Kosmología

A vueltas con el reduccionismo I.

Redactado por Javier Del Arco


De nuevo con todos uds. tras una pausa obligado por un periodo de excesivo trabajo. Les pido disculpas por ello y agradezco a la revista Tendencias 21, y en especial a su Director, su paciencia y comprensión. Los próximos artículos, no se exactamente cuantos todavía, van a ser trascendentales para mi propósito en este Blog: construir una nueva visión de la Biofilosofía que incluya y trascienenda a las anteriores y nos abra las puertas, de una manera natural y casi obligada, a una rama más complicada y sugestiva de la biofilosofía, la neurofilosofía, objeto ya de mis desvelos y atenciones.



En el artículo anterior se hacían dos planteamientos para la “visión” del holón: el hermenéutico, interno o correspondiente al sendero izquierdo, referido al significado y el estructural-funcionalista, externo o correspondiente al sendero derecho, referido a la acción. Ambos planteamientos son necesarios para una visión equilibrada de los cuatro cuadrantes de Wilber, el cual afirma que cada holón tiene cuatro aspectos o dimensiones existenciales por lo que se debe estudiar en sus distintos entornos: intencional, de comportamiento, cultural y social. Ningún holón existe tan sólo en uno, dos o tres de los cuatro cuadrantes. Todo holón tiene necesariamente cuatro cuadrantes.

Reduccionismo sutil

Cuanto más primitivo sea un holón, tanto menos importará su valor intrínseco, sus intenciones o su cultura, pero esta afirmación no está exenta de arrogancia. Lo cierto es que, al margen de lo que pensemos de los llamados holones menores, cuando llegamos al nivel del ser humano, ninguno de los cuadrantes debe primar sobre los otros.

Esta cuestión nos lleva del pensamiento reduccionista clásico, cada vez más desacreditado, al reduccionismo sutil. El reduccionismo ámplio no acepta que existan interiores en ninguna parte, de manera que para él no existen las cuestiones relativas al significado, valor, conciencia, profundidad, cultura e intencionalidad. De hecho, un reduccionista clásico, no espera en el transcurso de su existencia, contemplar ningún valor que no pueda ser reducido a átomos.

Este reduccionismo generalizado produce dos efectos:

-Reduce todos los cuadrantes al superior derecho (SD) o exterior-individual.

-Reduce –de ahí su carácter general- todas las estructuras de orden superior del cuadrante superior derecho (SD) a partículas atómicas y subatómicas.

El resultado es materialista, generalmente mecanicista y siempre atomista Esta es la senda por la que han caminado los epicúreos, Holbach, La Metrie y otros. Los podemos denominar “atomistas planos”.

A ellos se oponen los “holistas planos” que no reducen todos los holones a átomos, sino que más bien reducen toda la parte izquierda del diagrama a los niveles correspondientes del lado derecho. Son los teóricos de sistemas, estructural-funcionalistas en sus diversas formas, desde la teoría general de sistemas a la moderna teoría dinámica de sistemas y prácticamente todo el llamado “nuevo paradigma” y “teorías ecológico-holísticas”. El reduccionismo sutil, como hemos dicho, reduce el lado izquierdo a las dimensiones del lado derecho y, frecuentemente, la parte superior derecha a su correspondiente inferior, de manera que de esta forma queda realzado el paradigma holístico frente a los individuos. La teoría de sistemas y los ecoteóricos así lo hacen a menudo, así como paradigmas más exóticos como la New Age.

Muchas de estas teorías ecológico-holísticas y la Teoría de sistemas, por ser empiristas y monológicas, por ser ciencias del eslabón más bajo, por tratar de exteriores que pueden ser percibidos físicamente y no de interiores que han de ser interpretados arduamente, terminan en una forma estúpida de reduccionismo; y decimos estúpida, porque sus teóricos son ignorantes de lo que han teorizado; afirman “abrazar” la totalidad de la realidad cuando en realidad han devastado la mitad de ella.

