La fisiosfera y biosfera están íntimamente relacionadas. Durante mucho tiempo, al faltar esas conexiones, fisiosfera y biosfera se desmoronaron tanto en las ciencias como en las religiones y la filosofía. Así, más que la existencia de errores notables, fue esta parcialidad en los principios de las Ciencias Naturales la que contribuyó inadvertidamente a la subsiguiente y terrible fragmentación de la visión del mundo en Occidente.
Sobre esta temprana e incompleta comprensión científica de la fisiosfera, entendida como un mecanismo reversible que irreversiblemente se iba desorganizando y desgastando, llegaron los trabajos de Alfred Russel Wallace y Charles Darwin que trataban de la Evolución a través de la selección natural en la biosfera.
Aunque la noción de evolución o desarrollo irreversible a través del tiempo, tenía una honrosa historia que iba desde el hilozoísmo jónico a Heráclito, continuando por Aristóteles, Lucrecio y Schelling, fueron Darwin y Wallace quienes la encuadraron en un marco científico respaldado por meticulosas observaciones empíricas. Darwin, en especial, encendió la imaginación del mundo con sus ideas sobre la naturaleza evolutiva de las diversas especies, incluida la humana.
“De rerum natura”
Aquí procede citar el libro V de Lucrecio, “De rerum natura”, según la versión de Hermann Diels, en el que se concibe la antropogonía en el marco de una doctrina científica respecto a la formación de la vida sobre la Tierra. Las ideas de Lucrecio se plasman en versos bellísimos a cuya lectura invito encarecidamente, porque estos si son auténtica poiésis cósmica o poiésis de Gea, que nos gustan a los Darwinistas porque incluyen la doctrina según la cual se habría realizado una selección entre las criaturas, descartando aquellas incapaces de vivir, ya que estas últimas también podían ser alumbradas por la Tierra, pero impedidas de medrar por la acción de la propia naturaleza.
“Cetera de genere hoc monstra ac portenta creabat, niquiquam, quoniam natura absterruit auctum”. Cuya traducción puede ser más o menos la siguiente: Otros monstruos y portentos de este tipo iba creando, pero en vano, pues la naturaleza les impedia medrar”
Aunque ya lo hemos hecho, cualquier ocasión es buena para recomendar, una vez más, la lectura de la obra de Darwin: “El origen de las especies”; “La descendencia del hombre”; “El viaje del Beagle” y su “Autobiografía”. Advertimos que ciertos aspectos de la teoría de la evolución siguen siendo un tema polémico entre los propios evolucionistas.
A este respecto, sugerimos se sigan de cerca las obras de varios biólogos evolucionistas sobre los cuales realizaremos algunos breves apuntes por la influencia no solo biológica, sino esencialmente filosófica, que han tenido en los últimos veinte años. Y como este es un tema de actualidad que divide no solo a los biólogos sino a la comunidad científica en general, vamos a entrar en él, entre otras cosas porque, a partir del año 2000 se han comenzado ha publicar trabajos que llegan a cuestionar, incluso, la validez del concepto evolutivo.
Palabrería dogmática
Tranquilo lector, no vamos por ese camino. Y en las disputas entre darwinistas incluso es probable que ni siquiera tomemos partido claro, salvando el núcleo central de la hipótesis darwiniana, naturalmente. Ahora bién, como quién no quiere la cosa, introduciremos una cita de uno de los grandes filósofos de todos los tiempos, Immanuel Kant. Esta está tomada de Prolegomena; Ak. IV, 366, y dice:
“A quien haya gustado una vez de la crítica le repugnará para siempre toda palabrería dogmática”.
No hay dogmas de fe; ni científicos ni de los otros. ¿Darwin pudo haber errado o no afinado lo suficiente? Evidentemente, y no por ello dejaría de ser considerado un gran científico y su Teoría de la Evolución continuaría gozando de la categoría de “soberbia”.
En su caso, bastaría que las teorías del geólogo Charles Lyell -que postulan que el aspecto de la Tierra ha cambiado muy poco en el transcurso del tiempo- fallasen, para que algunas las hipótesis de Darwin se vieran en serios aprietos.
Pero analicemos el estado actual de la Evolución Biológica. En 1976, el zoólogo evolucionista inglés Richard Dawkins publicó un libro titulado The Selfish Gene, en español El Gen Egoísta, en el que se recalcan los aspectos genéticos de la evolución. Si el éxito reproductivo se ha de medir por la “eficacia”, explica, la evolución se reducirá a que la frecuencia de los genes aumente constantemente en el acervo génico de una población.
Los genes, escribe Dawkins, “pululan en inmensas colonias, a salvo en el interior de torpes robots, separados herméticamente del mundo exterior al que manipulan por control remoto. Están en Vd. y en mi mismo; nos han creado en cuerpo y mente y su preservación es la última razón de nuestra existencia.....nosotros -los fenotipos u organismos individuales- somos sus máquinas de supervivencia”.
La vía de la gallina
La selección favorece aquellos fenotipos que transmiten los genes que los producen. Cualquier conducta, color o estructura de un ser que incremente la posibilidad de dejar un mayor número de genes própios, tenderá a ser preservada y exagerada. Con ciertas limitaciones físicas, la gallina es en realidad la vía de la que se sirve el huevo para hacer otro huevo.
Este planteamiento un tanto radical de Dawkins, ha levantado críticas en muchos naturalistas porque se desfigura el hecho que, quien se enfrenta al entorno y emprende la lucha por la existencia y la reproducción, es el organismo. En expresión de Ernst Mayr, “el individuo potencialmente reproductor, y no el gen, es el objetivo de la selección”.
En 1982, Dawkins, admitía haber exagerado un tanto, pero pensaba que era importante estimular el punto de vista que recalcaba la eficacia, “para que los factores genéticos, biométricos y bioquímicos apareciesen bajo una luz más nítida”.
Al mismo tiempo, apoyaba la opinión socio biológica de la inexistencia en la naturaleza de altruismo por el que los animales se sacrificarían en “bien de la especie”. Las conductas adaptativas, entre ellas el altruismo y la cooperación aparente, son resultado de la acción de los genes egoístas del individuo, cuya única preocupación es la de perpetuarse a sí mismos.
A veces, la salvación de la vida de varios parientes próximos puede mantener en circulación la mayoría de los genes de un individuo, aunque este muera al intentar rescatar a miembros de su familia. Esto es lo que se ha denominado “Selección de Parentesco”.
Los críticos piensan que las imágenes de Dawkins son reduccionistas hasta el absurdo, una caricatura del estudio biológico del comportamiento.
“Gen egoísta”
Algunos biólogos han objetado que el “Gen egoísta” es una expresión extrema del determinismo mecanicista que olvida otras posibles maneras de entender la conducta animal. En la década de los 80, estas críticas contribuyeron a desencadenar una reacción desfavorable contra la socio biología, recientemente instituida.
Merece la pena profundizar un poco en esto. Los insectos sociales, escribía Charles Darwin, presentan:
“Una dificultad especial que al principio me pareció insuperable y ahora fatal para el conjunto de mi teoría”.
¿Cómo puede haber evolucionado las castas de obreras entre las abejas y las hormigas si son estériles y no dejan descendencia?, se preguntaba Darwin.
La solución, la dio el propio Darwin ideando una teoría actualmente conocida como “Selección de Parentesco”. Aunque las obreras no se reproducen, sus actos aparentemente altruistas preservan y perpetúan a sus parientes fértiles.
Según lo expresaba Darwin, “Cuando se cocina una verdura sabrosa, el espécimen queda destruido; pero el horticultor, satisfecho, sembrará simientes de la misma raza y esperará confiado en obtener aproximadamente idéntica variedad”.
Supervivencia de los más aptos
A pesar de esta importante intuición, anterior a la genética mendeliana, las opiniones de Darwin fueron interpretadas habitualmente desde el punto de vista de la lucha del individuo por transmitir sus propios genes.
En nombre de “la supervivencia de los más aptos”, frase cuyo origen ha de buscarse en Herbert Spencer, los Darwinistas sociales mantuvieron que compasión y altruismo son contrarios a la naturaleza y tenían efectos destructivos para la especie.
No obstante, los naturalistas han registrado en la naturaleza muchos ejemplos de “altruismo”. No solo entre los insectos sociales, sino también, por ejemplo, en ciertas aves que emiten chillidos para advertir de la aproximación de depredadores a la bandada. Ciertos estudiosos de las tesis socio biológicas mantienen que este tipo de altruismo es el resultado de un egoísmo genético.
