Bitácora
Chile-Perú-Bolivia: la insinceridad no paga
José Rodríguez Elizondo
La entrevista que concediera Evo Morales a Cristián Bofill, director de La Tercera (1) , más que un golpe periodístico fue una señal política extraordinaria para Chile y el Perú.
Respecto a nuestro país, presentaba la aspiración marítima boliviana en el marco de una negociación tranquila, sin periodistas, sin denuncia ante los foros internacionales y sin privilegiar el tema de la soberanía. “Lo que yo quiero es resolver juntos el problema y no buscar mediadores, veedores ni garantes”. ¿Y qué decía sobre la interferencia de Fidel Castro que torpedeó la visita a Cuba de Michelle Bachelet?... Pues, que fue un simple saludo o expresión de “un sentimiento internacional”, con tácita extensión al intervencionismo del líder venezolano Hugo Chávez. Morales verbalizaba, así, lo que muchos chilenos soñaron durante más de cuatro décadas y hasta sugería su disponibilidad para iniciar un vuelco histórico en la política de alianzas.
En cuanto al Perú, la entrevista marcaba el climax de la pésima relación de Morales con el Presidente Alan García. En ese marco, el agravio feroz del peruano, según el cual Morales dejó de ambicionar un mar para Bolivia, fue respondido con una ferocidad equivalente: la de que García demandó a Chile ante la Corte de la Haya a sabiendas de que perderá el pleito, pues su objetivo principal es “perjudicar a Bolivia”. Al respecto, Morales agregó (con matiz maldadoso), que él no hablaba desde meras suposiciones, sino con base en información interna, procedente de “las mismas estructuras del Estado peruano”.
Asesoría temeraria
La entrevista sucedía a la clara señal del canciller ecuatoriano Fander Falconí, de que su país compartía el criterio jurídico de Chile sobre la demanda del Perú. Importante, pues ambos fenómenos efectivizaron la realidad de los riesgos geopolíticos de la estrategia peruana y, en especial, de la demanda judicial como método.
En rigor, era un riesgo compuesto, subestimado con ligereza por los expertos peruanos. Por una parte, consistía en que Ecuador hiciera causa común con Chile, en cuanto tercer suscriptor de los tratados de 1952 y 1954. Por otra, estaba la posibilidad de que Bolivia se diera por lesionada, pues la viabilidad de su aspiración marítima supone un corredor ariqueño y un mar adyacente no sujeto a controversia. De confluir ambas situaciones, se produciría lo que se está produciendo: el cuadro de un Perú enfrentado a Chile, Bolivia y Ecuador, con Venezuela apoyando decididamente a los dos últimos. En lista de espera estaría Colombia, que también participa del sistema limítrofe del Pacìfico Sur y donde operan las “chavistas” y muy infiltrables FARC.
Es pertinente anotar que el riesgo boliviano está analizado no sólo en mi reciente libro De Charaña a La Haya (2) . También fue contemplado en un artículo que publiqué, en septiembre de 2007, en esta revista (3). Allí planteaba, como “hipótesis”, que la pretensión oficializada en 1986 por el embajador peruano Juan Miguel Bákula, se habría diseñado, en parte, “como un franco disuasivo ante Bolivia”.
Esto, porque, siendo impensable que el Perú accediera a ceder a Bolivia parte de Arica, tampoco quería experimentar la ordalía de un nuevo acuerdo chileno-boliviano que hiciera explícita esa disposición. Desde ese talante, una disputa por la frontera marítima cumpliría el doble objetivo de reivindicar un segmento de océano e impedir -con presunta sutileza- un segundo “charañazo”. Ante una nueva petición de venía peruana para un “corredor ariqueño”, el gobierno requerido no estaría obligado a definirse sobre el fondo. Le bastaría indicar que los derechos sobre el mar adyacente ahora estaban en discusión y, claro, no se puede negociar sobre cosa ajena.
Sucede que esa hipótesis fue tajantemente descalificada por el propio embajador Bákula. Le resultaba conspirativo sostener que Bolivia pudiera sentirse afectada por la pretensión que él había liderado en lo técnico y representado en lo diplomático. Tal posibilidad no había pasado por su mente ni por la de su canciller ni por la de su Presidente. Tan arriesgada posición (¿cómo saber lo que realmente piensa otra persona?) fue volcada en trascendidos periodísticos y, en definitiva, se expresó en un libro que publicó el año siguiente. Ahí Bákula transformó mi hipótesis en simple “intuición”, la adjetivó como “extraña”, sospechó que estuviera “teledirigida desde otros miradores” y coligió que mi objetivo era desacreditar su propia gestión (la de Bákula) suponiendole “el recóndito propósito de reactivar la demanda marítima boliviana” (4) .
Tan insólita reacción, que equipara la responsabilidad del agente diplomático con la del conductor polìtico, confunde una disuasión con una reactivación (de la aspiración boliviana) y descalifica a un analista por sospechas, era sicológicamente significativa. Por una parte, parecía revelar el oculto temor a un despertar crítico de los expertos propios. Por otra, evidenciaba que, a falta de argumentos convincentes, había que recurrir a “tergiversaciones patrióticas” y descalificaciones ad hominem. El ancestral reflejo de matar al mensajero.
