Portada de un número de la revista Pensamiento.
Cuando un intelectual produce una cierta obra existe siempre una biografía que la explica. En la mayoría de los casos responde a exigencias de la profesión universitaria o investigadora que le llevan a diseñar temas de estudio e investigación que orientan poco a poco sus publicaciones. En la elección de temas juegan siempre un papel de fondo las inquietudes, intereses y motivaciones personales; a veces, sin embargo, se orienta el trabajo solo por un sentido puramente pragmático (vg. elegir una cierta temática porque en ella se puede hacer un curriculum profesional con facilidad).
También en mi caso se esconde una biografía personal que me condujo paso a paso a la redacción de estos tres libros que por su conexión interna, y por brevedad, nombro como trilogía. Es claro que me refiero a los tres libros referidos: Dédalo, Hacia un Nuevo Mundo (HNMundo) y Hacia el Nuevo Concilio (HNConcilio). Quiero dejar aquí testimonio de la evolución intelectual que me llevó, a lo largo de muchos años, a redactar estos tres volúmenes de la trilogía.
En mi vida universitaria me he preocupado y he escrito sobre filosofía, epistemología, psicología cognitiva y ciencia de la visión. Cabe destacar dos obras. Primero, Epistemología Evolutiva y Teoría de la Ciencia, Publicaciones Universidad Comillas, Madrid 1987, libro agotado para el que quisiera tener tiempo y poder preparar una nueva edición. Segundo, un volumen de 650 páginas, con más de 700 ilustraciones, titulado La Percepción Visual. La arquitectura del psiquismo desde el enfoque de la percepción visual, Biblioteca Nueva, Madrid 2008, segunda edición. Debo añadir también otros libros y numerosos artículos, principalmente los publicados en Pensamiento. Revista de investigación e información filosófica, PUComillas, Madrid, publicación de la que soy director desde hace años.
En Pensamiento he preparado la edición de los cuatro volúmenes de la serie especial Ciencia, Filosofía y Religión (2007-2010) que constan de más de 2.000 páginas. Es claro que mi trabajo filosófico y científico en el marco universitario ha permitido que me haya formado una idea personal sobre cuestiones relevantes sobre la materia, el universo, la vida y los sistemas sensitivo-perceptivos, las inquietudes filosóficas y metafísicas propuestas a nuestra condición humana.
Todo esto ha constituido sin duda el trasfondo que me ha permitido escribir la trilogía, ya que en ella se abordan los grandes temas de la ciencia y de la filosofía. Sin embargo, en estos dos blogs sólo abordaré mi trabajo filosófico y científico en tanto en cuanto quede asumido en la trilogía, o surja con ocasión de las temáticas en ella planteadas.
De ahí que sólo vaya a mencionar ahora la biografía intelectual que me condujo a la redacción de la trilogía. Esta biografía representa, pues, en el fondo lo más importante que ha sucedido en mi vida intelectual. En el itinerario que me llevó a la trilogía se muestra la esencia de los conocimientos y de las conjeturas que he podido construir sobre mi existencia, la historia humana y los grandes enigmas del universo, tanto desde el punto de vista científico como desde el filosófico y el religioso.
Es claro que en mis reflexiones he asumido los grandes temas de la historia del pensamiento y los resultados actuales de las ciencias. Me uno, pues, a la tradición y al patrimonio moderno de conocimiento, del que soy deudor agradecido, pues no podría ser menos. Sin embargo, creo haber aportado enfoques y perspectivas nuevas que nos abren a escenarios de conocimiento originales, tanto en lo socio-político (HaciaNM) como en lo filosófico-teológico (HaciaNC).
Creo que en la trilogía hay aportaciones que podrían ser enriquecedoras para la sociedad (HaciaNM) y para las religiones (HaciaNC) y merecen por ello ser consideradas. Creo, pues, justificado abrir estos blogs, en conexión con la trilogía, en que el lector podrá valorar si mis pretendidas aportaciones son de interés o no. El itinerario biográfico intelectual que me ha llevado a concebir estas supuestas aportaciones es, por tanto, el que quiero relatar aquí.
También en mi caso se esconde una biografía personal que me condujo paso a paso a la redacción de estos tres libros que por su conexión interna, y por brevedad, nombro como trilogía. Es claro que me refiero a los tres libros referidos: Dédalo, Hacia un Nuevo Mundo (HNMundo) y Hacia el Nuevo Concilio (HNConcilio). Quiero dejar aquí testimonio de la evolución intelectual que me llevó, a lo largo de muchos años, a redactar estos tres volúmenes de la trilogía.
En mi vida universitaria me he preocupado y he escrito sobre filosofía, epistemología, psicología cognitiva y ciencia de la visión. Cabe destacar dos obras. Primero, Epistemología Evolutiva y Teoría de la Ciencia, Publicaciones Universidad Comillas, Madrid 1987, libro agotado para el que quisiera tener tiempo y poder preparar una nueva edición. Segundo, un volumen de 650 páginas, con más de 700 ilustraciones, titulado La Percepción Visual. La arquitectura del psiquismo desde el enfoque de la percepción visual, Biblioteca Nueva, Madrid 2008, segunda edición. Debo añadir también otros libros y numerosos artículos, principalmente los publicados en Pensamiento. Revista de investigación e información filosófica, PUComillas, Madrid, publicación de la que soy director desde hace años.
En Pensamiento he preparado la edición de los cuatro volúmenes de la serie especial Ciencia, Filosofía y Religión (2007-2010) que constan de más de 2.000 páginas. Es claro que mi trabajo filosófico y científico en el marco universitario ha permitido que me haya formado una idea personal sobre cuestiones relevantes sobre la materia, el universo, la vida y los sistemas sensitivo-perceptivos, las inquietudes filosóficas y metafísicas propuestas a nuestra condición humana.
Todo esto ha constituido sin duda el trasfondo que me ha permitido escribir la trilogía, ya que en ella se abordan los grandes temas de la ciencia y de la filosofía. Sin embargo, en estos dos blogs sólo abordaré mi trabajo filosófico y científico en tanto en cuanto quede asumido en la trilogía, o surja con ocasión de las temáticas en ella planteadas.
De ahí que sólo vaya a mencionar ahora la biografía intelectual que me condujo a la redacción de la trilogía. Esta biografía representa, pues, en el fondo lo más importante que ha sucedido en mi vida intelectual. En el itinerario que me llevó a la trilogía se muestra la esencia de los conocimientos y de las conjeturas que he podido construir sobre mi existencia, la historia humana y los grandes enigmas del universo, tanto desde el punto de vista científico como desde el filosófico y el religioso.
