Bitácora
Mensaje a la vena para Hugo Chávez
José Rodríguez Elizondo
En América Latina volvemos a creer que se puede avanzar hacia atrás, en nombre de la integración pendiente. Así, creamos organismos integracionistas que fracasan, los sustituimos por otros que se gastan en batallitas intrarregionales y terminamos complicadísimos porque la influencia geopolítica de los EE.UU ya no se ejerce mediante la intervención directa.
La reunión de Unasur en Bariloche, Argentina, de fines de agosto, fue un nítido paradigma. Inducida por el venezolano Hugo Chávez, para exorcizar la eventual amenaza de las bases militares que Colombia compartirá con “el imperio”, terminó con una declaración acuosa y la delegación del tema en otro organismo. Con todo, la intervención del peruano Alan García constituyó una novedad interesante, pues anuncia que Chávez ya no tendrá libre esa cancha sudamericana.
Digamos que entre ambos líderes existe un notorio respeto sin amor. Para el venezolano, García es el único que se atreve a discutirle con lenguaje de cantina, sin miedo al ridículo. Además, sabe que es el único jefe de Estado latinoamericano que ha dejado fuera de combate a su “papá” Fidel Castro (cuando ambos polemizaron sobre la deuda externa en los años 80).
García, por su parte, sabe que Chávez tiene un peso decisivo en la balanza geopolítica peruana, por sus vínculos con las FARC y su fuerte influencia en los gobiernos de Argentina, Bolivia y Ecuador. También sabe que tiene una relación complicada con Chile –con el cual el suyo tiene un serio conflicto-, que financia sedes chavistas en el Perú y que apadrina para sucederle al ultranacionalista Ollanta Humala
En ese contexto, García parece sugerir un pacto de no agresión: El mirará al infinito mientras Chávez polariza todo lo polarizable, siempre que éste no siga entrometiéndose en el Perú. Como contrapartida, se mantendría ajeno a las “cumbres” –como hasta antes de Bariloche-, conformándose con una sólida amistad de bajo perfil con el brasileño Lula.
Si el venezolano no acepta, le disputará el protagonismo, se incorporará al antichavismo colombiano y le reventará los escenarios regionales, tal como Chávez se los reventó a Lula.
Todo eso ya lo había encapsulado antes, en su respuesta a la pregunta de un periodista chileno, sobre si mejoraría su relación con Bolivia si Chávez no existiera. Con rica ambigüedad, García respondió “a veces creo que sí y a veces que no”. Y en Bariloche, tras los desplantes antimperialistas de Chávez, le soltó alto lo que otros sólo susurran: ¡qué tanto alarde contra la Casa Blanca, “si usted le vende todo su petróleo a los Estados Unidos”.
Por primera vez Chávez puso, entre sus colegas, la misma cara complicada que éstos ponen cuando habla él.
Publicado en La Vanguardia el 4.9.09.
La reunión de Unasur en Bariloche, Argentina, de fines de agosto, fue un nítido paradigma. Inducida por el venezolano Hugo Chávez, para exorcizar la eventual amenaza de las bases militares que Colombia compartirá con “el imperio”, terminó con una declaración acuosa y la delegación del tema en otro organismo. Con todo, la intervención del peruano Alan García constituyó una novedad interesante, pues anuncia que Chávez ya no tendrá libre esa cancha sudamericana.
Digamos que entre ambos líderes existe un notorio respeto sin amor. Para el venezolano, García es el único que se atreve a discutirle con lenguaje de cantina, sin miedo al ridículo. Además, sabe que es el único jefe de Estado latinoamericano que ha dejado fuera de combate a su “papá” Fidel Castro (cuando ambos polemizaron sobre la deuda externa en los años 80).
García, por su parte, sabe que Chávez tiene un peso decisivo en la balanza geopolítica peruana, por sus vínculos con las FARC y su fuerte influencia en los gobiernos de Argentina, Bolivia y Ecuador. También sabe que tiene una relación complicada con Chile –con el cual el suyo tiene un serio conflicto-, que financia sedes chavistas en el Perú y que apadrina para sucederle al ultranacionalista Ollanta Humala
En ese contexto, García parece sugerir un pacto de no agresión: El mirará al infinito mientras Chávez polariza todo lo polarizable, siempre que éste no siga entrometiéndose en el Perú. Como contrapartida, se mantendría ajeno a las “cumbres” –como hasta antes de Bariloche-, conformándose con una sólida amistad de bajo perfil con el brasileño Lula.
Si el venezolano no acepta, le disputará el protagonismo, se incorporará al antichavismo colombiano y le reventará los escenarios regionales, tal como Chávez se los reventó a Lula.