El creador de la teoría general de sistemas Von Bertalanffy escribe al referirse a la selección natural: “El hecho de que una teoría tan vaga, tan insuficientemente demostrable, tan ajena a los criterios que suelen aplicarse en las ciencias empíricas, se haya convertido en un dogma no es explicable, si no es con argumentos sociológicos. La sociedad y la ciencia se han empapado tanto de las ideas del mecanicismo, del utilitarismo y de la libre competencia económica, que la selección ha reemplazado a Dios como realidad última”.
El relojero ciego
Si leemos atentamente El Relojero Ciego de Dawkins, observamos que está muy bien escrito aunque a menudo encontramos paralogismos que dan demasiadas veces por sentado lo que es altamente hipotético. Dawkins quiere demostrarnos, en primer lugar, la excelencia, la omnipotencia y la belleza de la selección natural que para él es la antítesis del azar.
En este punto, los antidarwinistas se equivocan al considerar que el sistema de Darwin se basa en el azar: El Darwinismo es inconcebible sin la selección natural, la cual es la que decide entre el caos de las mutaciones.
En segundo lugar, cita el argumento del reverendo William Paley contra Darwin que establece: “Supongamos que, al atravesar un brezal mi pie choca con una piedra y alguien me pregunta como ha llegado esa piedra hasta ahí: quizá contestara que hasta que se demuestre lo contrario, siempre ha estado ahí. Pero supongamos que me encuentro con un reloj en el suelo y que alguien me pregunte como ha llegado tal reloj hasta ese lugar. Difícilmente podría responder lo mismo que antes, a pesar que hasta donde yo se ese reloj podría haber estado siempre ahí. Pero lo cierto es que ese reloj ha tenido un diseñador, uno o varios artesanos que los han fabricado para que cumpla la función que efectivamente realiza. Todo signo de fabricación existe también en la naturaleza, con una diferencia a favor de la naturaleza, y es que es un fenómeno que se manifiesta más a menudo con mayor amplitud y en una dimensión que supera toda evaluación”.
Este es el famoso argumento del “reloj en el brezal” de Paley en el que podemos reconocer el clásico argumento de Voltaire: Cuanto más observo el Universo menos puedo pensar
Que sin relojero este reloj pueda funcionar.
En tercer lugar, después de alabar a Paley, Dawkins asegura que “se equivoca de forma magistral” y añade:“La selección natural es la explicación de la existencia y de la forma aparentemente orientada a una finalidad... No hace planes de futuro, no se alimenta de intenciones, no tiene visión, no puede anticipar”. Y por ello no se puede comparar un reloj con un ser vivo.
Dawkins sorprende
Reconocemos que Dawkins nos sorprende. A veces se asemeja a un predicador ya que para algunos el Darwinismo es casi una creencia religiosa, conclusión a la que llega en el anteriormente citado libro El Gen Egoísta. Para Dawkins “su” religión no es otra que la selección natural encarnada en el ADN, como antes hemos visto. Podría decirse que Darwin es una especie de dios y el ADN es su profeta.
Para terminar con Dawkins diremos que se trata de un científico muy relevante y con mucho fondo, cuyas afirmaciones pragmáticamente ciertas, levantan ampollas en una parte de los “neocons”, de los monoteístas intransigentes –cristianos radicales, judíos ortodoxos y musulmanes fundamentalistas-.
Veamos algunas perlas cultivadas de este evolucionista anglosajón antihumanista o por lo menos humanista no convencional: “Pero nos daremos cuenta de que la naturaleza no es cruel, simplemente es indiferente y no tiene piedad”.
“No se trata de un cuento de hadas: Con tal de transmitirse, al ADN le importa poco perpetuarse en perjuicio de alguien o de algo. Al gen no le preocupa el sufrimiento por la sencilla razón de que nada le preocupa”.
“El Universo que observamos tiene exactamente las características que podemos esperar encontrar en un Universo creado sin una idea concreta, sin objetivo, sin bien ni mal, nada más que indiferencia sin compasión”.
Dos cosas a la vez
Dawkins exagera, pero sólo parcialmente, al pensar que el mal y el sufrimiento son los reyes absolutos de Universo. Este no es ni atroz ni paradisíaco: Es las dos cosas a la vez. Y la solución no la tienen ni Darwin, ni Dawkins, ni ningún otro evolucionista. Y, naturalmente tampoco Dennett como ahora veremos, pero para mi éste último goza de un encanto especial, una cultura superior.
El físico Paul Davis apunta irónicamente: “La física que abre camino a todas las ciencias, se enfrenta ahora al espíritu con una actitud más abierta, mientras que las ciencias naturales, que tradicionalmente han seguido el camino de la física, tratan de abolir el concepto de espíritu”.
Y quizá podría añadirse: Sumergiéndose en un materialismo reduccionista de carácter ideológico, economicista y pseudo religioso, son también adalides fundamentales del absurdo pensamiento único. Sí, porque el pensamiento único tiene como pilares fundamentales a elementos aparentemente antagónicos como creacionismo y evolucionismo extremo, pero vinculados entre ellos por sutiles lazos de carácter socioeconómico.
La Peligrosa Idea de Darwin
En una línea similar a la de Dawkins, el filósofo Daniell C. Dennett, de quien hemos hablado ampliamente, profundiza en el mundo darwiniano y ya en las primeras páginas de su última y más conocida obra en España, La Peligrosa Idea de Darwin, (Galaxia Gutemberg, Barcelona 1999) aporta un dato interesante y es la identificación del Darwinismo extremo con el mundo científico-ideológico anglosajón, frente a las escuelas biológicas francesa y alemana, la primera más influida por Lamarck y la segunda muy descriptivista y detallista en lo morfológico y lo fisiológico.
En el libro de Dennett, que no detallaremos por razones de espacio, se rebate con acierto el creacionismo, sobre todo aquel más ingenuo propio del neoconservadurismo más estúpido del norteamericano medio, que pretende seguir interpretando la Creación Bíblica de una forma literal, imponiendo a aquellos más cultos la vieja idea del gran naturalista Linneo que establecía que, “las especies eran tantas como habían sido creadas”.
Actualmente ningún científico, ni ningún creyente razonablemente culto y mucho menos un agnóstico o un ateo, puede encomendarse a los viejos evangelios para explicar la aparición y el desarrollo de la vida sobre la Tierra. Pero establecida esta premisa verdadera y aclaratoria, Dennett, igual que Dawkins, lleva la teoría Darwiniana a la radicalidad que antes hemos visto.
No obstante, volvemos a recomendar la lectura del libro “La Peligrosa Idea de Darwin”, en primer lugar porque es serio; en segundo lugar porque es crítico; en tercer lugar porque es erudito y pese a que a veces se deja arrastrar por un “archidarwinismo” visceral, ha sido capaz de plasmar en 900 páginas un monumental estudio de la influencia de las ideas de Darwin en ámbitos fundamentales de la ciencia y la filosofía actual: La mente, el significado, las matemáticas y la moralidad, contrastando sus ideas con la de científicos de la categoría de Noam Chomsky.
Buscadores
Dennett divide a los seres humanos y sobre todo a los pensadores, en buscadores de skyhooks-ganchos del cielo -lo que él llama postura “esencialista”- y buscadores de cranes-grúas -los “accidentalistas-, según acudan a explicaciones últimas provenientes de “algo” de afuera o asentadas en la tierra.
Creemos que el libro de Dennett es de obligada lectura se esté o no de acuerdo con todas sus tesis, porque supone el intento más acabado de explicar el Darwinismo de una manera global, partiendo incluso de ciertas ideas que le precedieron.
En este sentido, no puedo recomendar sino la lectura de Los Diálogos de Hume, publicados tras su muerte en 1776 para evitarse problemas, y muy especialmente analizar la cosmogonía que en ellos se propone, primitiva tal vez, pero muy sugerente.
“Los Diálogos” entre Cleantes y el escéptico Philo son de una viveza extraordinaria y creo que su lectura anticipativa es un ejemplo de la neofília positiva que comenzaba en el siglo XVIII y que ha eclosionado en nuestra época.
Stephen Jay Gould...
Pero nos queda todavía un gran Darwinista por analizar: Me refiero a Stephen Jay Gould, que para desgracia de la ciencia falleció prematuramente siendo profesor de la Universidad de Harward y director de su Museo de Zoología Comparada. Tras su muerte se ha publicado un monumental testamento científico La estructura de la teoría de la evolución que también recomendamos leer papel y lápiz en mano, y sin impaciencia, naturalmente.
Darwinista convencido, se ha mostrado siempre bastante poco respetuoso con la Teoría Sintética de la Evolución, imperante en la Biología desde los años 40. Y como no nos gusta dejar concepto sin aclarar, hacemos un hiato en la interesante biografía de Gould para explicar en que consiste la llamada Teoría Sintética de la Evolución o, “reformulación de la Teoría de la Evolución”.
