“La rebelión de las masas” se comenzó a publicar en 1929 en forma de artículos en el diario El sol, y ya en 1930 como libro. Está traducido a más de veinte lenguas debido a su carácter universal y homogeneidad en los temas que aborda. Se analizan diversos fenómenos sociales como la llegada de las masas al pleno poderío social, el "lleno", las aglomeraciones de gente y a partir de estos hechos, analiza y describe la idea de lo que llama hombre-masa.
En 1937, escribe un "Prólogo para franceses" y un "Epílogo para ingleses", los cuales deben leerse después del propio libro, pues carecen de sentido propio. Según Julián Marías, la obra de Ortega está incompleta y sería El hombre y la gente el que lo completaría.
Ortega se centra en tres conceptos:
-Sociedad-masa.
-Hombre-masa.
-Minoría selecta.
Sociedad-masa
Ésta es la a falta de diferenciación interna, característica de las sociedades antiguas y la homogeneidad, debida a la abundancia económica, el desarrollo tecnológico, la igualdad política.
Hombre-masa
El hombre-masa es producto de una época que se caracteriza por la estabilidad política, la seguridad económica, la comodidad y el orden público. El mundo que rodea al hombre no le mueve a limitarse en ningún sentido sino que alimenta sus apetitos, que en principio pueden crecer de forma indefinida.
Minoría selecta
Se refiere "al que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores."
Según Ortega y Gasset, los elementos principales de la estructura psicológica del hombre-masa serían los siguientes: Una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sin limitaciones trágicas. Por tanto cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que, le invita a afirmarse a sí mismo tal cual es, a dar por bueno y completo su haber moral e intelectual, lo que le lleva a cerrarse, a no escuchar y por tanto intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin contemplaciones, según un régimen de “acción directa”. La característica principal del hombre-masa consiste en que sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él.
Delante de una sola persona podemos saber si es masa o no. Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo- en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo”, y, sin embargo, no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás.
Por otra parte, cuando Ortega habla de minorías, se refiere a aquel que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Por tanto, la división de la sociedad en hombres-masa y minorías excelentes no es una división en clases sociales, sino en clases de hombres.
El hombre integrante de la masa se cree que con lo que sabe ya tiene más que suficiente y no tiene la más mínima curiosidad por saber más. El hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyectos y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes. Según Ortega:
La vida humana, por su naturaleza propia, tiene que estar puesta a algo, a una empresa gloriosa o humilde, a un destino ilustre o que carece de importancia.
El hombre-masa tiene varios rasgos: libre expansión de sus deseos vitales y una radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia. Es decir, sólo le preocupa su bienestar y al mismo tiempo es insolidario con las causas de ese bienestar. Uno y otro rasgo componen la psicología del niño mimado. El hombre-masa es el niño mimado de la historia.
El hombre-masa es incapaz de otro esfuerzo que el estrictamente impuesto como reacción a una necesidad externa. El centro del régimen vital del hombre-masa consiste en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral alguna.
Como ha señalado recientemente Sánchez Cámara en un interesante artículo publicado en el diario ABC, “La rebelión de las masas” no se trata de un libro político sino filosófico. Y así también lo veo yo.
Algunos comentaristas de José Ortega y Gasset no andan muy finos cuando analizan los conceptos de masa y minoría. Aciertan cuando establecen que el concepto hombre-masa no se refiere a la clase baja, sino que trata del tipo de persona que se refleja en él, que se considera lleno de derechos pero sin ningún deber, el que tiene un nombre y se permite hacer lo que le plazca.
