Bitácora
Obama descoloca a Chávez
José Rodríguez Elizondo
El formal estreno de Barack Obama en la Cumbre del NPH (Notablato Político del Hemisferio) no fue una declaración de buenas intenciones. sino un principio de ejecución de su política hacia América Latina, ya esbozada en su campaña y libros.
Su receptivo talante, en esa reunión de Trinidad Tobago. demostró que quiere responder a quienes lo siguen desde la esperanza. Si éstos son lo bastante viejitos, habrán evocado las buenas ondas iniciales que trajeron la política del Buen Vecino, de Franklin D. Roosevelt, marcada por la segunda guerra mundial y la Alianza para el Progreso, de John F. Kennedy, marcada por la naciente revolución cubana.
Como esta nueva onda también viene en marco crítico -la implosión del capitalismo real y el juicio moral contra George W. Bush-, Obama debió planificar su encuentro con Hugo Chávez, autoposicionado como enemigo principal de los EE.UU en la región. A ese efecto, llegó informadísimo sobre la Trucología Básica del venezolano. Sabía, por ejemplo, que su histrionismo descansa en la funcionalidad de los medios, que su arrogancia descansa en la actitud timorata de sus impares -siempre dispuestos a celebrar sus desplantes- y que suele retroceder con abrazos cuando se ve enfrentado. Así lo demostró ante el colombiano Alvaro Uribe y el peruano Alan García.
A partir de ese conocimiento, Obama salió a tomar al toro por los cuernos -léase, iniciativa en el saludo-, sin ese miedo de quienes prefieren mirarlo desde la seguridad de un burladero. El resultado fue el descolocamiento de Chávez, quien declaró ipso facto que quería ser amigo del jefe del “imperio” e improvisó un tosco numerito para no ser desplazado del todo por las cámaras. Esto sucedió cuando le propinó (“con afecto”) un best seller de los años 70, del uruguayo Eduardo Galeano, concebido como alegato antimperialista autovictimizante y difundido en plena guerra fría, cuando nadie sospechaba que Fidel Castro sería un líder infinito. Esa tosquedad ingenua –que, por cierto, sus colegas latinamericanos celebraron- demostró lo inactualizado que está Chávez en materia de bibliografía política (*) y lo terrible que le resulta no ser principal protagonista de cualquier cosa.
De vuelta en casa, el coraje caballeresco de Obama fue reprochado por los seguidores de Dick Cheney, el Gran Inquisidor de Bush. Por lo visto, éstos esperaban un inicio a los mamporros, que consumara la polarización norte-sur que Chávez trata de inducir. Ante ese reproche, centrado en el episodio del libro, Obama tuvo una respuesta sutilísima, según la cual supuso que Chávez le había regalado un libro de su autoría y él pensó reciprocarle, regalándole “uno de los míos”-
Puede decirse que, al sortear el riesgo de un enfrentamiento incivilizado con Chávez, la nueva política regional de Obama facilita la posibilidad de un tratamiento gradualista para la reincorporación de Cuba. El escenario que se está diseñando estará marcado por el “progresismo” confeso del líder norteamericano, la posibilidad de una “relación especial” con México y Brasil y la dualidad negativa de poder que existe en La Habana. Lo último supone apostar a la tímida apertura de Raul Castro, soslayando las zancadillas “retro” que sigue haciéndole su hermano.
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(*) Con todo, Chávez demostró que puede ser un tremendo agente literario. Las venas abiertas de América Latina ha vuelto a las librerías y otra generación de lectores podrá asomarse a sus páginas. Personalmente, comenzó a tentarme la idea de enviarle un libro que acabo de publicar.
Publicado en La Republica el 29.04.09.
Su receptivo talante, en esa reunión de Trinidad Tobago. demostró que quiere responder a quienes lo siguen desde la esperanza. Si éstos son lo bastante viejitos, habrán evocado las buenas ondas iniciales que trajeron la política del Buen Vecino, de Franklin D. Roosevelt, marcada por la segunda guerra mundial y la Alianza para el Progreso, de John F. Kennedy, marcada por la naciente revolución cubana.
Como esta nueva onda también viene en marco crítico -la implosión del capitalismo real y el juicio moral contra George W. Bush-, Obama debió planificar su encuentro con Hugo Chávez, autoposicionado como enemigo principal de los EE.UU en la región. A ese efecto, llegó informadísimo sobre la Trucología Básica del venezolano. Sabía, por ejemplo, que su histrionismo descansa en la funcionalidad de los medios, que su arrogancia descansa en la actitud timorata de sus impares -siempre dispuestos a celebrar sus desplantes- y que suele retroceder con abrazos cuando se ve enfrentado. Así lo demostró ante el colombiano Alvaro Uribe y el peruano Alan García.