Alrededor de 1900, el Darwinismo se encontraba en un limbo científico. Hugo de Vries y T. H. Morgan pusieron en un pedestal la macromutación relegando la selección natural a un papel secundario. Otros genetistas habían demostrado que la mayoría de las mutaciones carecen de consecuencias y que la mezcla causal de genes produce pocos cambios en la población. Los paleontólogos hablaban de “línea recta” de la evolución y los filósofos buscaban “fuerzas vitales” que guiaran la evolución hacia una meta preestablecida, (peligrosísima teoría, afortunadamente falsa, pero de consecuencias sociopolíticas dramáticas en el trasfondo del siglo XX).
Sin embargo, durante las décadas de 1920 y 1930, la aparición de la genética de poblaciones hizo dar a los estudios evolucionistas un giro completo hasta llegar de nuevo a Darwin. Las ideas poblacionales, que habían adquirido forma mediante nuevas herramientas matemáticas, introduciendo estadística y probabilidad, hablaban del campo de frecuencias génicas en las poblaciones. Y la nueva herramienta reafirmó la importancia de la selección natural como fuerza principal en el origen de las especies. Dio también un nuevo peso a algunas otras fuerzas, sobre todo a la “deriva genética”: El error de muestreo al azar y ligado a las pequeñas poblaciones reproductoras.
... Y Theodosius Dobzhansky
Uno de los principales promotores de la reintegración de la ciencia evolucionista fue Theodosius Dobzhansky, emigrado ruso que prosiguió en Norteamérica sus trabajos sobre la mosca del vinagre, la archifamosa Drosophila Melanogaster.
Sus experimentos de laboratorio, controlando el ciclo reproductivo de las moscas (10 días) le permitió observar directamente la evolución y estudiar la adaptación como una ciencia experimental. Sus conclusiones fueron explicadas en la obra La Genética y el Origen de las Especies, publicada en 1937, uno de los documentos fundacionales de la moderna Síntesis. En ella, Dobzhansky mostró como cambios de menor cuantía en unas pocas moscas de sus pequeñas poblaciones, podían modificar considerablemente un gran número de descendientes.
Otro libro fecundo para la formación de lo que se conoce con el nombre de la “Síntesis Moderna”, dio nombre a su movimiento. Su autor Julián Huxley, nieto de T. H. Huxley, escribió en 1942 la obra Evolución, la Síntesis Moderna.
Por aquella época, el paleontólogo George Gaylord Simpson aplicó ideas poblacionales y genéticas al estudio de los fósiles en su obra Tiempo y Modalidad de la Evolución en 1944. Simpson trató también de los ritmos variables en la evolución y los intentos de considerar los fósiles en función de vías o metas evolutivas predeterminadas según una “línea recta”.
Otras importantes contribuciones a la Teoría Sintética fueron las de Ernst Mayr, J. B. S. Haldane, G. Ledyart Stebbins, Sewall Wright y R. A. Fisher. Sus esfuerzos permitirían llegar a una nueva comprensión del darwinismo que integró en el sustrato original darwiniano de la selección natural, los resultados de la genética, las matemáticas, la paleontología, y, en particular las ideas poblacionales. Se considera hoy que la Teoría Sintética de la Evolución constituye la base de la biología del siglo XX.
Visión gradualista
No obstante, en la década de los setenta y siguientes, Stephen Jay Gould, Niles Eldredge, Steven Stanley y otros más, criticaron la Teoría Sintética por apoyar una infundada visión “gradualista” del cambio evolutivo.
Según estos críticos, la idea de Darwin de que las especies más difundidas experimentan cambios lentos a un ritmo constante, se había convertido en la ortodoxia de la Teoría Sintética. Ellos, en cambio, creían que la evidencia fósil y genética sugiere ritmos de cambio considerablemente diversos. Y en este punto retornamos a Gould.
Darwinista (léanse sus libros Desde Darwin, 1977 y El pulgar del panda, 1980), nunca se a mostrado cómodo con la capacidad explicativa de la Teoría Sintética y para consternación y escándalo de sus colegas más conservadores como los ya citados Dawkins y Dennett por ejemplo, se halla abierto al estudio de otros posibles mecanismos y enfoques que complementen la idea de la Selección Natural.
Uno de sus métodos ha consistido en insistir en la jerarquía de niveles sobre los que actúa la evolución. Esta metodología como se verá a lo largo de todo el primer capítulo de la obra despierta ya de entrada nuestra simpatía. En efecto, Gould afirma que la evolución incide a nivel bioquímico, genético, embriológico, individual, social, el de la especie o el de los linajes. Según Gould, la discriminación o selección de cualquiera de estos niveles produce efectos significativos en el nivel inferior o superior, lo que coincide, como luego veremos, expresamente con nuestra teoría holárquica, y abre un campo prometedor y bastante inexplorado a futuras investigaciones.
Abrir la evolución
El esfuerzo de Gould en “abrir” la evolución a espacios más amplios es ingente: en primer lugar cabe destacar su interés por la importancia que tenían en el proceso evolutivo los factores no dependientes de la selección, lo que le llevó a considerar las limitaciones estructurales: la posibilidad de que ciertos cambios mínimos de un determinado rasgo alterase otros más, dentro de limites definidos; frente a posibles críticas, darwinismo y del bueno, lo que el viejo Charles había llamado Correlación entre partes.
Gould se interesó también por la distinción entre caracteres incidentales y adaptativos. Conjuntamente con el muy influyente biólogo Richard Lewontin escribió un singular y conocido artículo inspirado en las enjutas de las catedrales góticas medievales: elementos arquitectónicos geométricos cuyo origen era la distribución de tensiones como subproducto estructural de la construcción de un cierto tipo de bóveda.
Aunque los historiadores del arte habían analizado con detalle sus rasgos estéticos distintivos, la mayoría había olvidado su función esencial como puro elemento de construcción. Como ejemplo biológico Gould señaló que la barbilla humana calificada a menudo de prominente por comparación con la de los primates, no guarda como algunos en su época pretendieron, una especial correlación con la posesión de una inteligencia superior. Al igual que las enjutas, es un resultado incidental de tensiones y factores de crecimiento de la mandíbula humana.
Equilibrio puntuado
Aunque se ha identificado estrechamente a Gould con la influyente idea del Equilibrio Puntuado, el origen de este concepto se debe, en realidad, al paleontólogo Niles Eldredge y fue desarrollado por ambos conjuntamente. Tras estudiar minuciosamente a los trilobites, Eldredge repara en una característica que, en su día había impresionado a T. Huxley: que el registro fósil muestra aparentes “estallidos” de especiación seguidos de largos periodos de estabilidad.
Este problema ya lo había visto Darwin y su repuesta había sido que el registro fósil era entonces un mero esbozo y constaba de pocas pruebas para proporcionar un desarrollo regular. Es decir, a Darwin la faltaba material sobre el que meditar. La enorme acumulación de pruebas paleontológicas que se ha producido a lo largo del último siglo, no parece apoyar la defensa Darwiniana de un ritmo evolutivo gradual.
La serie de trilobites de Eldredge hacían pensar, en cambio, en episodios relativamente cortos de evolución rápida seguidos por largos periodos de estabilidad lo que confirmaba la impresión de Huxley. Esto supone una corrección, que no una invalidación de la teoría sintética de la evolución, denominada “Equilibrio Puntuado” que considera las poblaciones de especies como sistemas que presentan esquemas evolutivos recurrentes.
Al contrario del cambio suave y gradual imaginado por Darwin y conocido ahora como “Gradualismo”, Gould y Eldredge sugieren que las especies tienden a permanecer estables y cambian poco en largos periodos de tiempo. Se dice que el sistema está en equilibrio. Al final, esta estabilidad está “puntuada” por un episodio de cambio rápido. En los años 80 el puntualismo ha recibido una amplia aceptación, resultando ser una hipótesis fecunda para generar ideas e investigaciones nuevas.
El éxito de Gould
Gould ha recibido numerosas críticas por parte de Dawkins y Verne Grand, pero el éxito de Gould es que es capaz de defender el evolucionismo sin la peligrosa dogmatización de los “puristas” y considerarlo una doctrina viva que sin restar mérito alguno a Darwin, aun puede completarse y mejorarse con el desarrollo y refinamiento de sucesivas investigaciones.
Gould también es un enemigo acérrimo del racismo pseudocientífico y del determinismo biológico. Representa la línea moderna y progresista de la teoría evolucionista darwiniana frente a la conservadora, no solo científica, sino también política y social que representan Dawkins y Wilson.