Sin embargo, no se han actualizado cuando definen como minoría aquella que antepone los deberes a los derechos, la que tiene un mayor nivel de exigencias que el resto y trata de encontrar la solución a los problemas por sí misma. Representa la excelencia. Y eso hoy no es así, pues hay minorías positivas y otras muy negativas. El intelectualismo de los seguidores orteguianos, les conducía, ingenuamente, a identificar minoría con grupo intelectualmente selecto, y han caído en dos errores: el primero de ellos, respetar a todo grupo intelectualmente selecto sin introducir importantes cautelas éticas y morales; el segundo identificar el conocimiento con lo bueno olvidando que el verdadero mal viene en parte también por un la aplicación torcida y perversa de un conocimiento. Afirmo que ni la sabiduría, ni la ciencia, ni la tecnología, son neutrales y, sobre todo, no lo son en sus efectos. Hay minorías excelsas que se identifican con el bien verdadero y, casi todas ellas son fáciles de identificar por dos características: la búsqueda de la propia perfección moral por la vía del conocimiento y la praxis y la dedicación al otro, al semejante, como praxis de un conocimiento y la Areté o Virtus, previamente adquiridas; el otro, su rostro, su mirada, es el complemento indispensable de una perfección individual y general.
Hay que hacer un breve “excursus” sobre la Areté. Según Hipias el fin de la enseñanza era lograr la "areté", que significa capacitación para pensar, para hablar y para obrar con éxito. La excelencia política ("ciudadana") de los griegos consistía en el cultivo de tres virtudes específicas: andreia (Valentía), sofrosine (Moderación o equilibrio) y dicaiosine (Justicia): estas virtudes formaban un ciudadano relevante, útil y perfecto. A estas virtudes añadió luego Platón una cuarta, la Prudencia, con lo que dio lugar a las llamadas Virtudes cardinales: la prudencia, la fortaleza y la templanza se corresponderían con las tres partes del alma, y la armonía entre ellas engendraría la cuarta, la justicia. En cierto modo, la areté griega sería equivalente a la virtus, dignidad, honor u hombría de bien romana.
Todo esto es requerido, al menos en sus intenciones y fines, a una determinada minoría para ingresar en el ámbito de la excelencia, porque la cuestión no sólo radica en hacer bien las cosas, sino en el modo de hacerlas y en el fin al que se orientan, de manera que estos tres ámbitos: resultado, método y fin estén incluidos en el orden moral de la filosofía natural.
La masa va engullendo a las minorías, eso es cierto. Los individuos caen en ella, evitando así ser objeto de sus críticas. La masa establece entonces su propia sociedad, es decir, sus propias leyes y normas hechas a su medida. La democracia, entonces, no puede aplicarse por igual en todos los campos.
Pero quizá para entender el riesgo de la masa sea preciso leer y releer el libro de Elías Canetti, “Masa y Poder”.
Canetti establece pronto que nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido. En todas partes el hombre elude el contacto con lo extraño. Aún cuando nos mezclamos con la gente en la calle, evitamos cualquier contacto físico. Si lo llegamos a hacer, es porque alguien nos ha caído en gracia. La rapidez con que nos disculpamos cuando se produce un contacto físico involuntario, pone en evidencia esta aversión al contacto.
Solamente inmerso en la masa, puede liberarse el hombre de este temor a ser tocado. Es la única situación en la que ese temor se convierte en su contrario. Para ello es necesaria la masa densa, en la que cada cuerpo se estrecha con el otro; densa, también, en su constitución cívica, pues dentro de ella no se presta atención a quién es el que se estrecha contra uno. En cuanto nos abandonamos a la masa, dejamos de temer su contacto. Llegados a esta situación ideal, todos somos iguales.
La compulsión a crecer es la primera y suprema característica de la masa. Incorpora a todos los que se pongan a su alcance. La masa natural es la masa abierta, sin límites prefijados. Con la misma rapidez que surge, la masa se desintegra. Siempre permanece vivo en ella el presentimiento de la desintegración, de la amenaza y de la que intenta evadirse mediante un crecimiento acelerado. La masa cerrada renuncia al crecimiento y se concentra en su permanencia, busca establecerse creando su propio espacio para limitarse.
El fenómeno más importante que se produce en el interior de la masa es la descarga. Es el instante en que todos los que forman parte de ella, se deshacen de sus diferencias y se sienten iguales. Las jerarquías que dividen, las individuaciones que diferencian, las distancias que separan; todo esto queda abolido en la masa. Únicamente en forma conjunta pueden liberarse los hombres del lastre de sus distancias. En la descarga se despojan de las separaciones y todos se sienten iguales. En la densidad cada cual se encuentra tan próximo al otro como a sí mismo, lo que produce un inmenso alivio. Y es por mor de este instante de felicidad, en el que ninguno es más ni mejor que el otro, como los hombres se convierten en masa.
