Momento de la representación. Fuente: Teatro Lara.
Un público variopinto, aunque mayoritariamente treintañero, colmaba hasta la bandera la sala donde se iba a representar esta ácida y vitriólica comedia en tres actos (en realidad tres “entremeses” de 25 minutos y dos pequeños “pasos” de tres, más un prólogo y un epílogo) con un presunto tema común: la Fortuna, el Destino, representado por una mujer más maga de cabaret que diosa, lo cual le quitaba solemnidad y le añadía un cierto tono irónico y paródico a lo que se nos venía encima.
La primera obrita, dividida en dos espacios unidos por la línea telefónica, representa a un hijo muy desesperado y una madre (barbuda) muy inconsciente y “pasota” en lo que parece la despedida definitiva de ambos y una nueva vida para ella. Mediocre, con poca gracia, aunque no por culpa de los actores, que lo hacen muy bien.
La segunda pieza, la mejor de las tres, trata de un padre muy trasroscado en un viernes noche, que intenta sacar a su hijo adolescente de la tan responsable y estudiosa vida que lleva. El mundo al revés en una comedia trágica que acredita también la buena actuación de ambos actores y un final a lo sexto sentido que tiene su aquel.
El tercer acto de este espectáculo nos lleva al día a día de dos mendigos amigos y compañeros de manta y tetrabrik. La resolución algo tópica no añade gracia excesiva al asunto, que se cierra, de nuevo, con la aparición de la “maga”, digo, de la diosa Fortuna, para “amenazarnos” con sonrisa pícara de que nunca se puede estar seguros en esta vida y de que a la vuelta de la esquina nos puede estar esperando una cáscara de plátano (metafórica) sobre la que resbale y naufrague todo nuestro porvenir enjundiosamente organizado.
La primera obrita, dividida en dos espacios unidos por la línea telefónica, representa a un hijo muy desesperado y una madre (barbuda) muy inconsciente y “pasota” en lo que parece la despedida definitiva de ambos y una nueva vida para ella. Mediocre, con poca gracia, aunque no por culpa de los actores, que lo hacen muy bien.
La segunda pieza, la mejor de las tres, trata de un padre muy trasroscado en un viernes noche, que intenta sacar a su hijo adolescente de la tan responsable y estudiosa vida que lleva. El mundo al revés en una comedia trágica que acredita también la buena actuación de ambos actores y un final a lo sexto sentido que tiene su aquel.
El tercer acto de este espectáculo nos lleva al día a día de dos mendigos amigos y compañeros de manta y tetrabrik. La resolución algo tópica no añade gracia excesiva al asunto, que se cierra, de nuevo, con la aparición de la “maga”, digo, de la diosa Fortuna, para “amenazarnos” con sonrisa pícara de que nunca se puede estar seguros en esta vida y de que a la vuelta de la esquina nos puede estar esperando una cáscara de plátano (metafórica) sobre la que resbale y naufrague todo nuestro porvenir enjundiosamente organizado.
Humor de garrafón
Creo que el prólogo del Destino, y su epílogo simétrico de “ya se lo dije”, didácticos, moralizantes, no aportan mucho, más bien nada, se trata de tres obritas de un acto que, por conveniencia, se han decidido zurcir juntas para armar una función de hora y media.
De hecho, el único episodio que tiene algo que ver con el “destino” o el azar es el tercero, cuando al mendigo le toca el décimo de lotería, aunque luego ni eso, pues se trata solo de un trampantojo, de un giro de guion para la ulterior “sorpresa”.
En fin, la función, irregular, irreverente (a ratos), divertida (a trancos) tiene más virtudes que defectos: a lo mejor hay que limar algunas transiciones, algunas actuaciones (la actriz, Verónica Antonucci entró muy nerviosa en escena y luego fue ganando en aplomo y buen hacer), repensar los momentos más obvios y de chafarrinón grueso: el humor, cuando no es inteligente y es de garrafón, genera alguna sonora carcajada, pero no satisface y, a lo mejor, al respetable le queda un poso de tedio o de sal gruesa que puede empañar una obra discreta, pero digna.
Creo que el prólogo del Destino, y su epílogo simétrico de “ya se lo dije”, didácticos, moralizantes, no aportan mucho, más bien nada, se trata de tres obritas de un acto que, por conveniencia, se han decidido zurcir juntas para armar una función de hora y media.
De hecho, el único episodio que tiene algo que ver con el “destino” o el azar es el tercero, cuando al mendigo le toca el décimo de lotería, aunque luego ni eso, pues se trata solo de un trampantojo, de un giro de guion para la ulterior “sorpresa”.
En fin, la función, irregular, irreverente (a ratos), divertida (a trancos) tiene más virtudes que defectos: a lo mejor hay que limar algunas transiciones, algunas actuaciones (la actriz, Verónica Antonucci entró muy nerviosa en escena y luego fue ganando en aplomo y buen hacer), repensar los momentos más obvios y de chafarrinón grueso: el humor, cuando no es inteligente y es de garrafón, genera alguna sonora carcajada, pero no satisface y, a lo mejor, al respetable le queda un poso de tedio o de sal gruesa que puede empañar una obra discreta, pero digna.
Referencia:
La vida no es un lugar seguro, Teatro Lara
Autores: Pablo Aguinaga, Sergio Aguinaga y Javier Lorenzo
Dirección: Pablo Aguinaga y Javier Lorenzo
Reparto: Joserra Fudio, Javi Ruiz, Eduardo Paramo, Rodrigo Antonucci y Veronica Antonucci
Del 12 de junio al 17 de julio de 2018, a las 20:15.
La vida no es un lugar seguro, Teatro Lara
Autores: Pablo Aguinaga, Sergio Aguinaga y Javier Lorenzo
Dirección: Pablo Aguinaga y Javier Lorenzo
Reparto: Joserra Fudio, Javi Ruiz, Eduardo Paramo, Rodrigo Antonucci y Veronica Antonucci
Del 12 de junio al 17 de julio de 2018, a las 20:15.