Vermeer: La pintura del silencio y el ensueño, de la posibilidad y la evasión

Michael Taylor publica con Vaso Roto un cuidado ensayo sobre los secretos de la pintura del artista neerlandés


¿Qué nos hace regresar al pintor neerlandés Vermeer? ¿Qué secretos encierra su pintura? ¿Cómo creó el artista esa ilusión de verdad? Michael Taylor, especialista en pintura holandesa del siglo XVII, en su ensayo “La mentira de Vermeer” (Vaso Roto, 2012) analiza la obra del pintor y el contexto en el que se desarrolló su vida. Una buena forma de iniciarnos en una pintura descrita como “del silencio y el ensueño, de la posibilidad y la evasión”. Por Carmen Anisa.


Carmen Anisa
23/05/2014

Vista de Delft, de Vermeer. Fuente: Wikipedia.
Quizás no haya un pintor más proustiano que Johannes Vermeer (Delft, Holanda 1632-1675). En Un amor de Swann, la narración incluida en la primera parte de En busca del tiempo perdido, Swann intenta escribir un estudio sobre la obra de Vermeer, pero nunca llega a acabarlo.

Su vida fracasa; ha dejado a un lado lo que hubiera sido lo esencial –el arte, la pureza, la literatura– y se ha entregado a una vida mundana y al amor de la vulgar Odette. En la famosa escena de La prisionera, el escritor Bergotte muere en una exposición a la que asiste muy enfermo para contemplar la Vista de Delft, pues un crítico había escrito que estaba tan bien pintado “como una preciosa obra de arte china, de una belleza que se bastaba a sí misma”.

La agudeza del crítico le había hecho contemplar el conjunto y los motivos del cuadro de una manera distinta. Para Bergotte aquel fragmento amarillo representaba la perfección absoluta del arte.

¿Qué nos hace regresar a Vermeer? ¿Qué secretos encierra su pintura? ¿Cómo crea la ilusión de verdad? Michael Taylor en su ensayo La mentira de Vermeer (Vaso Roto, 2012) analiza la obra del pintor y el contexto en el que se desarrolló su vida. La paz que transmiten sus cuadros tenía poco que ver con los vaivenes de la historia y con las inquietudes y preocupaciones cotidianas que debió de sufrir el artista.

Se sabe muy poco de Johannes Vermeer. Solo se dispone de algunos documentos referidos a su bautizo, su labor en la cofradía de pintores de San Lucas, su matrimonio y su muerte, a los casi cuarenta y tres años.

El pintor apenas había salido de Delft donde, al parecer, llevó una existencia tranquila. Hijo de un tabernero protestante, se convirtió al catolicismo al casarse en 1653 con Catharina, de familia católica acomodada, con la que tuvo quince hijos. Este matrimonio supuso para Vermeer un ascenso social.

Pero la situación económica no debió de ser tan desahogada como para mantener a una familia numerosa, así que la pareja se trasladó a vivir con Maria Thins, madre de Catharina. Tras su muerte, Vermeer recibió sepultura en el panteón de los Thins en la Oude Kerk de Delft.

Una subasta en Ámsterdam

Como tantos otros pintores holandeses, Vermeer pertenecía a la clase de los artesanos trabajadores y parece ser que en la década de 1660 su obra gozó de cierto reconocimiento fuera de su ciudad. Trabajaba lentamente y los materiales que utilizaba eran bastante caros. Es probable que consiguiera más ingresos negociando con la pintura de otros artistas.

A partir de la subasta de cuadros de maestros famosos que se celebra en un hospicio de Ámsterdam en 1696, Michael Taylor -doctor en Literatura comparada y traductor de numerosos libros sobre arte- reconstruye la vida y la trayectoria artística de Johannes Vermeer.

En el catálogo de la subasta se incluían veintiún cuadros del pintor, que formaban parte del legado de Jacob Dissius, marido de una hija de los Van Ruijven, de la alta y rica burguesía de Delft, que fueron mecenas y amigos del pintor.

Los cuadros subastados parecen representar la edad de oro de Holanda, pero la realidad era distinta. Buena parte del siglo XVII fue una época tumultuosa para las Provincias Unidas, que tuvieron que enfrentarse a guerras con Inglaterra y Francia. La ciudad de ensueño que aparece en la famosa Vista de Delft era también una ilusión.

El 12 de octubre de 1654, seis años antes de que Vermeer pintara este cuadro se había producido en Delft una terrible explosión en una torre que el gobierno de las Provincias Unidas utilizaba como polvorín. El centro de la ciudad quedó arrasado, y murieron cientos de personas.

Sin embargo, Vermeer refleja en su cuadro la imagen de un lugar en el que nada ha pasado, y en el que reina la calma y la quietud del tiempo detenido. Como señala Michael Taylor, en el encuadre elegido por el pintor “se nos ofrece un retrato del silencio, un silencio orquestado y poblado por diminutas figuras que se comunican, si es que llegan a hacerlo, con miradas silenciosas”.

