CONO SUR: J. R. Elizondo

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Alan García: del aprismo al nacionalismo José Rodríguez Elizondo

Aunque sin pretenderlo, Alan García se ha convertido en un ejemplo personalizado de la crisis de las ideologías durante la pos guerra-fría. Paradigmática será, para los historiadores de las ideas, la contradicción entre su política hacia Chile y el integracionismo aprista -indoamericanismo- que él había tratado de pulir y recrear.

En vida del líder fundador Víctor Raúl Haya de la Torre, esas tesis estaban en el bagaje teórico y emocional de cualquier militante aprista. El propio Víctor Raúl formaba parte de esa élite de peruanos que, junto con los chilenos de la vertiente o’higginiana, pensaban la relación estratégica bilateral en términos fraternales. Por ello, O´Higgins fue acusado, en su época, de “peruanófilo” y Haya de la Torre fue estigmatizado, en la suya, como “chilenófilo”.

García siguió esa línea en su obra El futuro diferente: la tarea histórica del Apra (1982). “Luchamos por la integración de nuestro subcontinente”, escribió entonces. Luego remachó la idea en su opúsculo Modernidad: neoliberalismo y neofascismo (1997), donde definió a la integración como “el único proyecto de largo aliento que dará a nuestras democracias solidez y a nuestros pueblos, la profunda certeza del futuro”.

Hoy día, uno se pregunta ¿hasta dónde puede estirarse el pragmatismo de García, para mantener la armonia entre el integracionismo y el nacionalismo vulgar?

Quienes creemos que sin ideas políticas sólo hay administración de coyunturas, sabemos que es una pregunta dura. Sin embargo, pocos se han dado cuenta de que García ya se la planteó… y la resolvió de una plumada. En su entrevista para La Tercera del 30 de agosto puso término a cualquier escrúpulo doctrinario: “nacionalistas somos todos (…) para mí, nacionalismo significa potenciar al país”, dijo con rotunda claridad.

Un duro golpe, por cierto, para los apristas integracionistas de la vieja guardia. Sus concepciones precursoras de la socialdemocracia moderna, tan orgullosamente arraigadas, hoy corren el riesgo de ser asimiladas al tronco común del nacionalismo. Ese del cual cuelgan, ya, el etnonacionalismo de la familia Humala y el niponacionalismo de la familia Fujimori.


Publicado en La Tercera, el 17.11.09

José Rodríguez Elizondo
Sábado, 21 de Noviembre 2009



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En su entrevista para La Tercera del 30 de agosto pasado, Alan García mostró a los chilenos parte del guión que vendría: él retiraba su apuesta por las “cuerdas separadas” -esa coexistencia entre el pleito fronterizo y una buena relación general-, asumía la necesidad nacionalista de potenciar a su país y comprendía que Michelle Bachelet dejara de sonreirle.

Ahí deslizaba, sutil, que nuestra Presidenta había preferido bailar en la cornisa del riesgo, por no querer negociar “una variación del ángulo que matara el tema para siempre”. Aludía, seguro, a una reunión en La Moneda, días antes de asumir su segundo gobierno, en la cual le habría planteado la idea de congelar la demanda.

Terminaba, así, la primera etapa de la estrategia peruana, marcada por la judicialización del conflicto y comenzaba otra, marcada por el énfasis en los componentes militar y comunicacional. Lo primero, para reducir la brecha de la superioridad estratégica chilena. Lo segundo, para instalar la idea de que dicha superioridad no servía para “administrar la paz”, como decía el general Oscar Izurieta, comandante en jefe del Ejército chileno, sino para reincidir en el “expansionismo” histórico.

El factor militar

El nuevo guión de García está en plena ejecución. Mientras en Chile se debate la abolición del “canon del cobre”, él ya envió al Congreso un proyecto de ley que establece el “canon minero” para potenciar a sus FF.AA. En simultáneas, acusa a Chile y Bolivia de tener un “pacto bajo la mesa”, denuncia en todos los foros la “carrera armamentista” y pide la suscripción de un “pacto de no agresión”. A nivel regional, se entiende que los últimos versos calzan perfecto para Hugo Chávez, pero que su dirección real apunta a La Moneda.

La hipótesis de trabajo de quienes están asesorando –o presionando- a García, es que Chile desconocerá, FF.AA mediante, un eventual fallo desfavorable. En Lima incluso circulan textos de política ficción según los cuales, en ese caso, una coalición chileno-boliviana-ecuatoriana invade el Perú y se lo reparte. Se trata de hipótesis y narrativas gratuitas pues, hasta el momento, las señales chilenas van en sentido contrario. La última y rotunda, del Almirante Edmundo González, comandante en jefe de la Armada, dice que, aunque Chile no tiene nada que ganar en el pleito “aceptó ir a La Haya y acatará su fallo”

En ese marco de crispación, la coyuntura tibia muestra la protesta peruana por la hipótesis original de la reciente Operación Salitre, coordinada por la FACH. La coyuntura caliente muestra la detención del suboficial aéreo, peruano, Víctor Ariza y sus eventuales cómplices, acusados de espiar para Chile y –en paralelo- la indignada sorpresa por los inteligentísimos misiles Amraam, que la FACH está comprando en los EE.UU. Dramatizando la situación, García, renunció a reunirse con Bachelet en la cumbre de APEC, en Singapur y retornó a Lima, mientras llamaba a informar a su embajador en Chile, Carlos Pareja, para expresar su molestia de manera formal.

Victoria sin guerra

Una inmejorable explicación pública de este clima está en un artículo del prestigiado embajador Oswaldo de Rivero, publicado en El Comercio del 17 de agosto. Allí se plantea a) que “no debemos aceptar resignados la hegemonía militar de Chile”, b) que se requiere “una política de Estado para devolver al Perú el poder militar que tenía” y c) que “sin armas de nueva generación, no tendremos capacidad para negociarle a Chile su hegemonía en el Pacífico así ganemos en La Haya”.

Lo más notable es que la motivación del articulista excede, incluso, la hipótesis de un Perú ganancioso y un Chile respetuoso del fallo. Su tesis, demostrativa de la profundidad histórica del antagonismo, es que “sin este poder militar moderno tampoco podremos evitar un conflicto armado con Chile, porque nada nos acerca más a ello que nuestra propia debilidad”.

