El lector de poesía en castellano está de enhorabuena. La editorial hispano-mexicana Vaso Roto sigue traduciendo poetas anglosajones poco o nada conocidos en nuestro país. En esta ocasión, rescata los versos materialistas y existenciales de The Branch Will Not Break (1963).
No se quebrará la rama (Vaso Roto, 2014) es uno de los momentos más altos en la producción de James Wright (Ohio, 1927-Nueva York, 1980). Traductor al inglés de los principales poetas en lengua española del siglo XX, James Wright comparte con nuestra literatura su pasión por el sur, el paisaje, la historia con mayúscula y minúscula, la materia y el sueño.
Los lectores de Pablo Neruda (1904-1973) reconocerán la familiaridad con la que el chileno trata al cuerpo en poemas de Wright como “Comienza el otoño...” o “Dos resacas”.
La esencia de los poemas del norteamericano es la territorialidad terrenal, telúrica y material que se atribuye a Neruda. La traducción del poema “Milkweed” es un viaje profundo al ser del algodoncillo que bien podría sido una más de las Odas elementales (1954).
Al igual que Juan Ramón Jiménez (1881-1958) y Antonio Machado (1875-1939), Wright nombra, describe cuanto ve, toca la naturaleza, y así piedras, arbustos, ardillas, osos y faisanes pueblan sus poemas.
La mayoría de los poemas de No se quebrará la rama se refieren al paisaje norteamericano, al pueblo llano y su poesía; existe una comunión física entre el poeta y la gente, que va más allá de las palabras.
El dibujo de portada de Víctor Ramírez en la edición de Vaso Roto ilustra a la perfección la honestidad, tan norteamericana, de los poemas de Wright. No es el de Ohio, sin embargo, un poeta ensimismado. Es, sobre todo, un viajero imaginario, un pie en sus poemas y otro en el mundo, a través de sus lecturas (citas de Safo, Unamuno, clásicos de la poesía china) y sus traducciones: poemas vertidos del noruego (“Dos ensalmos primaverales”), del alemán (“Tres estrofas de Goethe”), del castellano (“En recuerdo de un poeta español”).
En todos ellos, el asombro frente a la naturaleza, que se hace presente en distintas ocasiones y épocas, de manera cotidiana, espontánea y sencilla.
No se quebrará la rama se trata, sin duda, de uno de los libros fundacionales de la poesía norteamericana contemporánea. Un análisis profundo de este libro ocuparía un ensayo mayor que esta reseña.
No se quebrará la rama (Vaso Roto, 2014) es uno de los momentos más altos en la producción de James Wright (Ohio, 1927-Nueva York, 1980). Traductor al inglés de los principales poetas en lengua española del siglo XX, James Wright comparte con nuestra literatura su pasión por el sur, el paisaje, la historia con mayúscula y minúscula, la materia y el sueño.
Los lectores de Pablo Neruda (1904-1973) reconocerán la familiaridad con la que el chileno trata al cuerpo en poemas de Wright como “Comienza el otoño...” o “Dos resacas”.
La esencia de los poemas del norteamericano es la territorialidad terrenal, telúrica y material que se atribuye a Neruda. La traducción del poema “Milkweed” es un viaje profundo al ser del algodoncillo que bien podría sido una más de las Odas elementales (1954).
Al igual que Juan Ramón Jiménez (1881-1958) y Antonio Machado (1875-1939), Wright nombra, describe cuanto ve, toca la naturaleza, y así piedras, arbustos, ardillas, osos y faisanes pueblan sus poemas.
La mayoría de los poemas de No se quebrará la rama se refieren al paisaje norteamericano, al pueblo llano y su poesía; existe una comunión física entre el poeta y la gente, que va más allá de las palabras.
El dibujo de portada de Víctor Ramírez en la edición de Vaso Roto ilustra a la perfección la honestidad, tan norteamericana, de los poemas de Wright. No es el de Ohio, sin embargo, un poeta ensimismado. Es, sobre todo, un viajero imaginario, un pie en sus poemas y otro en el mundo, a través de sus lecturas (citas de Safo, Unamuno, clásicos de la poesía china) y sus traducciones: poemas vertidos del noruego (“Dos ensalmos primaverales”), del alemán (“Tres estrofas de Goethe”), del castellano (“En recuerdo de un poeta español”).
En todos ellos, el asombro frente a la naturaleza, que se hace presente en distintas ocasiones y épocas, de manera cotidiana, espontánea y sencilla.
No se quebrará la rama se trata, sin duda, de uno de los libros fundacionales de la poesía norteamericana contemporánea. Un análisis profundo de este libro ocuparía un ensayo mayor que esta reseña.
Vínculos con otros poetas
Me limitaré a trazar aquí algunas de las líneas que unen la poesía de Wright con la de su casi coetáneo Gerald Stern (Pittsburgh, Pennsylvania, 1925). Versos como “I am frightened by the sorrow/ Of scaping animals” (“Me da miedo la tristeza/ de los animales que huyen”, p. 23) recuerdan la “tristeza animal” (“animal sorrow”) del poema “Behaving Like a Jew” de Gerald Stern, incluido en Lucky Life (1977).
Los arces de Ohio en los que mora un grillo oscuro, en “Deprimido por un libro...” (p. 57) son los mismos que acunan las casas de Pittsburgh en “The Power of Maples”, de Lucky Life.
