CONO SUR: J. R. Elizondo

Bitácora

14votos
Geopolítica del conflicto con Perú José Rodríguez Elizondo

Cuando el canciller de Ecuador dijo compartir la posiciónchilena sobre límites marítimos, nos pusimos en ventaja metafórica: ganábamos 2-1.

Pero la diplomacia peruana contraatacó con sendas declaraciones de los embajadores de Argentina y Brasil acreditados en Lima. El primero, Darío Alessandro, manifestó que Perú “actuó como corresponde” al acudir al Tribunal de La Haya, y que su decisión no puede interpretarse como “un gesto inamistoso”. Para el segundo, Jorge ’Escragnolle, Brasil aplaude la idea peruana de ir a La Haya, pues “ese es el camino”.

¿Empate a 2?... ¿3 a 2 en favor del Perú?

En rigor jurídico, el marcador no se ha alterado. Existe una diferencia cualitativa entre Ecuador, interesado directo en la mantención del statu quo y dos países sin interés comprometido. Pero, ojo: si ambos embajadores hablaron con responsabilidad, significa que emitieron una señal política (léase, marginal a los argumentos legales) insoslayable. Ella dice que, para Argentina y Brasil la demanda peruana es legítima, el statu quo es discutible y no es cierto, por tanto, que todo esté zanjado, como sostiene Chile.

En esto hay un subalineamiento geopolítico importante, por el gran peso propio de ambos países, por ser uno fronterizo con Chile y el otro con Perú y por implicar, en el caso de Argentina, una revisión histórica por vía indirecta. Recordemos que, en el caso del Beagle, la eventual recurrencia de Chile ante la Corte Internacional de Justicia fue considerada como un casus belli.

Esto indica lo anodino, geopolíticamente hablando, de denunciar que “Perú construyó el caso jurídico” durante años. Más bien confirma que, por haber descuidado el tema durante esos mismos largos años, Chile cedió la iniciativa estratégica y Perú obtuvo un éxito político sólo posicionando su pretensión ante la Corte de La Haya.

Por ello y con la discreción debida, urge hacer una revisión política de lo actuado. Esto implica, entre otras cosas, asumir que, por décadas, no enfrentamos la estrategia peruana
en construcción con una contraestrategia preventiva; que debemos revisar nuestros déficit concomitantes para superarlos en el futuro, y que uno de esos errores fue del más
puro ideologismo: haber creído que,en los conflictos fronterizos, la racionalidad del mercado podía más que la pasión del nacionalismo.

Quienes soslayan revisiones críticas dirán que eso sería llorar sobre la leche derramada. Sin embargo, más vale una vez rojo que mil veces amarillos. En otras palabras, bueno
sería llorar de una vez por todas y no seguir conteniendo el llanto cada vez que surja un conflicto.
Entretanto, habrá que aplicarse a la razón jurídica, haciendo de la necesidad virtud, pues queda claro que, en política exterior, inferior resulta el mérito de la resignación.


Publicado en La Tercera, 28.5.09

José Rodríguez Elizondo
Jueves, 4 de Junio 2009



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Bitácora

12votos
Benedetti o la oficina en el corazón José Rodríguez Elizondo
Benedetti o la oficina en el corazón
A mediados del siglo pasado, entre mate y mate, los uruguayos instalaron una estupenda trinidad laica: “el paisito” democrático, la revista Marcha y el columnista Mario Benedetti. Una estimulante síntesis para quienes creíamos que la política, la poesía, la narrativa, el cine y el teatro eran similarmente importantes o perfectamente compatibles.

Para los exégetas establecidos, la clave del sistema estaba en Carlos Quijano, el legendario líder de opinión que dirigía la revista. Para los más jóvenes, ese liderazgo estaba pasando a Benedetti quien, bajo la chapa de Damocles, impartía la doctrina con la sencillez de un funcionario público que no ha hecho otra cosa en su vida.

La alusión burocrática no es gratuita. Ese columnista ya había dictaminado que Uruguay es “la única oficina del mundo que ha alcanzado la categoría de república”. Consciente de la sociología implícita, exponía en sus cuentos, poemas y novelas las pequeñas utopías o las pequeñas pesadillas de la plantilla nacional. Desde el estafeta hasta el jefe de la Oficina Gubernamental, pasando por el director del servicio, sus creaturas proyectaban “el opaco orgullo de todo ser promedio”.