Pero, a esa altura, la hipótesis ya era tesis verificada. Presidente, canciller, diplomáticos y ex cancilleres bolivianos aceptaban, con mayor o menor discreción, que la anunciada demanda peruana sería un obstáculo decisivo para su aspiración. Luego, cuando Morales quiso dar “orientación política antimperialista” al pueblo peruano y se burló de la robustez de García, la oleada antidemanda que bajaba desde Palacio Quemado era visible desde cualquier atalaya.
Con la demanda ya instalada, la Cancillería peruana y sus asesores pro demanda se encuentran ante un jaque geopolítico autopropinado. De ser cierto que sólo la intuición de un analista privado pudo prever el crítico alejamiento de Bolivia, significa que allí se dio un alarmante déficit de análisis focalizado. Si, por el contrario, hubo previsión certera, significa que esa Cancillería fue sobrepasada por una asesoría temeraria, que indujo las dos graves decisiones políticas de García: oficializar la pretensión peruana, en 1986 y presentar la demanda en 2008.
Traslado de culpas
Hoy el gobierno de Bolivia aparece impulsando un traslado de culpas que daría un vuelco histórico al subsistema geopolítico pos Guerra del Pacífico. Chile dejaría de ser el exclusivo responsable de la mediterraneidad boliviana, pues los obstáculos reales los ha colocado –según Morales- la “permanente agresión” de García. El Perú quedaría en un aislamiento similar al que suelen percibir los chilenos, de manera recurrente, desde mediados del siglo 19.
Para nuestros cortoplacistas, puede ser una gran oportunidad. Bastaría endosar la querella de Morales contra García, sin asumir que eso a) equivale a reponer la “polìtica boliviana” previa a 1929, que giraba contra la transferencia a Bolivia de Tacna y Arica, b) supone canjear una compleja amistad boliviana por una sólida enemistad peruana, c) compromete –en caso extremo- a producir un “resquicio” para ceder un corredor a Bolivia bajo protección chilena y d) consolida el bloqueo de las políticas integracionistas en la sub-región, con perjuicio para todos. En suma, se prorrogaría la vigencia de “el siglo que vivimos en peligro”.
Mejor sería sincerarse y reconocer lo que los taimados hechos gritan: la aspiración marítima boliviana fue y sigue siendo una pieza para tres actores. Y, si en aras del dogma bilateralista quisiéramos negar el link entre la demanda peruana y la agenda de 13 puntos con Bolivia, significaría que algo muy extraño sucede en nuestro sistema perceptor de realidades.
Cabe agregar que en el meollo de la insinceridad está la exclusión de Bolivia consagrada en el Protocolo Complementario (y originalmente secreto) del Tratado de 1929. Tal instrumento fue, en su esencia, una Medida de Fomento de la Confianza (MFC), que permitió al Perú sublimar la pérdida de Tarapacá y Arica con la recuperación de Tacna y la certeza de que Chile no transferiría a Bolivia parte de la otra “provincia cautiva”.
El Presidente peruano Augusto Leguía sintetizó ese espíritu cuando dijo que el nuevo tratado unía fraternalmente a chilenos y peruanos “a la sombra de una historia forjada por héroes comunes y sobre un suelo cuya continuidad trazó la mano de Dios”. Fue un mensaje perfectamente decodificado por el ex Presidente boliviano Daniel Salamanca, con una metáfora que hizo fortuna: “Chile puso un candado al mar para Bolivia y entregó la llave al Perú”.
Trilateralismo diferenciado
Chilenos y peruanos no contaron con que Bolivia, tras denunciar aquella exclusión, lucharía para convertirla en procedimiento. Al efecto, sus gobiernos la interpretaron de modo que “el candado” pudiera unirse con “la llave”, debilitando el espíritu del Protocolo Complementario. El método principal fue inducir conversaciones con Chile, para acceder al mar desde la frontera norte, y luego buscar la venia del Perú, a sabiendas de que para este país sería un tema incordiante.
Dicho procedimiento tuvo un hito decisivo en 1975, con los formales Acuerdos de Charaña, firmados por los generales Augusto Pinochet y Hugo Bánzer. A partir de éstos se inició una estrategia peruana que culminaría con un antídoto definitivo: la decisión de expandir la frontera marítima propia, primero mediante negociaciones y, en definitiva, demandando a Chile ante la Corte Internacional de Justicia.
Por lo señalado, Chile no sólo debe tratar de imponer sus mejores argumentos jurídicos ante esa Corte. Visto que el eventual fallo no puede solucionar el conflicto político y trilateral de fondo, también necesita enfrentar la complejidad de lo real, aceptando, con Goethe, que “las cosas siempre son más simples de lo que se puede pensar, pero mucho más intrincadas de lo que se puede comprender”.
En ese sentido, lo inteligente sería asumir la iniciativa política y estratégica de tender una “cuerda común” chileno-peruana, que sustente un nuevo espíritu respecto a Bolivia. Ambos gobiernos reconocerían, así, el fracaso de la exclusión de 1929 y admitirían la posibilidad de negociar con el tercer país a tenor de un proyecto integracionista en la triple frontera, sin transferencias de soberanía y en el marco de un juego “todos ganan”. De paso, reconocerían que el decaimiento de la soberanía absoluta, que reconoce la Ciencia Política moderna, no significa que dé lo mismo transferirla a otro país. Significa, más bien, que los Estados pueden delegar partes de su soberanía global en una entidad integracionista o supranacional. La modélica Unión Europea se forjó sin cambiar el color territorial de los mapas.