Un excelente ejemplo de lucidez es el ataque de Jürgen Habermas a la manera en la que Niklas Luhmann desarrolla su propia versión de la Teoría de Sistemas, ciertamente un tanto exótica y desenfocada; Wilber lo enuncia en su ya citado libro Sexo, Ecología, Espiritualidad pero lo que dice al respecto es escaso y peca de quedarse corto. Por ello nosotros no vamos a enmendar la plana a Wilber sino a ampliar y fundamentar de forma más completa su acertada intuición.

Estructuras intersubjetivas

En su importante libro El discurso filosófico de la modernidad, Taurus, Madrid, 1989, trad. cast. de Manuel Jimenez Redondo, Jürgen Habermas incluye en le tramo final del mismo, dos textos importantes para el caso que nos ocupa. Uno de ellos es el último, el 12, parte III; el otro, dentro del mismo capítulo final, es un excurso que titula Excurso sobre Niklas Luhmann: apropiación de la herencia de la filosofía del sujeto en términos de la teoría de sistemas. Se trata de una crítica implacable porque pone de manifiesto las verdaderas intenciones de Luhmann.

Este autor da por supuesto que las estructuras intersubjetivas se derrumban y que los individuos han sido literalmente, dice Habermas, “arrancados” de su mundo vivo y que el sistema de la personiladidad y el sistema social constituyen entornos “el uno para el otro”. Esta afirmación es más enjundiosa de lo que a primera vista parece y, aunque Wilber la cita, no la desarrolla. Además, la traducción directa del libro de Ken Wilber y no la del original de Habermas, contribuyen, aún más, a dejar suelto esencial del planteamiento wilberiano.

Por ello hemos procurado seguir escudriñando en Habermas y, efectivamente, en un nota de pié de página se recomienda ir un poco más adelante, a la página 443, donde se aclaran ésta y otras cuestiones. Tras recordar que existen muy buenas razones por las que no cabe seguir pensando en la construcción en la construcción que la filosofía del sujeto ensayó de una conciencia global, Habermas afirma: “Que cuando los individuos quedan insertos en, y subordinados al sujeto de orden superior que sería en éste caso la sociedad en su conjunto, surge un juego de suma cero, en que no puede darse correcto acomodo a fenómenos modernos tales como los crecientes espacios de movimiento y grados de libertad de los individuos. También plantea dificultades una conciencia social global concebida como autorreflexión de un macrosujeto”.

Habermas no es un ácrata ni tampoco un liberal. Por ello ha bosquejado una estragia conceptual alternativa que nos preserve de tener que dar por perdido el concepto de una autorrepresentación de la sociedad. Los espacios públicos puden entenderse como como intersubjetividades de orden superior y en ellos pueden articularse autocalificaciones y autoatribuciones colectivas formadoras de identidad. Y en el espacio público de orden aún más superior, resultante de la agregación de los anteriores -nosotros diríamos inclusión/trascendencia de los anteriores en el más puro estilo wilberiano- pude también articularse una conciencia social global, sólo que ésta no necesita ya satisfacer las exigencias de precisión que la filosofía del sujeto tiene que imponer a la autoconciencia. No es ni ni en la filosofía ni en la teoría de la sociedad donde se encuentra el saber de la sociedad sobre sí misma, remacha Habermas.

Basta con la evolución

Es por mediación de ésta conciencia común, todo lo plural, difusa y variopinta que en su interior se quiera, la sociedad global puede distanciarse normativamente de sí misma y reaccionar a percepciones de crisis, esto es, puede hacer, precisamente, aquello que Luhmann le niega como posibilidad. Porque sí algo está claro para Luhmann es el significado que tendría el hecho de que la sociedad moderna se preguntara a sí misma por su racionalidad; con cada paso reflexivo, el problema de la racionalidad se volvería, por un lado más urgente y por el otro más insoluble.