A partir de ese conocimiento, Obama salió a tomar al toro por los cuernos -léase, iniciativa en el saludo-, sin ese miedo de quienes prefieren mirarlo desde la seguridad de un burladero. El resultado fue el descolocamiento de Chávez, quien declaró ipso facto que quería ser amigo del jefe del “imperio” e improvisó un tosco numerito para no ser desplazado del todo por las cámaras. Esto sucedió cuando le propinó (“con afecto”) un best seller de los años 70, del uruguayo Eduardo Galeano, concebido como alegato antimperialista autovictimizante y difundido en plena guerra fría, cuando nadie sospechaba que Fidel Castro sería un líder infinito. Esa tosquedad ingenua –que, por cierto, sus colegas latinamericanos celebraron- demostró lo inactualizado que está Chávez en materia de bibliografía política (*) y lo terrible que le resulta no ser principal protagonista de cualquier cosa.
De vuelta en casa, el coraje caballeresco de Obama fue reprochado por los seguidores de Dick Cheney, el Gran Inquisidor de Bush. Por lo visto, éstos esperaban un inicio a los mamporros, que consumara la polarización norte-sur que Chávez trata de inducir. Ante ese reproche, centrado en el episodio del libro, Obama tuvo una respuesta sutilísima, según la cual supuso que Chávez le había regalado un libro de su autoría y él pensó reciprocarle, regalándole “uno de los míos”-
Puede decirse que, al sortear el riesgo de un enfrentamiento incivilizado con Chávez, la nueva política regional de Obama facilita la posibilidad de un tratamiento gradualista para la reincorporación de Cuba. El escenario que se está diseñando estará marcado por el “progresismo” confeso del líder norteamericano, la posibilidad de una “relación especial” con México y Brasil y la dualidad negativa de poder que existe en La Habana. Lo último supone apostar a la tímida apertura de Raul Castro, soslayando las zancadillas “retro” que sigue haciéndole su hermano.
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(*) Con todo, Chávez demostró que puede ser un tremendo agente literario. Las venas abiertas de América Latina ha vuelto a las librerías y otra generación de lectores podrá asomarse a sus páginas. Personalmente, comenzó a tentarme la idea de enviarle un libro que acabo de publicar.
Publicado en La Republica el 29.04.09.
Bitácora
Autocritica del Canciller
José Rodríguez Elizondo
A inicios de semana, el canciller Mariano Fernández definió a América Latina como “nuestra prioridad más importante en materia de política exterior".
No es cosa nueva y él lo sabe. Desde 1990, el soporte teórico de dicha política es el “regionalismo abierto”, definible como la priorización del espacio al cual pertenecemos. Fue el exorcismo democrático contra ese fatídico “adiós a América Latina”, que pregonaron los emprendedores “jaguares” del general Pinochet.
Supongo que la razón de ser de la reiteración está en la ejecución de la teoría ...y ahí hay mucho pan que rebanar. Para comenzar, en el gobierno de Patricio Aylwin la prioridad se ejerció reinsertándonos políticamente en América Latina, para borrar nuestra imagen de felino fenicio. De paso, intentamos un protagonismo humilde, en materia de consolidación regional de la democracia, mientras Alejandro Foxley, desde Hacienda, iniciaba un tejido de telecés a nivel planetario. El balance fue exitoso y algunos analistas hablaron de una transición chilena casi tan modélica como la española.
El gobierno de Eduardo Frei potenció ese legado, en lo que hoy luce como un eficiente equilibrio transitorio entre la reinserción política regional y la apertura comercial al mundo. Chile solucionó graves problemas pendientes con Argentina y Perú, mejoró contactos con Bolivia y comenzó a jugar en las grandes ligas del comercio mundial. Según José Miguel Insulza, canciller emblemático del período, entonces llegamos al “nivel más alto de la historia” en materia de relaciones vecinales.
Desgraciadamente, en el período de Ricardo Lagos se desestibó la carga y el equilibrio se fue al diantre. En 2004, mientras celebrábamos en Santiago el foro de las economías de la APEC, con los principales líderes del mundo en la Estación Mapocho, comenzamos a chocar políticamente con Argentina, Bolivia y Perú. Simultáneamente, Hugo Chávez nos exigía una playa boliviana, tras entender que Chile había apoyado el golpe de Estado que casi lo tumbó.