Ese trilateralismo diferenciado sería, entonces, una MFC que uniría a Chile, Bolivia y Perú en una empresa con soporte geopolitico, liquidando la madre de todos los recelos. No más ambigüedad flagrante desde el Perú. No más expectativas imposibles para Bolivia creadas desde Chile. No más vetos geoeconómicos en los mercados de exportación e importación. No más mercados gasíferos interferidos por el “factor patriótico”. No más discriminación a los inversionistas según sus nacionalidades. No más resquicios para que emerjan nuevos caudillos militares. No más facilidades a otros líderes para que interfieran en la relación entre nuestros tres países, demandando playas, dando apoyo estratégico a sus seguidores o apadrinando candidatos.
En resumidas cuentas
Con el mérito de lo señalado, parece evidente que Chile debe mantener extrema prudencia ante el nuevo cuadro que configura el conflicto Bolivia-Perú. Nadie debe entusiasmarse con las trompadas que se propinan sus presidentes. A la inversa –y metafóricamente hablando- nuestra Presidenta Michelle Bachelet debiera negarse a convertir el penal que le está obsequiando su homólogo boliviano. Para no ser demasiado obvia en el rechazo, bien podria ensayar el trote previo desde los doce pasos y repetir su truco del zapato volador.
Publicado en la Revista Mensaje , julio 2009
NOTAS
(1) La Tercera, 31 de mayo 2009.
(2) José Rodríguez Elizondo, De Charaña a La Haya, Ediciones La Tercera del Grupo Planeta, Santiago, 2009.
(3) La extraña invención del doctor García, revista Mensaje, septiembre 2007.
(4) Juan Miguel Bákula, La imaginación creadora y el nuevo régimen jurídico del mar, Universidad del Pacífico, Lima, 2008, pg. 218.
Respecto a nuestro país, presentaba la aspiración marítima boliviana en el marco de una negociación tranquila, sin periodistas, sin denuncia ante los foros internacionales y sin privilegiar el tema de la soberanía. “Lo que yo quiero es resolver juntos el problema y no buscar mediadores, veedores ni garantes”. ¿Y qué decía sobre la interferencia de Fidel Castro que torpedeó la visita a Cuba de Michelle Bachelet?... Pues, que fue un simple saludo o expresión de “un sentimiento internacional”, con tácita extensión al intervencionismo del líder venezolano Hugo Chávez. Morales verbalizaba, así, lo que muchos chilenos soñaron durante más de cuatro décadas y hasta sugería su disponibilidad para iniciar un vuelco histórico en la política de alianzas.
En cuanto al Perú, la entrevista marcaba el climax de la pésima relación de Morales con el Presidente Alan García. En ese marco, el agravio feroz del peruano, según el cual Morales dejó de ambicionar un mar para Bolivia, fue respondido con una ferocidad equivalente: la de que García demandó a Chile ante la Corte de la Haya a sabiendas de que perderá el pleito, pues su objetivo principal es “perjudicar a Bolivia”. Al respecto, Morales agregó (con matiz maldadoso), que él no hablaba desde meras suposiciones, sino con base en información interna, procedente de “las mismas estructuras del Estado peruano”.
Asesoría temeraria
La entrevista sucedía a la clara señal del canciller ecuatoriano Fander Falconí, de que su país compartía el criterio jurídico de Chile sobre la demanda del Perú. Importante, pues ambos fenómenos efectivizaron la realidad de los riesgos geopolíticos de la estrategia peruana y, en especial, de la demanda judicial como método.
En rigor, era un riesgo compuesto, subestimado con ligereza por los expertos peruanos. Por una parte, consistía en que Ecuador hiciera causa común con Chile, en cuanto tercer suscriptor de los tratados de 1952 y 1954. Por otra, estaba la posibilidad de que Bolivia se diera por lesionada, pues la viabilidad de su aspiración marítima supone un corredor ariqueño y un mar adyacente no sujeto a controversia. De confluir ambas situaciones, se produciría lo que se está produciendo: el cuadro de un Perú enfrentado a Chile, Bolivia y Ecuador, con Venezuela apoyando decididamente a los dos últimos. En lista de espera estaría Colombia, que también participa del sistema limítrofe del Pacìfico Sur y donde operan las “chavistas” y muy infiltrables FARC.
Es pertinente anotar que el riesgo boliviano está analizado no sólo en mi reciente libro De Charaña a La Haya (2) . También fue contemplado en un artículo que publiqué, en septiembre de 2007, en esta revista (3). Allí planteaba, como “hipótesis”, que la pretensión oficializada en 1986 por el embajador peruano Juan Miguel Bákula, se habría diseñado, en parte, “como un franco disuasivo ante Bolivia”.
Esto, porque, siendo impensable que el Perú accediera a ceder a Bolivia parte de Arica, tampoco quería experimentar la ordalía de un nuevo acuerdo chileno-boliviano que hiciera explícita esa disposición. Desde ese talante, una disputa por la frontera marítima cumpliría el doble objetivo de reivindicar un segmento de océano e impedir -con presunta sutileza- un segundo “charañazo”. Ante una nueva petición de venía peruana para un “corredor ariqueño”, el gobierno requerido no estaría obligado a definirse sobre el fondo. Le bastaría indicar que los derechos sobre el mar adyacente ahora estaban en discusión y, claro, no se puede negociar sobre cosa ajena.