Lo suyo no era adoctrinamiento político, sino una posición crítica con sede en la progresía de Montevideo. Una que exaltaba la meritocracia, no minimizaba la corrupción, aborrecía a los norteamericanos (blancos), amaba el arte y creía en la eliminación de los ejércitos. Benedetti la ejercía usando “las formas indoctas de la sinceridad” y todos lo entendían. “Entró en nuestra casa como el pan sobre la mesa, simple, fresco, imprescindible”, explicaba la hija artista de un odontólogo argentino.

En ese contexto clasemediero, el huracán verdeolivo del joven Fidel Castro le cayó como el rayo que desmontara a Saulo camino a Damasco. En un dos por tres, le desordenó los papeles, le reveló que los sudacas éramos pobres sólo porque los Estados Unidos eran ricos y lo interpeló para que se comprometiera, patria o muerte, con la revolución armada. Así cayó en la hermosa simplicidad de la teoría de la dependencia y terminó clavado en el destierro.

Desde la razón romántica, Benedetti no sospechó que las venas abiertas del antimperialismo serían la razón instrumental de un poder castrista total y eterno. Sólo a mitad de su exilio, sabiendo que en La Habana también se cocían habas impresentables, comenzó a decirlo con las formas indoctas de su bonhomía. Sí, Fidel vivía en un edificio común y corriente, pero había dirigentes que vivían “mucho mejor que la gente”. “Ojalá que todos los cambios del mundo pudieran darse sin derramamiento de sangre”. Incluso dedicó un poemario a “la estirpe martiana de Haydeé Santamaría”, esa heroína de la Sierra Maestra cuyo suicidio es, hasta hoy, uno de los temas innombrables para “el líder máximo”.

Tanta prudente imprudencia lo dejó varado entre la obsecuencia castrista de Gabriel García Márquez y la denuncia anticastrista de Mario Vargas Llosa, sus ex compañeros de ruta. Desde esa incómoda posición, confesó que “siempre seré increpado sobre Cuba, mi irredimible pecado” y decidió explicarse en tres versos: “está demás decirte que a esta altura / no creo en predicadores ni en generales / ni en las nalgas de miss universo”.

Finalmente, “desexiliado” en el Montevideo de su nostalgia, escribió el testamento que sus lectores y amigos debieran insertar en el Gran Archivo de su País Oficina. En él dispone que no será uno de esos grandes inmortales que sobreviven por mandato de un pueblo, sino uno de esos “inmortales domésticos”, que sobreviven gracias a un corazón sencillo.

Que así sea, querido Mario. Patria o heridas leves, venceremos.

Publicado en La Republica el 26.5.09

José Rodríguez Elizondo
Miércoles, 27 de Mayo 2009



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Bitácora

10votos
El radical conservadurismo de las momias José Rodríguez Elizondo

Entre las curiosidades de la Ciencia Política contemporánea están las dualidades de poder vigentes en Cuba y Rusia.

La primera, de características negativas, puede describirse como una falsa pulseada entre los hermanos Castro. El Presidente Raúl, que no se atreve a asumir políticas innovadoras, y el columnista frecuente Fidel, que lo vigila atento para que todo siga igual.

En Rusia, por el contrario, la dualidad de poder es positiva. Se da entre el Presidente Dimitri Medveded, que propone y hace cosas para no aparecer como portapliegos de Vladimir Putin, y el Primer Ministro Putin, que hace y propone más cosas, para mantenerse por sobre Medveded.

En esas circunstancias, no es raro que en Rusia haya vuelto a plantearse la necesidad de sacar la momia de Lenin de su mausoleo. Estacionada frente al Kremlin, cual guardiana simbólica de una revolución superada, es un desafío para quienes quieren inventar símbolos de futuro.