Todo eso ya lo había encapsulado antes, en su respuesta a la pregunta de un periodista chileno, sobre si mejoraría su relación con Bolivia si Chávez no existiera. Con rica ambigüedad, García respondió “a veces creo que sí y a veces que no”. Y en Bariloche, tras los desplantes antimperialistas de Chávez, le soltó alto lo que otros sólo susurran: ¡qué tanto alarde contra la Casa Blanca, “si usted le vende todo su petróleo a los Estados Unidos”.
Por primera vez Chávez puso, entre sus colegas, la misma cara complicada que éstos ponen cuando habla él.
Publicado en La Vanguardia el 4.9.09.
Bitácora
A propósito de mi último libro
José Rodríguez Elizondo
Los lectores de este blog ya tuvieron noticia de mi último libro De Charaña a la Haya, Chile entre la aspiración marítima boliviana y la demanda marítima de Perú”. Algunos tuvieron la deferencia, incluso, de comunicar su apoyo a mis tesis o su civilizada discrepancia.
Tras su aparición, ese libro figuró entre los más vendidos y, en menos de tres meses, ha salido una segunda edición. Sobre esa base, he tenido la notable experiencia de ser requerido desde los más distintos centros académicos y sociales del país, para debatir sus contenidos.
Contrastando con ese raro fenómeno, que refleja una amplia voluntad de conocimiento, los críticos de los medios han mantenido el riguroso silencio que se autoaplican cuando se trata de ensayos o, en general, de literatura de ideas. Desgraciadamente, es algo tradicional en mi país.
Narro todo esto porque, en ese contexto, apareció una reseña sobre la obra en la edición de agosto de la revista Estudios Internacionales, que yo mismo dirigí. En dicha reseña, publicada en un medio de la Universidad de la cual soy profesor titular, se cometió un burdo atentado contra la buena fe pública, que no puedo soslayar. Consecuentemente, he decidido dar a la publicidad la siguiente carta, ya enviada a su actual director.
Santiago 27.08.2009
Sr. Manfred Wilhelmy
Director revista Estudios Internacionales.
Sr. Director:
Le escribo a tenor de la reseña de mi libro De Charaña a La Haya. Chile, entre la pretensión marítima de Bolivia y la demanda marítima de Perú, publicada en el N° 163 de su revista.
Advierto a usted que no conozco a las dos reseñistas que firman y tampoco sé si representan a alguna institución oficial o académica, pues sus antecedentes no figuran en la sección “datos de los autores”. También advierto que, como los libros deben defenderse solos -y el mío lo está haciendo muy bien- no aludiré al contenido globalmente descalificatorio de la reseña. Quiero limitarme sólo a su motivación implícita, contenida en la siguiente “información” inicial sobre el autor:
“(José Rodríguez Elizondo) durante su exilio político residió casi una década en Perú, lo que le permitió conocer de cerca la realidad política y social de dicho país, además de trabajar como colaborador en los gobiernos del general Francisco Morales Bermúdez, Alan García y Fernando Belaunde”
Por cierto, cualquier peruano o chileno enterado sabe que durante mi exilio limeño trabajé como periodista, con base en la revista Caretas. Lo saben en Estudios Internacionales, revista de la cual fui director hasta 2002. Lo sabe incluso el rey de España, quien me entregó el premio que lleva su nombre, por mi labor periodística en Perú. Ello indica que la invención reproducida, con su insólito detalle, no se debe a un error inocente. Lo que se pretende, con esa falsedad, es avalar la acusación de una supuesta parcialidad mía a favor del Perú y, por tanto, en contra de Chile. Tácitamente, no podría esperarse otra cosa de quien fue colaborador (¿colaboracionista?) de un dictador castrense peruano y del mismísimo Presidente que instaló el contencioso de la frontera marítima y hoy nos tiene demandados.
No por esperpéntica es una falsedad imprevista. En el prólogo de mi libro ya advertí que “el autor se sabe condenado a priori por quienes cultivan la tergiversación patriótica y aplican la descalificación ad hominem”. De hecho, una tergiversación de contenido inverso ya se había producido en Perú. El embajador Juan Miguel Bákula, actor emblemático del contencioso vigente, sostuvo en su último libro que mi tesis sobre la vinculación entre la aspiración boliviana y la demanda peruana parecía “teledirigida desde otros miradores”. Su discípulo, el embajador y ex vicecanciller Luis Solari, fue más directo: encasilló mis análisis en el marco de una supuesta “campaña antiperuana”.
Obviamente, descalificarme sobre la base de falsedades y sospechas conspirativas, desde Chile y Perú, es una buena prueba de rigor académico e inspiración pacifista. Le dice al lector de buena fe, peruano o chileno, que si para controvertir mi análisis hay que tergiversar, pensar torcidamente o mentir, es porque me acerqué demasiado al meollo de los rencores. A la razón oculta del conflicto.
Con el mérito de lo señalado, no estimo necesario invocar norma alguna para pedirle publique esta carta en el siguiente número de su revista. Es lo que corresponde.