Es claro que en mis reflexiones he asumido los grandes temas de la historia del pensamiento y los resultados actuales de las ciencias. Me uno, pues, a la tradición y al patrimonio moderno de conocimiento, del que soy deudor agradecido, pues no podría ser menos. Sin embargo, creo haber aportado enfoques y perspectivas nuevas que nos abren a escenarios de conocimiento originales, tanto en lo socio-político (HaciaNM) como en lo filosófico-teológico (HaciaNC).
Creo que en la trilogía hay aportaciones que podrían ser enriquecedoras para la sociedad (HaciaNM) y para las religiones (HaciaNC) y merecen por ello ser consideradas. Creo, pues, justificado abrir estos blogs, en conexión con la trilogía, en que el lector podrá valorar si mis pretendidas aportaciones son de interés o no. El itinerario biográfico intelectual que me ha llevado a concebir estas supuestas aportaciones es, por tanto, el que quiero relatar aquí.
Inquietud metafísica y perplejidad
El itinerario intelectual al que me refiero comenzó hace muchos años, cuando era joven. Al contrario de lo que hoy parece ser común, y siempre lo fue (al menos en las apariencias externas), no me sentí inquieto por lo inmediato, por cómo divertirme, cómo hacer amistades, cómo conseguir tales o cuales cosas, cómo medrar en el medio inmediato (que en aquel tiempo era solo el escolar). La verdad es que sentía mi vida en el mundo con un malestar extraño por no saber claramente dónde me encontraba.
Tenía una sensación de perplejidad porque no sabía cuál era la explicación final de aquella extraña escena de la pieza teatral que me tenía atrapado. No sabía qué había entre bastidores. No acertaba a entender cuál era la verdad de todo, el fondo explicativo final de la existencia del mundo y de mi existencia personal. Una parte sustancial del malestar derivaba del hecho de que las instancias familiares, sociales o religiosas que debieran ofrecerme una explicación, en efecto me la daban. Pero me dejaban en una molesta perplejidad fundada en la intuición imprecisa de que aquellas explicaciones no valían. No sabría decir por qué, pero una sospecha intuitiva y vivencial me instaló en la inseguridad y en la perplejidad.
Inquietud religiosa
Este malestar era intelectual en su quintaesencia y tenía sin duda repercusiones existenciales. Pero la verdad es que el ambiente religioso en que me había formado, por influjo de la familia y por la escuela, me indujo también a interiorizar la experiencia religiosa personal. Un extraño eco interior, que refería a la realidad de aquel Dios que protagonizaba la vida social que me rodeaba, estaba realmente presente en mí; al menos así lo interpretaba, ofreciéndome una pequeña luz que iluminaba tenuemente lo que pudiera haber en el trasfondo de la escena.
Tenía la intuición de que entre la experiencia religiosa personal y las interpretaciones religiosas que veía en lo que se hacía y se decía a mi alrededor había una distancia. Tenía la intuición de que el mundo real de lo religioso era probablemente más profundo que la religiosidad objetiva que observaba en la sociedad católica inmediata de aquellos años. Pero, en conjunto, estaba en gran perplejidad, ya que no tenía formación y no podía reflexionar con seriedad para analizar y entender mi misma perplejidad.
Sin embargo, lo que quiero decir con esto que mi itinerario intelectual comenzó de joven por una inquietud metafísica y religiosa. Estas inquietudes y preguntas filosófico-teológicas de fondo me absorbieron durante años y no fue hasta mucho más tarde cuando comencé a plantearme preguntas socio-políticas que me abrieron a la inquietud, personalmente vivida, del sufrimiento humano. No es que antes no advirtiera el drama socio-político y la trágica existencia de la humanidad, pero sólo en un determinado momento de mi biografía comencé a vivirlo con una inquietud personal totalmente sincera que me afectaba profundamente.
A esto me referiré más adelante, pero primero explicaré cómo evolucionó mi inquietud filosófico-teológica ante lo metafísico y lo religioso. Por tanto, primero expondré cómo mi biografía personal me condujo a ir sentando los fundamentos que me han llevado a escribir HaciaNC, o sea, hacia las grandes preguntas filosóficas y teológicas. Después relataré también cómo y cuando mi reflexión científico-filosófico-teológica primera se completó con la nueva reflexión que hizo posible escribir Dédalo y HaciaNM, es decir, los contenidos socio-políticos de mi pensamiento, ya definitivamente sentidos.
Descubriendo una creación para la libertad
Cuando al cabo de unos pocos años comencé a estudiar filosofía se me enseñó lo que en aquel tiempo era la posición habitual de la filosofía y de la teología católica. Me di perfecta cuenta de que la filosofía escolástica describía a un hombre que, ejerciendo su razón natural, conocía la existencia de Dios –por un conjunto de pruebas, ante todo las metafísicas, asequibles a toda razón natural– y lo hacía con un nivel de seguridad calificado (como se hacía entonces en las censuras escolásticas) de certeza absoluta o metafísica.
La seguridad del conocimiento natural de Dios se completaba con los signos de credibilidad que sustentaban afirmar que el Dios real se había manifestado en el cristianismno y que esa revelación se había conservado en la iglesia católica. Eran los tres pasos de la apologética de aquellos años: el acceso al Dios natural, al Dios cristiano y al Dios del catolicismo.
Esta filosofía-teología antigua, llena de seguridad y teocéntrica, conocía perfectamente los términos en que el Concilio Vaticano I había hablado en el siglo XIX del conocimiento natural de Dios (donde Dios era conocido naturalmente, pero no con la certeza absoluta de la escolástica), y también otros aspectos de la teología cristiana como, por ejemplo, la doctrina de la Gracia (donde Dios no se imponía y dejaba siempre abierta la libertad).
Sin embargo, no reflexionó a fondo sobre todo ello y siguió instalada con toda seguridad, sin fisuras, en esa visión teocéntrica del sistema interpretativo escolástico (la hermenéutica greco-romana). El ejercicio correcto de la razón llevaba inequívocamente a la Verdad y no estar en ella se debía al error, bien fuera filosófico en los no creyentes o religioso en las confesiones cristianas no católicas y en las religiones no cristianas.
Ahora entiendo, volviendo hacia aquellos años desde el presente, que lo que aquella filosofía-teología católica defendía no era sólo el kerigma cristiano, sino su interpretación dentro de un paradigma que en HaciaNC he nombrado como greco-romano. Lo dicho hasta aquí necesita matizarse, evidentemente; los matices pueden verse en la trilogía y se irán viendo también en estos blogs, a medida que se desarrollen.
Otros supuestos
Frente a este mundo religioso de seguridad teocéntrica, manifiesta no sólo en el catolicismo sino incluso en el cristianismo, tenía la impresión personal, al principio más bien intuitiva, de que el mundo real que me rodeaba, la sociedad en la que vivía, parecía responder a otros supuestos muy distintos. Bastaba abrir los ojos para observar una sociedad que en gran parte era indiferente a lo religioso e ignoraba los contenidos más esenciales de la religión cristiana. Otros muchos eran explícitamente ateos y no creyentes. Había también otras confesiones cristianas y otras religiones que vivían su fe con la misma seguridad subjetiva que la vivida por los católicos.