En 1937, escribe un "Prólogo para franceses" y un "Epílogo para ingleses", los cuales deben leerse después del propio libro, pues carecen de sentido propio. Según Julián Marías, la obra de Ortega está incompleta y sería El hombre y la gente el que lo completaría.
Ortega se centra en tres conceptos:
-Sociedad-masa.
-Hombre-masa.
-Minoría selecta.
Sociedad-masa
Ésta es la a falta de diferenciación interna, característica de las sociedades antiguas y la homogeneidad, debida a la abundancia económica, el desarrollo tecnológico, la igualdad política.
Hombre-masa
El hombre-masa es producto de una época que se caracteriza por la estabilidad política, la seguridad económica, la comodidad y el orden público. El mundo que rodea al hombre no le mueve a limitarse en ningún sentido sino que alimenta sus apetitos, que en principio pueden crecer de forma indefinida.
Minoría selecta
Se refiere "al que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores."
Según Ortega y Gasset, los elementos principales de la estructura psicológica del hombre-masa serían los siguientes: Una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sin limitaciones trágicas. Por tanto cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que, le invita a afirmarse a sí mismo tal cual es, a dar por bueno y completo su haber moral e intelectual, lo que le lleva a cerrarse, a no escuchar y por tanto intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin contemplaciones, según un régimen de “acción directa”. La característica principal del hombre-masa consiste en que sintiéndose vulgar, proclama el derecho a la vulgaridad y se niega a reconocer instancias superiores a él.
Delante de una sola persona podemos saber si es masa o no. Masa es todo aquel que no se valora a sí mismo- en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo”, y, sin embargo, no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás.
Por otra parte, cuando Ortega habla de minorías, se refiere a aquel que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Por tanto, la división de la sociedad en hombres-masa y minorías excelentes no es una división en clases sociales, sino en clases de hombres.
El hombre integrante de la masa se cree que con lo que sabe ya tiene más que suficiente y no tiene la más mínima curiosidad por saber más. El hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyectos y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes. Según Ortega:
La vida humana, por su naturaleza propia, tiene que estar puesta a algo, a una empresa gloriosa o humilde, a un destino ilustre o que carece de importancia.
El hombre-masa tiene varios rasgos: libre expansión de sus deseos vitales y una radical ingratitud hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia. Es decir, sólo le preocupa su bienestar y al mismo tiempo es insolidario con las causas de ese bienestar. Uno y otro rasgo componen la psicología del niño mimado. El hombre-masa es el niño mimado de la historia.
El hombre-masa es incapaz de otro esfuerzo que el estrictamente impuesto como reacción a una necesidad externa. El centro del régimen vital del hombre-masa consiste en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral alguna.
Como ha señalado recientemente Sánchez Cámara en un interesante artículo publicado en el diario ABC, “La rebelión de las masas” no se trata de un libro político sino filosófico. Y así también lo veo yo.
Algunos comentaristas de José Ortega y Gasset no andan muy finos cuando analizan los conceptos de masa y minoría. Aciertan cuando establecen que el concepto hombre-masa no se refiere a la clase baja, sino que trata del tipo de persona que se refleja en él, que se considera lleno de derechos pero sin ningún deber, el que tiene un nombre y se permite hacer lo que le plazca.