Lo que le lleva a una conclusión consecuente con su modo de pensar: estamos ante ante algo que no debería siquiera, plantearse. Ello le lleva a afirmar que la estructura en la que hoy se plantea el problema de la racionalidad, no significa que la sociedad tenga que ocuparse o resolver problemas de este formato para asegurar su supervivencia porque para sobre vivir, basta con la evolución. Para sobrevivir quizá, para vivir con dignidad, evidentemente hoy ya no. La evolución biológica, una verdad generalista que, como ya profetizaba el propio Darwin, tan sólo confiaba en que resistiese la estructura porque muchos de sus detalles serían superados, debe ser, como casi todo lo bueno, incluida y trascencendida.

Los procesos de formación de la opinión y de formación de una voluntad común pertenecientes al espacio de la opinión pública, son procesos sociales pero están íntimamente interconectados con el mundo de la vida, lo que pone de manifiesto una estrechísima interconexión y dependencia entre socialización e individuación como, siguiendo a Wilber, discutimos en otro lugar; entre entidades del yo e grupales. Luhmann que no dispone del concepto de intersubjetividad lingüísticamente generada, sólo puede representarse tales entrelazamientos y relaciones internas conforme al modelo de inclusión en el todo de las partes que éste contiene, lo cual significa que, para Luhmann, en último extremo, sólo existe el todo, lo cual falso porque los objetos y los sujetos, fuera cual fuese su naturaleza, son holones, totalidades/partes, y no sólo totalidades, sea cual fuere el nivel que consideremos.

Trascendencia teórica

Dejando por el momento de lado esta cuestión wilberiana, Luhmann se da cuenta que su posición totalizante le acerca a posiciones humanistas. Para salvar éste y otros escollos, Luhmann adopta, conscientemente, una solución de trascendencia teórica al considerar al hombre como parte del entorno de la sociedad y, sutil pero importante mátiz, no como parte de la sociedad misma, lo que, evidentemente, cambia las premisas que informan todos los planteamientos de la tradición, y, por tanto, también, según él mismo afirma, todas las premisas del humanismo clásico. Reciprocamente, quien se atenga a estas premisas y trate de defender con ellas un interés propio de lo humano, no tendrá más remedio que constituirse en adversario de la pretensión de la universalidadde la teoría de sistemas.

Este antihumanismo metodológico no se dirige contra una “figura de pensamiento”, errada por incluir en el todo las partes concretas, sino, como señala Habermas, más bien descarta cualquier “interés por lo humano” que perfectamente podría prescindir del todo y de sus partes en lo que se refiere al interés de conceptualizar la sociedad moderna de manera que ésta no contuviese en su seno el prejuicio negativo de la elección misma respecto de los conceptos básicos que le permiten distanciarse normativamente de sí misma y discutir en los procesos de comunicación de orden superior que desarrollan en el espacio de lo público sus experiencias y percepciones de crísis.

Pero el procedimiento de construcción de un espacio publico que pudiera cumplir esta función no puede encontrar ya lugar alguno en cuanto la acción comunicativa y el mundo de la vida intersubjetivamente compartido no pueden hacer otra cosa que “resbalar entre las piedras de molino de tipos de subsistemas que, como el psíquico y el social, constituyen entornos los unos para los otros y sólo mantienen ya entre sí relaciones externas”.

Reduccionismo sutil

También Michel Foucault cuando se refiere al biopoder que le preocupa y lo llega a calificar de “peligro actual”, entendemos con Wilber que, en esencia, aunque quizá no en su totalidad, no puede referirse a otra cosa que a la mentalidad sistémico-instrumental biologizada y aplicada a los seres humanos que lo convierte todo todo en hilos o en medios de la gran bio-red interconectada que puede, de aquí a poco convertirse en la forma de poder más efectiva del mundo moderno.

Quizá lo que los teóricos sistémicos y holistas no entiendan es que, si bien han evitado un reduccionismo general, lo que les honra, no han podido o no han sabido evitar el reduccionismo sutil del que son un claro ejemplo. Claro está que no reducen todo a átomos; reducen todo el sendero izquierdo de nuestros cuatro cuadrantes a ser descrito en términos del sendero derecho del “sistema”.