Sin embargo, la decisión pertinente no se toma, pues el significado político de esa momia se ha complejizado según pasan los años. Hasta 1991, tuvo un rol político simple, muy similar al que hoy asume Fidel Castro, con sus “reflexiones”: velar, desde el corazón del sistema, para que el legado marxista-leninista se conservara incólume. Con el fin de la Unión Soviética, ese rol caducó objetivamente, pero la momia se hizo la desentendida. Siguió porfiada e inmóvil, a sabiendas de que mutaría en un símbolo subjetivamente diversificado.

Así, hoy no sólo representa a los comunistas nostalgiosos de todo el mundo. Además, interpreta a todos los nacionalistas imperiales, sean de la vieja y santa madre Rusia o de la atea patria bolchevique. Se ha convertido, por tanto, en un solemne incordio para la política de alianzas y para los afanes democratizantes y libremercadistas de Putin y Medveded unidos.

Desde esa perspectiva, darle cristiana sepultura implica asumir o ignorar el riesgo de una maldición política muy seria, porque –la verdad sea dicha– la momia de Lenin ha generado intereses propios. Así lo experimentó su primer sucesor, José Stalin, cuando quiso ser la segunda momia gloriosa del proletariado mundial. Instalado para siempre junto al primer líder soviético, esperaba convertirse en el tercer vértice de una nueva santísima trinidad: el marxismo-leninismo-stalinismo.

Sin embargo, la momia fundadora no se dejó acompañar. En 1956 inspiró a Nikita Jrushov para que denunciara los crímenes de Stalin, levantando un escándalo que hizo inviable su estatus de vecino momia. Luego, afirmó a la conservadora gerontocracia de Leonid Breznev y hasta sugirió citas teóricas a Mijail Gorbachov, para que las insertara en su perestroika. Pero, cuando este jerarca renovador quiso sepultar a la momia, ésta se deshizo del jerarca. Por eso, Boris Yeltsin y Putin se resignaron a no innovar y siguieron viendo, desde su oficina, el viejo mausoleo y los nuevos peregrinos. Medvedev, obviamente, está advertidísimo.

Tal vez haya operadores políticos cubanos que, inspirados en esta historia de ultratumba, estén pensando en momificar a Fidel Castro. Quizás él mismo ya lo haya decidido. ¿Por qué ser menos que Ho Chi Minh y Mao Zedong? Sin su actual chandal, enfundado en su viejo uniforme, empuñando un fusil e instalado en la Plaza de la Revolución, seguiría ejerciendo su rol de Gran Congelador del Sistema.

Eso, hasta que desaparezca su hermano Raúl con todos sus veteranos y surja algún líder nuevo con hechuras de momia, para desplazarlo definitivamente del mausoleo del poder.



Publicado en La Republica, el 12 de mayo 2009.

José Rodríguez Elizondo
Martes, 12 de Mayo 2009



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Libros de J.R. Elizondo

21votos
La demanda marítima presentada por Perú ante La Haya se debe en parte a errores derivados de la política exterior chilena, a la que le ha faltado consistencia en el tiempo, profesionalismo, apertura y carácter de Estado. Esta es la tesis que presenta el libro “De Charaña a La Haya”, del profesor José Rodríguez Elizondo. A ella también adscribieron los comentaristas de la obra, lanzada en el Aula Magna de Derecho U. de Chile.

“Puede que me acusen de revisionista. Pero quien investiga lo hace para revisar, para romper dogmas, no para decir amén a todo”, sentenció el autor al señalar que los problemas que tenía Chile con sus vecinos, en especial en lo referido al tema marítimo con Perú, se debía a una deficiencia de la política exterior.

La idea es mostrar una señalización para que no se vuelvan a cometer los mismos errores, acotó.

En este sentido, los senadores Andrés Allamand, ex alumnos de Derecho U. de Chile, y Ricardo Núñez, coincidieron que no es posible que la política exterior chilena se mantenga en el secretismo. Por el contrario, plantearon, debe estar abierta para convocar la voluntad nacional y recoger las visiones de todos los actores relevantes en la conducción del país.

No se trata de quitarle la conducción de la política exterior al Presidente de la República, explicó el senador Allamand, sino que su arquitectura sea más debatida, profesional y verdaderamente de Estado.

Que trascienda los gobiernos, y que no sólo se base en la razón jurídica, sino que también en la eficacia política, sostuvo el senador Núñez.