Sin embargo, no se han actualizado cuando definen como minoría aquella que antepone los deberes a los derechos, la que tiene un mayor nivel de exigencias que el resto y trata de encontrar la solución a los problemas por sí misma. Representa la excelencia. Y eso hoy no es así, pues hay minorías positivas y otras muy negativas. El intelectualismo de los seguidores orteguianos, les conducía, ingenuamente, a identificar minoría con grupo intelectualmente selecto, y han caído en dos errores: el primero de ellos, respetar a todo grupo intelectualmente selecto sin introducir importantes cautelas éticas y morales; el segundo identificar el conocimiento con lo bueno olvidando que el verdadero mal viene en parte también por un la aplicación torcida y perversa de un conocimiento. Afirmo que ni la sabiduría, ni la ciencia, ni la tecnología, son neutrales y, sobre todo, no lo son en sus efectos. Hay minorías excelsas que se identifican con el bien verdadero y, casi todas ellas son fáciles de identificar por dos características: la búsqueda de la propia perfección moral por la vía del conocimiento y la praxis y la dedicación al otro, al semejante, como praxis de un conocimiento y la Areté o Virtus, previamente adquiridas; el otro, su rostro, su mirada, es el complemento indispensable de una perfección individual y general.
Hay que hacer un breve “excursus” sobre la Areté. Según Hipias el fin de la enseñanza era lograr la "areté", que significa capacitación para pensar, para hablar y para obrar con éxito. La excelencia política ("ciudadana") de los griegos consistía en el cultivo de tres virtudes específicas: andreia (Valentía), sofrosine (Moderación o equilibrio) y dicaiosine (Justicia): estas virtudes formaban un ciudadano relevante, útil y perfecto. A estas virtudes añadió luego Platón una cuarta, la Prudencia, con lo que dio lugar a las llamadas Virtudes cardinales: la prudencia, la fortaleza y la templanza se corresponderían con las tres partes del alma, y la armonía entre ellas engendraría la cuarta, la justicia. En cierto modo, la areté griega sería equivalente a la virtus, dignidad, honor u hombría de bien romana.
Todo esto es requerido, al menos en sus intenciones y fines, a una determinada minoría para ingresar en el ámbito de la excelencia, porque la cuestión no sólo radica en hacer bien las cosas, sino en el modo de hacerlas y en el fin al que se orientan, de manera que estos tres ámbitos: resultado, método y fin estén incluidos en el orden moral de la filosofía natural.
La masa va engullendo a las minorías, eso es cierto. Los individuos caen en ella, evitando así ser objeto de sus críticas. La masa establece entonces su propia sociedad, es decir, sus propias leyes y normas hechas a su medida. La democracia, entonces, no puede aplicarse por igual en todos los campos.
Pero quizá para entender el riesgo de la masa sea preciso leer y releer el libro de Elías Canetti, “Masa y Poder”.
Canetti establece pronto que nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido. En todas partes el hombre elude el contacto con lo extraño. Aún cuando nos mezclamos con la gente en la calle, evitamos cualquier contacto físico. Si lo llegamos a hacer, es porque alguien nos ha caído en gracia. La rapidez con que nos disculpamos cuando se produce un contacto físico involuntario, pone en evidencia esta aversión al contacto.
Solamente inmerso en la masa, puede liberarse el hombre de este temor a ser tocado. Es la única situación en la que ese temor se convierte en su contrario. Para ello es necesaria la masa densa, en la que cada cuerpo se estrecha con el otro; densa, también, en su constitución cívica, pues dentro de ella no se presta atención a quién es el que se estrecha contra uno. En cuanto nos abandonamos a la masa, dejamos de temer su contacto. Llegados a esta situación ideal, todos somos iguales.
La compulsión a crecer es la primera y suprema característica de la masa. Incorpora a todos los que se pongan a su alcance. La masa natural es la masa abierta, sin límites prefijados. Con la misma rapidez que surge, la masa se desintegra. Siempre permanece vivo en ella el presentimiento de la desintegración, de la amenaza y de la que intenta evadirse mediante un crecimiento acelerado. La masa cerrada renuncia al crecimiento y se concentra en su permanencia, busca establecerse creando su propio espacio para limitarse.