Sucede que esa hipótesis fue tajantemente descalificada por el propio embajador Bákula. Le resultaba conspirativo sostener que Bolivia pudiera sentirse afectada por la pretensión que él había liderado en lo técnico y representado en lo diplomático. Tal posibilidad no había pasado por su mente ni por la de su canciller ni por la de su Presidente. Tan arriesgada posición (¿cómo saber lo que realmente piensa otra persona?) fue volcada en trascendidos periodísticos y, en definitiva, se expresó en un libro que publicó el año siguiente. Ahí Bákula transformó mi hipótesis en simple “intuición”, la adjetivó como “extraña”, sospechó que estuviera “teledirigida desde otros miradores” y coligió que mi objetivo era desacreditar su propia gestión (la de Bákula) suponiendole “el recóndito propósito de reactivar la demanda marítima boliviana” (4) .
Tan insólita reacción, que equipara la responsabilidad del agente diplomático con la del conductor polìtico, confunde una disuasión con una reactivación (de la aspiración boliviana) y descalifica a un analista por sospechas, era sicológicamente significativa. Por una parte, parecía revelar el oculto temor a un despertar crítico de los expertos propios. Por otra, evidenciaba que, a falta de argumentos convincentes, había que recurrir a “tergiversaciones patrióticas” y descalificaciones ad hominem. El ancestral reflejo de matar al mensajero.
Pero, a esa altura, la hipótesis ya era tesis verificada. Presidente, canciller, diplomáticos y ex cancilleres bolivianos aceptaban, con mayor o menor discreción, que la anunciada demanda peruana sería un obstáculo decisivo para su aspiración. Luego, cuando Morales quiso dar “orientación política antimperialista” al pueblo peruano y se burló de la robustez de García, la oleada antidemanda que bajaba desde Palacio Quemado era visible desde cualquier atalaya.
Con la demanda ya instalada, la Cancillería peruana y sus asesores pro demanda se encuentran ante un jaque geopolítico autopropinado. De ser cierto que sólo la intuición de un analista privado pudo prever el crítico alejamiento de Bolivia, significa que allí se dio un alarmante déficit de análisis focalizado. Si, por el contrario, hubo previsión certera, significa que esa Cancillería fue sobrepasada por una asesoría temeraria, que indujo las dos graves decisiones políticas de García: oficializar la pretensión peruana, en 1986 y presentar la demanda en 2008.
Traslado de culpas
Hoy el gobierno de Bolivia aparece impulsando un traslado de culpas que daría un vuelco histórico al subsistema geopolítico pos Guerra del Pacífico. Chile dejaría de ser el exclusivo responsable de la mediterraneidad boliviana, pues los obstáculos reales los ha colocado –según Morales- la “permanente agresión” de García. El Perú quedaría en un aislamiento similar al que suelen percibir los chilenos, de manera recurrente, desde mediados del siglo 19.
Para nuestros cortoplacistas, puede ser una gran oportunidad. Bastaría endosar la querella de Morales contra García, sin asumir que eso a) equivale a reponer la “polìtica boliviana” previa a 1929, que giraba contra la transferencia a Bolivia de Tacna y Arica, b) supone canjear una compleja amistad boliviana por una sólida enemistad peruana, c) compromete –en caso extremo- a producir un “resquicio” para ceder un corredor a Bolivia bajo protección chilena y d) consolida el bloqueo de las políticas integracionistas en la sub-región, con perjuicio para todos. En suma, se prorrogaría la vigencia de “el siglo que vivimos en peligro”.
Mejor sería sincerarse y reconocer lo que los taimados hechos gritan: la aspiración marítima boliviana fue y sigue siendo una pieza para tres actores. Y, si en aras del dogma bilateralista quisiéramos negar el link entre la demanda peruana y la agenda de 13 puntos con Bolivia, significaría que algo muy extraño sucede en nuestro sistema perceptor de realidades.
Cabe agregar que en el meollo de la insinceridad está la exclusión de Bolivia consagrada en el Protocolo Complementario (y originalmente secreto) del Tratado de 1929. Tal instrumento fue, en su esencia, una Medida de Fomento de la Confianza (MFC), que permitió al Perú sublimar la pérdida de Tarapacá y Arica con la recuperación de Tacna y la certeza de que Chile no transferiría a Bolivia parte de la otra “provincia cautiva”.
El Presidente peruano Augusto Leguía sintetizó ese espíritu cuando dijo que el nuevo tratado unía fraternalmente a chilenos y peruanos “a la sombra de una historia forjada por héroes comunes y sobre un suelo cuya continuidad trazó la mano de Dios”. Fue un mensaje perfectamente decodificado por el ex Presidente boliviano Daniel Salamanca, con una metáfora que hizo fortuna: “Chile puso un candado al mar para Bolivia y entregó la llave al Perú”.