Todo esto ratifica que el conflicto marítimo nunca fue por el abstracto imperio del Derecho, sino por la concreta hegemonía en el Pacífico Sur. En el fondo, García está asumiendo lo que el estratego británico Liddell Hart conceptualizara como “estrategia de aproximación indirecta”. Ha comenzado a maniobrar para establecer una superioridad sin guerra… en la medida de lo posible.

Política temeraria

Lo notable es que, en su origen, la pretensión peruana evitaba el curso de colisión inherente a una demanda jurisdiccional con objetivos fronterizos. El almirante Guillerno Faura, en su obra El mar peruano y sus límites, de 1977, sólo planteaba una negociación amistosa entre los dictadores de Chile y el Perú. De ahí la paradoja de que la escalada hacia lo innombrable se haya iniciado bajo el gobierno democrático de Alejandro Toledo y haya continuado bajo el del aprista García.

La segunda paradoja es que las dificultades “no jurídicas” de la estrategia peruana hoy son mayores que las que se daban durante el primer gobierno de García. Este pudo tirarle los bigotes a Pinochet, con su planteo reivindicatorio de 1986, a favor del aislamiento casi total de Chile. Hoy, el nuestro es un país que ha vuelto por sus fueros institucionalistas y, aunque su gente no luzca demasiado simpática en las encuestas, disfruta de un amplio respeto a escala global. El propio García lo considera como el modelo de desarrollo que debe seguir el Perú.

Por lo demás, tampoco el Perú de hoy es el mismo de ayer, estratégicamente hablando. Ecuador –país contra el cual combatió en la guerra del Cenepa de 1995-, es co-firmante de los tratados que invoca Chile. La Venezuela de Hugo Chávez es tan hostil al Perú de García, que hasta cultiva candidatos peruanos para sucederlo. Además, están los encontronazos del gobierno peruano con el gobierno boliviano de Evo Morales, quien resiente la demanda en La Haya como una agresión en carne propia. Cabe recordar que Bolivia, junto con Ecuador, forma parte de la alianza política regional levantada por Chávez. Tampoco debe olvidarse que en Colombia operan las infiltrables FARC, con buenas relaciones con Chávez y sus gobiernos amigos.

Por todo lo señalado, chilenos y peruanos estamos viviendo tiempos particularmente delicados. El histórico general peruano Edgardo Mercado Jarrín así lo reconoció cuando, entrevistado por este autor, dijo que “vivimos uno de los momentos más críticos de la relación, desde la guerra de 1879”.


Publicado en La Tercera el 15.11.09

José Rodríguez Elizondo
Lunes, 16 de Noviembre 2009



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La cumbre de agosto de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) en Bariloche, Argentina, seguida por la reunión de septiembre de los ministros de Defensa y Relaciones Exteriores de Unasur, en Quito, Ecuador, mostraron, por enésima vez, el signo de la integración fallida. Las naciones retóricamente unidas de América del Sur, volvieron a enfrascarse en los temas que las dividen y no en los que debieran constituir el núcleo estratégico de esa asignatura pendiente. Lo novedoso fue la percepción de un poderoso Brasil tratando de controlar el juego de Venezuela, para no ser desbordado. Esto es, perdiendo la iniciativa frente a un país geopolíticamente más débil. Desde esta percepción-marco, es posible intentar un vistazo general –una especie de estado de situación- respecto al cuadro hemisférico, el tambaleante inicio de Unasur, sus alineamientos internos, las relaciones brasileño-venezolanas, el test de Honduras, el liderazgo en la OEA, los principales conflictos vigentes y el posicionamiento de Chile en la sub-región.


1.- El cuadro hemisférico sigue determinado, como siempre, por la relación entre América Latina y los Estados Unidos de Norteamérica. Puede decirse, en términos generales, que superada la fatalista teoría de la dependencia, aún no cuaja una teoría que elabore sobre la prescindencia sostenida. Esto es, una que de cuenta de la escasa prioridad global que tiene, para la superpotencia norteamericana, su relación con los países del sur del hemisferio.

Así estamos pasando, sin salto cualitativo, desde la prescindencia ominosa de la Administración de George W. Bush, signada por el unilateralismo y la amenaza de intervención preventiva, a la prescindencia amistosa de Barack Obama, marcada por la voluntad de confiar en el multilateralismo y la construcción de consensos. Tanto la “doctrina” del primero como la “audacia de la esperanza” del segundo, empatan en el déficit de acercamiento a nuestra región.

El que tan notoria diferencia a favor de Obama no se haya traducido en un acercamiento estratégico perceptible y rápido, confirma la necesidad de un mínimo nivel de unidad operativa de los gobiernos latinoamericanos. No todo depende de las políticas que puedan o quieran desarrollar los gobiernos norteamericanos.

2.- América Latina dejó pasar (o está dejando pasar, según una percepción más optimista) ese momento irrepetible signado por el fin de la guerra fría.

En efecto, los años 90 trajeron, de manera intempestiva, los dos grandes consensos bloqueados por la polarización que indujo el castrismo: la democracia representativa como sistema de gobierno y el mercado como mejor asignador de recursos. Sin embargo, en el mediano plazo, la acumulación de necesidades, las expectativas desatadas, las carencias o debilidades de los procesos de transición democrática y las otras prioridades de los Estados Unidos y los otros países desarrollados, se combinaron para impedir el círculo virtuoso del desarrollo en integración. Así, la homogeneización “macro” no produjo la voluntad política necesaria para activar una integración con núcleo político en la región, ni para resistir la integración comercialista y segmentada que -aprovechando ese vacío de voluntad- se proponía desde “el consenso de Washington”.

Consecuentemente, los gobiernos latinoamericanos no atinaron a actuar unidos ante el ideologismo mercadista de Bush padre, la semiapertura multilateralista de Bill Clinton y la tosquedad musculada de Bush, ni buscaron, como alternativa. una relación especial con la Unión Europea. Cuando advino el talante comparativamente revolucionario de Obama, esos gobiernos ya comenzaban a resignarse al nuevo proceso polarizante o “neocastrista” inducido por Hugo Chávez, desde Venezuela.

