Bitácora
El canciller de Alan García
José Rodríguez Elizondo
Me gustó cuando José Antonio García Belaunde –Joselo, para abreviar- llamó a callar a los suyos y a esperar que la Pascua nos diera a todos un duchazo de cariño cristiano. ¡Esa es escuela diplomática! me dije.
Hoy creo que me apresuré en comentármelo. Dos días después, el mismo Joselo declaraba que los chilenos debíamos derogar la ley especial del cobre. Esta significaba, dijo, más armamento para nuestros militares y ponía en peligro la paz regional. Es decir, hizo lo mismo que había reprochado a su colega Alejandro Foxley: hablar sobre un tema delicado de la otra soberanía nacional.
Entonces me pregunté (yo converso mucho comigo mismo) ¿que diablos habría dicho Joselo si, en vez de pedir silencio y paz cristiana, hubiera llamado a seguir la polémica? ¿Qué castigo medieval habría pedido para un general Izurieta chacotero, paseado en andas por sus oficiales, por haber dicho –es un suponer- que el baile del alcatraz es chileno?
Tras ese ejercicio con mi sombra, descubrí que el sorprendido principal, en la especie, no era yo ni mi otro yo, sino Alan García. Si recién no más había conminado a terminar con los dimes y diretes. Y hasta tuvo un gesto fino hacia Michelle Bachelet, adhiriendo a su propuesta de un Nobel para Ingrid Betancourt.
¿Es que el mandatario dejó de ser obedecido ?
Lo planteo maximalistamente pues, incluso antes de estallar el conflicto del brindis macabro, el general Donayre ya no cotizaba a su ministro de Defensa ni al Fiscal Anticorrupción. Este lo había citado siete veces para que diera cuenta de unos cuantos miles de galones extraviados de combustible. Después, García mismo sufrió el desacato, cuando ni siquiera consideró su “petición” de guardar silencio.
Pero eso no es todo. Poco antes debió cambiar de ministros, porque ciertos “chuponeos” (escuchas telefónicas subrepticias) destaparon un preocupante tráfico de influencias a su alrededor, con epicentro en un viejo camarada. Así, el fantasma de su primera administración comenzó a sacudirlo por las solapas, pues también entonces se le desmandaba el personal. La diferencia, en contra, es que ahora no puede llamar a la vieja caballería aprista al rescate. El patriarca Armando Villanueva tiene más de 90 años y es muy crítico con sus camaradas más jóvenes.
Como los particulares estamos para opinar sobre el mundo ancho, ajeno y soberano, yo creo que García debíera sacar una lección general y otra específica del episodio Donayre. La primera, entender que los buenos ejércitos garantizan mejor la política exterior que los ejércitos politizados, y que su excelencia no se consigue ocultando falencias. Lo digo, porque él reprendió a Allan Wagner, su anterior ministro de Defensa, cuando éste dijo cosas claras sobre el horrible legado militar de Fujimori. Aplicando el dicho “ojos que no ven, corazón que no siente”, le advirtió que esas franquezas encorajinaban a los militares de los países vecinos.
La lección específica es terminar con la diplomacia presidencial propia del subdesarrollo. Esa en cuya virtud los grandes jefes -espontáneos y simpáticos- encuentran cargante actuar a través de intermediarios y piensan que basta tomar un teléfono para hacer que los estropicios se esfumen.
Dos riesgos comprobados tiene esa diplomacia. Uno, equivocar el mensaje y/o que el interlocutor lo decodifique mal. El otro, contagiar a los prudentes diplomáticos de carrera, sacándolos de su quicio profesional.
El primer riesgo ya está inscrito en las bitácoras de García y Bachelet. El segundo, quedará en la hoja de servicios de Joselo canciller.
Publicado en LA TERCERA el 11.12.08 .
Hoy creo que me apresuré en comentármelo. Dos días después, el mismo Joselo declaraba que los chilenos debíamos derogar la ley especial del cobre. Esta significaba, dijo, más armamento para nuestros militares y ponía en peligro la paz regional. Es decir, hizo lo mismo que había reprochado a su colega Alejandro Foxley: hablar sobre un tema delicado de la otra soberanía nacional.
Entonces me pregunté (yo converso mucho comigo mismo) ¿que diablos habría dicho Joselo si, en vez de pedir silencio y paz cristiana, hubiera llamado a seguir la polémica? ¿Qué castigo medieval habría pedido para un general Izurieta chacotero, paseado en andas por sus oficiales, por haber dicho –es un suponer- que el baile del alcatraz es chileno?