Trilateralismo diferenciado
Chilenos y peruanos no contaron con que Bolivia, tras denunciar aquella exclusión, lucharía para convertirla en procedimiento. Al efecto, sus gobiernos la interpretaron de modo que “el candado” pudiera unirse con “la llave”, debilitando el espíritu del Protocolo Complementario. El método principal fue inducir conversaciones con Chile, para acceder al mar desde la frontera norte, y luego buscar la venia del Perú, a sabiendas de que para este país sería un tema incordiante.
Dicho procedimiento tuvo un hito decisivo en 1975, con los formales Acuerdos de Charaña, firmados por los generales Augusto Pinochet y Hugo Bánzer. A partir de éstos se inició una estrategia peruana que culminaría con un antídoto definitivo: la decisión de expandir la frontera marítima propia, primero mediante negociaciones y, en definitiva, demandando a Chile ante la Corte Internacional de Justicia.
Por lo señalado, Chile no sólo debe tratar de imponer sus mejores argumentos jurídicos ante esa Corte. Visto que el eventual fallo no puede solucionar el conflicto político y trilateral de fondo, también necesita enfrentar la complejidad de lo real, aceptando, con Goethe, que “las cosas siempre son más simples de lo que se puede pensar, pero mucho más intrincadas de lo que se puede comprender”.
En ese sentido, lo inteligente sería asumir la iniciativa política y estratégica de tender una “cuerda común” chileno-peruana, que sustente un nuevo espíritu respecto a Bolivia. Ambos gobiernos reconocerían, así, el fracaso de la exclusión de 1929 y admitirían la posibilidad de negociar con el tercer país a tenor de un proyecto integracionista en la triple frontera, sin transferencias de soberanía y en el marco de un juego “todos ganan”. De paso, reconocerían que el decaimiento de la soberanía absoluta, que reconoce la Ciencia Política moderna, no significa que dé lo mismo transferirla a otro país. Significa, más bien, que los Estados pueden delegar partes de su soberanía global en una entidad integracionista o supranacional. La modélica Unión Europea se forjó sin cambiar el color territorial de los mapas.
Ese trilateralismo diferenciado sería, entonces, una MFC que uniría a Chile, Bolivia y Perú en una empresa con soporte geopolitico, liquidando la madre de todos los recelos. No más ambigüedad flagrante desde el Perú. No más expectativas imposibles para Bolivia creadas desde Chile. No más vetos geoeconómicos en los mercados de exportación e importación. No más mercados gasíferos interferidos por el “factor patriótico”. No más discriminación a los inversionistas según sus nacionalidades. No más resquicios para que emerjan nuevos caudillos militares. No más facilidades a otros líderes para que interfieran en la relación entre nuestros tres países, demandando playas, dando apoyo estratégico a sus seguidores o apadrinando candidatos.
En resumidas cuentas
Con el mérito de lo señalado, parece evidente que Chile debe mantener extrema prudencia ante el nuevo cuadro que configura el conflicto Bolivia-Perú. Nadie debe entusiasmarse con las trompadas que se propinan sus presidentes. A la inversa –y metafóricamente hablando- nuestra Presidenta Michelle Bachelet debiera negarse a convertir el penal que le está obsequiando su homólogo boliviano. Para no ser demasiado obvia en el rechazo, bien podria ensayar el trote previo desde los doce pasos y repetir su truco del zapato volador.
Publicado en la Revista Mensaje , julio 2009
NOTAS
(1) La Tercera, 31 de mayo 2009.
(2) José Rodríguez Elizondo, De Charaña a La Haya, Ediciones La Tercera del Grupo Planeta, Santiago, 2009.
(3) La extraña invención del doctor García, revista Mensaje, septiembre 2007.
(4) Juan Miguel Bákula, La imaginación creadora y el nuevo régimen jurídico del mar, Universidad del Pacífico, Lima, 2008, pg. 218.
Bitácora
Honduras: el golpe del día antes
José Rodríguez Elizondo
Curzio Malaparte nunca imaginó la cantidad de variables que agregaríamos los latinoamericanos a su célebre obra Técnica del golpe de Estado. No previó un golpe con visto bueno legal múltiple, como el que propinó Augusto Pinochet a Salvador Allende. Tampoco previó un contragolpe por prescripción médica, como el de Francisco Morales Bermúdez contra Juan Velasco Alvarado.
No sospechó un autogolpe como el de Fujimori, con “perdonazo” de los organismos multilaterales que velan por la democracia.
Fuera de su alcance estuvieron los golpes socialparlamentarios (con los militares mirando), como los que derribaron a los presidentes ecuatorianos Bucaram, Mahuad y Gutiérrez, y a los bolivianos Sánchez de Lozada y Mesa. Y qué decir de ese golpe piquetero que expectoró al argentino Fernando de la Rúa.
La semana pasada, los hondureños agregaron a ese repertorio el “golpe del día antes” o por sospechas. Como se efectivizó manu militari, sacando del país al Presidente en pijama (“camisa de dormir”, dijo Manuel Zelaya), su aspecto retro fue despistante. Para algunos peruanos fue un remake del operativo mediante el cual sacaron de palacio a Fernando Belaunde para depositarlo en Buenos Aires.
Sin embargo, dado que este golpe se dio para evitar que Zelaya se convirtiera en Hugo Chávez, su objetivo es más preventivo que proactivo. Sus autores quisieron impedir que, cambiando las reglas del juego, una democracia más o menos democrática se convirtiera en una democracia más o menos dictatorial. Una violencia de coyuntura para bloquear la posibilidad de una violencia de estructura.
