Cartel de la obra. Fuente: Teatro Reina Victoria de Madrid.
Paolo Genovese, guionista y director italiano, se alzó en 2016 con su última película, Perfetti sconosciuti, con el premio al mejor guion de cine internacional en el Festival de cine de Tribeca y con el David de Donatello a la mejor película en Italia.
Poco después, compró los derechos de esa misma película el cineasta Alex de la Iglesia, que hizo una adaptación muy convincente hace unos meses y, ahora, David Serrano y Daniel Guzmán la adaptan a las tablas. Una (tragi)comedia que hace las delicias de un público de todas las edades y que abarrotaba las butacas del teatro.
Público en su mayoría respetuoso y atento, que sonríe, codea al acompañante con complicidad, se ríe a carcajadas, se tensa en silencio y, al cabo, aplaude a rabiar puesto en pie.
Pero también una minoría que no para de hablar y, lo que es más asombroso, de usar el telefonito para relacionarse con el exterior, por motivos urgentes, imaginamos, molestar a los actores con el insistente parpadeo y desconcertar a los vecinos de butaca: dan ganas de decirles “¿para qué vienes al teatro, si tantas ganas tienes de chatear?”
Y es que del uso de los móviles, de la intimidad que celan, trata la obra: un grupo de siete amigos, tres parejas y un séptimo solterón con novia reciente pero “indispuesta”, y que aún no conocen sus amigos, se reúnen en casa de dos de ellos, una psicóloga y un médico especializado en cirugía estética, en plena crisis de los cuarenta y tantos, hija adolescente, tensión doméstica, divorcio en el horizonte como alternativa y tal.
Poco después, compró los derechos de esa misma película el cineasta Alex de la Iglesia, que hizo una adaptación muy convincente hace unos meses y, ahora, David Serrano y Daniel Guzmán la adaptan a las tablas. Una (tragi)comedia que hace las delicias de un público de todas las edades y que abarrotaba las butacas del teatro.
Público en su mayoría respetuoso y atento, que sonríe, codea al acompañante con complicidad, se ríe a carcajadas, se tensa en silencio y, al cabo, aplaude a rabiar puesto en pie.
Pero también una minoría que no para de hablar y, lo que es más asombroso, de usar el telefonito para relacionarse con el exterior, por motivos urgentes, imaginamos, molestar a los actores con el insistente parpadeo y desconcertar a los vecinos de butaca: dan ganas de decirles “¿para qué vienes al teatro, si tantas ganas tienes de chatear?”
Y es que del uso de los móviles, de la intimidad que celan, trata la obra: un grupo de siete amigos, tres parejas y un séptimo solterón con novia reciente pero “indispuesta”, y que aún no conocen sus amigos, se reúnen en casa de dos de ellos, una psicóloga y un médico especializado en cirugía estética, en plena crisis de los cuarenta y tantos, hija adolescente, tensión doméstica, divorcio en el horizonte como alternativa y tal.
Telefonía y cimientos morales
De entre los amigos, otra pareja con niños aún pequeños, en el final de la treintena, y unos jóvenes recién casados que están “intentando” quedarse embarazados y que prodigan sin reparos sus arrumacos, frente a la evidente distancia de piel de las otras dos parejas, sumidas en la crisis o la simple rutina, esa que, dicen, mata el amor.
Todo comienza muy dicharachero, con sus copas y sus chanzas, hasta que la dueña de la casa, la psicóloga en crisis, a raíz de un simple comentario de pasada sobre la privacidad del móvil, propone un juego: dejarlos abiertos encima de la mesa y, durante la cena, ser testigos de todo lo que en ellos acontezca.
Esta es la exposición de una trama ingeniosa, divertida, más profunda de lo que parece, a ratos trágica y a ratos delirante, cuyo nudo y desenlace, resuelto en varios clímax y anticlímax sucesivos, según se pone el foco en uno u otro personaje, tejen esta farsa sobre la ocultación, la vida de pareja, la doble vida, el qué dirán, la aceptación de uno mismo, el engaño y la lealtad.