Tras ese ejercicio con mi sombra, descubrí que el sorprendido principal, en la especie, no era yo ni mi otro yo, sino Alan García. Si recién no más había conminado a terminar con los dimes y diretes. Y hasta tuvo un gesto fino hacia Michelle Bachelet, adhiriendo a su propuesta de un Nobel para Ingrid Betancourt.
¿Es que el mandatario dejó de ser obedecido ?
Lo planteo maximalistamente pues, incluso antes de estallar el conflicto del brindis macabro, el general Donayre ya no cotizaba a su ministro de Defensa ni al Fiscal Anticorrupción. Este lo había citado siete veces para que diera cuenta de unos cuantos miles de galones extraviados de combustible. Después, García mismo sufrió el desacato, cuando ni siquiera consideró su “petición” de guardar silencio.
Pero eso no es todo. Poco antes debió cambiar de ministros, porque ciertos “chuponeos” (escuchas telefónicas subrepticias) destaparon un preocupante tráfico de influencias a su alrededor, con epicentro en un viejo camarada. Así, el fantasma de su primera administración comenzó a sacudirlo por las solapas, pues también entonces se le desmandaba el personal. La diferencia, en contra, es que ahora no puede llamar a la vieja caballería aprista al rescate. El patriarca Armando Villanueva tiene más de 90 años y es muy crítico con sus camaradas más jóvenes.
Como los particulares estamos para opinar sobre el mundo ancho, ajeno y soberano, yo creo que García debíera sacar una lección general y otra específica del episodio Donayre. La primera, entender que los buenos ejércitos garantizan mejor la política exterior que los ejércitos politizados, y que su excelencia no se consigue ocultando falencias. Lo digo, porque él reprendió a Allan Wagner, su anterior ministro de Defensa, cuando éste dijo cosas claras sobre el horrible legado militar de Fujimori. Aplicando el dicho “ojos que no ven, corazón que no siente”, le advirtió que esas franquezas encorajinaban a los militares de los países vecinos.
La lección específica es terminar con la diplomacia presidencial propia del subdesarrollo. Esa en cuya virtud los grandes jefes -espontáneos y simpáticos- encuentran cargante actuar a través de intermediarios y piensan que basta tomar un teléfono para hacer que los estropicios se esfumen.
Dos riesgos comprobados tiene esa diplomacia. Uno, equivocar el mensaje y/o que el interlocutor lo decodifique mal. El otro, contagiar a los prudentes diplomáticos de carrera, sacándolos de su quicio profesional.
El primer riesgo ya está inscrito en las bitácoras de García y Bachelet. El segundo, quedará en la hoja de servicios de Joselo canciller.
Publicado en LA TERCERA el 11.12.08 .
Bitácora
Historia personal de la diplomacia
José Rodríguez Elizondo
Cuando no había televisión y las “cuñas” se llamaban refranes, siervos y señores tenían solo ideas redondas sobre el mundo plano. Si un pregonero decía, por ejemplo, que “en el país de los ciegos el tuerto es rey”, los del reino vecino se ofendían al toque. Si el enojo era moderado, respondían con un refrán verseado que reflejaba ecuanimidad: en este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira / todo es del color / del cristal con que se mira”. Si el enojo era mayor, podían contraatacar diciendo que “el número de los tontos es infinito”.
A medida que las sociedades fueron complejizándose, los refranes quedaron cortos y los reyes necesitaron conocer mejor los designios de sus colegas. Así nació El Embajador, correveidile con uniforme que transmitía, en exclusiva, lo que su señor quería decir y saber. Pero, pronto se descubrió que este invento también tenía insuficiencias. Por exceso o déficit de incondicionalidad –por demasiado sobón o demasiado objetivo–el Embajador solía quedar en descubierto. Entonces, para licuar su responsabilidad en un colectivo, se dedicó a contratar ayudantes que le prepararan sus entrevistas, tomaran sus dictados y mantuvieran sus archivos. Así nació el servicio diplomático.
Incidentalmente, la palabra “diplomacia” viene de “diploma” y éste –según su raíz griega– era una hoja de papel doblada en dos. Tal era la forma que adoptaban los documentos oficiales, casi los únicos para los cuales se utilizaba papel escriturable. A su vez, esos diplomas generaron ese curioso método de intercomunicación diplomática, mediante el cual cada parte reproduce lo que ha dicho o preguntado su contraparte, antes de replicar o responder. Como resultado, un diálogo diplomático ortodoxo es tóxicamente repetitivo, pero a prueba de malentendidos.