Derecho U. de Chile en la mente

Quienes intervinieron en la presentación del libro, además de tener en sus mentes los contenidos de la obra, también tuvieron palabras para el escenario en que lo estaban comentando.

Como ex alumno, el senador Allamand comenzó su comentario señalando que “es más fácil presentar un libro en este lugar (Aula Magna) que dar el examen de grado”. Se mostró como un “hombre de la casa”, desde su llegada saludando a los funcionarios, hasta su salida.

El senador Ricardo Núñez, por su parte, recordó haber estado en la Facultad para un debate sobre el Sí y el No, oportunidad en la que el debate terminó con algunos empujones a la salida, entre quienes se sentaron a la izquierda y los que se ubicaron en el costado derecho del Aula.

Por su parte, el periodista Fernando Paulsen inició sus palabras comentando que estamos presentando este libro (De Charaña a La Haya) “en una Facultad que posiblemente sea una de las más prestigiosas de Latinoamérica”.

En el lanzamiento estuvieron presentes autoridades académicas, ex personalidades de Gobierno, ejecutivos del diario La Tercera, empresa que en asociación con Editorial Plantea editó el libro; además de diplomáticos, representantes de las fuerzas armadas, amigos y familiares del profesor Rodríguez Elizondo.


Publicado en Informativo Facultad de Derecho de la Universidad de Chile

José Rodríguez Elizondo
Jueves, 30 de Abril 2009



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Bitácora

7votos

Es probable que el autor de "De Charaña a La Haya" esté, en su desconfianza del nacionalismo, tan en “minoría” en el establishment chileno como lo estoy yo en el mío. Pero el ciudadano común de ambos lados le encontraría mucho sentido a la idea de superar estos anacrónicos enfrentamientos y buscar una salida inteligente que permita a todos ganar haciendo concesiones. Por Álvaro Vargas Llosa.



El libro de José Rodríguez Elizondo es lo que imaginé que sería: un recuento bien informado del camino que condujo a la demanda peruana ante el tribunal de La Haya, una exposición cuidadosa de los antecedentes jurídicos y políticos, y un pedido, hecho en términos prudentes, para que los políticos superen la tara nacionalista y usen la imaginación a fin de encontrar una solución tripartita: es decir, que incorpore en la negociación general, por primera vez, a Chile, Perú y Bolivia.

Todo esto caerá en saco roto por ahora y es probable que Rodríguez Elizondo esté, en su desconfianza del nacionalismo, en “minoría” en el establishment de su país como lo estoy yo en el mío. Pero tengo la absoluta convicción de que el ciudadano común de ambos lados le encontraría mucho sentido a la idea de superar estos anacrónicos enfrentamientos y buscar una salida inteligente que permita a todos ganar haciendo concesiones. También sé que, fuera de los reflectores, la mayor parte de los miembros de esos dos establishments son más razonables que cuando hay de por medio luces y taquígrafos.

Y estoy seguro, por tanto, de que tarde o temprano la negociación definitiva ocurrirá, porque comparto con el autor la previsión de que La Haya no emitirá un fallo totalmente “nítido”.

La génesis de la causa peruana, facilitada por la poca visión de largo alcance de la parte chilena, es, como la de tantas causas nacionales, mucho menos “histórica” de lo que se cree. El libro muestra que durante muchos años el Perú aceptó la delimitación marítima existente, aun si, en privado, le era incómoda. El decreto supremo de Bustamante Rivero y García Sayán, Presidente y canciller, en 1947, es claro en cuanto que las 200 millas de mar territorial peruano serán medidas “siguiendo la línea de los paralelos geográficos”. Se refiere a la frontera con Ecuador y a la frontera con Chile. Por tanto, en 1947 se aceptaba, bajo el gobierno de un mandatario democrático con alta experiencia jurídica, que el paralelo era la frontera marítima. Luego, la Declaración de Santiago Sobre Zona Marítima, en 1952, y el Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima, en 1954 -mucho más el segundo que la primera- tácitamente aceptaron el statu quo. En ese caso la aceptación tácita vino de la dictadura de Manuel Odría que había derrocado a Bustamante.

