El concepto de Nueva Evangelización lleva ya muchos años presente entre las inquietudes de fondo de la iglesia católica. Después de siglos y siglos de estar simplemente “en lo mismo de siempre”, el Concilio Vaticano II representó la clara conciencia de que existía una crisis y del deseo de reunir a la iglesia universal para hallar la forma de estudiar y exponer la fe cristiana en nuestra época. El concilio nació de la intuición de que “algo no funcionaba” y de que enconsecuencia “había que hacer algo”. Pero el concilio, en efecto, no cerró la tarea que se propuso y dejó abierto un horizonte de trabajo que condujera a encontrar el camino correcto para esta exposición de la fe en nuestra época. Se abrieron diversas líneas de renovación –nacidas de distintas sensibilidades– que fueron el quebradero de cabeza de Pablo VI. En la iglesia aparecieron las tensiones cuya historia todos conocemos. En el Pontificado de Juan Pablo II se constituyó un férreo liderazgo de la iglesia que condujo a cortar aquellas líneas de renovación que no parecían apropiadas y, al mismo tiempo, a establecer un diseño para la revitalización de la iglesia. Fue Juan Pablo II el que introdujo el concepto de Nueva Evangelización que se viene usando en los últimos años. La obra de Juan Pablo II como Papa fue sin duda un inmenso esfuerzo de Nueva Evangelización, como se ve en sus continuos viajes o en las Jornadas Mundiales de la Juventud. Benedicto XVI ha retomado con fuerza renovada aquel proyecto de una Nueva Evangelización, abierto por Juan Pablo II, y lo ha constituido en la iniciativa estrella de su Pontificado, creando un Dicasterio Romano a cargo de la promoción y gestión de esta Nueva Evangelización, para cuya presidencia ha sido nombrado el Arzobispo Monseñor Rino Fisichella.
En estos posts sobre la Nueva Evangelización voy a defender la tesis de que la coyuntura histórica actual, habida cuenta de los factores concurrentes que la constituyen, nos lleva con toda lógica cristiana (en el fondo una lógica teológica que es la lógica de la fe) a establecer un proyecto de lo que debería ser la Nueva Evangelización. El proyecto que proponemos es una interpretación, es decir, una hermenéutica; pero una hermenéutica que se defiende frente a otras a partir de los argumentos que la apoyan. La consecuencia de nuestro análisis será que el diseño de cuanto hoy hace la iglesia dista mucho de estar a la altura de lo que debería ser la Nueva Evangelización que nuestra época necesita. Es claro que somos conscientes de que nuestra propuesta es una hermenéutica; es posible y congruente con el kerigma cristiano. Como hermenéutica no puede ser obviamente ni el kerigma cristiano mismo –que no puede cambiar–, ni es la verdad absoluta. Pero, al menos, creo que la hermenéutica que proponemos está argumentada, se puede valorar objetivamente y entender por qué decimos que lo que actualmente se está haciendo no es lo que se debería hacer, como exigencia de la historia, para emprender la Nueva Evangelización.
La conciencia de atravesar una grave crisis histórica
El Vaticano II, la honda preocupación que mostró Juan XXIII, el pesimismo que se traslucía en la personalidad de Pablo VI, la respuesta impetuosa con que Juan Pablo II intentó revitalizar a la iglesia, o la actual preocupación de Benedicto XVI –claramente consciente, en textos como Papa y como Cardenal Ratzinger, de que la iglesia está reduciéndose dramáticamente en su presencia social– que le ha llevado a diseñar el movimiento de Nueva Evangelización como forma de hacer frente a un reto imperioso y grave de la iglesia, muestran a las claras que la jerarquía de la iglesia, al igual que teólogos y creyentes, son muy conscientes de que el cristianismo atraviesa una dura crisis histórica grave. Probablemente mucho más grave que otras crisis atravesadas y superadas en tiempos pasados. La iglesia transita, sin duda ninguna, por una grave crisis histórica en que coinciden todos los autores (aunque mirando unos y otros al futuro con más o menos optimismo o pesimismo).
En estos posts sobre la Nueva Evangelización voy a defender la tesis de que la coyuntura histórica actual, habida cuenta de los factores concurrentes que la constituyen, nos lleva con toda lógica cristiana (en el fondo una lógica teológica que es la lógica de la fe) a establecer un proyecto de lo que debería ser la Nueva Evangelización. El proyecto que proponemos es una interpretación, es decir, una hermenéutica; pero una hermenéutica que se defiende frente a otras a partir de los argumentos que la apoyan. La consecuencia de nuestro análisis será que el diseño de cuanto hoy hace la iglesia dista mucho de estar a la altura de lo que debería ser la Nueva Evangelización que nuestra época necesita. Es claro que somos conscientes de que nuestra propuesta es una hermenéutica; es posible y congruente con el kerigma cristiano. Como hermenéutica no puede ser obviamente ni el kerigma cristiano mismo –que no puede cambiar–, ni es la verdad absoluta. Pero, al menos, creo que la hermenéutica que proponemos está argumentada, se puede valorar objetivamente y entender por qué decimos que lo que actualmente se está haciendo no es lo que se debería hacer, como exigencia de la historia, para emprender la Nueva Evangelización.