Muchos piensan que, en este mundo de la comunicación instantánea, ese método quedó obsoleto. Sin embargo, eso también depende del cristal con que se mire. Si un jefe de Estado privilegia la certeza y seguridad en materia de relaciones internacionales, delegará los contactos en su canciller, y este recurrirá a su servicio diplomático para que formalice los intercambios. Si privilegia la rapidez, prescindirá del canciller e inventará la diplomacia presidencial. Esta consiste en liberarse de los intermediarios diplomáticos, so pretexto de que suelen llegar temprano a los cócteles, pero tarde a la información.
Aclaro, en este punto, que me estoy refiriendo a la diplomacia presidencial en los países subdesarrollados. En las grandes ligas, los jefes de Estado privilegian la certeza con seguridad y solo aparentan interactuar en vivo y en directo. Saben, por desarrollada experiencia, que una sola palabra malinterpretada puede caerles en la nuca, como un boomerang de fierro. Su diplomacia presidencial supone guiones preparados cuidadosamente por sus cancillerías, que ellos solo recitan o interpretan.
Por eso, la diplomacia presidencial genuina es la de nuestros presidentes. Criollos, espontáneos y simpáticos, les carga interactuar por escrito y a través de intermediarios. Prefieren ganar tiempo y demostrar, de paso, lo inútiles que son nuestras cancillerías. Incluso cuando las papas queman, creen que les basta tomar un teléfono y decir “aló, colega”, para hacer que las cosas marchen o sigan marchando sobre ruedas.
Lo único malo es que, si equivocan el mensaje o éste es mal decodificado, esas ruedas pueden ser de carreta o sonar como las de los carros blindados.
Publicado en La República el 9.12.2008.
A medida que las sociedades fueron complejizándose, los refranes quedaron cortos y los reyes necesitaron conocer mejor los designios de sus colegas. Así nació El Embajador, correveidile con uniforme que transmitía, en exclusiva, lo que su señor quería decir y saber. Pero, pronto se descubrió que este invento también tenía insuficiencias. Por exceso o déficit de incondicionalidad –por demasiado sobón o demasiado objetivo–el Embajador solía quedar en descubierto. Entonces, para licuar su responsabilidad en un colectivo, se dedicó a contratar ayudantes que le prepararan sus entrevistas, tomaran sus dictados y mantuvieran sus archivos. Así nació el servicio diplomático.
Incidentalmente, la palabra “diplomacia” viene de “diploma” y éste –según su raíz griega– era una hoja de papel doblada en dos. Tal era la forma que adoptaban los documentos oficiales, casi los únicos para los cuales se utilizaba papel escriturable. A su vez, esos diplomas generaron ese curioso método de intercomunicación diplomática, mediante el cual cada parte reproduce lo que ha dicho o preguntado su contraparte, antes de replicar o responder. Como resultado, un diálogo diplomático ortodoxo es tóxicamente repetitivo, pero a prueba de malentendidos.
Muchos piensan que, en este mundo de la comunicación instantánea, ese método quedó obsoleto. Sin embargo, eso también depende del cristal con que se mire. Si un jefe de Estado privilegia la certeza y seguridad en materia de relaciones internacionales, delegará los contactos en su canciller, y este recurrirá a su servicio diplomático para que formalice los intercambios. Si privilegia la rapidez, prescindirá del canciller e inventará la diplomacia presidencial. Esta consiste en liberarse de los intermediarios diplomáticos, so pretexto de que suelen llegar temprano a los cócteles, pero tarde a la información.
Aclaro, en este punto, que me estoy refiriendo a la diplomacia presidencial en los países subdesarrollados. En las grandes ligas, los jefes de Estado privilegian la certeza con seguridad y solo aparentan interactuar en vivo y en directo. Saben, por desarrollada experiencia, que una sola palabra malinterpretada puede caerles en la nuca, como un boomerang de fierro. Su diplomacia presidencial supone guiones preparados cuidadosamente por sus cancillerías, que ellos solo recitan o interpretan.
Por eso, la diplomacia presidencial genuina es la de nuestros presidentes. Criollos, espontáneos y simpáticos, les carga interactuar por escrito y a través de intermediarios. Prefieren ganar tiempo y demostrar, de paso, lo inútiles que son nuestras cancillerías. Incluso cuando las papas queman, creen que les basta tomar un teléfono y decir “aló, colega”, para hacer que las cosas marchen o sigan marchando sobre ruedas.