Entre risas y vinos (mucho vino), y comida: los actores cocinan y cenan y, se nota, se lo pasan muy bien en escena; hay mucha química entre ellos y una espléndida dirección que modula los golpes de efecto, los momentos dramáticos, trágicos y cómicos en una sinfonía de emociones que, al cabo, sacan el mejor aplauso de un público entregado.
Una especie de moraleja sobrevuela por la obra: para tomar café un rato todos somos estupendos, construir una vida en torno a los demás es ya otro cantar. Y esta otra: si todo lo que sé de mi pareja o de mis mejores amigos es la punta de un iceberg que destapa un telefonito, a lo mejor me tengo que replantear los cimientos morales con que se ha construido esta sociedad.
Para pasar un buen rato, reflexionar sobre algunas cosas, apagar el móvil antes de que se alce el telón, y darle alguna vuelta a lo que se ha visto y oído al salir a la noche otoñal del centro de Madrid. En obras.
De entre los amigos, otra pareja con niños aún pequeños, en el final de la treintena, y unos jóvenes recién casados que están “intentando” quedarse embarazados y que prodigan sin reparos sus arrumacos, frente a la evidente distancia de piel de las otras dos parejas, sumidas en la crisis o la simple rutina, esa que, dicen, mata el amor.
Todo comienza muy dicharachero, con sus copas y sus chanzas, hasta que la dueña de la casa, la psicóloga en crisis, a raíz de un simple comentario de pasada sobre la privacidad del móvil, propone un juego: dejarlos abiertos encima de la mesa y, durante la cena, ser testigos de todo lo que en ellos acontezca.
Esta es la exposición de una trama ingeniosa, divertida, más profunda de lo que parece, a ratos trágica y a ratos delirante, cuyo nudo y desenlace, resuelto en varios clímax y anticlímax sucesivos, según se pone el foco en uno u otro personaje, tejen esta farsa sobre la ocultación, la vida de pareja, la doble vida, el qué dirán, la aceptación de uno mismo, el engaño y la lealtad.
Entre risas y vinos (mucho vino), y comida: los actores cocinan y cenan y, se nota, se lo pasan muy bien en escena; hay mucha química entre ellos y una espléndida dirección que modula los golpes de efecto, los momentos dramáticos, trágicos y cómicos en una sinfonía de emociones que, al cabo, sacan el mejor aplauso de un público entregado.
Una especie de moraleja sobrevuela por la obra: para tomar café un rato todos somos estupendos, construir una vida en torno a los demás es ya otro cantar. Y esta otra: si todo lo que sé de mi pareja o de mis mejores amigos es la punta de un iceberg que destapa un telefonito, a lo mejor me tengo que replantear los cimientos morales con que se ha construido esta sociedad.
Para pasar un buen rato, reflexionar sobre algunas cosas, apagar el móvil antes de que se alce el telón, y darle alguna vuelta a lo que se ha visto y oído al salir a la noche otoñal del centro de Madrid. En obras.
Referencia:
Obra: Perfectos desconocidos.
Reparto: Alicia Borrachero, Antonio Pagudo, Olivia Molina, Elena Ballesteros, Fernando Soto, Jaime Zataraín e Ismael Fristchi.
Autor: Paolo Genovese.
Versión: David Serrano y Daniel Guzmán.
Dirección: Daniel Guzmán.
Lugar de representación: Teatro Reina Victoria de Madrid.
Obra: Perfectos desconocidos.
Reparto: Alicia Borrachero, Antonio Pagudo, Olivia Molina, Elena Ballesteros, Fernando Soto, Jaime Zataraín e Ismael Fristchi.
Autor: Paolo Genovese.
Versión: David Serrano y Daniel Guzmán.
Dirección: Daniel Guzmán.
Lugar de representación: Teatro Reina Victoria de Madrid.