En estas circunstancias, el gradualismo rectificador que –se supone- trata de aplicar Obama, mediante una nueva política hacia Cuba, una mejor acción diplomática hacia Venezuela y una mezcla de contención y paralogización en el caso de Honduras, no ha encontrado una contraparte regional con el mínimo necesario de homogeneidad. Por lo mismo, hoy no se divisa el equivalente contemporáneo de la kennedyana Alianza para el Progreso y, por el contrario, algunos estrategos norteamericanos buscan actualizar las tesis kissingerianas sobre una relación especial con México y Brasil, que actuarían como centros hegemónicos en sus “periferias” respectivas.

En el plano de la catarsis, los latinoamericanos bien podríamos parafrasear la vieja ironía de los españoles antifranquistas, diciendo que “contra los Bush estábamos mejor”.

3.- En ese contexto, Brasil asumió una divisoria de aguas con México y sucumbió a la tentación del organismo de integración propio, impulsando la creación de Unasur.

Es posible que, según decodificación de Itamaraty -la Cancillería brasileña-, el cuadro fuera funcional para un liderazgo a la escala de América del Sur, pero al margen del “arancelizado” Mercosur. Si ya no era posible dar alma política a este organismo -y, menos, con una Argentina financieramente dependiente de Chávez-. Unasur debía ser el soporte sub-regional de un liderazgo brasileño pragmático, en un momento en que la crisis de las ideologías favorecía concentrarse en las obras concretas de integración, comenzando por la conectividad y la energía.

Por lo demás, parecía más rentable atraer a los países de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) desde un organismo nuevo y de proyección potente. Con ese futurible sobre la mesa de diseño, CAN y el propio Mercosur se extinguirían paulatinamente o se convertirían en organismos subalternos de carácter técnico, siguiendo la ley de hierro de la inmortalidad de las burocracias.

4.- Quizás por ideologismo geopolítico, el Presidente Luis Inazio “Lula” da Silva sobreconfió en su capacidad para imponer a Chávez tal concepción de Unasur. Por eso, lució flexible sobre un cambio en la nomenclatura –Unasur fue concebida inicialmente como “Comunidad Sudamericana de Naciones”- a sabiendas de que lo decisivo era el control del nuevo organismo.

La historia de las negociaciones dice que, al inicio –mayo de 2007-, todo funcionó conforme a lo previsto. Por una parte, Brasil aceptó que Quito fuera la sede del nuevo organismo; por otra, el Presidente ecuatoriano Rafael Correa, miembro conspicuo del “eje” chavista, propuso para Secretario Ejecutivo a Rodrigo Borja, ex presidente de Ecuador, de filiación socialdemócrata y para nada simpatizante del líder venezolano. En la sorprendente coyuntura, Chávez optó por aceptar a Borja, plegándose a la unanimidad.

Lo que Lula no previó fue que, un año después, Borja renunciaría a su cargo antes de jurar y quizás nunca se sepa, exactamente, en virtud de qué circunstancias reales. Borja ha explicado que su actitud obedeció a la falta de consenso previo, en el nivel presidencial de Unasur, sobre la necesidad de una institución “compleja”, orientada hacia el desarrollo y alejada del papel de simple “foro”. Para conseguirla, él, planteó, desde el inicio, la necesidad de suprimir Mercosur y CAN o de fusionar ambas instituciones bajo la sombrilla de Unasur .

Por cierto, es extraño que el experimentado Borja haya convertido ese planteo –estratégicamente coincidente con el interés brasileño- en una condición inflexible y no en una pauta orientadora. Pero, el hecho es que, con su renuncia, desapareció de inmediato el sesgo “lulista” de Unasur. La prueba está en que el sucesor de Borja, propuesto con el apoyo entusiasta de Chávez, fue y sigue siendo el ex Presidente argentino Néstor Kirchner, quien aún no logra suscitar la necesaria unanimidad, por bloqueo de Uruguay.

Desde entonces, el nuevo organismo, burocráticamente acéfalo, se ha convertido en ese “foro” que no querían Lula ni Borja, con una agenda que dista mucho de ser funcional a a las tareas de la integración

5.- Dedicada a impedir la defenestración del Presidente boliviano y “bolivariano” Evo Morales; a arbitrar la crisis colombiano-ecuatoriana, motivada por las infiltrables FARC; a escuchar las denuncias del “eje chavista” contra el Presidente colombiano Alvaro Uribe, por las siete bases militares que permitirá usar a los Estados Unidos; a escuchar las réplicas de Uribe, aludiendo a las armas compradas por Venezuela a Rusia y al trasiego de armas venezolanas para las FARC o a fraternizar con líderes africanos democráticos y dictatoriales, Unasur aparece, hoy, como un foro funcional a la polarización que induce Chávez. Su imagen de tribuna para denunciar “vientos de guerra”, pudo ser –al margen de motivaciones más específicas- lo que indujo al Presidente peruano Alan García a plantear en su seno la necesidad de un “pacto de no agresión”.

Tamaño vuelco en las expectativas se explica, en parte importante, por la calidad de las relaciones interpresidenciales y por la específica relación Lula-Chávez. Respecto a las primeras, lo que se observa es un alineamiento claro, con Chávez, de los presidentes que integran la Alternativa Bolivariana para los pueblos de nuestra América (Alba). Estos, eventualmente fortalecidos con el apoyo del matrimonio argentino Kirchner, conforman una minoría coherente que enfrenta, con ventajas, a una mayoría desalineada o invertebrada. Como fenómeno complementario, está la impotencia de los presidentes de la mayoría invertebrada para. encuadrar a Chávez como un “par”. Sobrepasándolos, éste ha impuesto su convicción de ser un “primus inter pares”, en cuanto reencarnación de Simón Bolivar e hijo político de Fidel Castro.