Lo único malo es que, si equivocan el mensaje o éste es mal decodificado, esas ruedas pueden ser de carreta o sonar como las de los carros blindados.
Publicado en La República el 9.12.2008.
Bitácora
Ex diplomático, analista internacional y periodista, es muy serio pero también tiene su lado divertido: dibuja caricaturas de actualidad. Los muros del escritorio, en su casa, están cubiertos de esos ingeniosos "pepemonos". Le pedimos que haga uno del general peruano Donayre pero, con la mano derecha enyesada, debe conformarse con decir lo que haría:-Donayre gritando a voz en cuello y a Alan García diciéndole "¿Por qué no te callas, Donayre"? Abogado, profesor de Relaciones Internacionales, ex embajador en Israel, fue Fiscal de la Corfo en el gobierno de Allende, lo que pagó con exilio: "Por instrucción del Presidente tuve que estatizar la banca". Casado con Maricruz Gómez de la Torre (hija de peruanos), con quien tiene dos hijos y un nieto, entre sus trofeos no sólo hay cuadros de grandes pintores, también el Premio de Periodismo Rey de España. Con 19 libros publicados, en marzo lanzará "La Historia de la frontera marítima Chile-Perú". Entrevista de Raquel Correa.
-Una de sus obras es "Chile-Perú, el siglo que vivimos en peligro". ¿Todavía vivimos en peligro?
-Estamos siempre en peligro, porque hemos tratado de llevar las relaciones de manera bilateral en un problema trilateral. Si queremos la fiesta en paz, tiene que ser reconocido el tema como trilateral porque siempre habrá un tercero en discordia: Bolivia. El pleito de la frontera marítima con Perú es la reacción en diferido del "abrazo de Charaña". Para que nunca más Bolivia pudiera pretender territorio ex peruano, se demandó el mar que correspondía a ese territorio.
-¿Hay peligro de guerra?-
Toda relación bilateral que tiene conflictos tiene un mínimo y un máximo. Lo mínimo es manejar el conflicto mediante soluciones pacíficas; el máximo, la guerra. Con Perú hemos vivido en peligro de conflicto armado durante 100 años, después de la guerra que se solucionó malamente.
-Pero Chile ganó ese territorio en la guerra.
-Esa es la teoría realista del poder, según la cual la victoria confiere derechos. Eso duró jurídicamente hasta los años 40, cuando la Carta de la ONU proscribió la guerra como método de solución de controversias.Cada vez que se plantea un tema de soberanía -marítima o territorial- se produce el peligro de que no se maneje dentro de cauces pacíficos. Uno sabe cómo se inician los conflictos, pero no cómo terminan. En 2005 hubo un momento de mucho peligro, cuando Toledo aprobó la Ley de Líneas de Base del Dominio Marítimo y Lagos tuvo lo que "El Mercurio" llamó sobrerreación. Hubo sobrerreacción y, como tal, quemó la posibilidad de disuasión. El gobierno de Lagos manejó mal el tema.
-Usted dice que la política exterior chilena "es secreta". ¿Qué significa?
-Parto de la base de que la política exterior de un país es pública. Pero en Chile se ha convertido en secreta porque hemos tenido casos en que los Presidentes ni siquiera conversan con los Cancilleres para definir situaciones. Lo que estamos viendo hoy es un conflicto en que ha operado la diplomacia presidencial, sin la previa preparación de la diplomacia ordinaria. En toda América Latina piensan que diplomacia presidencial es prescindir de las Cancillerías. La excepción es Brasil. Y Perú, excepto en este momento: Alan García actuó con la diplomacia presidencial subdesarrollada.
-¿En qué momento?
-Cuando convoca a su gabinete y llama a Michelle Bachelet para disculparse por las palabras del Comandante en Jefe del Ejército. No creo que eso haya sido propuesto por Torre Tagle: es demasiado burdo.
-¿Qué opina de la reacción de la Presidenta de darse por satisfecha con esa explicación, ignorando que estaba ante todo su gabinete?
-Aquí hubo exceso de astucia de Alan García y falta de malicia de nuestra Presidenta. Ella no se dio el tiempo necesario. Debió decir "le agradezco su deferencia, pero voy a consultar con mi Canciller y le respondo apenas pueda". Actuó de buena fe, pero le faltó la intuición de que estaba siendo objeto de una jugada. La diplomacia se inventó para que no antagonizaran, frente a frente, los Jefes de Estado: una especie de parachoques. En la dictadura luchaba la diplomacia militar con la profesional. Resultado: casi guerra con Argentina.