Aunque en Europa el reduccionismo total aún posee fuerza, normalmente cuando alguien descubre una ley recurrente -un proceso simple que, cuando se repite, genera procesos complejos- en general esta no ha sido muy influyente desde el punto de vista de la historia de la ciencia y desde luego no tanto como algunos críticos de los nuevos paradigmas pretenden hacernos creer.

Han sido las ontologías planas, realizadas por el sendero de la derecha, las teorías de sistemas y el estructural-funcionalismos en sus diversas formas, las que han causado los efectos más devastadores sobre la ídea de Kósmos. A los teóricos de sistemas les complace tachar de reduccionistas a los atomistas mientras que ellos, resaltando su carácter holístico de los sistemas, van mucho más allá y, por lo tanto, son los “médicos” ideales para reparar este maltratado planeta nuestro. No lo son, porque lo único que han conseguido es utilizar el reduccionismo sutil para enfrentarlo con el generalizado.

Estos holistas afirman, entre otras cosas, que el gran legado negativo de la Ilustración fue su ontología atomística y divisoria. Pero si conocemos bien la época, veremos enseguida que el atomismo no fue un tema determinante y mucho menos definitorio de la Ilustración.

Armonía subyacente

Como veremos más adelante y con cierto detalle la cuestión nuclear de la Ilustración fue “la armonía de los órdenes interconectados del ser”, una armonía que subyacía a todo lo demás, desde la “mano invisible” de Adan Smith, continuando por los “órdenes interconectados” de John Locke, hasta “la vasta totalidad armoniosa de de seres mutuamente interrelacionados” de los reformadores y teístas.

Según afirma Charles Taylor: “Para la corriente principal de la Ilustración, la naturaleza como sistema total interconectado de la realidad objetiva, era el lugar en el que todos los seres vivos, incluidos los humanos, tenían un modo natural de existencia queconectaba con todos los demás y proporcionaba un modelo de la naturaleza, incluida la humana, como totalidad armoniosa cuyas partes encajaban perfectamente” (Véase Taylor, Charles, Hegel, Nueva York, Cambridge University Press, 1975).

Y también del mismo autor: “Unidad del orden era contemplada como un conjunto interconectado que producía acciones para producir un todo armonioso”(Véase Taylor, Charles, Sources of the Self, Nueva York, Cambridge University Press, 1990).

Alexander Pope, al hablar en nombre de toda una generación, se expresó de este modo: Así es la gran armonía del Mundo que surge del Orden, Unión y pleno Conocimiento de las cosas; donde lo grande y lo pequeño, lo débil y lo fuerte han sido hechos para servirse, no sufrir; para reforzar, no para forzar, no para invadir; las Partes se relacionan con el Todo; todas sirven y son servidas; nada permanece aislado (Véase Pope, A., An Essay on Man, 1734, Macmillan Pub Co, 1969)

La Enciclopedia, bastión del pensamiento ilustrado, había anunciado que “todo en la naturaleza estaba interconectado” y Lovejoy señala que los ilustrados, “Sentían inclinación a hablar elocuentemente de la perfección del Sistema Universal comoun todo” (Véase Arthur O. Lovejoy, The Great Chain of Being. A Study of the History of an Idea (Harvard Univ. Press, Cambridge, 1936; 2ª ed. 1960; trad. cast. La gran cadena del Ser, Icaria, Barcelona,1983).

El reverso de la Ilustración fue que consideró el Kósmos de ambas dimensiones, izquierda y derecha, y lo redujo al cosmos que podía ser empírica o monológicamente descrito; hizo colapsar la mitad izquierda del diagrama sobre sus niveles correspondientes de la derecha. Su gan fallo no fue el reduccionismo generalizado en un reduccionismo sutil. La gran holarquía del ser se colapsó en la totalidad armoniosa de órdenes interconectados descrita por Locke. Pero estos órdenes no tenían profundidad, ni graduaciones, ni interior, ni distinciones cualitativas y podían ser estudiados tan sólo a través de una mirada empirista y objetivante.
Javier Del Arco
| Lunes, 27 de Noviembre 2006

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