Es la ilusión de un presente eterno, que “niega incluso la posibilidad de un tiempo en el que un arsenal de pólvora acumulada por una oligarquía obsesionada por la protección de su independencia y de su prosperidad pueda causar la destrucción de la ciudad que debía proteger”.

El artesano y el mecenas

Como una novela de misterio, que no llega a resolverse, Michael Taylor analiza las obras de Vermeer que se subastaron en Amsterdam.

En todas ellas se observa el gusto por el silencio, por las figuras que sueñan, que se detienen, que insinúan. A veces es más importante lo que se calla que lo que se muestra explícito. Pero todo ello se debe también a una depuración del estilo.

En uno de sus primeros cuadros del pintor (Joven dormida) aparece una enigmática muchacha; no sabemos si es una criada con traje de fiesta o una señora. Estudios posteriores han revelado que, al principio, en el cuadro Vermeer había pintado la figura de un hombre que abandonaba la estancia.

Sin embargo, en la versión definitiva el hombre había sido borrado. De lo que pudo suceder en aquel espacio solo queda cierto desorden en una mesa y una copa casi vacía.

En la época de Vermeer, con una Holanda saturada de pintores y cuadros, el tiránico mercado del arte dictaba los gustos y los pintores eran artesanos que debían ajustarse a lo que demandaba el cliente.

Vermeer no inventa nada y utiliza motivos habituales en la pintura holandesa, solo que les da un tratamiento distinto. Como señala Michael Taylor, en los cuadros que pertenecían a Van Ruijven se repiten los elementos del recato, el decoro y la inmovilidad. El gusto de sus mecenas propició la creación de ese estilo en la obra de Vermeer con el que su arte se convirtió “en la pintura del silencio y el ensueño, de la posibilidad y la evasión”.

Un mundo de mujeres

En la actualidad se le atribuyen a Vermeer treinta y seis obras; en diecinueve de ellas se representa a mujeres jóvenes, sumidas en sus pensamientos.

Vermeer no era el único pintor que se centraba en la mujer, pero sí es único al crear esas “visiones de ensueño”, en las que las figuras femeninas, cuyos rostros están iluminados por una luz que llega del exterior, nos recuerdan “el aroma del culto católico a la Virgen María”. Esas figuras no representan a modelos reales, sino a un modelo ideal de belleza.

“El mundo de Vermeer es, en una palabra, un mundo de mujeres”, escribe Michael Taylor. Aquellas jóvenes, absortas en su mundo interior, parecen vivir en un espacio y un tiempo en el que nada puede suceder.

Del exterior solo llega la luz, al principio intensa, más adelante tamizada por cortinas, tapices y postigos entreabiertos. Pero la paz y serenidad que transmite la pintura nada tienen que ver con la turbulenta y peligrosa época que atravesaban las Provincias Unidas.

La Callejuela, de Vermeer. Fuente: Wikipedia.
La hermosa mentira

Junto con la Vista de Delft, La callejuela –“el paisaje urbano más inmóvil de la pintura holandesa”, en palabras de Taylor– fue la obra con la que Vermeer fue rescatado del olvido en la segunda mitad del siglo XIX.

En La callejuela parece como si Vermeer nos pintase el retrato de un día normal de su vida. Tenemos la sensación de que esa imagen es parte de la realidad y nos sometemos conscientemente a esa ilusión, a ese engaño. Nada puede pasar allí, ni siquiera el dolor y la muerte se atreverían a entrar:

Admiramos su naturaleza de artefacto exquisito a la vez que sucumbimos al encanto de creer la total ausencia de urgencia, el refugio de la eternidad, que pretende representar. La mentira que aceptamos conscientemente es una mentira triple: la mentira de que el mundo tridimensional puede ser representado sobre una superficie plana, la mentira de que puede existir una vida al margen del tiempo y la mentira de que la imagen que contemplamos es algo más que una imagen.

Taylor nos recuerda las palabras de Oscar Wilde cuando se refería a “la hermosa mentira” del arte. Vermeer construye con su pintura un hermoso sueño, como si la vida pudiera quedar suspendida en un instante que, en su eterna repetición, es siempre nuevo pero nunca cambia; el pintor logra crear la ilusión de que hemos atrapado el tiempo, como sucede en el cuadro de La lechera con el “chorrito de leche y el asombroso oxímoron visual de su fluir suspendido”.

La mentira de Vermeer es un ameno ensayo en el que su autor Michael Taylor, especialista en pintura holandesa del siglo XVII, nos introduce en los misterios de un pintor que acaba convenciéndonos de que su mirada “es también la nuestra”.

En esta cuidada edición se incluyen reproducciones de los cuadros comentados y unos exhaustivos apéndices sobre las fuentes utilizadas. Una buena forma de iniciarnos en la pintura de Vermeer o de regresar a él guiados por un experto, para recordar que la hermosa mentira del arte es, al mismo tiempo, su verdad. Por eso, al igual que Proust y sus personajes, siempre deseamos regresar a Vermeer.



Carmen Anisa
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