-Se dice que gracias a Pinochet nos salvamos de la guerra con Argentina.
-Pinochet manejó bien el conflicto una vez creado, pero tuvo mucha culpa en la creación del conflicto. No supo manejar los tiempos. Cuando tuvimos el fallo arbitral favorable no debió aceptar que se fijara de inmediato la línea de bases en la proyección marítima. Debió darse un tiempo para que Argentina asumiera esta derrota diplomática. Los argentinos dijeron que el laudo era "insanablemente nulo". Un diplomático con experiencia, si se hubiera atrevido, le habría dicho a Pinochet "esperemos uno o dos añitos".
-¿A la Cancillería chilena le falta profesionalismo?
-Le falta una barbaridad de profesionalismo. Primero, los cuadros superiores -equipos directivos, jefes superiores y más de la mitad de los embajadores- cambian en cada gobierno. Ahora no tenemos ni el cedazo del Senado para nombrar a los embajadores.
-¿Partidario de sólo diplomáticos de carrera?
-La meta estratégica es que siempre sean diplomáticos de carrera, salvo en el cargo de ministro. Una diplomacia profesional es esencial para la seguridad nacional que tiene dos alas: una para hacerse amigos y otra para evitar que nos ataque el enemigo. Tan importante como tener FF.AA. profesionales es tener diplomacia profesional.
-De los últimos años, ¿a quiénes señalaría como los mejores?
-Frei nombró cancilleres profesionales. Carlos Figueroa venía de hacer una excelente gestión en Argentina, nuestro vecino estratégico fundamental; José Miguel Insulza y Juan Gabriel Valdés. Lagos no logró cancilleres expertos. Tal vez pensaba que sabía todo lo que había que saber de política exterior. Nombró a Soledad Alvear, que fue una excelente ministra de Justicia, y a su lado puso a un especialista: Heraldo Muñoz. Los choques entre ambos eran diarios, así que la jugada fracasó.
-¿Y ahora?
-Tengo una gran impresión de Foxley. Está en la estrategia de la política exterior desde la época de Aylwin. Es considerado el padre del regionalismo abierto. Como ministro de Hacienda tuvo gran participación con Enrique Silva Cimma y la política exterior se llevó entre RR.EE. y Hacienda sin conflictos. La política exterior comercial fue diseñada por Hacienda. Foxley logró gran expertisse a partir de su cargo en Hacienda.
Donayre "dejó en muy mal pie a su presidente"
Rodríguez Elizondo destaca que "Alan García tiene un carisma impresionante y una gran preparación académica. Estudios de posgrado de ciencia política y spciología; tiene libros de verdad. Entre ellos una novela: "El Mundo de Maquiavelo".
-¿Y es maquiavélico?
-Es maquieveliano. Especialista en Maquiavelo.
-¿Es una anécdota la de Donayre o algo grave?
-Lo que debió quedar como anécdota de un general chacotero que nos agrede en un brindis, debió manejarse por canales diplomáticos para apagarlo poco a poco, pero se transformó en un conflicto a nivel de Jefes de Estado.
-¿Chile debió llamar a su embajador de inmediato?
-No. Pienso que Alan García nos ganó la batalla por la información. No pensó cómo le molestaría a Michelle Bachelet el escenario que había montado. Hablar en ese escenario y decirle ambiguamente que Donayre salía del cargo, lo que ella entendió que sería un castigo... Con buen manejo diplomático y buena información, esto debió quedar como anécdota. El procedimiento montado por García debió ser reparado por su Canciller: un buen diplomático tendría que haber pensado que se sabría que estaba todo el gabinete escuchando el llamado telefónico.
-Donayre se defiende diciendo que habló en privado.
-Había dos cámaras grabando. Y civiles y altos oficiales. ¿Quién le cuida las espaldas a Donayre cuando dice cosas graves y por qué se demoró tanto en llegar a YouTube? ¿Algún enemigo lo hizo llegar o se puso él para convertirse en figura política, lo que está sucediendo?
Comenta que sus amigos peruanos le dicen que Donayre "es muy inteligente e intelectualmente muy preparado". Yo pensaba que era un chacotero frívolo. Esa batalla política la ganó él. Dejó en muy mal pie a su Presidente. El que debe estar más preocupado es Ollanta Humala. Compiten en lo mismo: el nacionalismo con base militar". Alan García debió darse cuenta que esto iba contra su política de cuerdas separadas: que mientras se está pleiteando en La Haya, Chile y Perú deben tener las mejores relaciones. Antes que nada, por lo que dijo contra un vecino estratégico, debió pedirle la renuncia (a Donayre). Después llamar a la Presidenta Bachelet para darle explicaciones y decirle que lo había dado de baja. No haberlo hecho refleja que no marcha bien su relación con la principal fuerza: el Ejército.