La intuición me llevaba a concebir la hipótesis de que a todas aquellas personas, en gran parte constituyentes de la sociedad moderna, se les debía conceder que “lo suyo” no era simplemente un “error”, sino una posibilidad natural que asumían con honestidad.
Partiendo de estas consideraciones llegué a persuadirme de algo que no era en aquel tiempo “políticamente correcto”. Entendí que el Dios de la Creación no debía de haber hecho un mundo en que su presencia transcendente se impusiera necesariamente a un ejercicio correcto de la razón natural (como pensaba la filosofía-teología ordinaria).
Dios había querido crear un universo borroso, enigmático, que la razón podía interpretar de forma teísta (como fundado en un Dios creador) o ateísta (una pura mundanidad sin Dios). Por tanto, había que pensar que Dios no había querido imponerse en la realidad. Esto era lo que la realidad social parecía inequívocamente imponer.
Dios debía de haber creado un mundo para la libertad. Este universo borroso, que dejaba así abierta la pluriformidad de las manifestaciones del conocimiento humano, de la cultura y de las religiones, era congruente con la experiencia inmediata que tenía de la sociedad. Una sociedad tanteante que caminaba en la oscuridad hacia la configuración del sentido de la existencia. En este escenario borroso, no impositivo, había Dios diseñado el misterio de su relación con los hombres.
Existencia, Mundanidad, Cristianismo (1973)
Estas vivencias e intuiciones intelectuales me llevaron a una aventura inesperada en un estudiante. Al mismo tiempo en que redactaba mi tesis doctoral en la Universidad Complutense sobre la Fenomenología de Hegel, alternando con mis primeras estancias en Alemania, fui capaz de redactar y publicar en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid) una obra titulada Existencia, Mundanidad, Cristianismo (1973), volumen complejo de unas 750 páginas. En ella argumentaba que el Dios que se manifestaba en la realidad era el Dios que creaba un universo enigmático que dejaba abiertas dos posibles hipótesis de coherencia metafísica última para ser entendido: la hipótesis de la Divinidad y la hipótesis puramente mundana sin Dios.
En esta obra entendí también perfectamente que el Dios no impositivo, creador de la libertad en un universo borroso metafísicamente, era el mismo Dios que se manifestaba en el Misterio de Cristo: la creación de un universo en que la muerte de la Divinidad en la cruz, en la persona de Cristo, manifestaba un plan eterno creador en que la kénosis (el anonadamiento, el vaciamiento, el ocultamiento máximo de la Divinidad dado en la cruz) manifestaba que Dios creaba intencionalmente en el mundo el escenario de la libertad humana.
A su vez, la Resurrección de Cristo anunciaba que el plan de Dios emprendería una salvación final de la historia. Es claro que aquella interpretación del cristianismo desde la teología de la kénosis chocó con la doctrina oficial que en aquel tiempo, mucho más que ahora, estaba instalada en el teocentrismo que había imperado durante siglos. El hecho es que aquella propuesta filosófico-teológica, políticamente incorrecta y original, con algunas excepciones, fue ignorada.
Pero la verdad es que con ella me anticipé a la moderna teología de la kénosis que se desarrollaría años más tarde, como se verá en la obra editada por Polkinghorne con colaboración de diversos autores, ya en el siglo XXI, titulada The Work of Love, Creation as Kenosis, aparecida ya en español. Poco después publiqué otra obra –Nuestra Fe. Introducción al Cristianismo, BAC, Madrid 1974– en que divulgaba mis conclusiones de entonces sobre la teología de la kénosis.
En los años siguientes seguí persuadido de que cuanto había dicho en estas obras atípicas de juventud era correcto y abría una vía enriquecedora para replantear la forma en que presentar el kerigma cristiano ante el mundo moderno. Sin embargo, no podía hacer nada para impedir que las cosas siguieran discurriendo bajo la inercia de los estilos asentados durante siglos y siglos.
No sabía que podía hacer más allá de cuanto había hecho y no me sentía con ánimos para insistir emprendiendo iniciativas que se hubieran podido considerar extravagantes. La verdad es que seguía en gran parte desconcertado, pero durante aquellos años no abandoné nunca mis persuasiones intelectuales. Fue un largo recorrido en la oscuridad, intelectualmente perplejo ante los caminos que el mundo cristiano seguía persistentemente transitando.
El itinerario intelectual al que me refiero comenzó hace muchos años, cuando era joven. Al contrario de lo que hoy parece ser común, y siempre lo fue (al menos en las apariencias externas), no me sentí inquieto por lo inmediato, por cómo divertirme, cómo hacer amistades, cómo conseguir tales o cuales cosas, cómo medrar en el medio inmediato (que en aquel tiempo era solo el escolar). La verdad es que sentía mi vida en el mundo con un malestar extraño por no saber claramente dónde me encontraba.
Tenía una sensación de perplejidad porque no sabía cuál era la explicación final de aquella extraña escena de la pieza teatral que me tenía atrapado. No sabía qué había entre bastidores. No acertaba a entender cuál era la verdad de todo, el fondo explicativo final de la existencia del mundo y de mi existencia personal. Una parte sustancial del malestar derivaba del hecho de que las instancias familiares, sociales o religiosas que debieran ofrecerme una explicación, en efecto me la daban. Pero me dejaban en una molesta perplejidad fundada en la intuición imprecisa de que aquellas explicaciones no valían. No sabría decir por qué, pero una sospecha intuitiva y vivencial me instaló en la inseguridad y en la perplejidad.
Inquietud religiosa
Este malestar era intelectual en su quintaesencia y tenía sin duda repercusiones existenciales. Pero la verdad es que el ambiente religioso en que me había formado, por influjo de la familia y por la escuela, me indujo también a interiorizar la experiencia religiosa personal. Un extraño eco interior, que refería a la realidad de aquel Dios que protagonizaba la vida social que me rodeaba, estaba realmente presente en mí; al menos así lo interpretaba, ofreciéndome una pequeña luz que iluminaba tenuemente lo que pudiera haber en el trasfondo de la escena.
Tenía la intuición de que entre la experiencia religiosa personal y las interpretaciones religiosas que veía en lo que se hacía y se decía a mi alrededor había una distancia. Tenía la intuición de que el mundo real de lo religioso era probablemente más profundo que la religiosidad objetiva que observaba en la sociedad católica inmediata de aquellos años. Pero, en conjunto, estaba en gran perplejidad, ya que no tenía formación y no podía reflexionar con seriedad para analizar y entender mi misma perplejidad.