Respecto a la específica relación Lula-Chávez, ha desafiado la primogenitura geopolítica de Brasil. Con soporte en su minoría coherente, ha superado todos los intentos de contención de Lula, transformándose –como otrora Fidel Castro- en la estrella mediática de las cumbres de Unasur y otras. De hecho, usurpa roles de anfitrionía, interviene en la política interna de sus colegas, revienta agendas establecidas, irrespeta las pautas de sus colegas moderadores y ejerce, sin complejos, su petroinfluencia clientelar.

6.- Desde esa realidad, Lula ha lucido más como moderador fallido de su homólogo, que como líder genuino de un proceso integracionista eficiente. Al margen de la capacidad de Chávez para sostener la iniciativa política, este fenómeno se explicaría por una autopercepción demasiado gratificante de Lula, sobre su capacidad de “manejo” y su conocimiento poco profundo de la vertiente castrista en la ideología de Chávez.

En cuanto a lo primero, da la sensación de que Lula –inicialmente y al igual que los demás presidentes de la región- subestimó al líder venezolano. En su caso, habrían operado resabios del ideologismo izquierdista de sus inicios, en cuya virtud vio a Chávez como un contradictor no antagónico, al cual debía conducir hacia las “posiciones correctas”. Al parecer, no atinó a imaginarlo como un competidor real, ni a entender la incompatibilidad entre el polarizante ”socialismo del siglo XXI” y el proyecto integracionista que Brasil debiera liderar.

En cuanto a lo segundo, pareciera que Lula no conoce, cabalmente, las técnicas principales del castrismo ideológico de Chávez. Entre ellas, su capacidad sistemática para producir alternativas que desbordan las políticas transaccionales o simplemente “progresistas” de sus rivales eventuales. Sobre esa base, el líder venezolano persigue desgastarlos o doblegarlos, para imponer su liderazgo entre el corto y el largo plazo. Un buen ejemplo de este “alternativismo” está en la aceptación del Presidente colombiano Alvaro Uribe para que Chávez actuara como mediador en una operación destinada a liberar rehenes de las FARC. Pronto descubriría Uribe que, aprovechando esa coyuntura, el mediador comenzaba a dar instrucciones a los jefes militares del Ejército colombiano y reconocía el estatus de “fuerza combatiente” a la organización de los secuestradores.

Con base en esa metodología, Chávez hoy está compitiendo con Lula incluso en su proyección extrarregional. Así, mientras el líder brasileño se inserta como miembro de las potencias Bric (Brasil, Rusia, India y China), el venezolano planifica su inserción en un tejido de potencias “díscolas” -entre las cuales Irán, Libia y Siria, mientras toma posiciones beligerantes contra Israel para conquistar un espacio en el mundo islámico-fundamentalista. Esto tiene como correlato un potenciamiento militar cualitativamente superior al histórico. En este campo, literalmente estratégico, Chávez está recurriendo al aprovisionamiento de Rusia, para equilibrar la relación privilegiada de Brasil con Francia.

7.- Los alineamientos al interior de Unasur y la pugna en sordina entre Lula y Chavez están culminando con un gran test macropolítico: el golpe de Estado en Honduras, de 28 de junio de 2009. Cuando este golpe se materializó, el juego de abalorios de la información periodística y del secretismo diplomático, mostró una falsa y despistante homogeneidad: todos los países del mundo, desde la ONU, la OEA y Unasur –con Cuba entre bastidores-, se unían en la airada condena a los golpistas. Sin embargo, en las reconditeces de esa condena había matices antagónicos, vinculados a la polarización introducida por Chávez. Orwellianamente hablando, todos estaban indignados con los golpistas, pero unos estaban más indignados que otros.

Por eso, la condena unánime al gobierno de facto de Roberto Micheletti no significó un apoyo fuerte, correlativo e incondicional, a la reinstalación de Manuel Zelaya, el presidente depuesto. En el gobierno de los Estados Unidos, en la dirección de la OEA, en algunos gobiernos de la mayoría invertebrada de Unasur y en los de la minoría coherente, existían percepciones distintas sobre la manera de redemocratizar Honduras. Sintéticamente agrupadas, la posición del “eje chavista”, de reponer incondicionalmente a Zelaya en el gobierno, chocaba con la posición de quienes estimaban que la presión contra los golpistas, legitimada por la Carta Democrática Interamericana, no podía transformarse en intervención directa, condenada por la misma.

En la base de las diferencias estaba el viejo binomio del miedo y la esperanza. Por una parte, el miedo a facilitar que Zelaya, una vez repuesto, convirtiera a Honduras en otro país del Alba, aplicando la tecnología chavista de la concentración de poderes por vía institucional. Por otra parte, la esperanza de que la mayoría invertebrada, la OEA y los Estados Unidos fueran instrumentales para que eso sucediera. Esto es, para potenciar las fuerzas de la minoría coherente bajo las banderas de la democracia representativa. Al medio quedaron quienes deseaban que el repudio al golpe amainara, para que las elecciones previstas para noviembre reinstitucionalizaran democráticamente a Honduras, anulando el riesgo de una nueva victoria chavista.

En ese cuadro complejo, mientras Obama esperaba manejar el tema con el apoyo de Lula y del Presidente mexicano Felipe Calderón y la mayoría invertebrada se resignaba a “hacer tiempo”, los países del Alba actuaron bajo el liderazgo de Chávez, en la línea de la iniciativa sostenida y del alternativismo doctrinario. En el meollo de esa actuación estaba la convicción castro-chavista de que debían “crear las condiciones” para restablecer a Zelaya en el sillón presidencial, con base en la unanimidad antigolpista y sobrepasando la mera presión política.

Sobre esa base, fueron perfeccionando métodos de intervención directa contra el gobierno de facto de Micheletti. Primero, fue el frustrado aterrizaje de Zelaya en Tocontin, como pasajero de un avión venezolano y, luego, su fugaz performance en la frontera hondureña con Nicaragua, acompañado del canciller venezolano Nicolás Maduro. Finalmente, el 21 de septiembre Zelaya apareció en Tegucigalpa, instalado en la embajada de Brasil.