Como en Chile la política exterior es confidencial y “no estamos acostumbrados a decir las cosas como son” (Francisco Vidal dixit), pocos captaron, en 2006, que esa fue la mochila más pesada que recibió Michelle Bachelet. Habíamos vuelto a ser los cargantes del barrio, nuestra autoproclamada “historia de éxitos” nos autoexcluía de todas las alianzas políticas, Bolivia nos presionaba con apoyo de Venezuela, Argentina seguía cortándonos el gas y Perú se preparaba para demandarnos en La Haya. La poderosa simpatía de Bachelet chocó, así, contra una muralla espesa. Como prueba, ningún tercer país –ni siquiera Ecuador- osó decir, en voz alta, que en el conflicto con Perú la razón jurídica estaba de nuestra parte.
Sobre tales bases, no sólo se trata de que Fernández viaje más hacia los países de la región, interesándose en problemas que para sus colegas ya son comunes, como el narcotráfico, la guerra asimétrica, la relación con los EE.UU de Obama o la transición a la democracia en Cuba. Se trata, además, de iniciar una profesionalización a fondo de la Cancillería, para poder asumir iniciativas integracionistas e intentar ese “liderazgo conceptual” que algunas almas bondadosas nos piden o asignan.
Decodificando, creo que si el canciller volvió a decir lo que se viene diciendo desde el gobierno de don Patricio, es porque reconoce que dejamos de ser (si alguna vez lo fuimos) el mejor alumno del curso. En ese sentido su reiteración sería una manera diplomática de decir que lo estamos haciendo apenas regularcito.
En suma, lo suyo habría sido una prudente autocrítica a la chilena.
Publicado en La Tercera el 26.04.09.
Bitácora
Respuesta a sr. Pejoves
José Rodríguez Elizondo
Estimado sr. Pejoves:
Leo con atencion su carta y debo decirle que me remito a mi libro para responderle. Creo que todas sus observaciones estan contempladas alli. Solo una advertencia: entre los Acuerdos de Charaña de 1975 y 1986 no hay un tiempo muerto sino un tiempo muy pleno, en el cual se publica el libro pionero de Faura, se forman equipos de trabajo con el mismo Faura y otros expertos y se esboza una estrategia, cuya primera señal asoma en 1986. Como las cosas nunca son simples, el objetivo de dicha estrategia es complejo: expansion de la frontera maritima peruana y bloqueo automático de la aspiracion boliviana con soporte terrestre en Arica. Por lo demas, ya lo habia previsto Faura, al repudiar la idea de un mar boliviano interpuesto.
Por cierto, mucho agradecere el envio de su ensayo.
Atte.
JRE
Leo con atencion su carta y debo decirle que me remito a mi libro para responderle. Creo que todas sus observaciones estan contempladas alli. Solo una advertencia: entre los Acuerdos de Charaña de 1975 y 1986 no hay un tiempo muerto sino un tiempo muy pleno, en el cual se publica el libro pionero de Faura, se forman equipos de trabajo con el mismo Faura y otros expertos y se esboza una estrategia, cuya primera señal asoma en 1986. Como las cosas nunca son simples, el objetivo de dicha estrategia es complejo: expansion de la frontera maritima peruana y bloqueo automático de la aspiracion boliviana con soporte terrestre en Arica. Por lo demas, ya lo habia previsto Faura, al repudiar la idea de un mar boliviano interpuesto.
Por cierto, mucho agradecere el envio de su ensayo.
Atte.
JRE
Bitácora
Alfonsín
José Rodríguez Elizondo
Nuestros ciudadanos “pasan” de los políticos de hoy. No los admiran. Les sucede lo que a los cinéfilos con los filmes de temporada: como poquísimos soportan un test de calidad, prefieren volver a los “clásicos”.
En ese sentido, el ex presidente argentino Raúl Alfonsín fue un clásico genuino. Un líder de clase media profesional que conquistó el cariño de su pueblo por su calidad humana y pese a sus derrotas... que no fueron menores. Baste señalar esa hiperinflación de 1988 que intoxicó su último año de gobierno, obligándolo a convocar a elecciones anticipadas.