Sin embargo, lo que quiero decir con esto que mi itinerario intelectual comenzó de joven por una inquietud metafísica y religiosa. Estas inquietudes y preguntas filosófico-teológicas de fondo me absorbieron durante años y no fue hasta mucho más tarde cuando comencé a plantearme preguntas socio-políticas que me abrieron a la inquietud, personalmente vivida, del sufrimiento humano. No es que antes no advirtiera el drama socio-político y la trágica existencia de la humanidad, pero sólo en un determinado momento de mi biografía comencé a vivirlo con una inquietud personal totalmente sincera que me afectaba profundamente.
A esto me referiré más adelante, pero primero explicaré cómo evolucionó mi inquietud filosófico-teológica ante lo metafísico y lo religioso. Por tanto, primero expondré cómo mi biografía personal me condujo a ir sentando los fundamentos que me han llevado a escribir HaciaNC, o sea, hacia las grandes preguntas filosóficas y teológicas. Después relataré también cómo y cuando mi reflexión científico-filosófico-teológica primera se completó con la nueva reflexión que hizo posible escribir Dédalo y HaciaNM, es decir, los contenidos socio-políticos de mi pensamiento, ya definitivamente sentidos.
Descubriendo una creación para la libertad
Cuando al cabo de unos pocos años comencé a estudiar filosofía se me enseñó lo que en aquel tiempo era la posición habitual de la filosofía y de la teología católica. Me di perfecta cuenta de que la filosofía escolástica describía a un hombre que, ejerciendo su razón natural, conocía la existencia de Dios –por un conjunto de pruebas, ante todo las metafísicas, asequibles a toda razón natural– y lo hacía con un nivel de seguridad calificado (como se hacía entonces en las censuras escolásticas) de certeza absoluta o metafísica.
La seguridad del conocimiento natural de Dios se completaba con los signos de credibilidad que sustentaban afirmar que el Dios real se había manifestado en el cristianismno y que esa revelación se había conservado en la iglesia católica. Eran los tres pasos de la apologética de aquellos años: el acceso al Dios natural, al Dios cristiano y al Dios del catolicismo.
Esta filosofía-teología antigua, llena de seguridad y teocéntrica, conocía perfectamente los términos en que el Concilio Vaticano I había hablado en el siglo XIX del conocimiento natural de Dios (donde Dios era conocido naturalmente, pero no con la certeza absoluta de la escolástica), y también otros aspectos de la teología cristiana como, por ejemplo, la doctrina de la Gracia (donde Dios no se imponía y dejaba siempre abierta la libertad).
Sin embargo, no reflexionó a fondo sobre todo ello y siguió instalada con toda seguridad, sin fisuras, en esa visión teocéntrica del sistema interpretativo escolástico (la hermenéutica greco-romana). El ejercicio correcto de la razón llevaba inequívocamente a la Verdad y no estar en ella se debía al error, bien fuera filosófico en los no creyentes o religioso en las confesiones cristianas no católicas y en las religiones no cristianas.
Ahora entiendo, volviendo hacia aquellos años desde el presente, que lo que aquella filosofía-teología católica defendía no era sólo el kerigma cristiano, sino su interpretación dentro de un paradigma que en HaciaNC he nombrado como greco-romano. Lo dicho hasta aquí necesita matizarse, evidentemente; los matices pueden verse en la trilogía y se irán viendo también en estos blogs, a medida que se desarrollen.
Otros supuestos
Frente a este mundo religioso de seguridad teocéntrica, manifiesta no sólo en el catolicismo sino incluso en el cristianismo, tenía la impresión personal, al principio más bien intuitiva, de que el mundo real que me rodeaba, la sociedad en la que vivía, parecía responder a otros supuestos muy distintos. Bastaba abrir los ojos para observar una sociedad que en gran parte era indiferente a lo religioso e ignoraba los contenidos más esenciales de la religión cristiana. Otros muchos eran explícitamente ateos y no creyentes. Había también otras confesiones cristianas y otras religiones que vivían su fe con la misma seguridad subjetiva que la vivida por los católicos.
La intuición me llevaba a concebir la hipótesis de que a todas aquellas personas, en gran parte constituyentes de la sociedad moderna, se les debía conceder que “lo suyo” no era simplemente un “error”, sino una posibilidad natural que asumían con honestidad.
Partiendo de estas consideraciones llegué a persuadirme de algo que no era en aquel tiempo “políticamente correcto”. Entendí que el Dios de la Creación no debía de haber hecho un mundo en que su presencia transcendente se impusiera necesariamente a un ejercicio correcto de la razón natural (como pensaba la filosofía-teología ordinaria).
Dios había querido crear un universo borroso, enigmático, que la razón podía interpretar de forma teísta (como fundado en un Dios creador) o ateísta (una pura mundanidad sin Dios). Por tanto, había que pensar que Dios no había querido imponerse en la realidad. Esto era lo que la realidad social parecía inequívocamente imponer.
Dios debía de haber creado un mundo para la libertad. Este universo borroso, que dejaba así abierta la pluriformidad de las manifestaciones del conocimiento humano, de la cultura y de las religiones, era congruente con la experiencia inmediata que tenía de la sociedad. Una sociedad tanteante que caminaba en la oscuridad hacia la configuración del sentido de la existencia. En este escenario borroso, no impositivo, había Dios diseñado el misterio de su relación con los hombres.
Existencia, Mundanidad, Cristianismo (1973)
Estas vivencias e intuiciones intelectuales me llevaron a una aventura inesperada en un estudiante. Al mismo tiempo en que redactaba mi tesis doctoral en la Universidad Complutense sobre la Fenomenología de Hegel, alternando con mis primeras estancias en Alemania, fui capaz de redactar y publicar en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid) una obra titulada Existencia, Mundanidad, Cristianismo (1973), volumen complejo de unas 750 páginas. En ella argumentaba que el Dios que se manifestaba en la realidad era el Dios que creaba un universo enigmático que dejaba abiertas dos posibles hipótesis de coherencia metafísica última para ser entendido: la hipótesis de la Divinidad y la hipótesis puramente mundana sin Dios.
En esta obra entendí también perfectamente que el Dios no impositivo, creador de la libertad en un universo borroso metafísicamente, era el mismo Dios que se manifestaba en el Misterio de Cristo: la creación de un universo en que la muerte de la Divinidad en la cruz, en la persona de Cristo, manifestaba un plan eterno creador en que la kénosis (el anonadamiento, el vaciamiento, el ocultamiento máximo de la Divinidad dado en la cruz) manifestaba que Dios creaba intencionalmente en el mundo el escenario de la libertad humana.
A su vez, la Resurrección de Cristo anunciaba que el plan de Dios emprendería una salvación final de la historia. Es claro que aquella interpretación del cristianismo desde la teología de la kénosis chocó con la doctrina oficial que en aquel tiempo, mucho más que ahora, estaba instalada en el teocentrismo que había imperado durante siglos. El hecho es que aquella propuesta filosófico-teológica, políticamente incorrecta y original, con algunas excepciones, fue ignorada.
