Rostro de un cráneo humano de hace 1.800.000 años. Fuente: Museo Nacional de Georgia.
Las peleas a puñetazos han dejado huella en el rostro humano, afirman científicos de la Universidad de Utah, en Estados Unidos. Estos señalan que la violencia ha ayudado a dar su forma al rostro que tenemos hoy.
Se trata de una nueva "teoría radical", según la define The Independent sobre cómo la violencia ha cambiado nuestra apariencia facial a través de millones de años de evolución. Sugiere que dicha apariencia habría evolucionado, más concretamente, para minimizar el daño causado por un puño en rápido movimiento.
La transición en la estructura facial de los monos a los primeros homínidos ya había sido explicada en gran parte por la necesidad de masticar nueces y otros alimentos duros que necesitan trituración, lo que propició una mandíbula robusta, de grandes dientes molares, una frente prominente y fuertes músculos en las mejillas.
Sin embargo, ahora los científicos han ideado esta otra explicación plausible: la necesidad de la cara de reforzarse contra el impacto de los puñetazos.
Se trata de una nueva "teoría radical", según la define The Independent sobre cómo la violencia ha cambiado nuestra apariencia facial a través de millones de años de evolución. Sugiere que dicha apariencia habría evolucionado, más concretamente, para minimizar el daño causado por un puño en rápido movimiento.
La transición en la estructura facial de los monos a los primeros homínidos ya había sido explicada en gran parte por la necesidad de masticar nueces y otros alimentos duros que necesitan trituración, lo que propició una mandíbula robusta, de grandes dientes molares, una frente prominente y fuertes músculos en las mejillas.
Sin embargo, ahora los científicos han ideado esta otra explicación plausible: la necesidad de la cara de reforzarse contra el impacto de los puñetazos.
Lucha y evolución
"Sugerimos que muchos de los rasgos faciales que caracterizan a los primeros homínidos evolucionaron para proteger la cara de una lesión durante las peleas a puñetazos", afirman los autores del estudio, David Carrier y Michael Morgan, en un artículo publicado por la revista Biological Reviews.
Los investigadores analizaron las estructuras óseas de la cara de una serie de homínidos, como el Australopithecus, y los compararon con los simios y el hombre moderno.
En 2011, otro estudio de la Universidad de Utah sobre violencia y evolución humana, señaló que el hecho de que los hombres puedan golpear más fuerte si se apoyan sobre dos piernas que estando a cuatro patas, así como al golpear hacia abajo en vez de hacia arriba, daría a los hombres altos y erguidos una ventaja en combate.
Según los científicos, esta ventaja podría explicar por qué nuestros ancestros humanos simiescos comenzaron a caminar erguidos y por qué las mujeres tienden a preferir a hombres altos.
"Sugerimos que muchos de los rasgos faciales que caracterizan a los primeros homínidos evolucionaron para proteger la cara de una lesión durante las peleas a puñetazos", afirman los autores del estudio, David Carrier y Michael Morgan, en un artículo publicado por la revista Biological Reviews.
Los investigadores analizaron las estructuras óseas de la cara de una serie de homínidos, como el Australopithecus, y los compararon con los simios y el hombre moderno.
En 2011, otro estudio de la Universidad de Utah sobre violencia y evolución humana, señaló que el hecho de que los hombres puedan golpear más fuerte si se apoyan sobre dos piernas que estando a cuatro patas, así como al golpear hacia abajo en vez de hacia arriba, daría a los hombres altos y erguidos una ventaja en combate.
Según los científicos, esta ventaja podría explicar por qué nuestros ancestros humanos simiescos comenzaron a caminar erguidos y por qué las mujeres tienden a preferir a hombres altos.
Referencia bibliográfica:
David Carrier, Michael Morgan. Protective buttressing of the hominin face. Biological Reviews (2014). DOI: 10.1111/brv.12112.
David Carrier, Michael Morgan. Protective buttressing of the hominin face. Biological Reviews (2014). DOI: 10.1111/brv.12112.