La clave de ese cariño está en un viejo dicho español según el cual “el que viene te hará bueno”. En efecto, cuando pasaron los años y los sucesores, la gente comenzó a añorar a “el viejo”, como le decían los confianzudos. Se reconoció su coraje para enfrentar a los “carapintadas”, procesar a los altos mandos de la dictadura y reconocer una responsabilidad menor a los jefes subalternos de las FFAA. De paso, esa perspectiva realista de “la obediencia debida” le costó el crudo ataque de Hebe Bonafini y sus Madres de la Plaza de Mayo.
También se le reconoció su austero manejo de la economía. Ajeno a la inescrupulosidad dispendiosa de los líderes autoendiosados, nunca confundió gobierno con piñata. Esta honestidad más aquel coraje sumaron para mostrar dos evidencias en diferido: con Alfonsín, los radicales derrotaron al peronismo sin necesidad de tenerlo proscrito y, de paso, terminaron con “el partido militar”. Hubo una ocasión posterior en que multitudes gritaban en las calles contra todos los políticos (“que se vayan”), mientras se sucedían cinco presidentes en un mes, sin que un solo general se atreviera a mentar el “vacío de poder”... esa vieja excusa para instalarse en la Casa Rosada.
Habría que añadir su conciencia sobre el valor del diálogo con los opositores y de la alternancia sin navajazos. Es que, en cuanto demócrata de verdad, Alfonsín aprendió temprano que si existe una aristocracia verdadera es la del mérito. Por todos estos antecedentes, alcanzó esa popularidad que se apreció, masiva, a la hora de su muerte. Un prestigio que mañana puede beneficiar a un nuevo líder radical para disputar el poder a los peronistas del matrimonio Kirchner.
Por eso no es raro que él esté en mi disco duro de periodista desde que lo entrevisté en Lima, en agosto de 1985. Hoy vuelvo a verlo impecable, en su terno de franela gris, con una sonrisa cálida bajo sus mostachos todavía negros. Lo percibí como un político de la misma especie del peruano Fernando Belaunde y del chileno Eduardo Frei Montalva. Sólido y digno, con gran inteligencia emocional, más apreciable desde la posteridad que desde las coyunturas.
Integracionista cabal, me contó su “orgullo y esperanza” por lo mucho que habían progresado las relaciones entre Argentina y Chile, tras la casi guerra de 1978: “El camino transcurrido ha sido muy grande y la relación con Santiago constituye ahora uno de los pilares centrales de la política exterior de nuestro país”. También tenía muy claro que las madres de Bonafini no eran un caso de incomprensión sentimental sino de oposición dogmática. Quizás por eso saltó como resorte cuando lo interrogué sobre una supuesta negociación con los militares, para discriminar según sus niveles de responsabilidad.
Casi interrumpiéndome respondió:
–Permítame, aquí no hay ninguna negociación. Quien le habla es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y no negocia con sus subordinados.
Un gran estadista, Alfonsín, a quien la Historia no solo absolverá.
La Republica el 4/04/2009.
En ese sentido, el ex presidente argentino Raúl Alfonsín fue un clásico genuino. Un líder de clase media profesional que conquistó el cariño de su pueblo por su calidad humana y pese a sus derrotas... que no fueron menores. Baste señalar esa hiperinflación de 1988 que intoxicó su último año de gobierno, obligándolo a convocar a elecciones anticipadas.
La clave de ese cariño está en un viejo dicho español según el cual “el que viene te hará bueno”. En efecto, cuando pasaron los años y los sucesores, la gente comenzó a añorar a “el viejo”, como le decían los confianzudos. Se reconoció su coraje para enfrentar a los “carapintadas”, procesar a los altos mandos de la dictadura y reconocer una responsabilidad menor a los jefes subalternos de las FFAA. De paso, esa perspectiva realista de “la obediencia debida” le costó el crudo ataque de Hebe Bonafini y sus Madres de la Plaza de Mayo.
También se le reconoció su austero manejo de la economía. Ajeno a la inescrupulosidad dispendiosa de los líderes autoendiosados, nunca confundió gobierno con piñata. Esta honestidad más aquel coraje sumaron para mostrar dos evidencias en diferido: con Alfonsín, los radicales derrotaron al peronismo sin necesidad de tenerlo proscrito y, de paso, terminaron con “el partido militar”. Hubo una ocasión posterior en que multitudes gritaban en las calles contra todos los políticos (“que se vayan”), mientras se sucedían cinco presidentes en un mes, sin que un solo general se atreviera a mentar el “vacío de poder”... esa vieja excusa para instalarse en la Casa Rosada.
