Isabel González Gil (Salamanca, 1982) irrumpe en el panorama de la joven poesía española con un primer libro, premiado en el prestigioso premio Gastón Baquero.
La cuidada edición, de la editorial Verbum, da paso a un poemario caracterizado por la alta calidad y la tersura de los versos, la hondura de la mirada, el sonido brillante o mate de sus intuiciones y ritmos que reflejan, trasmiten, un poso de cuidado y de buen hacer de muchos años: no hay titubeos, versos sobrantes, poemas de relleno, todo está colocado en su sitial, en su hornacina, conformando un retablo, un tejido facetado e iridescente que ahonda en su impresión de significado a cada lectura.
Libro, pues, de madurez a pesar de todo, que se asoma al mundo, exterior e interior, más allá y más acá del cuerpo y de sus sombras, con la mirada y el temblor de quien desea mejorarlo, merecerlo, iluminarlo.
El libro está dividido (ordenado) en cinco partes, que tratan temas muy distintos pero desde una misma tonalidad poética: versos poderosos, paradojas, antítesis, intuición de despertar, de ver por primera vez el mundo, indagación de los límites entre lo real y lo irreal (como indica el también poeta Álvaro Galán en la contraportada): el origen, la pareja, la ciudad, la propia escritura o la iluminación mística de la mano de Anibal Núñez, uno de los claros referentes poéticos de González Gil.
La cuidada edición, de la editorial Verbum, da paso a un poemario caracterizado por la alta calidad y la tersura de los versos, la hondura de la mirada, el sonido brillante o mate de sus intuiciones y ritmos que reflejan, trasmiten, un poso de cuidado y de buen hacer de muchos años: no hay titubeos, versos sobrantes, poemas de relleno, todo está colocado en su sitial, en su hornacina, conformando un retablo, un tejido facetado e iridescente que ahonda en su impresión de significado a cada lectura.
Libro, pues, de madurez a pesar de todo, que se asoma al mundo, exterior e interior, más allá y más acá del cuerpo y de sus sombras, con la mirada y el temblor de quien desea mejorarlo, merecerlo, iluminarlo.
El libro está dividido (ordenado) en cinco partes, que tratan temas muy distintos pero desde una misma tonalidad poética: versos poderosos, paradojas, antítesis, intuición de despertar, de ver por primera vez el mundo, indagación de los límites entre lo real y lo irreal (como indica el también poeta Álvaro Galán en la contraportada): el origen, la pareja, la ciudad, la propia escritura o la iluminación mística de la mano de Anibal Núñez, uno de los claros referentes poéticos de González Gil.
Sillares de piedra
A la poeta le apasionan, al mismo tiempo, el ángel de las certezas y la mirada interrogadora sobre el cielo oscuro (Odilon Redon), el cuerpo como porción incendiada del alma: el alma percibida por los cinco sentidos, tejer y destejer, el huso y la rueca, la madeja, o la cabeza de Medusa en un museo de Lyon y las manos de Nelly Sachs, la gran poeta alemana judía, exiliada en Suecia y premio Nobel, a la que dedica un sentido poema-homenaje que bien vale por toda una poética.
Hay poemas que querrían directamente ser sillares de piedra, cuerpo en sombra, y construir con ellos ciudades invisibles, ciudades habitables, ciudades que enaltecieran a los seres humanos hasta elevarlos a su condición de tales; otros, en cambio, fulgen en desbandada hacia la luz, tejen como enredaderas sus escalas celestiales: la poeta nos arrastra, nos exalta, nos enseña el mundo nuevo de tan viejo, y viceversa, como en el extraordinario Las mujeres foca, en el que adopta una mitología nórdica, una inquietante leyenda, y la imbrica exquisitamente en la cosmovisión propia, y la apuntala y expande hacia territorios tan ignotos e inquietantes como fascinantes y atractivos.
Para terminar, y a fin de que el lector se haga una idea literal de lo que glosamos; escuchen:
Impura, heterogénea
hecha de retales
de conciencias mudas
y estridentes
tejida de ti
de botines y despojos
nostalgia, brotes tercos
pavores, huellas
latitudes puras, souvenirs
madejas, marcas, pistas
sola, múltiple.
Un libro imprescindible desde ahora, un nombre que nos dará, estoy seguro, muchas alegrías en el futuro, muchas iluminaciones, más sombras, más cuerpos, y más, muchas más, enredaderas de luz hacia la luz.
A la poeta le apasionan, al mismo tiempo, el ángel de las certezas y la mirada interrogadora sobre el cielo oscuro (Odilon Redon), el cuerpo como porción incendiada del alma: el alma percibida por los cinco sentidos, tejer y destejer, el huso y la rueca, la madeja, o la cabeza de Medusa en un museo de Lyon y las manos de Nelly Sachs, la gran poeta alemana judía, exiliada en Suecia y premio Nobel, a la que dedica un sentido poema-homenaje que bien vale por toda una poética.
Hay poemas que querrían directamente ser sillares de piedra, cuerpo en sombra, y construir con ellos ciudades invisibles, ciudades habitables, ciudades que enaltecieran a los seres humanos hasta elevarlos a su condición de tales; otros, en cambio, fulgen en desbandada hacia la luz, tejen como enredaderas sus escalas celestiales: la poeta nos arrastra, nos exalta, nos enseña el mundo nuevo de tan viejo, y viceversa, como en el extraordinario Las mujeres foca, en el que adopta una mitología nórdica, una inquietante leyenda, y la imbrica exquisitamente en la cosmovisión propia, y la apuntala y expande hacia territorios tan ignotos e inquietantes como fascinantes y atractivos.
Para terminar, y a fin de que el lector se haga una idea literal de lo que glosamos; escuchen:
Impura, heterogénea
hecha de retales
de conciencias mudas
y estridentes
tejida de ti
de botines y despojos
nostalgia, brotes tercos
pavores, huellas
latitudes puras, souvenirs
madejas, marcas, pistas
sola, múltiple.
Un libro imprescindible desde ahora, un nombre que nos dará, estoy seguro, muchas alegrías en el futuro, muchas iluminaciones, más sombras, más cuerpos, y más, muchas más, enredaderas de luz hacia la luz.