La conciencia de atravesar una grave crisis histórica
El Vaticano II, la honda preocupación que mostró Juan XXIII, el pesimismo que se traslucía en la personalidad de Pablo VI, la respuesta impetuosa con que Juan Pablo II intentó revitalizar a la iglesia, o la actual preocupación de Benedicto XVI –claramente consciente, en textos como Papa y como Cardenal Ratzinger, de que la iglesia está reduciéndose dramáticamente en su presencia social– que le ha llevado a diseñar el movimiento de Nueva Evangelización como forma de hacer frente a un reto imperioso y grave de la iglesia, muestran a las claras que la jerarquía de la iglesia, al igual que teólogos y creyentes, son muy conscientes de que el cristianismo atraviesa una dura crisis histórica grave. Probablemente mucho más grave que otras crisis atravesadas y superadas en tiempos pasados. La iglesia transita, sin duda ninguna, por una grave crisis histórica en que coinciden todos los autores (aunque mirando unos y otros al futuro con más o menos optimismo o pesimismo).
1) La realidad social de la creencia: estadísticas y hechos. Aquello en que todos coinciden (la existencia de una grave crisis de la creencia) está avalado por las investigaciones estadísticas en sociología. Hablamos en general porque es hoy tan grande la variedad de estudios y de resultados que es muy difícil establecer en concreto alguna consecuencia general segura. Es claro que no son lo mismo Ásia, África, América Latina que Europa o los Estados Unidos. Igualmente no es lo mismo Europa que Norteamérica (EE.UU. y Canadá). Pero es también manifiesto que la indiferencia religiosa popular, el agnosticismo y el ateísmo crecen en el Primer Mundo, hasta el punto de que hay estadísticas que se aventuran a la prognosis de que el cristianismo desaparecerá pronto de ciertos países europeos (vg. Dinamarca o Países Nórdicos). Sin embargo, también parece constatarse que en el Segundo y Tercer Mundo la religiosidad crece y por ello el efecto mundial en su conjunto es de crecimiento significativo (pero no así si consideramos sólo el catolicismo que cede terreno ante religiones como el islam o el hinduísmo que tienen más natalidad). Esto es lo que han mostrado estudios como los de Peter Berger sobre la situación mundial de las religiones.
Si nos referimos a la iglesia católica, es evidente su crisis en las sociedades desarrolladas (al igual que en el Tercer Mundo ante la expansión de los movimientos pentecostalistas o de otras religiones). No obstante, aun siendo así, es todavía un hecho incuestionable que las estadísticas dicen insistentemente que un 75/80 por ciento de la población española, por ejemplo, se declara católica. Lo mismo pasa en Italia y en Estados Unidos donde la parte absolutamente mayoritaria de la población sigue siendo religiosa (mucho más que en Europa), todo ello reconociendo que en países como Francia (que antes eran el eje del catolicismo) la pertenencia declarada a la iglesia apenas es superior al 40 por ciento (estando el catolicismo francés desbordado por la práctica religiosa de la numerosísima inmigración islámica en Francia). Es también evidente que, aunque los porcentajes hayan bajado mucho, un 19 por ciento de los católicos en España van a la iglesia semanalmente (hace muy poco eran el 29 por ciento). Pocas organizaciones son capaces de movilizar un sector tan numeroso de la población, semana tras semana. Además, las movilizaciones de masas que promueve la iglesia (vg. la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid 2011) son impresionantes y muestran que existe todavía mucha gente que vive intensamente la religión cristiana y católica.
2) Qué es lo que está pasando: la gravedad de la crisis. Lo que en realidad pasa son varias cosas. Al explicarlas estamos haciendo una interpretación que, no obstante, creemos similar a la de otros muchos autores y que, por tanto, entendemos que se acerca a lo que las cosas son. Ser miembro de una religión como la cristiana supone primero conocer qué afirma esta religión sobre el sentido de la vida; segundo entender o intuir en alguna manera que esas creencias son racionalmente verosímiles considerando el conjunto de las circunstancias reales y culturales; por último, tercero, supone también una identificación emocional profunda con esas creencias. Si estas tres condiciones se cumplen el creyente vive su adhesión a la religión como enriquecedora.