Habría que añadir su conciencia sobre el valor del diálogo con los opositores y de la alternancia sin navajazos. Es que, en cuanto demócrata de verdad, Alfonsín aprendió temprano que si existe una aristocracia verdadera es la del mérito. Por todos estos antecedentes, alcanzó esa popularidad que se apreció, masiva, a la hora de su muerte. Un prestigio que mañana puede beneficiar a un nuevo líder radical para disputar el poder a los peronistas del matrimonio Kirchner.
Por eso no es raro que él esté en mi disco duro de periodista desde que lo entrevisté en Lima, en agosto de 1985. Hoy vuelvo a verlo impecable, en su terno de franela gris, con una sonrisa cálida bajo sus mostachos todavía negros. Lo percibí como un político de la misma especie del peruano Fernando Belaunde y del chileno Eduardo Frei Montalva. Sólido y digno, con gran inteligencia emocional, más apreciable desde la posteridad que desde las coyunturas.
Integracionista cabal, me contó su “orgullo y esperanza” por lo mucho que habían progresado las relaciones entre Argentina y Chile, tras la casi guerra de 1978: “El camino transcurrido ha sido muy grande y la relación con Santiago constituye ahora uno de los pilares centrales de la política exterior de nuestro país”. También tenía muy claro que las madres de Bonafini no eran un caso de incomprensión sentimental sino de oposición dogmática. Quizás por eso saltó como resorte cuando lo interrogué sobre una supuesta negociación con los militares, para discriminar según sus niveles de responsabilidad.
Casi interrumpiéndome respondió:
–Permítame, aquí no hay ninguna negociación. Quien le habla es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y no negocia con sus subordinados.
Un gran estadista, Alfonsín, a quien la Historia no solo absolverá.
La Republica el 4/04/2009.
Bitácora
Mañana en Israel
José Rodríguez Elizondo
Eran otros tiempos cuando Henry Kissinger dijo que Israel no tenía política exterior, sino solo política interna. Tiempos de guerra fría, los EEUU como aliado suficiente y políticos con autoridad como Menahem Begin, Itzhak Rabin y Shimon Peres. Entonces podían unirse los dos grandes partidos –Likud y Laborista– para instalar gobiernos de coalición, capaces de acciones decisivas en coyunturas dramáticas.
Sin embargo, la frecuencia de esas coyunturas hizo rígidas las estructuras y empañó los teleobjetivos. La amenaza en el umbral, los enemigos al interior y los religiosos que convocaban a expandirse en nombre de Yahvé bloquearon la advertencia del último visionario. Cuando Peres dijo que, por su propia seguridad, Israel debía colaborar a la instalación de un Estado Palestino, vino “Bibi” Netanyahu y le propinó su enésima derrota electoral.
Cuajó, así, la paradoja. En la cuna de los profetas no se previó que la guerra fría tendría fin, que el mundo árabe-islámico sería factor influyente en el escenario mundial, que el apoyo de los EEUU no siempre será incondicional, que los israelo-palestinos podrían convertirse en mayoría demográfica, que el desarrollo misilístico desvalorizaría la posesión de cabezas de playa y que la “guerra asimétrica” mostraría armas tan incontrolables como los “mártires suicidas”. Fue como si el establishment confiara en ese proverbio árabe rectificado, según el cual basta sentarse en el búnker para ver pasar el cadáver del enemigo.
Por eso, Israel hoy vive en la improvisación estratégica. La eventual unidad de los partidos históricos ya no es lo que era, pues no forman mayoría en la Knesset. Se han dividido y subdividido, mientras surgen y se potencian los partidos étnicos y religiosos, imponiendo mayorías débiles e inmanejables. Como resultado, las energías políticas se consumen en las negociaciones para formar gobiernos y estos se agotan en la automantención.
En ese contexto de gobernabilidad precaria, el propio Netanyahu inauguró una seguidilla de gobernantes que debieron convocar a elecciones anticipadas. Ahora puede repetir esa historia y la mejor señal la dio la canciller saliente Tzipi Livni, cuando renunció a ejercer su primera mayoría electoral. Ella no quiso intentar un gobierno con partidos incompatibles y su gesto (sabio) evoca la urgencia de una mayoría cualitativa y cuantitativamente superior. Una capaz de enfrentar temas tan “duros” como la estadidad palestina, la capitalidad compartida de Jerusalem y la erradicación de asentamientos, porque la paz se negocia con los enemigos y no con los amigos.