Pero la verdad es que con ella me anticipé a la moderna teología de la kénosis que se desarrollaría años más tarde, como se verá en la obra editada por Polkinghorne con colaboración de diversos autores, ya en el siglo XXI, titulada The Work of Love, Creation as Kenosis, aparecida ya en español. Poco después publiqué otra obra –Nuestra Fe. Introducción al Cristianismo, BAC, Madrid 1974– en que divulgaba mis conclusiones de entonces sobre la teología de la kénosis.
En los años siguientes seguí persuadido de que cuanto había dicho en estas obras atípicas de juventud era correcto y abría una vía enriquecedora para replantear la forma en que presentar el kerigma cristiano ante el mundo moderno. Sin embargo, no podía hacer nada para impedir que las cosas siguieran discurriendo bajo la inercia de los estilos asentados durante siglos y siglos.
No sabía que podía hacer más allá de cuanto había hecho y no me sentía con ánimos para insistir emprendiendo iniciativas que se hubieran podido considerar extravagantes. La verdad es que seguía en gran parte desconcertado, pero durante aquellos años no abandoné nunca mis persuasiones intelectuales. Fue un largo recorrido en la oscuridad, intelectualmente perplejo ante los caminos que el mundo cristiano seguía persistentemente transitando.
Portada del libro Dédalo.
La revivencia del drama del sufrimiento: una experiencia en América (1993).
El tiempo pasó velozmente y los años transcurrieron sin que nada sucediera. Mi vida universitaria me llevó a un año sabático en la University of California, en el campus de Berkeley, a estudiar ciencia de la visión en el Institute of Cognitive Studies. No era mi primera estancia en América, pero este año dejó en mí una huella imborrable por la evolución intelectual que en él se produjo.
Fue algo que sucedió en mi mundo interior y que estaba completamente al margen de mis ocupaciones oficiales en aquel año, de agosto de 1992 hasta agosto de 1993. Lo que entonces me aconteció fue una nueva experiencia personal intensa de la realidad aplastante del sufrimiento dramático de la humanidad. Al mismo tiempo tuve la intuición de que la evolución social estaba abriendo un camino que podría hacer posible concebir una nueva forma de lucha contra el sufrimiento.
Es evidente que, ya desde hacía muchos años, era consciente del sufrimiento dramático que acompañaba la historia de la humanidad y la biografía personal de todo hombre, en uno u otro momento de su vida. Sin embargo, durante mi año en Berkeley sentí que aquella idea era una realidad angustiosa circundante que en cada momento atenazaba dramáticamente a la mayor parte de la humanidad. Angustia sufrida por decisiones y situaciones que los hombres teníamos en nuestra mano evitar. No era moralmente admisible estar pasivo ante lo irremediable y me sentía culpable. Era necesario hacer algo, con urgencia y pragmatismo.
Pero ¿qué se podía hacer? Y, más en concreto, ¿qué podía hacer yo? La respuesta estuvo mediada por las circunstancias que estaban dadas por mi estancia en América. La sociedad americana vivida de cerca por su seguimiento in situ por periódicos, radio, televisión, publicaciones… me permitió advertir qué era una sociedad que defendía el papel de la libertad y la creatividad del ciudadano frente al Estado.
Aquella experiencia de vitalidad civil, a la que no estaba acostumbrado en España, me llevó a la idea de que la lucha frente al sufrimiento humano podía y debía ser liderada por la sociedad civil. La evolución de la historia estaba desembocando en un nuevo protagonismo de la sociedad civil que debería jugar un nuevo protagonismo en la lucha contra el sufrimiento.
La inevitable transformación de la sociedad civil, ante todo por el factor inmigratorio que pude palpar en América, podía impulsar tormentosas convulsiones en el siglo XXI que, a mi entender, sólo podría controlarse si la sociedad civil llegara a estar en condiciones de promover la solidaridad internacional en la creación de un nuevo orden social mucho más humano. Estas intuiciones me llevaron a profundizar en la historia de la filosofía política y económica, así como en una visión de la filosofía de la historia de América abierta hacia el futuro y la evolución social del siglo XXI.
La interconexión de dos cambios excepcionales: el cambio socio-político y el cambio religioso.
Estando así las cosas, mi evolución intelectual me había llevado a entender que la sociedad podía estar entrando en dos tiempos excepcionales. El primer tiempo sería la evolución de las condiciones objetivas que iban confluyendo en hacer posible el gran tránsito del cristianismo hacia el paradigma de la modernidad; o sea, hacia el entendimiento del kerigma cristiano desde la idea de la Voz del Dios de la Creación que se nos mostraba en la idea del universo alcanzada en el pensamiento moderno.
El segundo tiempo era el gran cambio socio-político protagonizado por la emergencia de la sociedad civil que debía hacer posible un nuevo compromiso de la humanidad en la lucha contra el sufrimiento humano evitable. Se trataba, pues, de dos cambios excepcionales que, de producirse, podrían transformar en muchos sentidos el rumbo de la historia religiosa y civil. Pero había más: me di cuenta de que el cambio socio-político hacia el protagonismo de la sociedad civil podía depender del cambio religioso, ya que las religiones (no sólo el cristianismo) estaban llamadas a jugar un protagonismo esencial y determinante para que la sociedad civil (de la que formaban parte los ciudadanos religiosos con toda legitimidad) pudiera llegar a organizarse y ponerse en condiciones de controlar el rumbo de la historia.
Sin embargo, para que el cristianismo y las religiones pudieran estar en condiciones de asumir el protagonismo a que su corresponsabilidad con la historia humana les forzaba, sería necesario que se produjera el esperado cambio hermenéutico y el cristianismo entrara en el paradigma de la modernidad. De esta manera percibí ya con toda claridad cómo mi evolución intelectual me hacía entender que entraban en confluencia los dos grandes cambios que había tenido ocasión de concebir como conjetura filosófico-teológica (el cambio religioso) y como conjetura socio-política (el cambio hacia el protagonismo de la sociedad civil). A mi entender, vivíamos, pues, en un tiempo en que, en paralelo, estaban configurándose dos cambios excepcionales que debían confluir produciendo una transformación sustancial de la historia.
Cómo llegué a concebir la trilogía
Tras las primeras publicaciones de juventud que anticiparon mis reflexiones filosófico-teológicas en los años 1973-74, entré en una larga etapa de perplejidad de la que desperté por mi evolución intelectual producida durante mi año sabático en Berkeley. Las ideas que tenía concebidas en torno a la conjetura sobre el posible cambio socio-político estaban sin publicar. Me sentía con la obligación moral de publicarlas, ya que un intelectual, como yo era, no podía hacer otra cosa que contribuir con ideas y proyectos al compromiso moral, pragmático y urgente, de luchar contra el dramático y universal sufrimiento de la humanidad.