a) Pues bien, esto supuesto, el primer problema consiste en que la inmensa mayoría de los católicos apenas tienen alguna idea coherente del contenido de su propia fe, aunque se aferren emocionalmente a ella, con la esperanza metafísica de un Dios salvador que en último término se manifestará como Dios salvador. Cuando constatamos un porcentaje estadístico de católicos, o el número de los asistentes a un acto de masas papal, presumimos (esto es una interpretación fundada) que se trata ante todo de una identificación emocional con Dios en la fe dentro de la iglesia tradicional de los padres. Pero cabe presumir también que la mayoría no tienen un conocimiento reflexivo y maduro de la propia fe.
b) Sin embargo, esta fe preferentemente sólo emocional, desde la ignorancia intelectual, está sometida a la presión ambiente de la cultura moderna, con la posición privilegiada que ésta confiere a la razón y a la ciencia y con la presencia del indiferentismo religioso, del agnosticismo y del ateísmo que incluso, en muchos ambientes, son considerados como lo “políticamente correcto”. Esta ignorancia sume al creyente en una crisis social profunda, que le afecta en su interior, por cuanto la modernidad denuncia –o al menos así está extendido en el ambiente– que sus creencias no son verosímiles en la cultura moderna.
c) Por ello, aunque la creencia actual se funde principalmente en la emoción religiosa (que es profunda y no infravaloramos), sin embargo, faltos de cultura religiosa y de conexión racional que los haga verosímiles, el catolicismo, y el cristianismo, que tienen sus bases sociales en el mundo occidental desarrollado, en que se ha instaurado la cultura de la modernidad, están sometidos a una pérdida continua de creyentes que rompen su conexión con la religión cristiana tradicional, pasándose al grupo de la indiferencia religiosa popular, ya que los agnósticos o ateos declarados y firmes son una minoría. La religión ha entrado en crisis, como la evidencia social muestra (y la iglesia reconoce), simplemente porque no tiene dos de los factores que la podrían hacer viable y estable en nuestra sociedad: no existe entendimiento de la propia fe y todo parece indicar que no es verosímil ante la cultura moderna (cultura que por otra parte todos aceptan y respetan). En el fondo, ¿cómo se puede entender la verosimilitud de unas creencias religiosas si no se sabe en realidad en qué consisten?
La gravedad de la crisis moderna de la religión puede medirse por el hecho de que se trata de una crisis de fe, por la que las masas populares se desvinculan de la iglesia y se quedan sin embargo tan tranquilas. En otras épocas la iglesia pasó por grandes convulsiones, mucho más aparatosas que en la actualidad: pensemos en los siglos XVI o XVII, con toda Europa convulsa por las guerras religiosas, o en el siglo XIX, tan cercano a nosotros, donde el integrismo católico había aislado totalmente a la iglesia de los movimientos culturales europeos. Pero en aquellos tiempos la masa social absolutamente mayoritaria de los países cristianos europeos vivía su fe con una identificación emocional y una convicción tan sólida que dotaban a la iglesia de un suelo sólido inalterable de implantación social. Esta era su verdadera fuerza. Hoy en día, en cambio, se está diluyendo el suelo o fundamento que constituye la iglesia: la fe de los creyentes se desmorona y, en consecuencia, la iglesia va apareciendo más y más como una inmensa organización que carece de base. Es claro que, a lo largo del siglo XX, se ha ido desmoronando esta solidez de la “simple creencia” ancestral, fundada sólo en las emociones.
¿Hasta dónde llegará esta crisis de desmoronamiento interior? ¿Podrá seguir manteniéndose y resistir lo que podríamos llamar la “simplicidad creyente” de tantos cristianos? Pienso que probablemente siempre quedarán cristianos (quizá incluso “muchos” si los reunimos en una plaza, pero “pocos” en relación al gran número de ciudadanos de las naciones modernas). Pero pienso también que todo parece indicar que el proceso de desmontaje de la creencia seguirá en el futuro un ritmo creciente, dificil de frenar, a no ser que pase algo que se introduzca como un nuevo factor, una nueva variable histórica, capaz de frenarlo. ¿Una Nueva Evangelización? Eso es ciertamente lo que la iglesia católica desearía. Pero no hay razones que aseguren que sea posible, sobre todo si se hace de ella un diseño inapropiado que no responde a lo que debería ser (y no es una falta de ortodoxia católica pensar que la iglesia pueda errar en su diseño de nueva evangelización).