Los orientalistas agradecerán que recordemos a los Abatares, mito hindú de cinco mil años de antigüedad en el que aparecen sorprendentes imágenes evolucionistas, como las de los renacimientos sobre la tierra de un Abatar (hombre-dios) en formas sucesivamente “superiores”.
La palabra sánscrita significa descenso en el sentido de bajada de un dios al mundo de los hombres. Puesto que los hindúes creen en un tiempo cíclico y no lineal, todo descenso señala el final de un ciclo de destrucción y nueva creación. Nueve Abatares o encarnaciones de dios representan al parecer una progresión evolutiva.
Los evolucionistas no pueden dejar de reconocer la implícita progresividad de la secuencia de encarnaciones animales del Abatar: pez, tortuga, mamífero, primate, homínido, hombre, hombre-dios. Aquí la palabra clave es la de progresivismo, concepción geológica preevolucionista defendida tenazmente por el gran paleontólogo de Harvard, Louis Agassiz.
Ser rigurosos
El hecho cierto es que nosotros aceptamos el evolucionismo pero sin dogmatismo ni intencionalidad política y social. Y lo mismo que Darwin en su día tuvo la franqueza de admitir grandes dificultades y enigmas no resueltos por la evolución, nosotros nos adherimos a esta postura y procuraremos no caer en el error de encubrir estas zonas de ignorancia procurando dar respuestas a todo.
Ese es el mejor favor que se le puede hacer a los creacionistas. Lo que hay que ser es rigurosos y saber cuales son los retos que aún le quedan a la evolución por resolver, y como considero este asunto vital y no quiero dejarme nada de él en el tintero, lo señalaré uno a uno con detalle y honestidad:
1. El origen de la vida. ¿Cómo se originó la materia viva a partir de la materia inanimada? ¿Fue un proceso que ocurriese una vez o bien muchas veces? ¿Puede darse aun hoy en condiciones naturales o artificiales? ¿Se desarrolló a partir del tipo de procesos de crecimiento y replicación que observamos en los cristales o sobre un fundamento absolutamente distinto? Pese a las teorías de Oparin, Foch, Stanley Miller y otros, estas no responden de manera totalmente convincente a las preguntas fundamentales y, considerarlas como proposiciones cuasi verdaderas sólo consigue asfixiar la creatividad de nuevos estudiosos que deseen abordar en serio una de las cuestiones principales, aun no resuelta, sobre la Ciencia en general.
2. Origen del sexo: ¿Por qué la sexualidad esta tan extendida en la naturaleza? ¿Cómo surgieron la masculinidad y la feminidad? Si es necesario para mantener la variabilidad genética, ¿por qué muchos microorganismos pueden prescindir del sexo? ¿Cómo explicar fenómenos como la partenogénesis? Los huevos de rana, por ejemplo, pueden producir renacuajos si se pinchan con alfileres o se estimulan mediante una corriente eléctrica, sin ser fertilizados por el esperma masculino.
3. Origen del lenguaje: ¿Cuál fue el origen del lenguaje humano? No conocemos en el mundo actual ejemplos de lenguajes primitivos; todas las lenguas humanas son evolucionadas y complejas. ¿Podría buscarse la respuesta en la estructura del cerebro mediante experimentos de aprendizaje con simios o a través de los sistemas de comunicación animal, o no habrá nunca manera de descubrirlo?
4. Origen de los fila: ¿Cuál es la relación evolutiva entre los fila actualmente existentes y los del pasado? Todavía no hay acuerdo acerca de su número actual, cuántos conocemos por el pasado fósil y cuáles pueden haber dado origen a otros. Las formas transicionales entre los fila son poco conocidas.
5. Causa de las extinciones masivas: Los asteroides están actualmente de moda pero nos hallamos aun lejos de demostrar sólidamente que fueron causa de extinciones de carácter Terráqueo. Y, aunque la teoría del equilibrio puntuado contribuye a posibilitar la denominada aparición súbita de nuevos grupos y la larga persistencia de otros, ha suscitado muchas otras cuestiones sobre la estabilidad y extinción de las especies.
6. Relación entre ADN y fenotipo: Los cambios pequeños y constantes –micromutaciones-, ¿pueden explicar la evolución o ha de haber saltos periódicos mayores –maromutaciones-? ¿Es el ADN un esbozo completo del individuo, un texto en el cual esta escrito todo su futuro en todos sus niveles morfológicos, fisiológicos y psicológicos, fortalezas y debilidades incluidas, o dicha molécula esta sometida a diversas influencias y limitaciones en su expresión? ¿Hay circunstancias bajo las cuales el entorno o el comportamiento pueden actuar “hacia atrás”, induciendo cambios en el ADN?
7. ¿Qué capacidad explicativa posee la Selección Natural?: Darwin nunca afirmo que la Selección Natural fuera el único mecanismo de la evolución. Aunque consideraba que era su explicación más importante, siguió buscando otras, y esa búsqueda continua.
Brechas en la naturaleza
Aparte de las leyes específicas de la selección natural misma, que hoy parece capaz de explicar los microcambios en la evolución pero no los macrocambios, la visión darwniana se caracterizaba por la idea de continuidad de la vida y por el concepto de evolución de las especies a través de la selección natural.
La idea de la continuidad de la vida, el “no hay brechas en la naturaleza”, era antigua. Como señala Lovejoy, fue la creencia filosófica de que no hay brechas en la fisiosfera y en la biosfera la que condujo directamente a realizar todos los intentos científicos posibles para hallar no solo los eslabones perdidos en la naturaleza, sino también a buscar pruebas de existencia de vida en otros planetas.
Lo que como ya hemos visto sí fue nuevo, revolucionario y traumático incluso, fue la tesis darwiniana de que los distintos eslabones de la gran cadena, las distintas especies mismas, se habían desarrollado a lo largo de enormes lapsos de tiempo geológico y que no habían sido puestas en nuestro planeta, tal cual, al principio de la creación.
Las iglesias pusieron el grito en el cielo. Aferradas a una interpretación literal del Génesis lanzaron rayos y truenos contra el apacible y aburguesado biólogo británico, que en su juventud, además, había estudiado teología. Sin embargo, había precedentes de esta tesis, que desafortunadamente, se suelen pasar por alto, en la visión aristotélica del desarrollo del mundo -o de la gran cadena-, que según el Estagirita mostraba un desarrollo progresivo e ininterrumpido de la naturaleza a través de lo que él llamó Las Metamorfosis, desde lo inorgánico –materia- hasta lo nutritivo –plantas-; desde lo sensoriomotor –animal- hasta aquellos animales que utilizan símbolos –humanos- en la que se mostraba una organización progresiva y de complejidad creciente.
Temporalizar la cadena
Leibniz había dado pasos importantes para “temporalizar” la gran cadena, y con Schelling y Hegel vemos la plena concepción de una filosofía del proceso o filosofía del desarrollo, aplicada literalmente a todos los aspectos y todas las esferas de la existencia. El ambiente se había ido creando poco a poco; faltaban las pruebas concretas.
Impulsadas las ciencias de la biosfera a un primer plano por la, en todos sentidos monumental obra de Darwin, este se dio cuenta que también había una flecha temporal crucial: La evolución es irreversible y procede en la dirección de una mayor diferenciación/integración, que aumenta la organización estructural y la complejidad. Va de lo menos a lo más ordenado. La dirección de esta flecha temporal es diametralmente opuesta a la que señalábamos para la fisiosfera. El problema estaba pues servido.
Históricamente, en este punto, fisiosfera y biosfera se separaron. En la modernidad ha persistido la contradicción entre un mundo mecanicista del que se predice la degradación y un mundo orgánico que parece progresar. Y desgraciadamente han sido escasos los intentos de buscar soluciones en la tan necesaria interdisciplinaridad.
Cada uno iba a lo suyo y la especialización era la reina de la ciencia ignorando, por ejemplo, la subjetividad, que era también doctrina filosófica del momento y que quizá hubiese suavizado las tensiones al introducir en el rígido concepto de orden, el componente subjetivo que le corresponde.
Física y biología
Otra complicación era la relación de la física y la biología con la noosfera misma, es decir, el cerebro-mente, los valores y la historia. En las primeras concepciones de la gran cadena, materia, cuerpo y mente eran vistas como aspectos perfectamente continuos del rebosar superabundante de una fuente, tal y como había explicado Plotino. Todos ellos estaban relacionados orgánicamente como manifestaciones o emanaciones de lo divino, sin brechas ni agujeros.
Esta doctrina hallada previamente en Platón, quizá alcanza su máxima expresión en Plotino, y también en Pascal. Pero la ruptura entre fisiosfera y biosfera, debido a la diferente dirección de sus dos flechas temporales, hizo que los eslabones de toda la cadena empezaran a ubicarse en esferas alienadas, sin aparente relación entre sí. Las ciencias, la filosofía, los conocimientos en general, se introducían en esferas aisladas sin aparente conexión entre sí. De tanto hincharse, acabarían reventando.