Muchos “expertos” en el Perú creen que Lima debilita su posición si admite esto. Pero es una negación que choca con hechos bastante macizos. Infinitamente más sólida es la posición del Perú si cuestiona la actitud de los gobiernos del país en el pasado que si cuestiona la aceptación explícita del decreto de 1947 y la tácita de los acuerdos de los años 50. En materia de derecho y diplomacia, hay que ser serios si se quiere lograr objetivos.

La evolución o cambio de la posición del Perú se empieza a gestar con la impugnación de un grupo de militares velasquistas, en especial el almirante Guillermo Faura, autor de un libro sobre este mismo asunto publicado en 1977, aunque había desde antes una corriente tenue en el Estado peruano en favor de ello, como lo sugiere la ley petrolera de los años 50 que hablaba de “200 millas constantes” desde la costa.

Desde entonces, la posición sufrió altibajos: el gobierno de Alan García en los 80, el primero en plantearla a Chile formalmente, no insistió mucho en ella; el de Fujimori nunca la hizo suya; el de Valentín Paniagua no la mencionó, y el de Alejandro Toledo empezó ignorándola por completo hasta que en 2002 la acogió. De allí en adelante, la historia es conocida.

¿Qué significa todo esto? Que la causa marítima peruana fue obra de individuos nacionalistas premunidos de armas psicológicas poderosas –en este caso una herida histórica abierta y un mapa que se ve muy injusto que lograron ir acorralando al establishment hasta que los políticos, por miedo o conveniencia, la agitaron hasta hacerla inevitable.

Del lado chileno, lo que hubo es incapacidad para entender que la diplomacia debe moverse en un espacio más amplio que el jurídico y más imaginativo y dinámico que el del statu quo heredado cuando las circunstancias así lo exigen y es posible con ello evitar males mayores.

En esto, De Charaña a La Haya es un libro corajudo, porque le dice a la dirigencia chilena: usted pudo tener la razón positiva, el de las cosas como son, pero descuidó la normativa: como deben deber ser, si puedo invocar la famosa distinción que hacían desde Maquiavelo hasta David Hume. Y no supo entender que el Protocolo Complementario de 1929, que exigía el visto bueno peruano para una salida boliviana al mar por territorios que habían sido del Perú, era una trampa mortal para quien quisiera actuar sin imaginación.

Por eso, cada vez que hubo un acercamiento en Chile y Bolivia –entre Augusto Pinochet y Hugo Banzer en 1975, entre los cancilleres de Paz Estenssoro y Pinochet en 1985, y entre Jorge Quiroga y Ricardo Lagos en 2001, el Perú contraatacó de una forma u otra. Y por eso mismo, ahora que el Perú planteó la demanda internacional, Bolivia, mediante declaraciones de Evo Morales, ha cuestionado al Perú.

Solución tripartita

Se echa en falta, en el libro, una exploración más a fondo de las posibles soluciones que el autor glosa hacia el final, pero la idea que preside esa glosa –la necesidad de una salida tripartita y negociada- es muy convincente.

Entre las posibles soluciones, se menciona rápidamente la salida de Bolivia al mar por un paralelo que corra a lo largo de la Línea de la Concordia, por toda la zona de Arica, dividiendo entre el Perú y Bolivia la franja marítima creada por la existencia de dos puntos, el de la Concordia en la orilla del mar y el del Hito 1 a casi 200 metros, de los que salen los respectivos paralelos.

Otra propuesta sugiere una administración integrada de los tres países que permita a Bolivia acceder al mar, al Perú acceder tanto a un mar que ahora es sólo chileno como al triángulo formado por la duplicidad de paralelos, y Chile obtendría a cambio acceso a recursos energéticos e hidráulicos que tanto ansía.

De libros como éste surgirá, cuando se apague el sonido y la furia de los nacionalismos enfrentados, la solución definitiva. Pero pasará tiempo, porque, como dice el autor, todavía “ni Chile ni el Perú han conquistado el nivel de desarrollo cultural necesario para complejizar la historia”.


Publicado en La Tercera, el 26 de abril 2009.


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José Rodríguez Elizondo
Jueves, 30 de Abril 2009



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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