Si nos referimos a la iglesia católica, es evidente su crisis en las sociedades desarrolladas (al igual que en el Tercer Mundo ante la expansión de los movimientos pentecostalistas o de otras religiones). No obstante, aun siendo así, es todavía un hecho incuestionable que las estadísticas dicen insistentemente que un 75/80 por ciento de la población española, por ejemplo, se declara católica. Lo mismo pasa en Italia y en Estados Unidos donde la parte absolutamente mayoritaria de la población sigue siendo religiosa (mucho más que en Europa), todo ello reconociendo que en países como Francia (que antes eran el eje del catolicismo) la pertenencia declarada a la iglesia apenas es superior al 40 por ciento (estando el catolicismo francés desbordado por la práctica religiosa de la numerosísima inmigración islámica en Francia). Es también evidente que, aunque los porcentajes hayan bajado mucho, un 19 por ciento de los católicos en España van a la iglesia semanalmente (hace muy poco eran el 29 por ciento). Pocas organizaciones son capaces de movilizar un sector tan numeroso de la población, semana tras semana. Además, las movilizaciones de masas que promueve la iglesia (vg. la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid 2011) son impresionantes y muestran que existe todavía mucha gente que vive intensamente la religión cristiana y católica.
2) Qué es lo que está pasando: la gravedad de la crisis. Lo que en realidad pasa son varias cosas. Al explicarlas estamos haciendo una interpretación que, no obstante, creemos similar a la de otros muchos autores y que, por tanto, entendemos que se acerca a lo que las cosas son. Ser miembro de una religión como la cristiana supone primero conocer qué afirma esta religión sobre el sentido de la vida; segundo entender o intuir en alguna manera que esas creencias son racionalmente verosímiles considerando el conjunto de las circunstancias reales y culturales; por último, tercero, supone también una identificación emocional profunda con esas creencias. Si estas tres condiciones se cumplen el creyente vive su adhesión a la religión como enriquecedora.
a) Pues bien, esto supuesto, el primer problema consiste en que la inmensa mayoría de los católicos apenas tienen alguna idea coherente del contenido de su propia fe, aunque se aferren emocionalmente a ella, con la esperanza metafísica de un Dios salvador que en último término se manifestará como Dios salvador. Cuando constatamos un porcentaje estadístico de católicos, o el número de los asistentes a un acto de masas papal, presumimos (esto es una interpretación fundada) que se trata ante todo de una identificación emocional con Dios en la fe dentro de la iglesia tradicional de los padres. Pero cabe presumir también que la mayoría no tienen un conocimiento reflexivo y maduro de la propia fe.
b) Sin embargo, esta fe preferentemente sólo emocional, desde la ignorancia intelectual, está sometida a la presión ambiente de la cultura moderna, con la posición privilegiada que ésta confiere a la razón y a la ciencia y con la presencia del indiferentismo religioso, del agnosticismo y del ateísmo que incluso, en muchos ambientes, son considerados como lo “políticamente correcto”. Esta ignorancia sume al creyente en una crisis social profunda, que le afecta en su interior, por cuanto la modernidad denuncia –o al menos así está extendido en el ambiente– que sus creencias no son verosímiles en la cultura moderna.
c) Por ello, aunque la creencia actual se funde principalmente en la emoción religiosa (que es profunda y no infravaloramos), sin embargo, faltos de cultura religiosa y de conexión racional que los haga verosímiles, el catolicismo, y el cristianismo, que tienen sus bases sociales en el mundo occidental desarrollado, en que se ha instaurado la cultura de la modernidad, están sometidos a una pérdida continua de creyentes que rompen su conexión con la religión cristiana tradicional, pasándose al grupo de la indiferencia religiosa popular, ya que los agnósticos o ateos declarados y firmes son una minoría. La religión ha entrado en crisis, como la evidencia social muestra (y la iglesia reconoce), simplemente porque no tiene dos de los factores que la podrían hacer viable y estable en nuestra sociedad: no existe entendimiento de la propia fe y todo parece indicar que no es verosímil ante la cultura moderna (cultura que por otra parte todos aceptan y respetan). En el fondo, ¿cómo se puede entender la verosimilitud de unas creencias religiosas si no se sabe en realidad en qué consisten?
La gravedad de la crisis moderna de la religión puede medirse por el hecho de que se trata de una crisis de fe, por la que las masas populares se desvinculan de la iglesia y se quedan sin embargo tan tranquilas. En otras épocas la iglesia pasó por grandes convulsiones, mucho más aparatosas que en la actualidad: pensemos en los siglos XVI o XVII, con toda Europa convulsa por las guerras religiosas, o en el siglo XIX, tan cercano a nosotros, donde el integrismo católico había aislado totalmente a la iglesia de los movimientos culturales europeos. Pero en aquellos tiempos la masa social absolutamente mayoritaria de los países cristianos europeos vivía su fe con una identificación emocional y una convicción tan sólida que dotaban a la iglesia de un suelo sólido inalterable de implantación social. Esta era su verdadera fuerza. Hoy en día, en cambio, se está diluyendo el suelo o fundamento que constituye la iglesia: la fe de los creyentes se desmorona y, en consecuencia, la iglesia va apareciendo más y más como una inmensa organización que carece de base. Es claro que, a lo largo del siglo XX, se ha ido desmoronando esta solidez de la “simple creencia” ancestral, fundada sólo en las emociones.