Ese futuro ya fue asumido la semana pasada por Ehud Olmert, el gobernante saliente, cuando reconoció que el tiempo corre contra su país e Israel debe asumir “concesiones que muchos de nosotros rechaza siquiera pensar”. Sin duda, tras su reflexión está el fantasma de los EEUU de Barack Obama, un líder ilustrado que sabe de matices y cultiva el compromiso. Él no apreciaría que el segundo gobierno de Netanyahu repitiera ese fatalismo ensimismado, según el cual todos los palestinos son desconfiables y ahí están las acciones terroristas de Hamas y los fundamentalistas para comprobarlo.
Todo indica que, junto con otros actores importantes de la política mundial, Obama inducirá negociaciones significativas con garantías, garrotes y zanahorias incorporadas. Será un duro test para Netanyahu y Avigdor Lieberman –su ultranacionalista canciller nominado–, pues supone salir del búnker para construir una genuina política exterior. Una cuyo soporte principal esté en el Ministerio de Asuntos Exteriores y no en el Ministerio de Defensa.
Publicado en La Republica el 31.3.09.
Sin embargo, la frecuencia de esas coyunturas hizo rígidas las estructuras y empañó los teleobjetivos. La amenaza en el umbral, los enemigos al interior y los religiosos que convocaban a expandirse en nombre de Yahvé bloquearon la advertencia del último visionario. Cuando Peres dijo que, por su propia seguridad, Israel debía colaborar a la instalación de un Estado Palestino, vino “Bibi” Netanyahu y le propinó su enésima derrota electoral.
Cuajó, así, la paradoja. En la cuna de los profetas no se previó que la guerra fría tendría fin, que el mundo árabe-islámico sería factor influyente en el escenario mundial, que el apoyo de los EEUU no siempre será incondicional, que los israelo-palestinos podrían convertirse en mayoría demográfica, que el desarrollo misilístico desvalorizaría la posesión de cabezas de playa y que la “guerra asimétrica” mostraría armas tan incontrolables como los “mártires suicidas”. Fue como si el establishment confiara en ese proverbio árabe rectificado, según el cual basta sentarse en el búnker para ver pasar el cadáver del enemigo.
Por eso, Israel hoy vive en la improvisación estratégica. La eventual unidad de los partidos históricos ya no es lo que era, pues no forman mayoría en la Knesset. Se han dividido y subdividido, mientras surgen y se potencian los partidos étnicos y religiosos, imponiendo mayorías débiles e inmanejables. Como resultado, las energías políticas se consumen en las negociaciones para formar gobiernos y estos se agotan en la automantención.
En ese contexto de gobernabilidad precaria, el propio Netanyahu inauguró una seguidilla de gobernantes que debieron convocar a elecciones anticipadas. Ahora puede repetir esa historia y la mejor señal la dio la canciller saliente Tzipi Livni, cuando renunció a ejercer su primera mayoría electoral. Ella no quiso intentar un gobierno con partidos incompatibles y su gesto (sabio) evoca la urgencia de una mayoría cualitativa y cuantitativamente superior. Una capaz de enfrentar temas tan “duros” como la estadidad palestina, la capitalidad compartida de Jerusalem y la erradicación de asentamientos, porque la paz se negocia con los enemigos y no con los amigos.
Ese futuro ya fue asumido la semana pasada por Ehud Olmert, el gobernante saliente, cuando reconoció que el tiempo corre contra su país e Israel debe asumir “concesiones que muchos de nosotros rechaza siquiera pensar”. Sin duda, tras su reflexión está el fantasma de los EEUU de Barack Obama, un líder ilustrado que sabe de matices y cultiva el compromiso. Él no apreciaría que el segundo gobierno de Netanyahu repitiera ese fatalismo ensimismado, según el cual todos los palestinos son desconfiables y ahí están las acciones terroristas de Hamas y los fundamentalistas para comprobarlo.
Todo indica que, junto con otros actores importantes de la política mundial, Obama inducirá negociaciones significativas con garantías, garrotes y zanahorias incorporadas. Será un duro test para Netanyahu y Avigdor Lieberman –su ultranacionalista canciller nominado–, pues supone salir del búnker para construir una genuina política exterior. Una cuyo soporte principal esté en el Ministerio de Asuntos Exteriores y no en el Ministerio de Defensa.
Publicado en La Republica el 31.3.09.
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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