El fenómeno más importante que se produce en el interior de la masa es la descarga. Es el instante en que todos los que forman parte de ella, se deshacen de sus diferencias y se sienten iguales. Las jerarquías que dividen, las individuaciones que diferencian, las distancias que separan; todo esto queda abolido en la masa. Únicamente en forma conjunta pueden liberarse los hombres del lastre de sus distancias. En la descarga se despojan de las separaciones y todos se sienten iguales. En la densidad cada cual se encuentra tan próximo al otro como a sí mismo, lo que produce un inmenso alivio. Y es por mor de este instante de felicidad, en el que ninguno es más ni mejor que el otro, como los hombres se convierten en masa.
Las masas cerradas tienden a la estabilidad, mediante la invención de reglas y ceremonias características que capturan a sus integrantes. En la frecuentación regular de la Iglesia, en la repetición precisa y conocida de ciertos ritos, se garantiza a la masa algo así como una experiencia domesticada de sí misma.
Por estallido, entiendo la repentina transición de una masa cerrada a una abierta. La masa ya no se conforma con condiciones y promesas piadosas, quiere experimentar ella misma el supremo sentido de su potencia y pasión animales, y con este fin utiliza una y otra vez cuanto le brindan los actos y exigencias sociales.
El ataque desde fuera sólo puede fortalecer a la masa. Físicamente separados, sus miembros tienden a reunirse con más fuerza. El ataque desde dentro es, en cambio, peligroso de verdad. Una huelga que haya obtenido determinadas concesiones se desintegrará a ojos vistas. El ataque desde dentro obedece a apetencias individuales. La masa lo siente como un soborno, como algo inmoral, ya que se opone a su clara y transparente condición básica. Todo el que pertenece a una masa lleva en sí a un pequeño traidor deseoso de comer, beber, amar y vivir en paz. La masa está siempre amenazada desde adentro y desde afuera. Una masa que no aumenta está en ayunas.
Los atributos principales de la masa son los siguientes:
-La masa siempre quiere incorporar nuevos miembros, crecer, aumentar de tamaño..
-En el interior de la masa parece haber la igualdad. No la hay, pero lo parece. Así que todas las exigencias de justicia, todas las teorías igualitarias extraen su energía, en última instancia, de esta experiencia, ficticia en el fondo, de igualdad que cada cual reconoce a su manera a partir de la masa.
-La masa ama lo espeso, se refugia en el, no da la cara.
-La masa siempre se mueve o es movida hacia algo o, más bien, contra algo. Existirá mientras tenga una meta no alcanzada.
-La masa de acoso se constituye teniendo como finalidad la consecución rápida de un objetivo. Éste le es conocido, y está señalado con precisión; se encuentra, además, próximo. La masa sale a destruir o matar y sabe a quién quiere matar. Con decisión incomparable avanza hacia esa meta y es imposible escamoteársela. Basta con dársela a conocer, basta con comunicar quién debe morir, para que se forme la masa. La determinación de matar es de índole muy particular, y no hay ninguna que la supere en intensidad. Todos quieren participar, todos golpean. Para poder asestar su golpe, cada cual se abre paso hasta llegar al lado mismo de la víctima. Si no puede golpear, quiere ver cómo golpean los demás. Todos los brazos salen como de una misma criatura. Pero los brazos que golpean tienen más valor y más peso. El objetivo lo es todo. La víctima es el objetivo, pero también es el punto de máxima densidad: concentra en sí misma, las acciones de todos.
Una razón importante del rápido crecimiento de la masa de acoso es la ausencia de peligro. No hay peligro porque la superioridad de la masa es enorme. La víctima nada puede contra ella. O huye o queda atrapada. Para la gran mayoría de los hombres, un asesinato sin riesgo, tolerado, estimulado y compartido con muchos otros resulta irresistible y no punible. Y lo peor: la masa no tiene conciencia de culpabilidad
Es una empresa tan fácil y se desarrolla con tanta rapidez, que hay que darse prisa para llegar a tiempo. La prisa, la euforia y la seguridad de una masa semejante es siniestra. Es la excitación de unos ciegos, tanto más ciegos, cuanto que de pronto creen ver. La masa procede al sacrificio y ejecución de la víctima con seguridad, inexitencia de escrúpulos y en nombre de no se que justicia popular que no es sino una horrenda injusticia. Lo que luego le sucede, es todo lo contrario. Una vez perpetrado el crimen o la destrucción, la masa se desintegra y se dispersa en una especie de fuga. Su miedo será mayor cuanto más elevada sea la categoría de la víctima. Sólo podrá mantener su cohesión si se suceden con gran rapidez una serie de hechos y de eventos idénticos. Entonces se produce la revolución más sangrienta.