8.- Desde la sorpresa global, algunos pensaron que Lula había optado por competir en alternativismo con Chávez. Esto es, que quiso arrebatarle la bandera de la vuelta de Zelaya al poder, incurriendo en un método de intervención directa, emparentado –pero a la inversa- con el asilo tradicional: aquí no se trataba de proteger al presidente depuesto, para garantizar su salida al extranjero, sino de proteger su retorno al país, para combatir al gobierno que lo había puesto en el extranjero. Incluso hubo analistas que vieron en esa audacia una gran señal política de Lula: su decisión de asumir un liderazgo fuerte y claro, sin temor a malquistarse con los Estados Unidos de Obama.

Sin embargo, pronto quedaría en claro que Lula nunca estuvo en el diseño del operativo y sólo lo conoció in extremis. Concretamente, cuando debió decidir si recibía o no esa especie de presente griego, que le ofrendaban los autores de la confabulación. Es decir, Chávez y un entorno innominado, en el cual –según algunos analistas- estaban los servicios secretos de Cuba. Por lo demás, Fidel Castro, siempre celoso de los derechos de autor de los operativos en que participa, se adelantó a negar la responsabilidad de Lula: “Está probado que el gobierno de Brasil no tuvo absolutamente nada que ver con la situación que allí se ha creado”, escribió el 25 de septiembre, en sus “reflexiones” periodísticas.

Estaba claro que el Presidente de Brasil se vio entrampado en la opción dramática de un fait accompli -ser responsable de la captura o de la protección de Zelaya-, según fueran las instrucciones que diera a su embajador en Honduras. Fue una “encerrona” con impacto en la imagen-país, por comprometer el ascendiente regional de Lula en su relación con los líderes de las grandes potencias y, en especial, con los Estados Unidos. En clave de poder, indicaba que si Venezuela no podía desplazar a Brasil como hegemon geopolítico, Chávez sí podía impedir que Lula fuera el líder idóneo para impulsar la integración sub-regional.

Diplomáticamente, ha sido una experiencia humillante para Itamaraty, la prolija Cancillería brasileña. Un primer síntoma retorsivo se está viendo –de manera indirecta- en el Senado brasileño, con el fortalecimiento de la posición de quienes no desean aprobar el formal ingreso de Venezuela a Mercosur. Afortunadamente, para Lula, a los pocos días de ese garrotazo ensordinado obtuvo el éxito compensatorio de conquistar, para Brasil, la sede de los Juegos Olímpicos de 2016… derrotando ampliamente a Obama.

9.- El test hondureño no levantó la imagen de la OEA. Desde los sectores “antichavistas” se estima que el chileno José Miguel Insulza no supo manejar los tiempos para calibrar su primera reacción y esto dejó a la organización fuera del juego. En su prisa, no habría evaluado las características excepcionales del golpe, habría soslayado el intervencionismo de Chávez y, según el propio Zelaya, se habría comprometido a acompañarlo en su primer intento de retorno a Tegucigalpa. En definitiva, la posterior mediación del Presidente de Costa Rica sería el reconocimiento de la inanidad de la OEA.

Dado que el tema se cruza con la próxima elección de Secretario General, todo indica que la campaña se polarizará entre los países del Alba y los de la mayoría invertebrada que se alineen con los Estados Unidos. En ese contexto, la postulación de Insulza a la reelección se revela singularmente compleja: si postula como candidato de la minoría chavista, arriesga el rechazo frontal de la Casa Blanca, México, Colombia y Perú. Además, tendría que hacerse cargo de la acusación de los conservadores norteamericanos de haber actuado en la OEA sólo “part time”, distrayéndose demasiado con la situación interna de Chile. Por todo eso, tal vez esté pensando en levantar un tercer “polo” con soporte en el viejo ABC (Argentina, Brasil y Chile).

10.- El mal funcionamiento de Unasur y la OEA es fiel reflejo de la mantención, cruce y desarrollo de los conflictos instalados en la sub-región.

Argentina y Uruguay siguen enfrentados por el tema de la industria papelera Botnia que, a su vez, contribuye a la acefalía de Unasur. Argentina y Chile tienen un saldo de problemas limítrofes no solucionados, que podrían activarse en un nuevo contexto político. La demanda marítima del Perú contra Chile ha exasperado la relación entre ambos países y la del Perú con Bolivia. La mantención de la buena relación “no diplomática”de Chile con Bolivia depende de si habrá o no un consenso eficiente sobre la aspiración marítima de este país. Ecuador y Colombia aun no recomponen relaciones plenas y los catalizadores negativos siguen actuando.

Un eventual fallo favorable al Perú en la Corte Internacional de Justicia, podría marcar el comienzo de un pleito similar entre Ecuador y el Perú. Las relaciones entre Colombia y Venezuela evocan “vientos de guerra” para Chávez. El rol de Nicaragua en el conflicto hondureño podría reactivar las animosidades de la “guerra de Centroamérica”. A mayor abundamiento, el narcotráfico sigue socavando instituciones, las FARC siguen actuando en las fronteras de Colombia, Chávez está construyendo una fuerza paramilitar de envergadura y las siete bases militares que Colombia puso a disposicióin de los EE.UU no sólo son un pretexto de agitación. Según sucedan las cosas, también pueden ser un renovado instrumento de intervención.

11.- El rol actual de Chile, en este cuadro sub-regional, está signado por factores como los siguientes:

- Su difícil posición geopolítica, históricamente condicionada.
- El reconocimiento global de su buena performance económica.
- Su estratégica penuria energética.
- El correcto funcionamiento de su institucionalidad democrática.
- La eficiente modernización y participación de sus Fuerzas Armadas
- El heredado (y sostenido) déficit de su profesionalidad diplomática.
- La correlativa concepción “secretista” de la política exterior.
- La vinculada falta de información o desinformación de la ciudadanía.

Estos y otros factores producen un síndrome de desconfianza en la habilidad propia para la negociación político-diplomática, que se sublima con la relevancia atribuida a las negociaciones de comercio exterior. Como resultado, Chile aparece desplazándose entre las fuerzas gravitacionales de otros países, inhibiéndose como protagonista de iniciativas propias y eludiendo, por tanto, ese “liderazgo conceptual” que han sugerido analistas extranjeros.