-¿Chile no debió romper relaciones con Perú?
-Sería darle en el gusto a los extremistas del Perú, los enemigos de Chile. Coincido con José Antonio García Belaúnde, quien dice "esperemos que pase la Pascua". El conflicto ahora lo tiene Alan García: este general puso en aprietos a su Presidente; le tiró un torpedo a su política exterior más importante: su política vecinal. Perú tiene un grave problema. Así que esperemos que pase la Pascua...
Entrevista publicada en El Mercurio el 7 de diciembre 2008.
Bitácora
Conflicto internacional causa general chacotero
José Rodríguez Elizondo
A continuacióin, el texto completo de mi análisis sobre el "caso Donayre". Fue publicado en versión resumida en el diario La Tercera, el 30.11.2008.
Cuando el comandante general peruano Edwin Donayre lanzó su brindis célebre, con la consigna de enviar a los chilenos de vuelta a su país en cajones o bolsas de plástico, no pensó que sería paradigmático desde tres puntos de vista: respecto a la desigual relación entre Alan García y Michelle Bachelet, a la dificultad para sostener la política de cuerdas separadas chileno-peruana y a la complicada relación de Alan García con sus propios militares.
Sobre lo primero, un ligero esfuerzo de imaginación permite asomarse a la reacción rápida y maquiaveliana de García, respecto al video con esas “expresiones infelices”, como las calificó el canciller peruano José A. García Belaunde. Si el presidente peruano fue el primero en conocer dicho estropicio, tenía una ventaja táctica: sorprender con la información a su colega chilena y darle de inmediato las explicaciones consiguientes. Así ganaría el quien vive a Fabio Vío –el recién instalado embajador de Chile- y, gracias a su gesto, podría abortar una eventual ruptura de la política de cuerdas separadas. Sobre esas bases, hasta dispuso el escenario de su llamado telefónico a Bachelet: lo haría en presencia de sus ministros.
Bachelet, que atendió el llamado directo e intempestivo de García en medio de sus actividades agendadas, reaccionó tal como había previsto el peruano. En vez de darse tiempo antes de asumir un compromiso –le habría bastado decir “pediré informe a mi canciller y le devuelvo el llamado de inmediato”-, agradeció ser informada por su propio colega, aceptó sus excusas, escuchó que Donayre pasaría a retiro y dio por superado el incidente. Por cierto, ella ignoraba dos cosas: que la estaban escuchando los ministros convocados por García y que el retiro del general no era una sanción, sino el resultado de un expediente de retiro que contemplaba el 5 de diciembre como fecha de cese de funciones.
Este episodio afecta la política de cuerdas separadas por una razón elemental: ésta se sostiene, en último término, en la buena fe de ambos jefes de Estado. Se supone que ambos deben imponerla a sus agentes y que les está vedado usar trucos para burlarla. En este caso, parece evidente que el muy experimentado García burló la buena fe de Bachelet, sobre la base de su mejor manejo de las “diabluras políticas”.
Trampa semántica
Las secuencias inmediatas comprobaron que la mala astucia no paga. Cuando los medios informaron que Donayre quedaría impune y que Bachelet había caído en una trampa semántica, el incidente se reposicionó y en peor forma que si hubiera transcurrido por los carriles diplomáticos normales.
En la mañana del 28 de noviembre, el canciller Foxley declaró que la Presidenta dio por superado el incidente “en la medida en que este señor (Donayre) pase a retiro y eso todavía no ha ocurrido”. En la tarde, la Secretaría General de Gobierno emitió una declaración que enfatizaba el malestar de Bachelet. Su primer párrafo señala que ante la gravedad de las ofensas de Donayre, “el gobierno de Chile reitera que ellas no sólo son inapropiadas, ofensivas e inamistosas, sino que no se compadecen con las relaciones que ambos países, en razón de su vecindad, procuran mantener”. A continuación, explica que la Presidenta esperaba que el pase a retiro de Donayre “tuviera un efecto reparador y no fuera la consecuencia de una decisión administrativa prevista con antelación”. Termina expresando que, sobre tales bases, el gobierno chileno “no estima oportuna la visita a nuestro país del ministro de Defensa del Perú prevista en razón de la Exponaval”.