Sobre esta temprana e incompleta comprensión científica de la fisiosfera, entendida como un mecanismo reversible que irreversiblemente se iba desorganizando y desgastando, llegaron los trabajos de Alfred Russel Wallace y Charles Darwin que trataban de la Evolución a través de la selección natural en la biosfera.
Aunque la noción de evolución o desarrollo irreversible a través del tiempo, tenía una honrosa historia que iba desde el hilozoísmo jónico a Heráclito, continuando por Aristóteles, Lucrecio y Schelling, fueron Darwin y Wallace quienes la encuadraron en un marco científico respaldado por meticulosas observaciones empíricas. Darwin, en especial, encendió la imaginación del mundo con sus ideas sobre la naturaleza evolutiva de las diversas especies, incluida la humana.
“De rerum natura”
Aquí procede citar el libro V de Lucrecio, “De rerum natura”, según la versión de Hermann Diels, en el que se concibe la antropogonía en el marco de una doctrina científica respecto a la formación de la vida sobre la Tierra. Las ideas de Lucrecio se plasman en versos bellísimos a cuya lectura invito encarecidamente, porque estos si son auténtica poiésis cósmica o poiésis de Gea, que nos gustan a los Darwinistas porque incluyen la doctrina según la cual se habría realizado una selección entre las criaturas, descartando aquellas incapaces de vivir, ya que estas últimas también podían ser alumbradas por la Tierra, pero impedidas de medrar por la acción de la propia naturaleza.
“Cetera de genere hoc monstra ac portenta creabat, niquiquam, quoniam natura absterruit auctum”. Cuya traducción puede ser más o menos la siguiente: Otros monstruos y portentos de este tipo iba creando, pero en vano, pues la naturaleza les impedia medrar”
Aunque ya lo hemos hecho, cualquier ocasión es buena para recomendar, una vez más, la lectura de la obra de Darwin: “El origen de las especies”; “La descendencia del hombre”; “El viaje del Beagle” y su “Autobiografía”. Advertimos que ciertos aspectos de la teoría de la evolución siguen siendo un tema polémico entre los propios evolucionistas.
A este respecto, sugerimos se sigan de cerca las obras de varios biólogos evolucionistas sobre los cuales realizaremos algunos breves apuntes por la influencia no solo biológica, sino esencialmente filosófica, que han tenido en los últimos veinte años. Y como este es un tema de actualidad que divide no solo a los biólogos sino a la comunidad científica en general, vamos a entrar en él, entre otras cosas porque, a partir del año 2000 se han comenzado ha publicar trabajos que llegan a cuestionar, incluso, la validez del concepto evolutivo.
Palabrería dogmática
Tranquilo lector, no vamos por ese camino. Y en las disputas entre darwinistas incluso es probable que ni siquiera tomemos partido claro, salvando el núcleo central de la hipótesis darwiniana, naturalmente. Ahora bién, como quién no quiere la cosa, introduciremos una cita de uno de los grandes filósofos de todos los tiempos, Immanuel Kant. Esta está tomada de Prolegomena; Ak. IV, 366, y dice:
“A quien haya gustado una vez de la crítica le repugnará para siempre toda palabrería dogmática”.
No hay dogmas de fe; ni científicos ni de los otros. ¿Darwin pudo haber errado o no afinado lo suficiente? Evidentemente, y no por ello dejaría de ser considerado un gran científico y su Teoría de la Evolución continuaría gozando de la categoría de “soberbia”.
En su caso, bastaría que las teorías del geólogo Charles Lyell -que postulan que el aspecto de la Tierra ha cambiado muy poco en el transcurso del tiempo- fallasen, para que algunas las hipótesis de Darwin se vieran en serios aprietos.
Pero analicemos el estado actual de la Evolución Biológica. En 1976, el zoólogo evolucionista inglés Richard Dawkins publicó un libro titulado The Selfish Gene, en español El Gen Egoísta, en el que se recalcan los aspectos genéticos de la evolución. Si el éxito reproductivo se ha de medir por la “eficacia”, explica, la evolución se reducirá a que la frecuencia de los genes aumente constantemente en el acervo génico de una población.
Los genes, escribe Dawkins, “pululan en inmensas colonias, a salvo en el interior de torpes robots, separados herméticamente del mundo exterior al que manipulan por control remoto. Están en Vd. y en mi mismo; nos han creado en cuerpo y mente y su preservación es la última razón de nuestra existencia.....nosotros -los fenotipos u organismos individuales- somos sus máquinas de supervivencia”.
La vía de la gallina
La selección favorece aquellos fenotipos que transmiten los genes que los producen. Cualquier conducta, color o estructura de un ser que incremente la posibilidad de dejar un mayor número de genes própios, tenderá a ser preservada y exagerada. Con ciertas limitaciones físicas, la gallina es en realidad la vía de la que se sirve el huevo para hacer otro huevo.
Este planteamiento un tanto radical de Dawkins, ha levantado críticas en muchos naturalistas porque se desfigura el hecho que, quien se enfrenta al entorno y emprende la lucha por la existencia y la reproducción, es el organismo. En expresión de Ernst Mayr, “el individuo potencialmente reproductor, y no el gen, es el objetivo de la selección”.
En 1982, Dawkins, admitía haber exagerado un tanto, pero pensaba que era importante estimular el punto de vista que recalcaba la eficacia, “para que los factores genéticos, biométricos y bioquímicos apareciesen bajo una luz más nítida”.
Al mismo tiempo, apoyaba la opinión socio biológica de la inexistencia en la naturaleza de altruismo por el que los animales se sacrificarían en “bien de la especie”. Las conductas adaptativas, entre ellas el altruismo y la cooperación aparente, son resultado de la acción de los genes egoístas del individuo, cuya única preocupación es la de perpetuarse a sí mismos.
A veces, la salvación de la vida de varios parientes próximos puede mantener en circulación la mayoría de los genes de un individuo, aunque este muera al intentar rescatar a miembros de su familia. Esto es lo que se ha denominado “Selección de Parentesco”.
Los críticos piensan que las imágenes de Dawkins son reduccionistas hasta el absurdo, una caricatura del estudio biológico del comportamiento.
“Gen egoísta”
Algunos biólogos han objetado que el “Gen egoísta” es una expresión extrema del determinismo mecanicista que olvida otras posibles maneras de entender la conducta animal. En la década de los 80, estas críticas contribuyeron a desencadenar una reacción desfavorable contra la socio biología, recientemente instituida.
Merece la pena profundizar un poco en esto. Los insectos sociales, escribía Charles Darwin, presentan:
“Una dificultad especial que al principio me pareció insuperable y ahora fatal para el conjunto de mi teoría”.
¿Cómo puede haber evolucionado las castas de obreras entre las abejas y las hormigas si son estériles y no dejan descendencia?, se preguntaba Darwin.
La solución, la dio el propio Darwin ideando una teoría actualmente conocida como “Selección de Parentesco”. Aunque las obreras no se reproducen, sus actos aparentemente altruistas preservan y perpetúan a sus parientes fértiles.
Según lo expresaba Darwin, “Cuando se cocina una verdura sabrosa, el espécimen queda destruido; pero el horticultor, satisfecho, sembrará simientes de la misma raza y esperará confiado en obtener aproximadamente idéntica variedad”.
Supervivencia de los más aptos
A pesar de esta importante intuición, anterior a la genética mendeliana, las opiniones de Darwin fueron interpretadas habitualmente desde el punto de vista de la lucha del individuo por transmitir sus propios genes.
En nombre de “la supervivencia de los más aptos”, frase cuyo origen ha de buscarse en Herbert Spencer, los Darwinistas sociales mantuvieron que compasión y altruismo son contrarios a la naturaleza y tenían efectos destructivos para la especie.
No obstante, los naturalistas han registrado en la naturaleza muchos ejemplos de “altruismo”. No solo entre los insectos sociales, sino también, por ejemplo, en ciertas aves que emiten chillidos para advertir de la aproximación de depredadores a la bandada. Ciertos estudiosos de las tesis socio biológicas mantienen que este tipo de altruismo es el resultado de un egoísmo genético.
El creador de la teoría general de sistemas Von Bertalanffy escribe al referirse a la selección natural: “El hecho de que una teoría tan vaga, tan insuficientemente demostrable, tan ajena a los criterios que suelen aplicarse en las ciencias empíricas, se haya convertido en un dogma no es explicable, si no es con argumentos sociológicos. La sociedad y la ciencia se han empapado tanto de las ideas del mecanicismo, del utilitarismo y de la libre competencia económica, que la selección ha reemplazado a Dios como realidad última”.
