socialista y puede pasar a la historia como el presidente que deja en su peor momento las relaciones peruano-chilenas. Esto me sirve para decir una cosa muy heterodoxa: si hubiera mejor diplomacia en los dos países no llegaríamos a esta situación, en la que un juez de La Haya nos va a decir a dos Estados supuestamente maduros lo que debemos hacer.
–¿Las cancillerías se quedaron cortas?
–Están resignadas a la fatalidad. Por muchas cuerdas separadas que haya. Otro punto: ¿qué va a pasar después del fallo? La mala relación va a seguir igual o peor. Desde el punto de vista jurídico, Chile no tiene nada que ganar. Si pierde un litro de agua va a haber descontento. Si pierde Perú va a quedar igual que antes, es decir, con la sensación de que le ha sido escamoteada una posición vital. Después de La Haya se va a alejar más la opción de amistad.
–¿Y cómo evalúa la relación entre los dos actuales cancilleres?
Creo que Joselo García Belaunde es un hijo muy ortodoxo de Torre Tagle. Es un discípulo de Carlos García Bedoya, de quien no podría decir que era antichileno.
–¿Qué papel jugó Foxley?
Es un tipo un poco incomprendido porque habla poco. Pero es uno de los chilenos más inteligentes en política. Es brillante. Ya pasó el período de aprendizaje de todo canciller que no ha pertenecido al aparato. Tengo una gran admiración por él y debería conocerse mejor con Joselo.
–Parece que en los momentos de crisis Foxley no es muy comunicativo.
–Tal vez porque Foxley es muy británico y Joselo muy limeño. Si hay una distancia grande entre Londres y Lima, se aventó ahí. (Enrique Chávez)
Entrevista publicada en la revista Caretas el 24 de julio de 2008.
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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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