Entre los tipos de muerte que una horda o un pueblo puede imponer a un individuo, puede distinguirse dos formas principales. Una de ellas es la exclusión, y la otra, la ejecución colectiva. En este segundo caso, se conduce al condenado a un lugar abierto y se lo lapida. Todo el mundo participa en esta muerte; alcanzado por las piedras de todos el culpable se desploma. Nadie es designado como el ejecutor. Es la comunidad entera la que mata. La tendencia a matar colectivamente subsiste incluso allí donde se ha perdido la costumbre de lapidar. La muerte por el fuego puede comparársele: el fuego actúa en lugar de la muchedumbre que deseó la muerte del condenado.
Todas las formas de ejecución pública remiten a la antigua práctica de la ejecución colectiva. El verdadero verdugo es la masa, que se reúne en torno al patíbulo. No se deje arrebatar la víctima fácilmente. El anuncio de la condena de Cristo refleja este hecho en toda su esencia. El grito de “¡Crucificadlo!” sale de la masa. Ella es lo realmente activo; en otros tiempos, ella misma se habría encargado de todo y habría flagelado a Cristo.
Pero que nadie sea ingenuo. La perversidad de la masa tiene un origen mucho más perverso y demoniáco: la de los conciben la exaltación de los bajos instintos de la masa y sabedores de lo ésta es capaz, la manipulan. El acto de maldad de la minoría agitadora es muy superior al de la masa. No importa lo que persiguiesen Anás, Caifás, Nerón, Robespierre, Lenin, Stalin o Hitler. El fin y el método eran perversos, ajenos a todo principio de justicia, querían matar, destruir, y necesitaban un ejecutor dócil: la masa agitada era el idóneo.
La desintegración de la masa de acoso, una vez que ha cobrado su víctima, es particularmente rápida. Los poderosos que se sienten amenazados son muy concientes de este hecho y suelen arrojar una víctima a la masa para detener su crecimiento. Muchas ejecuciones políticas han sido ordenadas sólo con este fin.
La repulsa que provoca la ejecución colectiva es de fecha muy reciente y no debe subestimarse. Pero también hoy participa todo el mundo en las ejecuciones públicas a través de los medios de comunicación. En el público de los medios se ha mantenido viva una masa de acoso moderado, tanto más irresponsable cuanto más alejada queda de los acontecimientos; estaríamos tentados de decir que es su forma más despreciable y, al mismo tiempo, más deseable.
Canetti denomina “cristales de masa” a esos pequeños y rígidos grupos humanos, bien delimitados y de gran estabilidad, que sirven para desencadenar la formación de masas. Es importante que tales grupos sean visibles en su conjunto, que se los abarque de una mirada. Su unidad importa mucho más que su tamaño. El cristal de masa es duradero. Sus integrantes han sido adiestrados para compartir un plan de acción o unas determinadas ideas. Quien los vea o los conozca deberá sentir, ante todo, que jamás se desintegrarán.
La nitidez, el aislamiento y la constancia del cristal de masa, contrastan con los agitados fenómenos que se dan en el seno de la masa misma. El proceso de crecimiento, rápido e incontrolable, y la amenaza de desintegración que confieren a la masa su capacidad de estabilidad no actúan en el interior del cristal.
Canetti llama símbolos de masa a las unidades colectivas que no están formadas por hombres, y, sin embargo, son percibidas como masas. Tales unidades son el trigo y el bosque, la lluvia, el viento, la arena, el mar, el fuego, los instrumentos de trabajo, los símbolos esotéricos y los sloganes. Nos recuerdan la masa, y la representan simbólicamente en el mito y el sueño, en el discurso y el canto.