El relojero ciego
Si leemos atentamente El Relojero Ciego de Dawkins, observamos que está muy bien escrito aunque a menudo encontramos paralogismos que dan demasiadas veces por sentado lo que es altamente hipotético. Dawkins quiere demostrarnos, en primer lugar, la excelencia, la omnipotencia y la belleza de la selección natural que para él es la antítesis del azar.
En este punto, los antidarwinistas se equivocan al considerar que el sistema de Darwin se basa en el azar: El Darwinismo es inconcebible sin la selección natural, la cual es la que decide entre el caos de las mutaciones.
En segundo lugar, cita el argumento del reverendo William Paley contra Darwin que establece: “Supongamos que, al atravesar un brezal mi pie choca con una piedra y alguien me pregunta como ha llegado esa piedra hasta ahí: quizá contestara que hasta que se demuestre lo contrario, siempre ha estado ahí. Pero supongamos que me encuentro con un reloj en el suelo y que alguien me pregunte como ha llegado tal reloj hasta ese lugar. Difícilmente podría responder lo mismo que antes, a pesar que hasta donde yo se ese reloj podría haber estado siempre ahí. Pero lo cierto es que ese reloj ha tenido un diseñador, uno o varios artesanos que los han fabricado para que cumpla la función que efectivamente realiza. Todo signo de fabricación existe también en la naturaleza, con una diferencia a favor de la naturaleza, y es que es un fenómeno que se manifiesta más a menudo con mayor amplitud y en una dimensión que supera toda evaluación”.
Este es el famoso argumento del “reloj en el brezal” de Paley en el que podemos reconocer el clásico argumento de Voltaire: Cuanto más observo el Universo menos puedo pensar
Que sin relojero este reloj pueda funcionar.
En tercer lugar, después de alabar a Paley, Dawkins asegura que “se equivoca de forma magistral” y añade:“La selección natural es la explicación de la existencia y de la forma aparentemente orientada a una finalidad... No hace planes de futuro, no se alimenta de intenciones, no tiene visión, no puede anticipar”. Y por ello no se puede comparar un reloj con un ser vivo.
Dawkins sorprende
Reconocemos que Dawkins nos sorprende. A veces se asemeja a un predicador ya que para algunos el Darwinismo es casi una creencia religiosa, conclusión a la que llega en el anteriormente citado libro El Gen Egoísta. Para Dawkins “su” religión no es otra que la selección natural encarnada en el ADN, como antes hemos visto. Podría decirse que Darwin es una especie de dios y el ADN es su profeta.
Para terminar con Dawkins diremos que se trata de un científico muy relevante y con mucho fondo, cuyas afirmaciones pragmáticamente ciertas, levantan ampollas en una parte de los “neocons”, de los monoteístas intransigentes –cristianos radicales, judíos ortodoxos y musulmanes fundamentalistas-.
Veamos algunas perlas cultivadas de este evolucionista anglosajón antihumanista o por lo menos humanista no convencional: “Pero nos daremos cuenta de que la naturaleza no es cruel, simplemente es indiferente y no tiene piedad”.
“No se trata de un cuento de hadas: Con tal de transmitirse, al ADN le importa poco perpetuarse en perjuicio de alguien o de algo. Al gen no le preocupa el sufrimiento por la sencilla razón de que nada le preocupa”.
“El Universo que observamos tiene exactamente las características que podemos esperar encontrar en un Universo creado sin una idea concreta, sin objetivo, sin bien ni mal, nada más que indiferencia sin compasión”.
Dos cosas a la vez
Dawkins exagera, pero sólo parcialmente, al pensar que el mal y el sufrimiento son los reyes absolutos de Universo. Este no es ni atroz ni paradisíaco: Es las dos cosas a la vez. Y la solución no la tienen ni Darwin, ni Dawkins, ni ningún otro evolucionista. Y, naturalmente tampoco Dennett como ahora veremos, pero para mi éste último goza de un encanto especial, una cultura superior.
El físico Paul Davis apunta irónicamente: “La física que abre camino a todas las ciencias, se enfrenta ahora al espíritu con una actitud más abierta, mientras que las ciencias naturales, que tradicionalmente han seguido el camino de la física, tratan de abolir el concepto de espíritu”.
Y quizá podría añadirse: Sumergiéndose en un materialismo reduccionista de carácter ideológico, economicista y pseudo religioso, son también adalides fundamentales del absurdo pensamiento único. Sí, porque el pensamiento único tiene como pilares fundamentales a elementos aparentemente antagónicos como creacionismo y evolucionismo extremo, pero vinculados entre ellos por sutiles lazos de carácter socioeconómico.
La Peligrosa Idea de Darwin
En una línea similar a la de Dawkins, el filósofo Daniell C. Dennett, de quien hemos hablado ampliamente, profundiza en el mundo darwiniano y ya en las primeras páginas de su última y más conocida obra en España, La Peligrosa Idea de Darwin, (Galaxia Gutemberg, Barcelona 1999) aporta un dato interesante y es la identificación del Darwinismo extremo con el mundo científico-ideológico anglosajón, frente a las escuelas biológicas francesa y alemana, la primera más influida por Lamarck y la segunda muy descriptivista y detallista en lo morfológico y lo fisiológico.
En el libro de Dennett, que no detallaremos por razones de espacio, se rebate con acierto el creacionismo, sobre todo aquel más ingenuo propio del neoconservadurismo más estúpido del norteamericano medio, que pretende seguir interpretando la Creación Bíblica de una forma literal, imponiendo a aquellos más cultos la vieja idea del gran naturalista Linneo que establecía que, “las especies eran tantas como habían sido creadas”.
Actualmente ningún científico, ni ningún creyente razonablemente culto y mucho menos un agnóstico o un ateo, puede encomendarse a los viejos evangelios para explicar la aparición y el desarrollo de la vida sobre la Tierra. Pero establecida esta premisa verdadera y aclaratoria, Dennett, igual que Dawkins, lleva la teoría Darwiniana a la radicalidad que antes hemos visto.
No obstante, volvemos a recomendar la lectura del libro “La Peligrosa Idea de Darwin”, en primer lugar porque es serio; en segundo lugar porque es crítico; en tercer lugar porque es erudito y pese a que a veces se deja arrastrar por un “archidarwinismo” visceral, ha sido capaz de plasmar en 900 páginas un monumental estudio de la influencia de las ideas de Darwin en ámbitos fundamentales de la ciencia y la filosofía actual: La mente, el significado, las matemáticas y la moralidad, contrastando sus ideas con la de científicos de la categoría de Noam Chomsky.
Buscadores
Dennett divide a los seres humanos y sobre todo a los pensadores, en buscadores de skyhooks-ganchos del cielo -lo que él llama postura “esencialista”- y buscadores de cranes-grúas -los “accidentalistas-, según acudan a explicaciones últimas provenientes de “algo” de afuera o asentadas en la tierra.
Creemos que el libro de Dennett es de obligada lectura se esté o no de acuerdo con todas sus tesis, porque supone el intento más acabado de explicar el Darwinismo de una manera global, partiendo incluso de ciertas ideas que le precedieron.
En este sentido, no puedo recomendar sino la lectura de Los Diálogos de Hume, publicados tras su muerte en 1776 para evitarse problemas, y muy especialmente analizar la cosmogonía que en ellos se propone, primitiva tal vez, pero muy sugerente.
“Los Diálogos” entre Cleantes y el escéptico Philo son de una viveza extraordinaria y creo que su lectura anticipativa es un ejemplo de la neofília positiva que comenzaba en el siglo XVIII y que ha eclosionado en nuestra época.
Stephen Jay Gould...
Pero nos queda todavía un gran Darwinista por analizar: Me refiero a Stephen Jay Gould, que para desgracia de la ciencia falleció prematuramente siendo profesor de la Universidad de Harward y director de su Museo de Zoología Comparada. Tras su muerte se ha publicado un monumental testamento científico La estructura de la teoría de la evolución que también recomendamos leer papel y lápiz en mano, y sin impaciencia, naturalmente.
Darwinista convencido, se ha mostrado siempre bastante poco respetuoso con la Teoría Sintética de la Evolución, imperante en la Biología desde los años 40. Y como no nos gusta dejar concepto sin aclarar, hacemos un hiato en la interesante biografía de Gould para explicar en que consiste la llamada Teoría Sintética de la Evolución o, “reformulación de la Teoría de la Evolución”.