Veía también que las ideas concebidas sobre el cambio socio-político por el protagonismo de la sociedad civil estaba en estrecha relación con el necesario cambio filosófico-teológico que había concebido hacía años (y que se mantenía desde entonces con una presencia latente, pero que no había perdido una pizca de persuasión interior). Por ello entendí que debía proceder a publicar aquella excepcional conjetura sobre los dos grandes cambios que podrían estar fraguándose en la evolución social: el cambio hacia la renovación religiosa y el cambio hacia la renovación pragmática y urgente en la lucha contra el sufrimiento humano.
Pero, ¿cómo hacerlo? Al responder esta pregunta nació la concepción general de la trilogía. Pensé que primero podía resultar quizá apropiado escribir una obra literaria, una novela, que permitiera un acceso intuitivo y más fácil al conjunto de las ideas que quería proponer. A esta novela debían seguir dos ensayos: uno en que expusiera sistemáticamente mis ideas acerca del cambio socio-político y otro en que hiciera lo mismo sobre el fondo filosófico-teológico del cambio religioso. Los dos ensayos sistemáticos entraban dentro de mi trabajo habitual.
Sin embargo, escribir una obra literaria en forma de novela suscitó en mí grandes resistencias. Me parecía que sería una pérdida de tiempo, que no saldría bien y que podría incurrir por imprudencia en un ridículo intelectual. Ciertamente, la publicación de Dédalo en su momento suscitó más de una sonrisa prepotente y compasiva. No fue problema porque ya lo había asumido de antemano.
Redacción y publicación de la trilogía (2002-2010)
La verdad es que con poca persuasión comencé a trabajar en la novela, a modo de prueba, a ver qué salía. Pero, al ir comprobando la calidad del resultado, me animé a terminar, quedando tranquilo porque se trataba de una obra de calidad que introducía al conjunto de las ideas que debía después desarrollar sistemáticamente en los dos ensayos posteriores.
En la novela aparecen todos los temas socio-políticos y religiosos que había concebido: el problema de la transformación de la estructura social por la inmigración masiva y la natalidad, las tendencias involutivas posibles de las democracias del siglo XXI hacia el fascismo, el nacimiento del protagonismo de la sociedad civil en América por la organización y crecimiento del movimiento de acción civil Nuevo Mundo, así como la relación de todo esto con el movimiento paralelo de cambio religioso hacia el Nuevo Concilio.
Primero pensé en publicar Dédalo en inglés, pero finalmente lo publiqué en español en la Editorial Biblioteca Nueva (2002), donde ya había publicado mi tratado universitario sobre la percepción visual. El ensayo socio-político que explicaba de forma sistemática las ideas socio-políticas esbozadas en Dédalo lo publiqué en Publicaciones de la Universidad Comillas (2005) con el título Hacia un Nuevo Mundo.
Mi idea era escribir un ensayo de lectura fácil que no sobrepasara las 300 páginas. Lo conseguí sólo en parte porque el ensayo tenía una inevitable complejidad conceptual y llegó a las 350 páginas. Por último, apareció también en la Editorial San Pablo (2010) el ensayo que exponía la justificación sistemática de las ideas filosófico-teológicas ya presentes en Dédalo, y que eran las mismas, en esencia, que había concebido en mis escritos de juventud. El título de este último ensayo fue Hacia el Nuevo Concilio, manteniéndose así una cierta simetría con el título del ensayo de 2005.
En Hacia el Nuevo Concilio aporté una idea que no había concebido en mi juventud: la idea de que el cambio religioso hacia el paradigma de la modernidad debería solemnemente culminar en la celebración de un nuevo concilio, el gran concilio de nuestro tiempo y uno de los más importantes de la historia. Tenía también la idea inicial de escribir un libro fácil que no sobrepasara la extensión de Hacia un Nuevo Mundo. Sin embargo, pronto vi que, si quería explicar las cosas correctamente, de tal manera que no se me pudiera acusar después de desconocimiento, era necesario admitir mayor extensión y complejidad conceptual. Esto hizo que el libro llegara a las 750 páginas. Sin embargo, he podido concluirlo con la satisfacción de haber explicado cuanto, al menos en síntesis y con la suficiente precisión, creía que debía explicar.
La apertura de estos blogs en Tendencias21 (enero 2011)
Con la publicación de Hacia el Nuevo Concilio en septiembre de 2010 culminó, pues, el proyecto que había sido concebido tras mi estancia en Berkeley (1992-93). Debo confesar que escribí las tres obras de la trilogía con grandes resistencias internas. Era consciente de que, como siempre ha sido, todas las ideas nuevas suscitan reacciones adversas. Sé que algunos no soportan lo políticamente incorrecto, ni que alguien sea capaz de escribir una obra literaria y dos ensayos en que, por principio, se trata de exponer las ideas de un autor.
No faltará quien lo interprete como arrogancia intelectual. Pero era lo que debía hacer y lo que pedía la transmisión de las ideas que había concebido en un terreno neutro que no está ni con unos ni con otros, sino en la apertura de nuevos horizontes que angustian siempre, soy consciente de ello, a quienes se encuentran comprometidos puramente en defender la conservación de lo que hay o, simplemente, de lo que ellos han defendido hasta el momento.
Tampoco se me escapaba que la trilogía, con la excepción de Dédalo, era una obra seria, conceptualmente compleja, que debe ser estudiada para entenderla a fondo y poder emitir juicios. ¿Quién tiene tiempo para el estudio serio? ¿Quién quiere dar su tiempo a una obra que es compleja, original, y además “políticamente incorrecta”?
Bien, a pesar de todo, debo confesar que culminar la trilogía en septiembre de 2010 me ha proporcionado una gran satisfacción interior. La satisfacción de haber hecho lo que moralmente creía que debía hacer.
Las ideas que he propuesto en la trilogía son ambiciosas, tanto que podrían transformar la historia de los próximos años. Su éxito no radica en una divulgación o influencia que, aunque fuera muy amplia en relación al influjo de la mayoría de obras similares, siempre quedaría muy por debajo de sus ambiciosas pretensiones. Al ser una persona creyente y tener la persuasión, aunque, también sea dicho, desde la profunda oscuridad, de que la Providencia de Dios se extiende sobre la historia, creo por ello que si las ideas que he aportado en la trilogía deben jugar algún papel en la historia, acabarán por jugarlo a pesar de los contratiempos que puedan hallar en su recorrido.
La convicción de haber cumplido moralmente con mis compromisos como intelectual, y ante mi conciencia religiosa, me produce una gran satisfacción interior. Un complemento al compromiso adquirido con la trilogía está representado por la apertura de estos blogs, en que se permitirá obviamente un acceso más amplio al contenido de la trilogía.
