Una nueva tendencia económica se abre paso en la agotada cultura del consumo

El consumo colaborativo gana seguidores, gracias a las nuevas tecnologías e Internet, pero también detractores


El consumo colaborativo, también llamado “economía compartida”, reinventa las formas tradicionales de compartir, colaborar, intercambiar, prestar, alquilar y regalar que ya existían y las redefine, amplia y orienta, gracias a las nuevas tecnologías, redes sociales e Internet. Sin embargo, son muchos los sectores del llamado “consumo tradicional” que se oponen a este tipo de economía alternativa. Por Rosae Martín Peña.


Rosae Martín Peña
11/07/2014

El préstamos de vehículos o carsharing es una de las formas de consumo colaborativo. Fuente: Wikipedia.org.
El escritor de la revista TIME, Bryan Walsh escribía hace un par de años que “algún día miraremos al siglo XX y nos preguntaremos por qué comprábamos tantas cosas”.

La tendencia que han marcado los últimos tiempos ha sido la de poseer, consumir y almacenar, sin cuestionar en ocasiones este tipo de comportamientos.

Sin embargo, con la crisis económica, el avance de las nuevas tecnologías, las redes sociales e Internet, al consumo tradicional le está saliendo  un nuevo competidor, el llamado consumo colaborativo, que cada vez tiene más presencia, por las múltiples posibilidades y ventajas que ofrece a los consumidores.

Algunas de las manifestaciones de este modelo de "economía compartida" son la posibilidad de compartir un trayecto de coche (Blablacar), alquilar vehículos entre personas (Socialcar), buscar diferentes modos para aparcar (YesWePark), intercambiar casas (Knok), dar nueva vida a libros viejos (Bookmoch) o compartir la red wifi (FON), entre otras.

Del poseer al compartir

Frente a la idea nuclear del consumo tradicional de ser propietario de bienes y servicios, el consumo colaborativo es un amplio y variado movimiento que defiende el acceso a esos bienes y servicios, pero sin poseerlos. En la web de consumo colaborativo de Albert Cañigueral se recoge que “la sociedad  de propietarios, el hiperconsumo, y el diseño para la basura son, simplemente, insostenibles”.

Por ello, al hiperconsumo basado en el crédito, la publicidad y la propiedad individual le ponen freno las ideas que pretenden caracterizar el siglo XXI, basadas en iniciativas de economía compartida a  través de la reputación, la comunidad y el acceso compartido.

Desde el movimiento también se hace especial hincapié en que compartir, colaborar, acceder e intercambiar bienes y servicios proporciona más beneficios y satisfacciones que el individualismo y la sociedad de usar y tirar.

Tres sistemas de consumo colaborativo

Los tres grandes sistemas de consumo colaborativo que se conocen y que más consolidados están, en primer lugar, el sistema que se basa en el uso compartido de productos, es decir, se paga una cantidad de dinero para usar un bien o servicio sin necesidad de comprarlo. En este sistema se enmarcan el carsharing, las lavadoras compartidas o el bicing.

Entre los beneficios que se obtienen de esta forma de consumo colaborativo está la reducción de la huella ecológica asociada a la fabricación, ya que se fabrican menos productos. Por otra parte, se pretende que se generen productos más resistentes, reparables y eficientes.

Un segundo sistema de consumo colaborativo es el de los mercados de redistribución, que redistribuyen bienes usados o adquiridos, y que ya han dejado de ser útiles para determinados consumidores. Algunos ejemplos de este sistema son las donaciones, las tiendas y talleres de segunda mano, los mercados de trueque o Ebay.

Sin embargo, este modelo de economía compartida puede incrementar la huella ecológica por transporte, y debe practicarse con control en los países menos desarrollados, para que productos redistribuidos desde el norte sean útiles allí, y no se conviertan en simples residuos.

El tercer sistema lo conforman los estilos de vida colaborativos, y se caracteriza por personas que tienen intereses comunes, y que se unen para compartir o intercambiar bienes. Algunos ejemplos son: los bancos del tiempo, las monedas alternativas o los grupos y cooperativas de consumo.

Este tercer sistema es la forma más social de entender el consumo colaborativo, y la menos ligada a motivaciones empresariales y más a la defensa del entorno y de la calidad de vida.

Alquiler de bicis. El bicing de Barcelona. Fuente: wikipedia.org.
Competencia desleal en el sector transportes

A medida que el consumo colaborativo crece con fuerza, los sistemas tradicionales de consumo comienzan a interpretar algunas de sus manifestaciones -por ejemplo, Uber - como "competencia desleal".

Uber es uno de los servicios de Internet que permite poner en contacto a conductores particulares para viajar por las ciudades. De hecho, taxistas de toda Europa se han manifestado para protestar por estos nuevos sistemas.

Sin embargo, la Comisión Europea ha rechazado la idea del Gobierno español de multar a los usuarios de coche compartido -que se ponen en contacto a través de aplicaciones como Uber- por considerar que se trata de una “medida extrema”. La propia Comisión ha reclamado al Gobierno de España que dialogue con las empresas para buscar una solución al conflicto.

Las protestas se producen porque, aunque las aplicaciones más importantes en relación al transporte sean Blablacar y Uber, esta segunda opción consiste en conectar a pasajeros con conductores que ofrecen un precio por trayecto. Uber se queda en esta conexión con un porcentaje del precio. En Blablacar, por el contrario, se produce un acuerdo entre particulares pero la plataforma no obtiene beneficio económico.

Por ello, ha sido la aplicación de Uber la que ha generado más polémica en el sector tradicional, ya que los sectores tradicionales hacen hincapié en que no son servicios regulados, que están al margen de la Ley y que les están quitando trabajo, sobre todo en las grandes ciudades.

Retos del consumo colaborativo

El consumo colaborativo como alternativa a un modelo económico que actualmente es insostenible obedece a una capacidad creativa de dar respuesta a las necesidades sociales, económicas y ambientales, teniendo en cuenta las posibilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías.

Frente a las protestas de los sectores más tradicionales por considerar algunas de estas prácticas fuera de la ley, responde el economista Miguel Puente, en unas declaraciones en el diario.es, “el problema real es que todo esto nace y crece mucho más rápido de lo que podamos prever, parar o legislar como a muchos les gustaría. Para cuando algo consiga estar al gusto de todos, nacerá otra plataforma capaz de saltárselo; y es que el problema de fondo es que la "inteligencia social”, que nace de la capacidad de interacción rápida y eficiente entre individuos, es más rápida que las propias instituciones”.

Por su parte,  Albert Cañigueral, creador de la web de consumo colaborativo antes mencionada, añade a la  opinión de Miguel Puente que sería importante obtener más datos para medir el impacto social y económico de este modelo de consumo, porque aunque ya se hable de una “transición desde la niñez del consumo colaborativo a la madurez” hay que seguir generando estudios independientes para poder medir el impacto real que tiene.



Rosae Martín Peña
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