Alrededor de 1900, el Darwinismo se encontraba en un limbo científico. Hugo de Vries y T. H. Morgan pusieron en un pedestal la macromutación relegando la selección natural a un papel secundario. Otros genetistas habían demostrado que la mayoría de las mutaciones carecen de consecuencias y que la mezcla causal de genes produce pocos cambios en la población. Los paleontólogos hablaban de “línea recta” de la evolución y los filósofos buscaban “fuerzas vitales” que guiaran la evolución hacia una meta preestablecida, (peligrosísima teoría, afortunadamente falsa, pero de consecuencias sociopolíticas dramáticas en el trasfondo del siglo XX).
Sin embargo, durante las décadas de 1920 y 1930, la aparición de la genética de poblaciones hizo dar a los estudios evolucionistas un giro completo hasta llegar de nuevo a Darwin. Las ideas poblacionales, que habían adquirido forma mediante nuevas herramientas matemáticas, introduciendo estadística y probabilidad, hablaban del campo de frecuencias génicas en las poblaciones. Y la nueva herramienta reafirmó la importancia de la selección natural como fuerza principal en el origen de las especies. Dio también un nuevo peso a algunas otras fuerzas, sobre todo a la “deriva genética”: El error de muestreo al azar y ligado a las pequeñas poblaciones reproductoras.
... Y Theodosius Dobzhansky
Uno de los principales promotores de la reintegración de la ciencia evolucionista fue Theodosius Dobzhansky, emigrado ruso que prosiguió en Norteamérica sus trabajos sobre la mosca del vinagre, la archifamosa Drosophila Melanogaster.
Sus experimentos de laboratorio, controlando el ciclo reproductivo de las moscas (10 días) le permitió observar directamente la evolución y estudiar la adaptación como una ciencia experimental. Sus conclusiones fueron explicadas en la obra La Genética y el Origen de las Especies, publicada en 1937, uno de los documentos fundacionales de la moderna Síntesis. En ella, Dobzhansky mostró como cambios de menor cuantía en unas pocas moscas de sus pequeñas poblaciones, podían modificar considerablemente un gran número de descendientes.
Otro libro fecundo para la formación de lo que se conoce con el nombre de la “Síntesis Moderna”, dio nombre a su movimiento. Su autor Julián Huxley, nieto de T. H. Huxley, escribió en 1942 la obra Evolución, la Síntesis Moderna.
Por aquella época, el paleontólogo George Gaylord Simpson aplicó ideas poblacionales y genéticas al estudio de los fósiles en su obra Tiempo y Modalidad de la Evolución en 1944. Simpson trató también de los ritmos variables en la evolución y los intentos de considerar los fósiles en función de vías o metas evolutivas predeterminadas según una “línea recta”.
Otras importantes contribuciones a la Teoría Sintética fueron las de Ernst Mayr, J. B. S. Haldane, G. Ledyart Stebbins, Sewall Wright y R. A. Fisher. Sus esfuerzos permitirían llegar a una nueva comprensión del darwinismo que integró en el sustrato original darwiniano de la selección natural, los resultados de la genética, las matemáticas, la paleontología, y, en particular las ideas poblacionales. Se considera hoy que la Teoría Sintética de la Evolución constituye la base de la biología del siglo XX.
Visión gradualista
No obstante, en la década de los setenta y siguientes, Stephen Jay Gould, Niles Eldredge, Steven Stanley y otros más, criticaron la Teoría Sintética por apoyar una infundada visión “gradualista” del cambio evolutivo.
Según estos críticos, la idea de Darwin de que las especies más difundidas experimentan cambios lentos a un ritmo constante, se había convertido en la ortodoxia de la Teoría Sintética. Ellos, en cambio, creían que la evidencia fósil y genética sugiere ritmos de cambio considerablemente diversos. Y en este punto retornamos a Gould.
Darwinista (léanse sus libros Desde Darwin, 1977 y El pulgar del panda, 1980), nunca se a mostrado cómodo con la capacidad explicativa de la Teoría Sintética y para consternación y escándalo de sus colegas más conservadores como los ya citados Dawkins y Dennett por ejemplo, se halla abierto al estudio de otros posibles mecanismos y enfoques que complementen la idea de la Selección Natural.
Uno de sus métodos ha consistido en insistir en la jerarquía de niveles sobre los que actúa la evolución. Esta metodología como se verá a lo largo de todo el primer capítulo de la obra despierta ya de entrada nuestra simpatía. En efecto, Gould afirma que la evolución incide a nivel bioquímico, genético, embriológico, individual, social, el de la especie o el de los linajes. Según Gould, la discriminación o selección de cualquiera de estos niveles produce efectos significativos en el nivel inferior o superior, lo que coincide, como luego veremos, expresamente con nuestra teoría holárquica, y abre un campo prometedor y bastante inexplorado a futuras investigaciones.
Abrir la evolución
El esfuerzo de Gould en “abrir” la evolución a espacios más amplios es ingente: en primer lugar cabe destacar su interés por la importancia que tenían en el proceso evolutivo los factores no dependientes de la selección, lo que le llevó a considerar las limitaciones estructurales: la posibilidad de que ciertos cambios mínimos de un determinado rasgo alterase otros más, dentro de limites definidos; frente a posibles críticas, darwinismo y del bueno, lo que el viejo Charles había llamado Correlación entre partes.
Gould se interesó también por la distinción entre caracteres incidentales y adaptativos. Conjuntamente con el muy influyente biólogo Richard Lewontin escribió un singular y conocido artículo inspirado en las enjutas de las catedrales góticas medievales: elementos arquitectónicos geométricos cuyo origen era la distribución de tensiones como subproducto estructural de la construcción de un cierto tipo de bóveda.
Aunque los historiadores del arte habían analizado con detalle sus rasgos estéticos distintivos, la mayoría había olvidado su función esencial como puro elemento de construcción. Como ejemplo biológico Gould señaló que la barbilla humana calificada a menudo de prominente por comparación con la de los primates, no guarda como algunos en su época pretendieron, una especial correlación con la posesión de una inteligencia superior. Al igual que las enjutas, es un resultado incidental de tensiones y factores de crecimiento de la mandíbula humana.
Equilibrio puntuado
Aunque se ha identificado estrechamente a Gould con la influyente idea del Equilibrio Puntuado, el origen de este concepto se debe, en realidad, al paleontólogo Niles Eldredge y fue desarrollado por ambos conjuntamente. Tras estudiar minuciosamente a los trilobites, Eldredge repara en una característica que, en su día había impresionado a T. Huxley: que el registro fósil muestra aparentes “estallidos” de especiación seguidos de largos periodos de estabilidad.
Este problema ya lo había visto Darwin y su repuesta había sido que el registro fósil era entonces un mero esbozo y constaba de pocas pruebas para proporcionar un desarrollo regular. Es decir, a Darwin la faltaba material sobre el que meditar. La enorme acumulación de pruebas paleontológicas que se ha producido a lo largo del último siglo, no parece apoyar la defensa Darwiniana de un ritmo evolutivo gradual.
La serie de trilobites de Eldredge hacían pensar, en cambio, en episodios relativamente cortos de evolución rápida seguidos por largos periodos de estabilidad lo que confirmaba la impresión de Huxley. Esto supone una corrección, que no una invalidación de la teoría sintética de la evolución, denominada “Equilibrio Puntuado” que considera las poblaciones de especies como sistemas que presentan esquemas evolutivos recurrentes.
Al contrario del cambio suave y gradual imaginado por Darwin y conocido ahora como “Gradualismo”, Gould y Eldredge sugieren que las especies tienden a permanecer estables y cambian poco en largos periodos de tiempo. Se dice que el sistema está en equilibrio. Al final, esta estabilidad está “puntuada” por un episodio de cambio rápido. En los años 80 el puntualismo ha recibido una amplia aceptación, resultando ser una hipótesis fecunda para generar ideas e investigaciones nuevas.
El éxito de Gould
Gould ha recibido numerosas críticas por parte de Dawkins y Verne Grand, pero el éxito de Gould es que es capaz de defender el evolucionismo sin la peligrosa dogmatización de los “puristas” y considerarlo una doctrina viva que sin restar mérito alguno a Darwin, aun puede completarse y mejorarse con el desarrollo y refinamiento de sucesivas investigaciones.
Gould también es un enemigo acérrimo del racismo pseudocientífico y del determinismo biológico. Representa la línea moderna y progresista de la teoría evolucionista darwiniana frente a la conservadora, no solo científica, sino también política y social que representan Dawkins y Wilson.
Los orientalistas agradecerán que recordemos a los Abatares, mito hindú de cinco mil años de antigüedad en el que aparecen sorprendentes imágenes evolucionistas, como las de los renacimientos sobre la tierra de un Abatar (hombre-dios) en formas sucesivamente “superiores”.