Tan especial situación delata resabios, en otro contexto, de ese escapismo que fomentara la dictadura de Pinochet y se expresara en la frase “adiós a América Latina”. Por otra parte, es una ratificación de que la estrategia del regionalismo abierto -que quiso rectificar esa posición-, sigue funcionando de manera desequilibrada.

12.- La caracterización señalada puede verificarse tanto en lo multilateral como en lo vecinal y para-vecinal. Así, Chile no ha tenido protagonismo destacado en la génesis ni desarrollo de Unasur y, respecto a la OEA, parece conformarse con el protagonismo individual de José Miguel Insulza, soslayando la tensión –relievada por los conservadores norteamericanos- entre su nacionalidad y “la naturaleza exclusivamente internacional de las responsabilidades del Secretario General” (art. 119 de la Carta de la OEA).

En lo vecinal, las iniciativas perceptibles son más tácticas que estratégicas y, al parecer, se producen sin un nivel mínimo de debate interno. Así:

a) Con Argentina, se han evitado los desencuentros generados durante el gobierno de Ricardo Lagos y se están administrando correctamente los buenos frutos de los gobiernos de Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Sin embargo, no se percibe un upgrade apreciable, que lleve la relación a un nivel superior de compromisos. Además, siguen postergándose decisiones políticas en materias de alto impacto potencial, como la política energética, el estatus de Campos de Hielo y la calidad del apoyo respecto a las islas Malvinas.

b) Con Bolivia, la agenda de 13 puntos amenaza con reproducir, por falta de transparencia y docencia ciudadana, el síndrome de las altas expectativas creadas y la desilusión final. El test del fallido acuerdo sobre las aguas del Silala fue un primer aviso. Tampoco se asume la necesidad de una visión realista respecto al condicionante trilateral de la relación bilateral, a la luz del Tratado de 1929 y su Protocolo Complementario.

c) Con el Perú, sólo recientemente y con 23 años de retraso, se manifestó que su pretensión de redelimitar la frontera marítima no fue una señal amistosa. Sin embargo, ello todavía no implica la construcción de una estrategia integral, que subordine el ideologismo juridicista con que se ha enfrentado este clásico conflicto de poder. Precisamente por eso, siguen evidenciándose descoordinaciones entre los Ministerios de Defensa y de Relaciones Exteriores y falta de previsión respecto al impacto de los factores simbólicos (caso Operación Salitre).

En cuanto a lo para-vecinal, una síntesis selectiva muestra un cuadro demostrativo de que existe conciencia sobre las debilidades mencionadas:

a) Con Brasil, la política tradicional chilena del “amor sin fronteras”, compite con la política peruana de Alan García, orientada hacia una relación especialmente estrecha. con Lula. En este caso, el pragmatismo de García y su franca lejanía con Chávez garantizan a Brasil un mejor o más rentable alineamiento en las “cumbres”.

b) Con Ecuador, recientemente se implementaron medidas para enriquecer la relación (reunión del Consejo Interministerial Binacional de septiembre). Esto redujo el riesgo de que Ecuador la considere dependiente sólo de una eventual posición común, ante la demanda peruana contra Chile. El Perú, por su lado, ya venía desarrollando una activa diplomacia hacia este país, que está borrando las secuelas de la guerra del Cenepa, induciendo olvido sobre la “condición amazónica” de Ecuador y, por lo mismo, dificultando la manifestación de una “coincidencia abierta” con Chile en el caso del pleito marítimo.

c) Con Venezuela, la política de Chile se percibe como una estoica contención de las intromisiones y “salidas de ´protocolo” de Chávez, con matices de simpatía ideológica. A nivel hemisférico, regional y sub-regional, esto clava al país en una “neutralidad benévola”, que puede ganarle respetos, pero no amigos que se arriesguen.

d) Con Colombia, por el contrario, Chile muestra una neutralidad con matices de lejanía ideológica, poco idónea para forjar algun tipo de amistad estratégica.


Publicación de Fundación Friedrich Ebert, octubre 2009. Santiago, 13.10.2009



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José Rodríguez Elizondo
Jueves, 5 de Noviembre 2009



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Lula y la audaz encerrona de Chávez. José Rodríguez Elizondo
La pugna en sordina entre Lula y Chavez está culminando con un gran test macropolítico: el golpe de Estado en Honduras, de 28 de junio de 2009. Cuando este golpe se materializó, el juego de abalorios de la información periodística y del secretismo diplomático, mostró una falsa y despistante homogeneidad: todos los países del mundo se unían en la airada condena a los golpistas. Sin embargo, en las reconditeces de esa condena había matices antagónicos, vinculados a la polarización introducida por Chávez en América Latina. Orwellianamente hablando, todos estaban indignados con los golpistas, pero unos estaban más indignados que otros.

Fue por eso que la condena unánime al gobierno de facto de Roberto Micheletti no significó un apoyo incondicional a la reinstalación de Manuel Zelaya, el presidente depuesto. En los Estados Unidos, en la OEA, en los países del Alba y en la mayoría invertebrada de Unasur, existían percepciones distintas sobre la manera de redemocratizar Honduras. Sintéticamente agrupadas, la posición del “eje chavista”, de reponer incondicionalmente a Zelaya, chocaba con la posición de quienes estimaban que la presión contra los golpistas, legitimada por la Carta Democrática Interamericana, no podía transformarse en intervención directa, condenada por la misma.

El miedo y la esperanza

En la base de las diferencias estaba el viejo binomio del miedo y la esperanza. Por una parte, el miedo a facilitar que Zelaya convirtiera a Honduras en otro país del Alba, aplicando la tecnología chavista de la concentración de poderes por vía institucional. Por otra parte, la esperanza audaz de que eso sucediera, con el apoyo instrumental de la OEA y los Estados Unidos. Al medio quedaban quienes deseaban “hacer tiempo”, para que las elecciones de noviembre reinstitucionalizaran democráticamente a Honduras, anulando la opción dramática.

En ese cuadro complejo, mientras Obama esperaba manejar el tema con el apoyo de Lula y del Presidente mexicano Felipe Calderón, los países del Alba actuaron bajo el liderazgo de Chávez.. En el meollo de esa actuación estaba la convicción, de estirpe castrista, de que debían “crear las condiciones” para restablecer a Zelaya en el sillón presidencial, con base en la unanimidad antegolpista y sobrepasando la mera presión política. De este modo, fueron perfeccionando métodos de intervención directa contra el gobierno de facto de Roberto Micheletti.