En el fondo, fue un exorcismo inducido por la fabulosa secuencia practicada en su país por el líder venezolano. Esa según la cual a) intentó un golpe desprolijo para posicionar su imagen en los medios, b) conquistó el gobierno desde la institucionalidad vigente, c) cambió esa institucionalidad para gobernar sin plazos, d) acaparó la panoplia mediática para borrar a los opositores, e) ideologizó a las FFAA y Policiales para evitar sorpresas, f) profundizó todas las acciones anteriores cuando esa sorpresa (golpe fallido) se produjo, y g) construyó un tejido de gobiernos homólogos para demostrar a Fidel Castro que la revolución chavista es mucho más expansible que la cubana.
Hasta la fecha de este texto, Chávez ha mantenido la iniciativa. Con los gobiernos de su “eje”, el aval de la ONU y la Carta Democrática de la OEA, aplica presión a José Miguel Insulza para reinstalar incondicionalmente a Zelaya en el poder. Si la OEA e Insulza le fallan, estaría listo para declarar la guerra a los golpistas. Así, ha convertido su intervencionismo en liderazgo antigolpista y madrugado a los gobiernos indisputadamente democráticos del hemisferio.
En los EEUU, Barack Obama luce como si le hubieran robado los huevos al águila. Más al sur, el brasileño Lula, el mexicano Felipe Calderón, la chilena Michelle Bachelet, la argentina Cristina Fernández, el colombiano Álvaro Uribe, el uruguayo Tabaré Vasquez y el peruano Alan García tienen que marchar, aunque no les guste, al son que toca el chavismo.
En el fondo, Chávez está inventando un reaseguro para gobernantes amigos, cuyas primas deben pagar los enemigos. Si consigue validar tan notable instrumento, demostrará que en América Latina es más fácil tomarse una democracia para dictatorializarla que instalar una dictadura de golpe y porrazo.
Algo muy propio de estos países de realismo mágico, donde todos somos democráticos pero unos lo son bastante menos que otros.
Publicado en La Republica el 07/07/2009
Bitácora
Tencha en la Historia
José Rodríguez Elizondo
Fue en alguna ciudad de Extremadura, quizás en 1986. Hortensia “Tencha” Bussi, que ya comenzaba a ser una bella septuagenaria, había participado en unas jornadas sobre derechos humanos y estábamos en un almuerzo de camaradería. La mesa estrecha, al estilo frailero, permitía un contacto visual cercano y entonces lamenté no ser pintor retratista para registrar su mirada.
Sus increíbles ojos de color cambiante pasaban a través de sus interlocutores. Decían, sin decir, que ella estaba en otra parte desde el comienzo de los siglos. Recordé La esfinge sin secreto, ese cuento de Oscar Wilde cuya protagonista, de apariencia inaccesible, lucía como “esos cristales expuestos en los museos que son transparentes unas veces y opacos otras”.
La diferencia estaba en que los secretos de Tencha existían y eran del dominio público. Entre ellos estaba Salvador Allende, cónyuge por tres décadas y sempiterno seductor de mujeres. Los aviones de guerra bombardeando su casa y la flor que aportó al funeral clandestino del líder. Su hija Beatriz, tan profundamente castrista y tan desesperadamente suicidada en La Habana. Su extraño amigo Fidel Castro, con su solidaridad material generosa, yuxtapuesta a la manipulación de la muerte de Salvador, la retención de la carta póstuma de Beatriz y la pretensión de construir en el nieto Alejandro al símbolo de las revoluciones cubana y chilena.
A esa altura, la opaca Primera Dama del gobierno derrocado, tras decidir que nunca lloraría en público, se había convertido en una brillante líder simbólica contra la dictadura. Apoyada en su hija Isabel, era un poder fáctico de envergadura y los líderes de la Concertación en ciernes así lo entendían. De su apoyo dependían sus futuros y un mínimo signo de rencor habría bastado para bloquear cualquier carrera. Si esto no sucedió, fue porque, desde la ética de la responsabilidad, ella apostó a la transición institucional, con los amigos y enemigos de ayer.
Sugerentemente, su única intervención política notoria, con el dictador ya rumbo al olvido, fue ante Fidel Castro, una noche de noviembre de 1996, en el marco de la VI Cumbre Iberoamericana. Los socialistas chilenos habían decidido brindarle al dios cubano un cóctel especial de homenaje con crítica, pero, al parecer, no contaban con un dirigente capaz de superar el temor reverencial. Entonces recurrieron a Tencha octogenaria.
Así fue como la viuda del héroe inmolado, ya curvada por la escoliosis, leyó a Castro la cartilla de la democracia regional, en uno de esos raros momentos en que la Política muestra sus componentes más nobles. Con inteligencia y dignidad, supo equilibrarse entre el reconocimiento al mítico rebelde de Sierra Maestra, la emoción raigal de las izquierdas por la justicia social, la gratitud por la solidaridad tras la tragedia, el respeto por las utopías del pasado y... la mutación del joven guerrillero en un gobernante vitalicio y renuente a consultar la opinión libre de sus dirigidos.