¿Hasta dónde llegará esta crisis de desmoronamiento interior? ¿Podrá seguir manteniéndose y resistir lo que podríamos llamar la “simplicidad creyente” de tantos cristianos? Pienso que probablemente siempre quedarán cristianos (quizá incluso “muchos” si los reunimos en una plaza, pero “pocos” en relación al gran número de ciudadanos de las naciones modernas). Pero pienso también que todo parece indicar que el proceso de desmontaje de la creencia seguirá en el futuro un ritmo creciente, dificil de frenar, a no ser que pase algo que se introduzca como un nuevo factor, una nueva variable histórica, capaz de frenarlo. ¿Una Nueva Evangelización? Eso es ciertamente lo que la iglesia católica desearía. Pero no hay razones que aseguren que sea posible, sobre todo si se hace de ella un diseño inapropiado que no responde a lo que debería ser (y no es una falta de ortodoxia católica pensar que la iglesia pueda errar en su diseño de nueva evangelización).
3) Religión y religiosidad. El hecho de este desmoronamiento de la creencia en la religión cristiana conduce por sí mismo a plantear una pregunta: si la religión une a los individuos a su tradición y les instala existencialmente en un futuro de esperanza metafísica que resulta sin lugar a dudas consolador, ¿cómo es posible que se esté produciendo entonces este abandono social tan masivo de la religión cristiana? Es decir, conectando con las anteriores reflexiones, ¿cómo es posible que la modernidad haya producido una presión tan fuerte sobre los creyentes que haya sido capaz de vencer poco a poco – como los hechos muestran – el immenso poder emotivo de la religión, radicada emocionalmente en la tradición de las familias y de los pueblos (o sea, su fuerza memética). Creo que hay dos causas que lo explican.
a) La primera se formula así, en síntesis: el abandono de la religión no supone necesariamente abandono de la religiosidad. Esto nos obliga a distinguir entre religión y religiosidad. Por religiosidad entendemos la experiencia interior que une al individuo a una realidad nouménica, mística, profunda y al mismo tiempo cósmica o trascendente, que se identifica como Dios, que se acepta, con la que se dialoga y a la que se confía la salvación metafísica. Por religión, en cambio, entendemos las formas sociales en que se ha organizado la religiosidad de los seres humanos que están conviviendo dentro de una cultura. Así, el judaísmo, el cristianismo, hinduísmo, budismo o islamismo son religiones que vehiculan y expresan el sentido de la experiencia religiosa interior de los individuos. Así, en el mundo occidental, el cristianismo ha sido la religión en que se ha realizado durante siglos y siglos la experiencia religiosa de muchísmos seres humanos que se han sentido ayudados, unidos a sus raíces tanto culturales como familiares y en ella han hallado su sentido de la vida.
Por consiguiente, cuando tantos individuos han abandonado la religión no cabe aseverar a la ligera que eo ipso hayan abandonado su religiosidad interior. En realidad no hay estadísticas ni estudios empíricos que nos digan con certeza qué pasa en el interior de quienes abandonan la religión y pasan a engrosar la creciente indiferencia religiosa popular. Interiormente podrían quizá instalarse en el agnosticismo, en el ateísmo o, quizá sea lo más probable (es lo que yo pienso), en una religiosidad interior indefinida. Por ello, abandonar la religión, para los individuos que conocen su interior y saben lo que en él pasa, no equivale a abandonar a Dios; por ello, en consecuencia, estos hombres se “sienten tranquilos” ante el enigmático Dios que ha establecido un camino de salvación al que se ofrecen y se hallan existencialmente abiertos. En otras palabras: dejar la religión social, como vemos en tanta gente, no es sin más dar un “portazo a Dios” y caer en el frío vacío del ateísmo sin Dios, sino quedar replegados en una religiosidad interior que les justifica ante el posible Dios de forma satisfactoria.
En estos tiempos, en que todas las religiones por igual, aunque unas más que otras, sobre todo las occidentales, presionadas por la cultura de la modernidad que se extiende universalmente, tienen grandes autopistas abiertas que impulsan hacia ese refugio en una religiosidad o espiritualidad interior, se va abriendo ya algo que era de esperar: la naciente reflexión organizada y consciente de lo que significa estar en esa espiritualidad personal, al margen de la religión, ensayando nuevas formas de describirla y promoverla socialmente. Estos nuevos paradigmas religiosos están ya presentes y probablemente crecerán en el futuro, llegando quizá a contribuir al mantenimiento de ese mundo religioso interior de tantas personas. Más y más personas sabrán explicar y justificar en un lenguaje explícito inspirado en esos nuevos paradigmas religiosos, el sentido y contenido de esa religiosidad interior, al margen de las religiones, que hoy muchos viven sin exteriorización.