Podría invocar algunos poetas actuales cuya obra muestra ecos wrightianos, audibles e inaudibles. Me limitaré a tres poetas emergentes norteamericanos, que he traducido en los tres últimos años.
Los paisajes vistos a través de la ventanilla de un tren en los primeros poemas de Spanish Sketchbook (Ediciones en Huida, 2012) de Curtis Bauer (Iowa, 1970) no difieren en espíritu y alcance de los que Wright ve “Desde la ventanilla de un autobús en el centro de Ohio, justo antes de una tormenta” (p. 65).
Ambos poetas comparten esa obsesión por la historia, el mito, lo racional e irracional. Su poesía es una caja de sorpresas, registros, asociaciones, una lluvia infinita de metáforas, imágenes sobre sus propios caminos y sobre la esperanza, inundada de humanismo, amor, denuncias, una poesía cien por cien americana y universal, en esencia telúrica, materialista.
La osa bajo la nieve del poema “Marzo” (p. 67) nos recuerda al ciervo tirado en la carretera en tantos poemas de Gerald Stern, además del ciervo en el poema “A Hunger So Honed” (The Body’s Question, Graywolf Press, 2003) de Tracy Smith (Falmouth, Massachusetts, 1972); esa “relajada y hermosa mujer” que es la osa de Wright (p. 67) aspira a la “griega perfección” del ciervo de Smith.
“Las manos femeninas que tocan hogazas” en “Intentando rezar” (p. 69), ¿no podrían ser las manos de la amada “entre las papas fritas” del Neruda de Versos del capitán (1952) y “las manos que descansan como pálidas frutas en el regazo” de la protagonista de “Mangoes”, en The Body’s Question?
Con Jeffrey Thomson (Ames, Iowa, 1970), Wright comparte la pasión por la naturaleza. Al igual que Wright, Thomson explora en Birdwatching in Wartime (Carnegie Mellon University Press, 2009) la forma en que el paisaje responde a cuestiones eternas. Belleza, destrucción y desolación se combinan para reescribir la experiencia del ser humano inmerso de lleno en la naturaleza.
El crítico Major Jackson define la poesía de Thomson como ‘pensamiento sensual’. Al mismo tiempo, podría estar definiendo la poesía de Wright. La traducción de Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963), por último, es literal. Es, sin duda, apasionada, como se espera de un poeta.
Me limitaré a trazar aquí algunas de las líneas que unen la poesía de Wright con la de su casi coetáneo Gerald Stern (Pittsburgh, Pennsylvania, 1925). Versos como “I am frightened by the sorrow/ Of scaping animals” (“Me da miedo la tristeza/ de los animales que huyen”, p. 23) recuerdan la “tristeza animal” (“animal sorrow”) del poema “Behaving Like a Jew” de Gerald Stern, incluido en Lucky Life (1977).
Los arces de Ohio en los que mora un grillo oscuro, en “Deprimido por un libro...” (p. 57) son los mismos que acunan las casas de Pittsburgh en “The Power of Maples”, de Lucky Life.
Podría invocar algunos poetas actuales cuya obra muestra ecos wrightianos, audibles e inaudibles. Me limitaré a tres poetas emergentes norteamericanos, que he traducido en los tres últimos años.
Los paisajes vistos a través de la ventanilla de un tren en los primeros poemas de Spanish Sketchbook (Ediciones en Huida, 2012) de Curtis Bauer (Iowa, 1970) no difieren en espíritu y alcance de los que Wright ve “Desde la ventanilla de un autobús en el centro de Ohio, justo antes de una tormenta” (p. 65).
Ambos poetas comparten esa obsesión por la historia, el mito, lo racional e irracional. Su poesía es una caja de sorpresas, registros, asociaciones, una lluvia infinita de metáforas, imágenes sobre sus propios caminos y sobre la esperanza, inundada de humanismo, amor, denuncias, una poesía cien por cien americana y universal, en esencia telúrica, materialista.
La osa bajo la nieve del poema “Marzo” (p. 67) nos recuerda al ciervo tirado en la carretera en tantos poemas de Gerald Stern, además del ciervo en el poema “A Hunger So Honed” (The Body’s Question, Graywolf Press, 2003) de Tracy Smith (Falmouth, Massachusetts, 1972); esa “relajada y hermosa mujer” que es la osa de Wright (p. 67) aspira a la “griega perfección” del ciervo de Smith.
“Las manos femeninas que tocan hogazas” en “Intentando rezar” (p. 69), ¿no podrían ser las manos de la amada “entre las papas fritas” del Neruda de Versos del capitán (1952) y “las manos que descansan como pálidas frutas en el regazo” de la protagonista de “Mangoes”, en The Body’s Question?
Con Jeffrey Thomson (Ames, Iowa, 1970), Wright comparte la pasión por la naturaleza. Al igual que Wright, Thomson explora en Birdwatching in Wartime (Carnegie Mellon University Press, 2009) la forma en que el paisaje responde a cuestiones eternas. Belleza, destrucción y desolación se combinan para reescribir la experiencia del ser humano inmerso de lleno en la naturaleza.
El crítico Major Jackson define la poesía de Thomson como ‘pensamiento sensual’. Al mismo tiempo, podría estar definiendo la poesía de Wright. La traducción de Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963), por último, es literal. Es, sin duda, apasionada, como se espera de un poeta.