Primero, fue el frustrado aterrizaje de Zelaya en Tocontin, como pasajero de un avión venezolano y, luego, su fugaz performance en la frontera hondureña con Nicaragua, acompañado del canciller venezolano Nicolás Maduro. Finalmente, Zelaya apareció instalado como huésped en la embajada de Brasil, el 21 de septiembre, en el marco de una estrategia también venezolana con asesoría cubana, según el experto mexicano Jorge Castañeda..

Un Zelaya de Troya

La percepción de algunos despistados fue que Lula había optado por competir en alternativismo revolucionarista con Chávez. Esto es, que quiso arrebatarle la bandera de la vuelta de Zelaya al poder, incurriendo en un método de intervención directa, emparentado –pero a la inversa- con el asilo tradicional: aquí no se trataba de proteger al presidente depuesto, para garantizar su salida al extranjero, sino de proteger su retorno al país, para combatir al gobierno que lo había puesto en el extranjero. Vieron esa audacia como un gesto autónomo de Lula y saludaron su supuesta decisión de asumir un liderazgo fuerte y claro, sin temor a malquistarse con los Estados Unidos de Obama.

Sin embargo, pronto fue quedando claro que Lula nunca estuvo en el diseño del operativo y que sólo conoció su trama in extremis. Concretamente, cuando debió decidir si recibía o no esa especie de presente griego que le ofrendaba Chávez. Así lo reconoció Fidel Castro, siempre al tanto de todo, el 25 de septiembre: “Está probado que el gobierno de Brasil no tuvo absolutamente nada que ver con la situación que allí se ha creado”.

Así fue como el Presidente de Brasil se vio entrampado ante un hecho consumado. De él sólo dependía la captura o de la protección de Zelaya, según fueran las instrucciones que diera a su embajador en Honduras. Coloquialmente, una clásica “encerrona”, con serias consecuencias políticas externas e internas. En lo externo, lo primero que puede visualizarse es que redujo su espacio político para una mayor influencia en su relación con Obama, que su paternalismo hacia Chávez tendrá que cambiar y que la exclusión de México debe replantearse. En lo interno, ya se ha percibido la crítica soterrada de los brasileños que no soportan la idea de que el gigante sea manipulado por una potencia menor, con la eventual asesoría de los servicios secretos de Cuba. Todos estos efectos implican que, diplomáticamente hablando, hubo aquí una verdadera humillación para Itamaraty, la prolija Cancillería brasileña.

José Rodríguez Elizondo
Domingo, 11 de Octubre 2009



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Bitácora

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Desmentir no es polemizar José Rodríguez Elizondo

A raíz de lo informado en este sitio (V. Bitácora, A propósito de mi último libro, 30.8.09), muchos lectores me han consultado sobre mi supuesta “polémica” con la revista Estudios Internacionales del Instituto de Estudios Internacionales de mi Universidad de Chile. Por eso, aclaro que no ha existido polémica alguna, sino mi rectificación a una grave desinformación contenida en una reseña de mi libro “De Charaña a La Haya: Chile entre la aspiración marítima de Bolivia y la demanda marítima de Perú”, publicada en dicha revista.
Agrego que sólo puse los antecedentes on line y que un diario chileno informó a su tenor, tras una espera prudencial de explicaciones por parte de los responsables institucionales. Obviamente, no considero como explicación el aceptar la publicación de mi desmentido, tratado como un simple “punto de vista”. Transcribo, a continuación, la rectificación de las autoras de la reseña, una seleccion de comentarios recibidos, la reacción textual de algunos responsables y un comentario mío final.


CARTA DE LAS RESEÑISTAS A DIARIO LA TERCERA DE 14.9.09

Sr. Director:

Respecto del artículo publicado el lunes pasado en La Tercera, titulado “Rodríguez recibe apoyo tras artículo que plantea que colaboró con Perú”, quiséramos aclarar lo siguiente. En relación con la reseña de nuestra autoría, “De Charaña a la Haya: Chile entre la aspiración marítima de Bolivia y la demanda marítima de Perú”, publicada en la revista Estudios Internacionales, deseamos rectificar el contenido del párrafo en que señalamos que su autor, José Rodríguez Elizondo, fue colaborador de los gobiernos de Francisco Morales Bermúdez, Alan García y Fernando Belaunde.
Basándonos en una entrevista hecha al propio autor, cometimos una equivocación, interpretando que él trabajó para dichos gobiernos peruanos y no que trabajó como colaborador en distintos medios durante los mismos. También queremos aclarar que en ningún caso pretendimos basar nuestras apreciaciones en una supuesta vinculación de su persona con el gobierno peruano. La mención fue hecha simplemente con la perspectiva de destacar su trayectoria y el cercano conocimiento de la problemática estudiada, y no representa ninguna “motivación implícita” de las autoras.
Por otra parte, asumimos totalmente la responsabilidad de tan lamentable incidente y pedimos disculpas a todas las instituciones y personas que se vieron, de una u otra manera, afectadas por nuestra equivocación, especialmente al autor.

Carolina Bastías y Consuelo Hayden.



COMENTARIOS AL AUTOR

Tras la información pública, recibí numerosos llamados telefónicos y 71 correos electrónicos que agradezco con emoción. Desde su espontaneidad, todos aluden a la liviandad con que se puede afectar el prestigio de una persona, en nuestro país y a la falta de responsabilidad superior en el tratamiento de un tema de tanta importancia estratégica.

A continuación, extractos de una selección de los correos mencionados, con mención de la calidad de sus remitentes. Por respeto a ellos, sólo expresaré sus nombres bajo autorización expresa:

- “Esto es un insulto a un colega y una muestra de liviandad en la edición si es que no fue revisado el texto, y si lo fue, ignorancia supina y estulticia, o mala intención impropia de un medio académico (ex embajador y autoridad universitaria, UMC).