b) La segunda causa sería, en síntesis, la siguiente: el abandono de la religión ha sido inducido también por la falta de calidad de la acción vehiculadora de la religiosidad en las religiones y, en especial, por lo que a nosotros afecta, en el cristianismo y en el catolicismo. Es decir, muchas personas que han sido y siguen siendo con toda sinceridad religiosas (emocionalmente religiosas) no se han sentido religiosamente representadas por la iglesia. Han estado en ella por la inercia de la tradición familiar, pero llega un momento en que –auspiciados por la conciencia de dignidad moral, autonomía moral y libertad en la cultura de la modernidad que nos abarca– se sienten capaces de prescindir de la religión porque en realidad no entienden casi nada, no aparece racionalmente verosímil y, además, presenta tantos fallos morales y sociales, es decir, se muestra “tan humana”, que es muy difícil vislumbrar la presencia en ella de la acción divina. Las religiones sociales se presentan como producto de la contingencia histórica: con toda arrogancia, unas y otras religiones, cada una a su manera, pretenden ser cada una posesora de la verdad, pero en realidad es muy difícil vislumbrar en ellas –la gente al menos no lo entiende ni lo ve– la presencia real de la obra de Dios. Si no se entiende casi nada de la teología, de los ritos, de las liturgias, del lenguaje, de la moral de una religión, e incluso se constata en muchos casos el escándalo evidente y gravísimo, o la falta de sintonía emocional con el comportamiento constatable de cristianos, clérigos y organizaciones eclesiásticas, entonces, en el mundo libre la de la cultura moderna, ¿cómo se le puede perdir a alguien que se identifique con una religión concreta? Se le hace muy difícil. Esto es lo que ha pasado, y sigue pasando, en amplios sectores de las sociedades ancestralmente católicas. Al individuo le resulta moralmente justificado ante la propia conciencia ignorar religiones organizadas, llenas de defectos evidentes e incluso pintorescas en muchos casos, y refugiar su religiosidad profunda en el interior de su vida anímica. Los individuos saben que no tienen la culpa ni deben sentirse responsables de que las religiones sean hasta tal punto incapaces de suscitar la adhesión como de hecho se muestra en las circunstancias históricas. Al refugiarse en su religiosidad interior creen que se sitúan en un plano moral superior a lo que sería aceptar una inmersión irracional en una religión que no tiene ante ellos fuerza moral, que además no entienden y que no se hace verosímil en la cultura moderna que se les impone.
La urgencia cristiana de una Nueva Evangelización
Como decíamos, existe un consenso generalizado sobre el hecho de que hoy en día el catolicismo atraviesa una crisis profunda. Es una crisis que puede hacerse extensiva a las otras confesiones cristianas, e incluso a las otras religiones (en menor medida porque sus culturas no se han visto afectadas hasta ahora en la misma medida por la modernidad). En discursos y documentos pontificios, en obispos y cardenales, en teólogos y filósofos cristianos, en la intuición de los “simples creyentes”, en todos se constata la crisis a que nos referimos. En los documentos que las instituciones pontificias han emitido para la convocatoria del próximo Sínodo de los Obispos que tratará sobre la Nueva Evangelización se parte siempre de una constatación de la crisis de la fe. Es claro que el mismo concepto de Nueva Evangelización supone la aceptación del hecho de que una sociedad que, en principio, estaba evangelizada ha quedado, por las diversas razones que se aducen, des-evangelizada y, por ello, la iglesia cree que la esencia de la misión conferida por Cristo es emprender una Nueva Evangelización. El sentir general es que, para ser fiel a la fe cristiana, los creyentes deben proceder a impulsar una Nueva Evangelización. No hay otro camino.
Constatar la crisis no significa, sin embargo, estar de acuerdo en la forma de describirla y, sobre todo, en el análisis de sus causas. Nosotros hemos ofrecido en lo anterior la interpretación que consideramos cercana a lo que en realidad ha sucedido. Quizá no todos estén de acuerdo con nuestro análisis. Por ejemplo, he considerado, supuesto que los creyentes no entienden en qué creen y que ven que sus creencias no son verosímiles en la modernidad, son capaces de romper la fuerza emotiva que les liga todavía al catolicismo porque a) sostienen una religiosidad interior remanente y b) porque el catolicismo social objetivo no tiene fuerza de atracción, tal como hemos explicado. Si es así, la crisis que lleva a la necesidad cristiana de volver a evangelizar quizá haya sido producida por una falta de calidad en la acción de la iglesia. Somos conscientes de que habrá algunos que no acepten esta autocrítica, por leve que sea: la iglesia ha hecho lo que debía hacer y la des-evangelización se ha producido por culpa de otros. Sin embargo, este reconocimiento de culpa de parte de la iglesia ha sido reconocido en muchos documentos papales y pontificios, y mucho más en opiniones de obispos, cardenales, teólogos, e intuición de la gente.