En el Perú, las autoridades y los medios rizarían el rizo según los reflejos del nacionalismo irreductible. Estos calificaron la reacción de Foxley como una “pataleta” y el ministro de Defensa, Antero Florez Araoz, “recordó” que era facultad de García fijar la fecha de salida de Donayre. Es decir, en lugar de ver el episodio como un caso de pésimo diálogo interpresidencial, quisieron entenderlo como la pretensión de la presidenta chilena de fijar pautas al presidente peruano, respecto a la fecha de retiro de Donayre. Pronto el episodio que dio origen a todo esto quedó atras, para ser sustituido por una áspera disputa entre las autoridades de ambos países
Por último, el caso confirma la fragilidad de la relación de García con sus propios militares. Es que, además del legado maligno que dejó Fujimori en el sector, el presidente peruano no se ha caracterizado por avanzar prudentemente en materia de reinstitucionalización de esos servicios estratégicos A la inversa, ha mostrado una debilidad imprudente, que comenzó a evidenciarse con su llamado de atención al ex ministro de Defensa Allan Wagner: le reprochó decir en voz alta que los militares peruanos seguían en déficit, pues los vecinos estaban escuchando.
El caso Donayre, en definitiva, demostró que García no cuenta con el mínimo necesario de lealtad y/o responsabilidad de los mandos que él mismo ha designado. Baste pensar que los comandantes generales de Toledo esperaron pasar a retiro, para decir públicamente lo que pensaban sobre Chile.
Sobre esa base, los pilares de la buena fe y militar de la política de cuerdas separadas se han revelado poco firmes. La prueba de fuerza a que los sometió Donayre, un jefe militar “chacotero” según propia confesión, han dejado a esa política con muy poco espacio por delante.
Bitácora
La aspiración castrista de Bachelet
José Rodríguez Elizondo
Michelle Bachelet suele decirlo y le sale simpático: “yo no estoy aquí para darme gustitos”.
Pero, dando en la yema del gustito a los machistas, con su prejuicio sobre la volubilidad femenina, siempre da pábulo para demostrar que su frase no es autosustentable. Así, su anunciado viaje a Cuba, para ver a Fidel Castro en chandal (si se puede), difícilmente refleja una necesidad o un interés político de Chile. Más bien, es su “aspiración”, como dice el funcionariado cubano con semántica exactitud.
Obviamente, la oposición aliancista está en contra y prepara su artillería. Pero, en la Concertación gobiernista tampoco estiman que sea una visita imprescindible. La Democracia Cristiana le está poniendo palitos de fósforo en el camino: “bueno, pero también visite a los disidentes, pues”. En el PPD, quizás consulten a Ricardo Lagos, sujeto de sarcasmos en los burladeros de los hermanos Castro y de Hugo Chávez. Los radicales, pese a los precoces méritos de Julio Stuardo, nunca estuvieron en el santoral isleño. En el Partido Socialista hay cuentas secretas –y muy gordas- con “el líder máximo”. Comienzan con su aserruchada de piso a Salvador Allende y tienen como último hito a Tencha Bussi. La digna viuda, de acuerdo con la dirección de Camilo Escalona, encaró al mismísimo Fidel, en 1996, desafiándolo a convocar a elecciones. En definitiva, sólo Alejandro Navarro y los extrasistémicos comunistas –tan ninguneados antaño por Castro- estarían dispuestos a decir que es una visita de patria o muerte.
Hay que reconocer que Bachelet elige un buen momento táctico: último año nadie se enoja, George W. Bush se acabó y Obama anuncia un nuevo trato a la isla. También puede poner sobre la mesa la gratitud por el apoyo a los exiliados chilenos e invocar las visitas a La Habana de los próceres de la Alianza. ¡Si va la derecha y sus empresarios ...¿ por qué no iría ella?
Todo esto confirma la fuerza cincuentenaria del mito castrista. Pero, al menos en este caso, de poco serviría sin el funcional romanticismo “bolche” de la Presidenta. Por su formación ideológica semiclandestina, en contextos de crisis y desde la mera base, su corazoncito sigue anclado en el izquierdismo misionero-guerrillero, de raigambre sesentista. Lejos está de la centrificación política global de la pos guerra fría.