Lo saludo atentamente.
José Rodríguez Elizondo
Profesor titular de Relaciones Internacionales
Facultad de Derecho
Universidad de Chile
Sr. Manfred Wilhelmy
Director revista Estudios Internacionales.
Sr. Director:
Le escribo a tenor de la reseña de mi libro De Charaña a La Haya. Chile, entre la pretensión marítima de Bolivia y la demanda marítima de Perú, publicada en el N° 163 de su revista.
Advierto a usted que no conozco a las dos reseñistas que firman y tampoco sé si representan a alguna institución oficial o académica, pues sus antecedentes no figuran en la sección “datos de los autores”. También advierto que, como los libros deben defenderse solos -y el mío lo está haciendo muy bien- no aludiré al contenido globalmente descalificatorio de la reseña. Quiero limitarme sólo a su motivación implícita, contenida en la siguiente “información” inicial sobre el autor:
“(José Rodríguez Elizondo) durante su exilio político residió casi una década en Perú, lo que le permitió conocer de cerca la realidad política y social de dicho país, además de trabajar como colaborador en los gobiernos del general Francisco Morales Bermúdez, Alan García y Fernando Belaunde”
Por cierto, cualquier peruano o chileno enterado sabe que durante mi exilio limeño trabajé como periodista, con base en la revista Caretas. Lo saben en Estudios Internacionales, revista de la cual fui director hasta 2002. Lo sabe incluso el rey de España, quien me entregó el premio que lleva su nombre, por mi labor periodística en Perú. Ello indica que la invención reproducida, con su insólito detalle, no se debe a un error inocente. Lo que se pretende, con esa falsedad, es avalar la acusación de una supuesta parcialidad mía a favor del Perú y, por tanto, en contra de Chile. Tácitamente, no podría esperarse otra cosa de quien fue colaborador (¿colaboracionista?) de un dictador castrense peruano y del mismísimo Presidente que instaló el contencioso de la frontera marítima y hoy nos tiene demandados.
No por esperpéntica es una falsedad imprevista. En el prólogo de mi libro ya advertí que “el autor se sabe condenado a priori por quienes cultivan la tergiversación patriótica y aplican la descalificación ad hominem”. De hecho, una tergiversación de contenido inverso ya se había producido en Perú. El embajador Juan Miguel Bákula, actor emblemático del contencioso vigente, sostuvo en su último libro que mi tesis sobre la vinculación entre la aspiración boliviana y la demanda peruana parecía “teledirigida desde otros miradores”. Su discípulo, el embajador y ex vicecanciller Luis Solari, fue más directo: encasilló mis análisis en el marco de una supuesta “campaña antiperuana”.
Obviamente, descalificarme sobre la base de falsedades y sospechas conspirativas, desde Chile y Perú, es una buena prueba de rigor académico e inspiración pacifista. Le dice al lector de buena fe, peruano o chileno, que si para controvertir mi análisis hay que tergiversar, pensar torcidamente o mentir, es porque me acerqué demasiado al meollo de los rencores. A la razón oculta del conflicto.
Con el mérito de lo señalado, no estimo necesario invocar norma alguna para pedirle publique esta carta en el siguiente número de su revista. Es lo que corresponde.
Lo saludo atentamente.
José Rodríguez Elizondo
Profesor titular de Relaciones Internacionales
Facultad de Derecho
Universidad de Chile
Bitácora
En la trampa hondureña
José Rodríguez Elizondo
Entrevista con José Rodríguez Elizondo publicada en La Tercera, el 10.08.2009
¿Por qué el gobierno de facto hondureño ha expresado tanto rechazo a José Miguel Insulza?
Es cuestión de percepciones subjetivas. Micheletti esperaba, quizás, una condena de la OEA menos instantánea y más flexible. Además, el Presidente derrocado contribuyó con una indiscreción calculada. Reveló, ante la televisión, un supuesto compromiso de Insulza de acompañarlo personalmente en su regreso. Es decir, hizo pública una eventual conversación privada, para dificultar cualquier matiz posterior.
Tras esto, ¿cómo se ve afectada la imagen del secretario general de la OEA?
Está entrampado en una situación maniquea: unos lo perciben como consecuente defensor de la democracia y otros, como aliado de Hugo Chávez y los gobiernos del ALBA.
¿Esto puede afectar incluso sus pretensiones de reelección?
Por cierto. Se produjo el efecto polarizante que acompaña a cualquier gestión vinculada con Chávez. Para quienes lo aborrecen, sería mejor alejar a Insulza de la OEA.
Respecto de Honduras, ¿en qué situación queda la crisis?
Es uno de esos casos en los cuales quien empata gana. Mantener el statu quo significa ventajas para Micheletti.