Cabe entender que los documentos preparados para el próximo Sínodo asumen lo que sus redactores consideran lo más valioso para entender qué debe ser y cómo debe ser promovida la Nueva Evangelización. La verdad es que se trata de cosas tan generales, y tan repetitivas, que, aun siendo todas ellas hermosas, sobre todo para los que tenemos fe, sin embargo, en mi opinión, no creo que puedan conducirnos a una Nueva Evangelización que demanda la crisis religiosa actual. Pero, entonces, para no incurrir en descalificaciones simples, no argumentadas, e intentando pasar a consideraciones positivas que puedan mostrar qué es lo que hacemos y qué alternativas existirían, ¿qué debería ser la Nueva Evangelización? Es lo que explicaré en los posts siguientes de esta serie. Logicamente debemos ir paso por paso y sólo al final llegaremos a las propuestas positivas.
a) La primera se formula así, en síntesis: el abandono de la religión no supone necesariamente abandono de la religiosidad. Esto nos obliga a distinguir entre religión y religiosidad. Por religiosidad entendemos la experiencia interior que une al individuo a una realidad nouménica, mística, profunda y al mismo tiempo cósmica o trascendente, que se identifica como Dios, que se acepta, con la que se dialoga y a la que se confía la salvación metafísica. Por religión, en cambio, entendemos las formas sociales en que se ha organizado la religiosidad de los seres humanos que están conviviendo dentro de una cultura. Así, el judaísmo, el cristianismo, hinduísmo, budismo o islamismo son religiones que vehiculan y expresan el sentido de la experiencia religiosa interior de los individuos. Así, en el mundo occidental, el cristianismo ha sido la religión en que se ha realizado durante siglos y siglos la experiencia religiosa de muchísmos seres humanos que se han sentido ayudados, unidos a sus raíces tanto culturales como familiares y en ella han hallado su sentido de la vida.
Por consiguiente, cuando tantos individuos han abandonado la religión no cabe aseverar a la ligera que eo ipso hayan abandonado su religiosidad interior. En realidad no hay estadísticas ni estudios empíricos que nos digan con certeza qué pasa en el interior de quienes abandonan la religión y pasan a engrosar la creciente indiferencia religiosa popular. Interiormente podrían quizá instalarse en el agnosticismo, en el ateísmo o, quizá sea lo más probable (es lo que yo pienso), en una religiosidad interior indefinida. Por ello, abandonar la religión, para los individuos que conocen su interior y saben lo que en él pasa, no equivale a abandonar a Dios; por ello, en consecuencia, estos hombres se “sienten tranquilos” ante el enigmático Dios que ha establecido un camino de salvación al que se ofrecen y se hallan existencialmente abiertos. En otras palabras: dejar la religión social, como vemos en tanta gente, no es sin más dar un “portazo a Dios” y caer en el frío vacío del ateísmo sin Dios, sino quedar replegados en una religiosidad interior que les justifica ante el posible Dios de forma satisfactoria.
En estos tiempos, en que todas las religiones por igual, aunque unas más que otras, sobre todo las occidentales, presionadas por la cultura de la modernidad que se extiende universalmente, tienen grandes autopistas abiertas que impulsan hacia ese refugio en una religiosidad o espiritualidad interior, se va abriendo ya algo que era de esperar: la naciente reflexión organizada y consciente de lo que significa estar en esa espiritualidad personal, al margen de la religión, ensayando nuevas formas de describirla y promoverla socialmente. Estos nuevos paradigmas religiosos están ya presentes y probablemente crecerán en el futuro, llegando quizá a contribuir al mantenimiento de ese mundo religioso interior de tantas personas. Más y más personas sabrán explicar y justificar en un lenguaje explícito inspirado en esos nuevos paradigmas religiosos, el sentido y contenido de esa religiosidad interior, al margen de las religiones, que hoy muchos viven sin exteriorización.