Para abrirlos he esperado a tener concluida la trilogía que ha culminado en septiembre de 2011 con la publicación de Hacia el Nuevo Concilio. Con la publicación final de estos tres libros que componen la trilogía (con un total de más de 1.900 páginas) tengo una obra de referencia básica de cuanto pueda ir comentándose en estos blogs, tanto en lo socio-político como en lo científico-filosófico-teológico.
A estas obras me refiero, pues, para que sean consultadas por el lector que pueda interesarse por cuanto en estos blogs vayamos diciendo. Es obvio, además, que en los dos blogs, de forma viva y directa, iremos también comentando, ampliando, analizando, precisando desde perspectivas nuevas, muchas de las ideas que sistemáticamente deben verse en el conjunto de la trilogía.
El tiempo pasó velozmente y los años transcurrieron sin que nada sucediera. Mi vida universitaria me llevó a un año sabático en la University of California, en el campus de Berkeley, a estudiar ciencia de la visión en el Institute of Cognitive Studies. No era mi primera estancia en América, pero este año dejó en mí una huella imborrable por la evolución intelectual que en él se produjo.
Fue algo que sucedió en mi mundo interior y que estaba completamente al margen de mis ocupaciones oficiales en aquel año, de agosto de 1992 hasta agosto de 1993. Lo que entonces me aconteció fue una nueva experiencia personal intensa de la realidad aplastante del sufrimiento dramático de la humanidad. Al mismo tiempo tuve la intuición de que la evolución social estaba abriendo un camino que podría hacer posible concebir una nueva forma de lucha contra el sufrimiento.
Es evidente que, ya desde hacía muchos años, era consciente del sufrimiento dramático que acompañaba la historia de la humanidad y la biografía personal de todo hombre, en uno u otro momento de su vida. Sin embargo, durante mi año en Berkeley sentí que aquella idea era una realidad angustiosa circundante que en cada momento atenazaba dramáticamente a la mayor parte de la humanidad. Angustia sufrida por decisiones y situaciones que los hombres teníamos en nuestra mano evitar. No era moralmente admisible estar pasivo ante lo irremediable y me sentía culpable. Era necesario hacer algo, con urgencia y pragmatismo.
Pero ¿qué se podía hacer? Y, más en concreto, ¿qué podía hacer yo? La respuesta estuvo mediada por las circunstancias que estaban dadas por mi estancia en América. La sociedad americana vivida de cerca por su seguimiento in situ por periódicos, radio, televisión, publicaciones… me permitió advertir qué era una sociedad que defendía el papel de la libertad y la creatividad del ciudadano frente al Estado.
Aquella experiencia de vitalidad civil, a la que no estaba acostumbrado en España, me llevó a la idea de que la lucha frente al sufrimiento humano podía y debía ser liderada por la sociedad civil. La evolución de la historia estaba desembocando en un nuevo protagonismo de la sociedad civil que debería jugar un nuevo protagonismo en la lucha contra el sufrimiento.
La inevitable transformación de la sociedad civil, ante todo por el factor inmigratorio que pude palpar en América, podía impulsar tormentosas convulsiones en el siglo XXI que, a mi entender, sólo podría controlarse si la sociedad civil llegara a estar en condiciones de promover la solidaridad internacional en la creación de un nuevo orden social mucho más humano. Estas intuiciones me llevaron a profundizar en la historia de la filosofía política y económica, así como en una visión de la filosofía de la historia de América abierta hacia el futuro y la evolución social del siglo XXI.
La interconexión de dos cambios excepcionales: el cambio socio-político y el cambio religioso.
Estando así las cosas, mi evolución intelectual me había llevado a entender que la sociedad podía estar entrando en dos tiempos excepcionales. El primer tiempo sería la evolución de las condiciones objetivas que iban confluyendo en hacer posible el gran tránsito del cristianismo hacia el paradigma de la modernidad; o sea, hacia el entendimiento del kerigma cristiano desde la idea de la Voz del Dios de la Creación que se nos mostraba en la idea del universo alcanzada en el pensamiento moderno.
El segundo tiempo era el gran cambio socio-político protagonizado por la emergencia de la sociedad civil que debía hacer posible un nuevo compromiso de la humanidad en la lucha contra el sufrimiento humano evitable. Se trataba, pues, de dos cambios excepcionales que, de producirse, podrían transformar en muchos sentidos el rumbo de la historia religiosa y civil. Pero había más: me di cuenta de que el cambio socio-político hacia el protagonismo de la sociedad civil podía depender del cambio religioso, ya que las religiones (no sólo el cristianismo) estaban llamadas a jugar un protagonismo esencial y determinante para que la sociedad civil (de la que formaban parte los ciudadanos religiosos con toda legitimidad) pudiera llegar a organizarse y ponerse en condiciones de controlar el rumbo de la historia.
Sin embargo, para que el cristianismo y las religiones pudieran estar en condiciones de asumir el protagonismo a que su corresponsabilidad con la historia humana les forzaba, sería necesario que se produjera el esperado cambio hermenéutico y el cristianismo entrara en el paradigma de la modernidad. De esta manera percibí ya con toda claridad cómo mi evolución intelectual me hacía entender que entraban en confluencia los dos grandes cambios que había tenido ocasión de concebir como conjetura filosófico-teológica (el cambio religioso) y como conjetura socio-política (el cambio hacia el protagonismo de la sociedad civil). A mi entender, vivíamos, pues, en un tiempo en que, en paralelo, estaban configurándose dos cambios excepcionales que debían confluir produciendo una transformación sustancial de la historia.
Cómo llegué a concebir la trilogía
Tras las primeras publicaciones de juventud que anticiparon mis reflexiones filosófico-teológicas en los años 1973-74, entré en una larga etapa de perplejidad de la que desperté por mi evolución intelectual producida durante mi año sabático en Berkeley. Las ideas que tenía concebidas en torno a la conjetura sobre el posible cambio socio-político estaban sin publicar. Me sentía con la obligación moral de publicarlas, ya que un intelectual, como yo era, no podía hacer otra cosa que contribuir con ideas y proyectos al compromiso moral, pragmático y urgente, de luchar contra el dramático y universal sufrimiento de la humanidad.
Veía también que las ideas concebidas sobre el cambio socio-político por el protagonismo de la sociedad civil estaba en estrecha relación con el necesario cambio filosófico-teológico que había concebido hacía años (y que se mantenía desde entonces con una presencia latente, pero que no había perdido una pizca de persuasión interior). Por ello entendí que debía proceder a publicar aquella excepcional conjetura sobre los dos grandes cambios que podrían estar fraguándose en la evolución social: el cambio hacia la renovación religiosa y el cambio hacia la renovación pragmática y urgente en la lucha contra el sufrimiento humano.