¿Qué pasos pueden tomar la OEA y el resto de la comunidad internacional para solucionar la situación?
Reconocer que, como el golpismo gobierna y el presidente Zelaya no puede gobernar, lo mejor es llamar a elecciones inmediatas. Que dirima el electorado. Una solución menos realista implica el riesgo de una guerra interna con altísimo grado de intervención foránea.
Es cuestión de percepciones subjetivas. Micheletti esperaba, quizás, una condena de la OEA menos instantánea y más flexible. Además, el Presidente derrocado contribuyó con una indiscreción calculada. Reveló, ante la televisión, un supuesto compromiso de Insulza de acompañarlo personalmente en su regreso. Es decir, hizo pública una eventual conversación privada, para dificultar cualquier matiz posterior.
Tras esto, ¿cómo se ve afectada la imagen del secretario general de la OEA?
Está entrampado en una situación maniquea: unos lo perciben como consecuente defensor de la democracia y otros, como aliado de Hugo Chávez y los gobiernos del ALBA.
¿Esto puede afectar incluso sus pretensiones de reelección?
Por cierto. Se produjo el efecto polarizante que acompaña a cualquier gestión vinculada con Chávez. Para quienes lo aborrecen, sería mejor alejar a Insulza de la OEA.
Respecto de Honduras, ¿en qué situación queda la crisis?
Es uno de esos casos en los cuales quien empata gana. Mantener el statu quo significa ventajas para Micheletti.
¿Qué pasos pueden tomar la OEA y el resto de la comunidad internacional para solucionar la situación?
Reconocer que, como el golpismo gobierna y el presidente Zelaya no puede gobernar, lo mejor es llamar a elecciones inmediatas. Que dirima el electorado. Una solución menos realista implica el riesgo de una guerra interna con altísimo grado de intervención foránea.
Bitácora
INSULZIX
José Rodríguez Elizondo
Bitácora
Honduras a toro pasado
José Rodríguez Elizondo
Para muchos fue curiosa la vehemencia inicial con que José Miguel Insulza, el Secretario General de la OEA, tipificó como golpe de Estado al golpe de Estado en Honduras. Como si fuera posible ponerlo en duda.
Quizás él no sospechó, entonces, que la conmoción ante la remoción -casi quirúrgica- del Presidente Manuel Zelaya reflejaba la gran paradoja latinoamericana de nuestro tiempo: estadísticamente hablando, hoy es más fácil socavar una democracia desde dentro, con el modelo y la ayuda del Presidente venezolano Hugo Chávez, que derribarla con la metodología armada tradicional.
El tema de fondo, por tanto, no fue si se trataba o no de un golpe, sino de dos incapacidades vinculadas: la de Zelaya, para aplicar la línea estratégica de Chávez y la de sus opositores, para frenar su chavismo desde las instituciones.
Visto así, el golpe hondureño será un hito respecto al futuro de la intervención chavista y al rol de la OEA en cuanto guardiana de la democracia representativa en América Latina. Sobre lo primero, si el país reanuda su camino institucional, con o sin reinstalación de Zelaya, quedará a firme la percepción de que, para preservar la posibilidad de alternancia, excusables son los golpes de Estado preventivos. Algo que recuerda demasiado la lógica perversa de la guerra fría, respecto a los tolerables dictadores anticomunistas.
Sobre lo segundo, la cantidad de Presidentes autoconvertidos en mandatarios irrevocables, sumada a la de aquellos que no pudieron terminar su mandato, demuestra que la OEA tendrá que redefinir sus funciones, para no quedar entre tres fuegos: el de los Presidentes que socavan la democracia sin golpes, el de quienes inducen la ingobernabilidad para deponer a los Presidentes y el de quienes defienden el statu quo a golpe de golpes contra los Presidentes.
Según lo expresado, la democracia regional vive un momento crítico, ante el cual no cabe la autocomplacencia por algún momento electoral razonablemente pacífico. Es bueno recordar, por lo mismo, que la Carta Democrática Interamericana es más compleja de lo que parece. De partida, porque vincula su objetivo con la mantención de la paz y la seguridad del continente y porque llama a “promover y consolidar la democracia representativa dentro del respeto al principio de no intervención” (artículo 2).
Así, o la OEA desaparece en cuanto actor democrático multilateral o complejiza su rol político. Esto, pues ya no bastará con velar por la sucesión regular de los jefes de Estado. Además, tendrá que velar por la preservación de los sistemas de pesos y contrapesos que garantizan la alternancia, denunciar la ingerencia foránea en los procesos políticos de cada país y llamar al debido escándalo ante los alardes mediático-militaristas de quien ordena, ante la televisión, poner tropas en sus fronteras o llama a la guerra civil en otro país.
Publicado en La Vanguardia de Barcelona el 22.7.09
Editado por
José Rodríguez Elizondo
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.
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