Conminándolo a llamar a “elecciones periódicas”, Tencha rompió la complicidad de los silencios militantes, trizando ese viejo sofisma según el cual nunca es oportuna la verdad, cuando puede escucharla "el enemigo".
La semana pasada, la nonagenaria y legendaria Tencha decidió morir y fui a verla por última vez al Salón de Honor del Congreso Nacional, entre Presidentes de la República, notables locales y extranjeros y chilenos de a pie. Quise recuperar su mirada de esfinge, pero sus ojos increíbles se habían cerrado para siempre y sus manos inmóviles sujetaban una flor.
Publicado en La Republica el 23.6.2009
Sus increíbles ojos de color cambiante pasaban a través de sus interlocutores. Decían, sin decir, que ella estaba en otra parte desde el comienzo de los siglos. Recordé La esfinge sin secreto, ese cuento de Oscar Wilde cuya protagonista, de apariencia inaccesible, lucía como “esos cristales expuestos en los museos que son transparentes unas veces y opacos otras”.
La diferencia estaba en que los secretos de Tencha existían y eran del dominio público. Entre ellos estaba Salvador Allende, cónyuge por tres décadas y sempiterno seductor de mujeres. Los aviones de guerra bombardeando su casa y la flor que aportó al funeral clandestino del líder. Su hija Beatriz, tan profundamente castrista y tan desesperadamente suicidada en La Habana. Su extraño amigo Fidel Castro, con su solidaridad material generosa, yuxtapuesta a la manipulación de la muerte de Salvador, la retención de la carta póstuma de Beatriz y la pretensión de construir en el nieto Alejandro al símbolo de las revoluciones cubana y chilena.
A esa altura, la opaca Primera Dama del gobierno derrocado, tras decidir que nunca lloraría en público, se había convertido en una brillante líder simbólica contra la dictadura. Apoyada en su hija Isabel, era un poder fáctico de envergadura y los líderes de la Concertación en ciernes así lo entendían. De su apoyo dependían sus futuros y un mínimo signo de rencor habría bastado para bloquear cualquier carrera. Si esto no sucedió, fue porque, desde la ética de la responsabilidad, ella apostó a la transición institucional, con los amigos y enemigos de ayer.
Sugerentemente, su única intervención política notoria, con el dictador ya rumbo al olvido, fue ante Fidel Castro, una noche de noviembre de 1996, en el marco de la VI Cumbre Iberoamericana. Los socialistas chilenos habían decidido brindarle al dios cubano un cóctel especial de homenaje con crítica, pero, al parecer, no contaban con un dirigente capaz de superar el temor reverencial. Entonces recurrieron a Tencha octogenaria.
Así fue como la viuda del héroe inmolado, ya curvada por la escoliosis, leyó a Castro la cartilla de la democracia regional, en uno de esos raros momentos en que la Política muestra sus componentes más nobles. Con inteligencia y dignidad, supo equilibrarse entre el reconocimiento al mítico rebelde de Sierra Maestra, la emoción raigal de las izquierdas por la justicia social, la gratitud por la solidaridad tras la tragedia, el respeto por las utopías del pasado y... la mutación del joven guerrillero en un gobernante vitalicio y renuente a consultar la opinión libre de sus dirigidos.
Conminándolo a llamar a “elecciones periódicas”, Tencha rompió la complicidad de los silencios militantes, trizando ese viejo sofisma según el cual nunca es oportuna la verdad, cuando puede escucharla "el enemigo".
La semana pasada, la nonagenaria y legendaria Tencha decidió morir y fui a verla por última vez al Salón de Honor del Congreso Nacional, entre Presidentes de la República, notables locales y extranjeros y chilenos de a pie. Quise recuperar su mirada de esfinge, pero sus ojos increíbles se habían cerrado para siempre y sus manos inmóviles sujetaban una flor.
Publicado en La Republica el 23.6.2009
Bitácora
El cascabel de la OEA
José Rodríguez Elizondo
Cuando Fidel Castro vio que llegaba la hora de revocar la resolución de 1962, que excluyó a Cuba de la OEA, su reacción fue la misma de hace medio siglo. Con tozudez redundante, de gallego y anciano ensimismado, dijo que la existencia de esa institución no se justificaba. Había sido el caballo norteamericano de Troya que introdujo en América Latina el neoliberalismo, el narcotráfico, las bases militares y las crisis económicas. Era un orgullo estar fuera de ella
Parafraseaba, así, la mejor cita del Marx divertido: “Yo no puedo pertenecer a un club que me acepte como socio”. Además, en esto era coherente con su biografía de revolucionario que insurgió a las greñas con los gobiernos de Dwight Eisenhower y John Kennedy y se consolidó gracias al conservadurismo cegatón de los gobiernos norteamericanos que siguieron. Imposible pedirle que ayudara a descongelar un estatus confrontacional que lo había beneficiado tanto.
Sin embargo, una vez revocada esa resolución, por unanimidad –incluyendo a los EE.UU- , los castristas externos e internos proclamaron un nuevo triunfo de la revolución cubana. A ese respecto, coincidieron con la minoría más reaccionaria de los Estados Unidos, que comenzó a acusar la “debilidad” de Barack Obama, como si perseverar en el error fuera una señal de fortaleza. Todos olvidaron, además, que en 1962 la mayoría real de la región no acompañó a la Casa Blanca. Entonces tuvieron el coraje de abstenerse Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México. Junto con Cuba, conformaban algo así como los 4/5 de la población de América Latina.