Cristales de masa y masa, derivan de una unidad más antigua, en la que todavía coinciden: la muta. En hordas de reducido número, que van en pequeñas bandas de diez o veinte hombres, la muta es una forma de excitación colectiva con la que nos topamos en todas partes. La muta es una unidad de acción y se manifiesta de manera concreta. De ella ha de partir quien desee explorar los orígenes del comportamiento de las masas.
Por estallido, entiendo la repentina transición de una masa cerrada a una abierta. La masa ya no se conforma con condiciones y promesas piadosas, quiere experimentar ella misma el supremo sentido de su potencia y pasión animales, y con este fin utiliza una y otra vez cuanto le brindan los actos y exigencias sociales.
El ataque desde fuera sólo puede fortalecer a la masa. Físicamente separados, sus miembros tienden a reunirse con más fuerza. El ataque desde dentro es, en cambio, peligroso de verdad. Una huelga que haya obtenido determinadas concesiones se desintegrará a ojos vistas. El ataque desde dentro obedece a apetencias individuales. La masa lo siente como un soborno, como algo inmoral, ya que se opone a su clara y transparente condición básica. Todo el que pertenece a una masa lleva en sí a un pequeño traidor deseoso de comer, beber, amar y vivir en paz. La masa está siempre amenazada desde adentro y desde afuera. Una masa que no aumenta está en ayunas.
Los atributos principales de la masa son los siguientes:
-La masa siempre quiere incorporar nuevos miembros, crecer, aumentar de tamaño..
-En el interior de la masa parece haber la igualdad. No la hay, pero lo parece. Así que todas las exigencias de justicia, todas las teorías igualitarias extraen su energía, en última instancia, de esta experiencia, ficticia en el fondo, de igualdad que cada cual reconoce a su manera a partir de la masa.
-La masa ama lo espeso, se refugia en el, no da la cara.
-La masa siempre se mueve o es movida hacia algo o, más bien, contra algo. Existirá mientras tenga una meta no alcanzada.
-La masa de acoso se constituye teniendo como finalidad la consecución rápida de un objetivo. Éste le es conocido, y está señalado con precisión; se encuentra, además, próximo. La masa sale a destruir o matar y sabe a quién quiere matar. Con decisión incomparable avanza hacia esa meta y es imposible escamoteársela. Basta con dársela a conocer, basta con comunicar quién debe morir, para que se forme la masa. La determinación de matar es de índole muy particular, y no hay ninguna que la supere en intensidad. Todos quieren participar, todos golpean. Para poder asestar su golpe, cada cual se abre paso hasta llegar al lado mismo de la víctima. Si no puede golpear, quiere ver cómo golpean los demás. Todos los brazos salen como de una misma criatura. Pero los brazos que golpean tienen más valor y más peso. El objetivo lo es todo. La víctima es el objetivo, pero también es el punto de máxima densidad: concentra en sí misma, las acciones de todos.
Una razón importante del rápido crecimiento de la masa de acoso es la ausencia de peligro. No hay peligro porque la superioridad de la masa es enorme. La víctima nada puede contra ella. O huye o queda atrapada. Para la gran mayoría de los hombres, un asesinato sin riesgo, tolerado, estimulado y compartido con muchos otros resulta irresistible y no punible. Y lo peor: la masa no tiene conciencia de culpabilidad
Es una empresa tan fácil y se desarrolla con tanta rapidez, que hay que darse prisa para llegar a tiempo. La prisa, la euforia y la seguridad de una masa semejante es siniestra. Es la excitación de unos ciegos, tanto más ciegos, cuanto que de pronto creen ver. La masa procede al sacrificio y ejecución de la víctima con seguridad, inexitencia de escrúpulos y en nombre de no se que justicia popular que no es sino una horrenda injusticia. Lo que luego le sucede, es todo lo contrario. Una vez perpetrado el crimen o la destrucción, la masa se desintegra y se dispersa en una especie de fuga. Su miedo será mayor cuanto más elevada sea la categoría de la víctima. Sólo podrá mantener su cohesión si se suceden con gran rapidez una serie de hechos y de eventos idénticos. Entonces se produce la revolución más sangrienta.