- “Lamento el maltrato, podría ser resultado de la mala intención, pero también de la negligencia y del prejuicio, o de todo junto. Gracias por escribir sobre los temas de conflicto a pesar de estas consecuencias (socióloga y académica UAH).

- “Tu gran trayectoria académica e intelectual, sobrepasan con creces toda crítica mezquina (jurista y académico PUC).

- Se paga caro la autonomía intelectual, en todos lados (académico PUC).

- “A un exiliado, que trabaja en el periodismo le pueden hacer miles de acusaciones, pero ponerlo trabajando con una dictadura y con Alan Garcia es inaceptable. Vale una clara explicacion del Instituto y de su director” (ex embajador y académico UChile).

- “Bien grotesco lo que te han hecho” (historiador laureado).

- “¡Qué desvergüenza!” (escritor laureado)

- “Imposible de entender la actitud de la revista” (ex ministra de Educación).

- “Concuerdo plenamente con respuesta y análisis” (ex comandante en jefe del Ejército ®)

- “Sin necesidad de la aclaración que con justicia ha presentado, lo tengo conceptualizado como un intelectual honesto, riguroso y valiente” (ex comandante en jefe Armada)

- “Está bien tener opiniones diferentes, pero resulta inaceptable que para ello se mienta. Es el típico recurso del ignorante que se cree dueño de la verdad” (general ®).

- “Penosa es la indigencia conceptual de nuestros académicos y su intolerancia cuando se critican las políticas oficiales.” (general FACH ®).

- “Estoy entre los que admiramos tu profesionalismo e independencia para pensar. Si ocasionalmente no estuvieramos de acuerdo, que importa? Eso es la democracia” (ex canciller).
- “Comparto los términos de tu carta” (ex canciller)

- “Es una lástima - o una vergüenza o una bajeza - que se te tilde de "colaboracionista" para "analizar" tus visiones sobre las relaciones chileno-peruanas”. (embajador ® y ex director de la Academia Diplomática)

- “Nada más injusto, falso y antojadizo que pretender siquiera insinuar que tus actuaciones han estado reñidas con la ética y tu lealtad -bien entendida- con Chile” (embajador).

- “Tengo una referencia muy adecuada inspirada de una canción francesa: ‘el poeta dijo la verdad, tiene que ser asesinado’" (Profesor Emérito Universidad Católica de Lovaina).

- “Es increíble y nada profesional la distorsión de tus antecedentes que hicieron, no lo hubiera creído posible. Por tanto cabe totalmente dentro de la ética académica que la revista publique no solo tu carta, sino que pida disculpas a sus lectores por tal error (cientista político de la Universidad de California, EE.UU).

REACCIONES DESDE LA REVISTA

Contrastadas con la precedente selección de opiniones, las reacciones desde la revista también son tan ilustrativas:

La editora, la única que reaccionó antes de la publicación del tema en la prensa, me escribió lo siguiente (extractos de su correo de 1.9.09):

- Pongo mis dos manos al fuego de que las autoras nunca pensaron en la interpretación que le darías a sus palabras. De hecho, a mi juicio "colaborar con los gobiernos de..." no solo no tiene una connotación negativa sino que te pondría en una situación particularmente favorable para analizar el caso desde un doble punto de vista. (…) Pienso que tienes demasiado prestigio como para elevar un detalle a una cuestión de fondo (…). Creo que habría bastado con pedir una aclaración en la revista.

El director sólo reaccionó directamente después de lo publicado en La Tercera. Lo hizo con la siguiente carta:

- En relación con tu carta expresando tu punto de vista frente a la reseña publicada en el número 163 de la Revista Estudios Internacionales, te confirmo nuestra decisión de publicarla en el próximo número (que debiera aparecer en diciembre, nota de JRE).

También tras la publicación del caso, se produjo la siguiente reacción de una representante del Comité Editorial:

- ¿No estaras viendo fantasmas y maldades donde no hay? te escribo porque recibi copia de una carta que enviaste a proposito de un comentario a tu libro.¿Hablaste con las autoras del comentario? lo he leido y no veo nada conspirativo. El error merece una buena fe de erratas, y otra buena conversacion.


COMENTARIO FINAL

En primer lugar, la rectificación de las autoras me parece meritoria, aunque no comparta su criterio sobre lo encapsulable de su desinformación. Se podría hacer una contrarreseña con la suma y envergadura de los errores vinculados.

Con todo, no me parece lógico que ambas se autoadjudiquen la plena responsabilidad por lo sucedido. Aceptarlo equivaldría a sostener que la revista, fundada por el eminente Cláudio Véliz y continuada por mi sabio amigo Luciano Tomassini, es hoy un simple receptáculo de colaboraciones, que se publican sin revisión ni pauta. También supone creer que existe una autarquía plena de la revista respecto al Instituto que la cobija.

En segundo lugar, las reacciones desde la revista son tan ilustrativas como alarmantes. A su respecto, mi comentario es que no cabe comentario alguno aunque, tristemente, sean parte del mundo universitario en que vivimos.

José Rodríguez Elizondo
Sábado, 19 de Septiembre 2009



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Editado por
José Rodríguez Elizondo
Ardiel Martinez
Escritor, abogado, periodista, diplomático, caricaturista y miembro del Consejo Editorial de Tendencias21, José Rodríguez Elizondo es en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Su obra escrita consta de 30 títulos, entre narrativa, ensayos, reportajes y memorias. Entre esos títulos están “El día que me mataron”, La pasión de Iñaki, “Historia de dos demandas: Perú y Bolivia contra Chile”, "De Charaña a La Haya” , “El mundo también existe”, "Guerra de las Malvinas, noticia en desarrollo ", "Crisis y renovación de las izquierdas" y "El Papa y sus hermanos judíos". Como Director del Programa de Relaciones Internacionales de su Facultad, dirige la revista Realidad y Perspectivas (RyP). Ha sido distinguido con el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales (2021), el Premio Rey de España de Periodismo (1984), Diploma de Honor de la Municipalidad de Lima (1985), Premio América del Ateneo de Madrid (1990) y Premio Internacional de la Paz del Ayuntamiento de Zaragoza (1991). En 2013 fue elegido miembro de número de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.





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