b) La segunda causa sería, en síntesis, la siguiente: el abandono de la religión ha sido inducido también por la falta de calidad de la acción vehiculadora de la religiosidad en las religiones y, en especial, por lo que a nosotros afecta, en el cristianismo y en el catolicismo. Es decir, muchas personas que han sido y siguen siendo con toda sinceridad religiosas (emocionalmente religiosas) no se han sentido religiosamente representadas por la iglesia. Han estado en ella por la inercia de la tradición familiar, pero llega un momento en que –auspiciados por la conciencia de dignidad moral, autonomía moral y libertad en la cultura de la modernidad que nos abarca– se sienten capaces de prescindir de la religión porque en realidad no entienden casi nada, no aparece racionalmente verosímil y, además, presenta tantos fallos morales y sociales, es decir, se muestra “tan humana”, que es muy difícil vislumbrar la presencia en ella de la acción divina. Las religiones sociales se presentan como producto de la contingencia histórica: con toda arrogancia, unas y otras religiones, cada una a su manera, pretenden ser cada una posesora de la verdad, pero en realidad es muy difícil vislumbrar en ellas –la gente al menos no lo entiende ni lo ve– la presencia real de la obra de Dios. Si no se entiende casi nada de la teología, de los ritos, de las liturgias, del lenguaje, de la moral de una religión, e incluso se constata en muchos casos el escándalo evidente y gravísimo, o la falta de sintonía emocional con el comportamiento constatable de cristianos, clérigos y organizaciones eclesiásticas, entonces, en el mundo libre la de la cultura moderna, ¿cómo se le puede perdir a alguien que se identifique con una religión concreta? Se le hace muy difícil. Esto es lo que ha pasado, y sigue pasando, en amplios sectores de las sociedades ancestralmente católicas. Al individuo le resulta moralmente justificado ante la propia conciencia ignorar religiones organizadas, llenas de defectos evidentes e incluso pintorescas en muchos casos, y refugiar su religiosidad profunda en el interior de su vida anímica. Los individuos saben que no tienen la culpa ni deben sentirse responsables de que las religiones sean hasta tal punto incapaces de suscitar la adhesión como de hecho se muestra en las circunstancias históricas. Al refugiarse en su religiosidad interior creen que se sitúan en un plano moral superior a lo que sería aceptar una inmersión irracional en una religión que no tiene ante ellos fuerza moral, que además no entienden y que no se hace verosímil en la cultura moderna que se les impone.
La urgencia cristiana de una Nueva Evangelización
Como decíamos, existe un consenso generalizado sobre el hecho de que hoy en día el catolicismo atraviesa una crisis profunda. Es una crisis que puede hacerse extensiva a las otras confesiones cristianas, e incluso a las otras religiones (en menor medida porque sus culturas no se han visto afectadas hasta ahora en la misma medida por la modernidad). En discursos y documentos pontificios, en obispos y cardenales, en teólogos y filósofos cristianos, en la intuición de los “simples creyentes”, en todos se constata la crisis a que nos referimos. En los documentos que las instituciones pontificias han emitido para la convocatoria del próximo Sínodo de los Obispos que tratará sobre la Nueva Evangelización se parte siempre de una constatación de la crisis de la fe. Es claro que el mismo concepto de Nueva Evangelización supone la aceptación del hecho de que una sociedad que, en principio, estaba evangelizada ha quedado, por las diversas razones que se aducen, des-evangelizada y, por ello, la iglesia cree que la esencia de la misión conferida por Cristo es emprender una Nueva Evangelización. El sentir general es que, para ser fiel a la fe cristiana, los creyentes deben proceder a impulsar una Nueva Evangelización. No hay otro camino.
Constatar la crisis no significa, sin embargo, estar de acuerdo en la forma de describirla y, sobre todo, en el análisis de sus causas. Nosotros hemos ofrecido en lo anterior la interpretación que consideramos cercana a lo que en realidad ha sucedido. Quizá no todos estén de acuerdo con nuestro análisis. Por ejemplo, he considerado, supuesto que los creyentes no entienden en qué creen y que ven que sus creencias no son verosímiles en la modernidad, son capaces de romper la fuerza emotiva que les liga todavía al catolicismo porque a) sostienen una religiosidad interior remanente y b) porque el catolicismo social objetivo no tiene fuerza de atracción, tal como hemos explicado. Si es así, la crisis que lleva a la necesidad cristiana de volver a evangelizar quizá haya sido producida por una falta de calidad en la acción de la iglesia. Somos conscientes de que habrá algunos que no acepten esta autocrítica, por leve que sea: la iglesia ha hecho lo que debía hacer y la des-evangelización se ha producido por culpa de otros. Sin embargo, este reconocimiento de culpa de parte de la iglesia ha sido reconocido en muchos documentos papales y pontificios, y mucho más en opiniones de obispos, cardenales, teólogos, e intuición de la gente.
Cabe entender que los documentos preparados para el próximo Sínodo asumen lo que sus redactores consideran lo más valioso para entender qué debe ser y cómo debe ser promovida la Nueva Evangelización. La verdad es que se trata de cosas tan generales, y tan repetitivas, que, aun siendo todas ellas hermosas, sobre todo para los que tenemos fe, sin embargo, en mi opinión, no creo que puedan conducirnos a una Nueva Evangelización que demanda la crisis religiosa actual. Pero, entonces, para no incurrir en descalificaciones simples, no argumentadas, e intentando pasar a consideraciones positivas que puedan mostrar qué es lo que hacemos y qué alternativas existirían, ¿qué debería ser la Nueva Evangelización? Es lo que explicaré en los posts siguientes de esta serie. Logicamente debemos ir paso por paso y sólo al final llegaremos a las propuestas positivas.