Entre los tipos de muerte que una horda o un pueblo puede imponer a un individuo, puede distinguirse dos formas principales. Una de ellas es la exclusión, y la otra, la ejecución colectiva. En este segundo caso, se conduce al condenado a un lugar abierto y se lo lapida. Todo el mundo participa en esta muerte; alcanzado por las piedras de todos el culpable se desploma. Nadie es designado como el ejecutor. Es la comunidad entera la que mata. La tendencia a matar colectivamente subsiste incluso allí donde se ha perdido la costumbre de lapidar. La muerte por el fuego puede comparársele: el fuego actúa en lugar de la muchedumbre que deseó la muerte del condenado.
Todas las formas de ejecución pública remiten a la antigua práctica de la ejecución colectiva. El verdadero verdugo es la masa, que se reúne en torno al patíbulo. No se deje arrebatar la víctima fácilmente. El anuncio de la condena de Cristo refleja este hecho en toda su esencia. El grito de “¡Crucificadlo!” sale de la masa. Ella es lo realmente activo; en otros tiempos, ella misma se habría encargado de todo y habría flagelado a Cristo.
Pero que nadie sea ingenuo. La perversidad de la masa tiene un origen mucho más perverso y demoniáco: la de los conciben la exaltación de los bajos instintos de la masa y sabedores de lo ésta es capaz, la manipulan. El acto de maldad de la minoría agitadora es muy superior al de la masa. No importa lo que persiguiesen Anás, Caifás, Nerón, Robespierre, Lenin, Stalin o Hitler. El fin y el método eran perversos, ajenos a todo principio de justicia, querían matar, destruir, y necesitaban un ejecutor dócil: la masa agitada era el idóneo.
La desintegración de la masa de acoso, una vez que ha cobrado su víctima, es particularmente rápida. Los poderosos que se sienten amenazados son muy concientes de este hecho y suelen arrojar una víctima a la masa para detener su crecimiento. Muchas ejecuciones políticas han sido ordenadas sólo con este fin.
La repulsa que provoca la ejecución colectiva es de fecha muy reciente y no debe subestimarse. Pero también hoy participa todo el mundo en las ejecuciones públicas a través de los medios de comunicación. En el público de los medios se ha mantenido viva una masa de acoso moderado, tanto más irresponsable cuanto más alejada queda de los acontecimientos; estaríamos tentados de decir que es su forma más despreciable y, al mismo tiempo, más deseable.
Canetti denomina “cristales de masa” a esos pequeños y rígidos grupos humanos, bien delimitados y de gran estabilidad, que sirven para desencadenar la formación de masas. Es importante que tales grupos sean visibles en su conjunto, que se los abarque de una mirada. Su unidad importa mucho más que su tamaño. El cristal de masa es duradero. Sus integrantes han sido adiestrados para compartir un plan de acción o unas determinadas ideas. Quien los vea o los conozca deberá sentir, ante todo, que jamás se desintegrarán.
La nitidez, el aislamiento y la constancia del cristal de masa, contrastan con los agitados fenómenos que se dan en el seno de la masa misma. El proceso de crecimiento, rápido e incontrolable, y la amenaza de desintegración que confieren a la masa su capacidad de estabilidad no actúan en el interior del cristal.
Canetti llama símbolos de masa a las unidades colectivas que no están formadas por hombres, y, sin embargo, son percibidas como masas. Tales unidades son el trigo y el bosque, la lluvia, el viento, la arena, el mar, el fuego, los instrumentos de trabajo, los símbolos esotéricos y los sloganes. Nos recuerdan la masa, y la representan simbólicamente en el mito y el sueño, en el discurso y el canto.
Cristales de masa y masa, derivan de una unidad más antigua, en la que todavía coinciden: la muta. En hordas de reducido número, que van en pequeñas bandas de diez o veinte hombres, la muta es una forma de excitación colectiva con la que nos topamos en todas partes. La muta es una unidad de acción y se manifiesta de manera concreta. De ella ha de partir quien desee explorar los orígenes del comportamiento de las masas.