Pero, ¿cómo hacerlo? Al responder esta pregunta nació la concepción general de la trilogía. Pensé que primero podía resultar quizá apropiado escribir una obra literaria, una novela, que permitiera un acceso intuitivo y más fácil al conjunto de las ideas que quería proponer. A esta novela debían seguir dos ensayos: uno en que expusiera sistemáticamente mis ideas acerca del cambio socio-político y otro en que hiciera lo mismo sobre el fondo filosófico-teológico del cambio religioso. Los dos ensayos sistemáticos entraban dentro de mi trabajo habitual.
Sin embargo, escribir una obra literaria en forma de novela suscitó en mí grandes resistencias. Me parecía que sería una pérdida de tiempo, que no saldría bien y que podría incurrir por imprudencia en un ridículo intelectual. Ciertamente, la publicación de Dédalo en su momento suscitó más de una sonrisa prepotente y compasiva. No fue problema porque ya lo había asumido de antemano.
Redacción y publicación de la trilogía (2002-2010)
La verdad es que con poca persuasión comencé a trabajar en la novela, a modo de prueba, a ver qué salía. Pero, al ir comprobando la calidad del resultado, me animé a terminar, quedando tranquilo porque se trataba de una obra de calidad que introducía al conjunto de las ideas que debía después desarrollar sistemáticamente en los dos ensayos posteriores.
En la novela aparecen todos los temas socio-políticos y religiosos que había concebido: el problema de la transformación de la estructura social por la inmigración masiva y la natalidad, las tendencias involutivas posibles de las democracias del siglo XXI hacia el fascismo, el nacimiento del protagonismo de la sociedad civil en América por la organización y crecimiento del movimiento de acción civil Nuevo Mundo, así como la relación de todo esto con el movimiento paralelo de cambio religioso hacia el Nuevo Concilio.
Primero pensé en publicar Dédalo en inglés, pero finalmente lo publiqué en español en la Editorial Biblioteca Nueva (2002), donde ya había publicado mi tratado universitario sobre la percepción visual. El ensayo socio-político que explicaba de forma sistemática las ideas socio-políticas esbozadas en Dédalo lo publiqué en Publicaciones de la Universidad Comillas (2005) con el título Hacia un Nuevo Mundo.
Mi idea era escribir un ensayo de lectura fácil que no sobrepasara las 300 páginas. Lo conseguí sólo en parte porque el ensayo tenía una inevitable complejidad conceptual y llegó a las 350 páginas. Por último, apareció también en la Editorial San Pablo (2010) el ensayo que exponía la justificación sistemática de las ideas filosófico-teológicas ya presentes en Dédalo, y que eran las mismas, en esencia, que había concebido en mis escritos de juventud. El título de este último ensayo fue Hacia el Nuevo Concilio, manteniéndose así una cierta simetría con el título del ensayo de 2005.
En Hacia el Nuevo Concilio aporté una idea que no había concebido en mi juventud: la idea de que el cambio religioso hacia el paradigma de la modernidad debería solemnemente culminar en la celebración de un nuevo concilio, el gran concilio de nuestro tiempo y uno de los más importantes de la historia. Tenía también la idea inicial de escribir un libro fácil que no sobrepasara la extensión de Hacia un Nuevo Mundo. Sin embargo, pronto vi que, si quería explicar las cosas correctamente, de tal manera que no se me pudiera acusar después de desconocimiento, era necesario admitir mayor extensión y complejidad conceptual. Esto hizo que el libro llegara a las 750 páginas. Sin embargo, he podido concluirlo con la satisfacción de haber explicado cuanto, al menos en síntesis y con la suficiente precisión, creía que debía explicar.
La apertura de estos blogs en Tendencias21 (enero 2011)
Con la publicación de Hacia el Nuevo Concilio en septiembre de 2010 culminó, pues, el proyecto que había sido concebido tras mi estancia en Berkeley (1992-93). Debo confesar que escribí las tres obras de la trilogía con grandes resistencias internas. Era consciente de que, como siempre ha sido, todas las ideas nuevas suscitan reacciones adversas. Sé que algunos no soportan lo políticamente incorrecto, ni que alguien sea capaz de escribir una obra literaria y dos ensayos en que, por principio, se trata de exponer las ideas de un autor.
No faltará quien lo interprete como arrogancia intelectual. Pero era lo que debía hacer y lo que pedía la transmisión de las ideas que había concebido en un terreno neutro que no está ni con unos ni con otros, sino en la apertura de nuevos horizontes que angustian siempre, soy consciente de ello, a quienes se encuentran comprometidos puramente en defender la conservación de lo que hay o, simplemente, de lo que ellos han defendido hasta el momento.
Tampoco se me escapaba que la trilogía, con la excepción de Dédalo, era una obra seria, conceptualmente compleja, que debe ser estudiada para entenderla a fondo y poder emitir juicios. ¿Quién tiene tiempo para el estudio serio? ¿Quién quiere dar su tiempo a una obra que es compleja, original, y además “políticamente incorrecta”?
Bien, a pesar de todo, debo confesar que culminar la trilogía en septiembre de 2010 me ha proporcionado una gran satisfacción interior. La satisfacción de haber hecho lo que moralmente creía que debía hacer.
Las ideas que he propuesto en la trilogía son ambiciosas, tanto que podrían transformar la historia de los próximos años. Su éxito no radica en una divulgación o influencia que, aunque fuera muy amplia en relación al influjo de la mayoría de obras similares, siempre quedaría muy por debajo de sus ambiciosas pretensiones. Al ser una persona creyente y tener la persuasión, aunque, también sea dicho, desde la profunda oscuridad, de que la Providencia de Dios se extiende sobre la historia, creo por ello que si las ideas que he aportado en la trilogía deben jugar algún papel en la historia, acabarán por jugarlo a pesar de los contratiempos que puedan hallar en su recorrido.
La convicción de haber cumplido moralmente con mis compromisos como intelectual, y ante mi conciencia religiosa, me produce una gran satisfacción interior. Un complemento al compromiso adquirido con la trilogía está representado por la apertura de estos blogs, en que se permitirá obviamente un acceso más amplio al contenido de la trilogía.
Para abrirlos he esperado a tener concluida la trilogía que ha culminado en septiembre de 2011 con la publicación de Hacia el Nuevo Concilio. Con la publicación final de estos tres libros que componen la trilogía (con un total de más de 1.900 páginas) tengo una obra de referencia básica de cuanto pueda ir comentándose en estos blogs, tanto en lo socio-político como en lo científico-filosófico-teológico.
A estas obras me refiero, pues, para que sean consultadas por el lector que pueda interesarse por cuanto en estos blogs vayamos diciendo. Es obvio, además, que en los dos blogs, de forma viva y directa, iremos también comentando, ampliando, analizando, precisando desde perspectivas nuevas, muchas de las ideas que sistemáticamente deben verse en el conjunto de la trilogía.