Es que, en la realidad concreta, no da igual patear con iracundia las puertas cerradas de un club exclusivo, que hacer el loco arremetiendo contra sus puertas abiertas. Es decir, no da lo mismo, para los cubanos de Castro, mantenerse taimadamente al margen de una institución que los expulsó, que recibir una invitación para volver, mediante el simple cumplimiento de los requisitos que los demás socios ya están acatando.
Mientras se asimila esta nueva situación, nadie en Cuba –oficialmente hablando- quiere recordar que el club tiene estatutos nuevos. Los de nacimiento, inspirados en la lógica de la Guerra Fría, sólo servían para declarar la incompatibilidad de la OEA con las dictaduras marxista-leninistas. No servían para molestar a dictaduras como las de Marcos Pérez Jiménez, Rafael Leonidas Trujillo, Anastasio Somoza y flia., Manuel Odría, Hugo Bánzer, Humberto Castelo Branco, Jorge Rafael Videla, Gregorio Alvarez y Augusto Pinochet. Los estatutos de hoy, tras el fin de la Guerra Fría, contienen una cláusula democrática y de respeto a los derechos humanos que, teóricamente, debiera alejar a las dictaduras sin distinción. Hay que decirlo así, con prudencia, porque nosotros latinoamericanos, creativos como somos, estamos en vías de inventar dictaduras democráticas (libremente elegidas o ratificables), para que puedan colarse o permanecer dentro de la OEA.
Visto así, es poco lo que se pide a la Cuba tardocastrista para retornar al club. Simplemente, su gobierno debiera hacer lo que hace el de Venezuela, cuando se somete a elecciones periódicas. Si Hugo Chávez es el discípulo dilecto y si el régimen cubano cuenta, incluso, con mayor control de la opinión pública, no sería demasiado duro imitarlo. Con una pequeñita elección cubana, se respetarían los principios actuales de la OEA –al menos en la forma- y comenzaría una transición a la transición democrática en la isla.
Claro, es más fácil decirlo que enfrentarse a una reflexión adversa de Fidel Castro. Porque ése es el problema decisivo: ¿se atrevería Raúl a ponerle el cascabel electoral a su hermano?
Publicado en La Republica el 9.6.09
Bitácora
Evo tras un vuelco histórico
José Rodríguez Elizondo
En su entrevista de ayer para La Tercera, Evo Morales dice, rotundo, lo que sus diplomáticos sólo decían con susurros: “la demanda (del Perú en la Haya) tiene como objetivo perjudicar a Chile y Bolivia en sus negociaciones”.
Es la réplica exacta de aquella dura afirmación de Alan García, según la cual Morales ya no estaría interesado en una salida al mar. De paso, muestra un nuevo diseño estratégico respecto a dicha aspiración marítima, que ya no pivotea sobre el supuesto bilateralismo consagrado en el tratado de 1929. Este, más bien, levantaba la amistad chileno-peruana sobre la “exclusión” de Bolivia.
Si este alejamiento de Bolivia no fue previsto oportunamente por los expertos de Torre Tagle, significa que esa acreditada Cancillería también comete errores graves. Si lo fue, significa que esos expertos asumieron una asesoría temeraria desde 1986, año en que el diplomático Juan Miguel Bákula oficializó la pretensiòn peruana ante el gobierno chileno. Como resultado, Ecuador y Bolivia –además de Chile- hoy están directamente interesados en la mantención del statu quo.
Incidentalmente, esto explica la extraña reacción del mismo Bákula cuando este columnista “reveló”, en 2007, el secreto de Polichinela de la implicancia boliviana. En un libro de 2008, dicho actor supuso aviesas intenciones al analista, diciendo que se trataba de “una extraña interpretación (…) teledirigida desde otros miradores” y sólo orientada a descalificar su gestión personal. Asumía que ni al Presidente García se le había pasado tal conexión por la cabeza.
Los hechos indican, entonces, que Chile dejó de ser el exclusivo responsable de la mediterraneidad boliviana, pues los obstáculos reales los ha venido colocando –según Morales- la “permanente agresión” de García. Más que un sinceramiento sobre la trilateralidad del tema, esto es un traslado de culpas, que induce un vuelco histórico en el sistema geopolítico. Una especie de éxito en diferido de aquella “polìtica boliviana” de Chile que descansaba sobre la negociabilidad de Tacna y Arica. En esa línea, Bolivia desistiría de internacionalizar su tema y no pondría el énfasis en los traspasos de soberanía.
Aquí es donde Chile necesita políticas que sinteticen las grandes líneas de la Política y la Estrategia, pues plegarse al diseño de Morales sería asumir que la amistad de Bolivia puede equilibrar la enemistad del Perú. Más inteligente sería aprovechar la oportunidad para hacer el balance de la exclusión boliviana decidida en 1929, con miras a reemplazarla por una política común, que beneficie a los tres países concernidos.
Ese “trilateralismo diferenciado” sería, por añadidura, el soporte de una integración que elimine la necesidad de delegar nuestros destinos en los jueces de La Haya.
Publicado en La Tercera, 1.6.09
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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