Su desfase se manifiesta como lealtad compacta con las grandes causas de su juventud. Bachelet 2008 sigue viendo en Castro la leyenda de los años 60 y le sería durísimo leer la demitificante novela de Marcos Aguinis La pasión según Carmela. En esa línea. olvida el intrusismo boliviánico y la vocación autocrática de Chávez, para privilegiar su retórica sobre un “socialismo del siglo XXI”. Recuerda la guerra de Vietnam desde la consigna guevarista (“crear dos, tres, muchos Vietnam”), sin reparar en la opción desideologizante de los gobiernos vietnamitas, clave de su posterior inserción en las economías de la Apec. No oculta su buen recuerdo de los años vividos en la Alemania de Honecker, aunque eso le haya costado el duro reproche del gravitante Frankfurter Allgemeine Zeitung: “para la joven Michelle Bachelet pesaron más elementos relativos a bienestar material y felicidad familiar”.
Empecinada y romántica, nuestra Presidenta es así. Eso parece gustarle al mundo y en Chile pasa piola. Una gran lección desde nuestra tóxica democracia de las encuestas, pues demuestra que, pese a todo, la simpatía es más fuerte.
Publicado en La Tercera el 25.11.08
Pero, dando en la yema del gustito a los machistas, con su prejuicio sobre la volubilidad femenina, siempre da pábulo para demostrar que su frase no es autosustentable. Así, su anunciado viaje a Cuba, para ver a Fidel Castro en chandal (si se puede), difícilmente refleja una necesidad o un interés político de Chile. Más bien, es su “aspiración”, como dice el funcionariado cubano con semántica exactitud.
Obviamente, la oposición aliancista está en contra y prepara su artillería. Pero, en la Concertación gobiernista tampoco estiman que sea una visita imprescindible. La Democracia Cristiana le está poniendo palitos de fósforo en el camino: “bueno, pero también visite a los disidentes, pues”. En el PPD, quizás consulten a Ricardo Lagos, sujeto de sarcasmos en los burladeros de los hermanos Castro y de Hugo Chávez. Los radicales, pese a los precoces méritos de Julio Stuardo, nunca estuvieron en el santoral isleño. En el Partido Socialista hay cuentas secretas –y muy gordas- con “el líder máximo”. Comienzan con su aserruchada de piso a Salvador Allende y tienen como último hito a Tencha Bussi. La digna viuda, de acuerdo con la dirección de Camilo Escalona, encaró al mismísimo Fidel, en 1996, desafiándolo a convocar a elecciones. En definitiva, sólo Alejandro Navarro y los extrasistémicos comunistas –tan ninguneados antaño por Castro- estarían dispuestos a decir que es una visita de patria o muerte.
Hay que reconocer que Bachelet elige un buen momento táctico: último año nadie se enoja, George W. Bush se acabó y Obama anuncia un nuevo trato a la isla. También puede poner sobre la mesa la gratitud por el apoyo a los exiliados chilenos e invocar las visitas a La Habana de los próceres de la Alianza. ¡Si va la derecha y sus empresarios ...¿ por qué no iría ella?
Todo esto confirma la fuerza cincuentenaria del mito castrista. Pero, al menos en este caso, de poco serviría sin el funcional romanticismo “bolche” de la Presidenta. Por su formación ideológica semiclandestina, en contextos de crisis y desde la mera base, su corazoncito sigue anclado en el izquierdismo misionero-guerrillero, de raigambre sesentista. Lejos está de la centrificación política global de la pos guerra fría.
Su desfase se manifiesta como lealtad compacta con las grandes causas de su juventud. Bachelet 2008 sigue viendo en Castro la leyenda de los años 60 y le sería durísimo leer la demitificante novela de Marcos Aguinis La pasión según Carmela. En esa línea. olvida el intrusismo boliviánico y la vocación autocrática de Chávez, para privilegiar su retórica sobre un “socialismo del siglo XXI”. Recuerda la guerra de Vietnam desde la consigna guevarista (“crear dos, tres, muchos Vietnam”), sin reparar en la opción desideologizante de los gobiernos vietnamitas, clave de su posterior inserción en las economías de la Apec. No oculta su buen recuerdo de los años vividos en la Alemania de Honecker, aunque eso le haya costado el duro reproche del gravitante Frankfurter Allgemeine Zeitung: “para la joven Michelle Bachelet pesaron más elementos relativos a bienestar material y felicidad familiar”.
Empecinada y romántica, nuestra Presidenta es así. Eso parece gustarle al mundo y en Chile pasa piola. Una gran lección desde nuestra tóxica democracia de las encuestas, pues demuestra que, pese a todo, la simpatía es más fuerte.
Publicado en La Tercera el 25.11.08
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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