La palabra sánscrita significa descenso en el sentido de bajada de un dios al mundo de los hombres. Puesto que los hindúes creen en un tiempo cíclico y no lineal, todo descenso señala el final de un ciclo de destrucción y nueva creación. Nueve Abatares o encarnaciones de dios representan al parecer una progresión evolutiva.
Los evolucionistas no pueden dejar de reconocer la implícita progresividad de la secuencia de encarnaciones animales del Abatar: pez, tortuga, mamífero, primate, homínido, hombre, hombre-dios. Aquí la palabra clave es la de progresivismo, concepción geológica preevolucionista defendida tenazmente por el gran paleontólogo de Harvard, Louis Agassiz.
Ser rigurosos
El hecho cierto es que nosotros aceptamos el evolucionismo pero sin dogmatismo ni intencionalidad política y social. Y lo mismo que Darwin en su día tuvo la franqueza de admitir grandes dificultades y enigmas no resueltos por la evolución, nosotros nos adherimos a esta postura y procuraremos no caer en el error de encubrir estas zonas de ignorancia procurando dar respuestas a todo.
Ese es el mejor favor que se le puede hacer a los creacionistas. Lo que hay que ser es rigurosos y saber cuales son los retos que aún le quedan a la evolución por resolver, y como considero este asunto vital y no quiero dejarme nada de él en el tintero, lo señalaré uno a uno con detalle y honestidad:
1. El origen de la vida. ¿Cómo se originó la materia viva a partir de la materia inanimada? ¿Fue un proceso que ocurriese una vez o bien muchas veces? ¿Puede darse aun hoy en condiciones naturales o artificiales? ¿Se desarrolló a partir del tipo de procesos de crecimiento y replicación que observamos en los cristales o sobre un fundamento absolutamente distinto? Pese a las teorías de Oparin, Foch, Stanley Miller y otros, estas no responden de manera totalmente convincente a las preguntas fundamentales y, considerarlas como proposiciones cuasi verdaderas sólo consigue asfixiar la creatividad de nuevos estudiosos que deseen abordar en serio una de las cuestiones principales, aun no resuelta, sobre la Ciencia en general.
2. Origen del sexo: ¿Por qué la sexualidad esta tan extendida en la naturaleza? ¿Cómo surgieron la masculinidad y la feminidad? Si es necesario para mantener la variabilidad genética, ¿por qué muchos microorganismos pueden prescindir del sexo? ¿Cómo explicar fenómenos como la partenogénesis? Los huevos de rana, por ejemplo, pueden producir renacuajos si se pinchan con alfileres o se estimulan mediante una corriente eléctrica, sin ser fertilizados por el esperma masculino.
3. Origen del lenguaje: ¿Cuál fue el origen del lenguaje humano? No conocemos en el mundo actual ejemplos de lenguajes primitivos; todas las lenguas humanas son evolucionadas y complejas. ¿Podría buscarse la respuesta en la estructura del cerebro mediante experimentos de aprendizaje con simios o a través de los sistemas de comunicación animal, o no habrá nunca manera de descubrirlo?
4. Origen de los fila: ¿Cuál es la relación evolutiva entre los fila actualmente existentes y los del pasado? Todavía no hay acuerdo acerca de su número actual, cuántos conocemos por el pasado fósil y cuáles pueden haber dado origen a otros. Las formas transicionales entre los fila son poco conocidas.
5. Causa de las extinciones masivas: Los asteroides están actualmente de moda pero nos hallamos aun lejos de demostrar sólidamente que fueron causa de extinciones de carácter Terráqueo. Y, aunque la teoría del equilibrio puntuado contribuye a posibilitar la denominada aparición súbita de nuevos grupos y la larga persistencia de otros, ha suscitado muchas otras cuestiones sobre la estabilidad y extinción de las especies.
6. Relación entre ADN y fenotipo: Los cambios pequeños y constantes –micromutaciones-, ¿pueden explicar la evolución o ha de haber saltos periódicos mayores –maromutaciones-? ¿Es el ADN un esbozo completo del individuo, un texto en el cual esta escrito todo su futuro en todos sus niveles morfológicos, fisiológicos y psicológicos, fortalezas y debilidades incluidas, o dicha molécula esta sometida a diversas influencias y limitaciones en su expresión? ¿Hay circunstancias bajo las cuales el entorno o el comportamiento pueden actuar “hacia atrás”, induciendo cambios en el ADN?
7. ¿Qué capacidad explicativa posee la Selección Natural?: Darwin nunca afirmo que la Selección Natural fuera el único mecanismo de la evolución. Aunque consideraba que era su explicación más importante, siguió buscando otras, y esa búsqueda continua.
Brechas en la naturaleza
Aparte de las leyes específicas de la selección natural misma, que hoy parece capaz de explicar los microcambios en la evolución pero no los macrocambios, la visión darwniana se caracterizaba por la idea de continuidad de la vida y por el concepto de evolución de las especies a través de la selección natural.
La idea de la continuidad de la vida, el “no hay brechas en la naturaleza”, era antigua. Como señala Lovejoy, fue la creencia filosófica de que no hay brechas en la fisiosfera y en la biosfera la que condujo directamente a realizar todos los intentos científicos posibles para hallar no solo los eslabones perdidos en la naturaleza, sino también a buscar pruebas de existencia de vida en otros planetas.
Lo que como ya hemos visto sí fue nuevo, revolucionario y traumático incluso, fue la tesis darwiniana de que los distintos eslabones de la gran cadena, las distintas especies mismas, se habían desarrollado a lo largo de enormes lapsos de tiempo geológico y que no habían sido puestas en nuestro planeta, tal cual, al principio de la creación.
Las iglesias pusieron el grito en el cielo. Aferradas a una interpretación literal del Génesis lanzaron rayos y truenos contra el apacible y aburguesado biólogo británico, que en su juventud, además, había estudiado teología. Sin embargo, había precedentes de esta tesis, que desafortunadamente, se suelen pasar por alto, en la visión aristotélica del desarrollo del mundo -o de la gran cadena-, que según el Estagirita mostraba un desarrollo progresivo e ininterrumpido de la naturaleza a través de lo que él llamó Las Metamorfosis, desde lo inorgánico –materia- hasta lo nutritivo –plantas-; desde lo sensoriomotor –animal- hasta aquellos animales que utilizan símbolos –humanos- en la que se mostraba una organización progresiva y de complejidad creciente.
Temporalizar la cadena
Leibniz había dado pasos importantes para “temporalizar” la gran cadena, y con Schelling y Hegel vemos la plena concepción de una filosofía del proceso o filosofía del desarrollo, aplicada literalmente a todos los aspectos y todas las esferas de la existencia. El ambiente se había ido creando poco a poco; faltaban las pruebas concretas.
Impulsadas las ciencias de la biosfera a un primer plano por la, en todos sentidos monumental obra de Darwin, este se dio cuenta que también había una flecha temporal crucial: La evolución es irreversible y procede en la dirección de una mayor diferenciación/integración, que aumenta la organización estructural y la complejidad. Va de lo menos a lo más ordenado. La dirección de esta flecha temporal es diametralmente opuesta a la que señalábamos para la fisiosfera. El problema estaba pues servido.
Históricamente, en este punto, fisiosfera y biosfera se separaron. En la modernidad ha persistido la contradicción entre un mundo mecanicista del que se predice la degradación y un mundo orgánico que parece progresar. Y desgraciadamente han sido escasos los intentos de buscar soluciones en la tan necesaria interdisciplinaridad.
Cada uno iba a lo suyo y la especialización era la reina de la ciencia ignorando, por ejemplo, la subjetividad, que era también doctrina filosófica del momento y que quizá hubiese suavizado las tensiones al introducir en el rígido concepto de orden, el componente subjetivo que le corresponde.
Física y biología
Otra complicación era la relación de la física y la biología con la noosfera misma, es decir, el cerebro-mente, los valores y la historia. En las primeras concepciones de la gran cadena, materia, cuerpo y mente eran vistas como aspectos perfectamente continuos del rebosar superabundante de una fuente, tal y como había explicado Plotino. Todos ellos estaban relacionados orgánicamente como manifestaciones o emanaciones de lo divino, sin brechas ni agujeros.
Esta doctrina hallada previamente en Platón, quizá alcanza su máxima expresión en Plotino, y también en Pascal. Pero la ruptura entre fisiosfera y biosfera, debido a la diferente dirección de sus dos flechas temporales, hizo que los eslabones de toda la cadena empezaran a ubicarse en esferas alienadas, sin aparente relación entre sí. Las ciencias, la filosofía, los conocimientos en general, se introducían en esferas aisladas sin aparente conexión entre sí. De tanto hincharse, acabarían reventando.