Un asteroide de entre 20 y 40 metros de diámetro pasará entre la Tierra y la Luna, a una distancia aproximada de 165.000 km, el 26 de febrero de 2082, según ha podido determinar el Gran Telescopio de Canarias (GTC), uno de los más avanzados del mundo.
En caso de impactar con la Tierra, este asteroide podría generar una catástrofe similar a la que provocó en Tunguska, el 30 de junio de 1908, una roca espacial de aproximadamente 37 metros de ancho: penetró la atmósfera terrestre y detonó en el cielo, liberando una energía equivalente a alrededor de 185 bombas de Hiroshima.
El impacto de Tunguska, en la meseta central siberiana, incendió y derribó árboles en un área de 2.150 kilómetros cuadrados, rompiendo ventanas y haciendo caer a la gente al suelo en un radio de 400 km. Durante varios días, las noches fueron tan brillantes en zonas de Rusia y Europa que se podía leer tras la puesta de sol sin necesidad de luz artificial.
La energía liberada por este episodio se ha calculado en 30 megatones y si hubiera tenido lugar en una zona poblada, se habría producido una masacre de enormes dimensiones.
Descubierto hace tres meses
El asteroide que nos visita dentro de 73 años fue descubierto hace muy poco, el 28 de febrero de 2019, cuando estaba aproximadamente a 1.000.000 km de la Tierra y se le puso el nombre de 2019 DS1. Desde entonces se fue alejando rápidamente de nuestro planeta.
El GTC lo ha vuelto a observar ahora a más de 50.000.000 de km y, gracias a los datos obtenidos, ha podido determinar que volverá a acercarse a la Tierra y que estará mucho más cerca de lo que está la Luna, de la que nos separan 384.400 kilómetros.
"El seguimiento de estos asteroides es de fundamental importancia para el programa de Defensa Planetaria", señala Julia de León, Investigadora Principal del grupo del Sistema Solar del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) en un comunicado.
Y añade: "La determinación temprana de un posible impacto permitiría tomar las medidas necesarias para evitarlo o minimizar sus efectos". Estas observaciones y misiones espaciales como Hera (misión que está planificando la ESA), son esenciales para proteger a nuestro planeta del impacto de un asteroide.
Escenario 2027
Coincidiendo con la revelación del IAC, la pasada semana se celebró en Washington la sexta conferencia sobre defensa planetaria, que trabajó con un escenario catastrófico parecido a lo que podría representar la amenaza real del 2019 DS1.
Aunque este escenario es realista en muchos sentidos, es completamente ficticio y no describe un impacto potencial real de asteroides. En este escenario imaginario, el asteroide mediría entre 100 y 300 metros de diámetro, habría sido detectado a 50 millones de kilómetros el 26 de marzo de este año y se dirige hacia nuestro planeta a una velocidad de 50.000 kilómetros por hora. Su trayectoria le conduce a un posible impacto con nuestro planeta en 2027.
Aunque esta posibilidad es de solo un 1 por ciento, el riesgo sería equivalente a 70.000 veces la bomba de Hiroshima, ya que podría generar una energía colosal equivalente a mil millones de toneladas de TNT y sus consecuencias serían planetarias.
En caso de impactar con la Tierra, este asteroide podría generar una catástrofe similar a la que provocó en Tunguska, el 30 de junio de 1908, una roca espacial de aproximadamente 37 metros de ancho: penetró la atmósfera terrestre y detonó en el cielo, liberando una energía equivalente a alrededor de 185 bombas de Hiroshima.
El impacto de Tunguska, en la meseta central siberiana, incendió y derribó árboles en un área de 2.150 kilómetros cuadrados, rompiendo ventanas y haciendo caer a la gente al suelo en un radio de 400 km. Durante varios días, las noches fueron tan brillantes en zonas de Rusia y Europa que se podía leer tras la puesta de sol sin necesidad de luz artificial.
La energía liberada por este episodio se ha calculado en 30 megatones y si hubiera tenido lugar en una zona poblada, se habría producido una masacre de enormes dimensiones.
Descubierto hace tres meses
El asteroide que nos visita dentro de 73 años fue descubierto hace muy poco, el 28 de febrero de 2019, cuando estaba aproximadamente a 1.000.000 km de la Tierra y se le puso el nombre de 2019 DS1. Desde entonces se fue alejando rápidamente de nuestro planeta.
El GTC lo ha vuelto a observar ahora a más de 50.000.000 de km y, gracias a los datos obtenidos, ha podido determinar que volverá a acercarse a la Tierra y que estará mucho más cerca de lo que está la Luna, de la que nos separan 384.400 kilómetros.
"El seguimiento de estos asteroides es de fundamental importancia para el programa de Defensa Planetaria", señala Julia de León, Investigadora Principal del grupo del Sistema Solar del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) en un comunicado.
Y añade: "La determinación temprana de un posible impacto permitiría tomar las medidas necesarias para evitarlo o minimizar sus efectos". Estas observaciones y misiones espaciales como Hera (misión que está planificando la ESA), son esenciales para proteger a nuestro planeta del impacto de un asteroide.
Escenario 2027
Coincidiendo con la revelación del IAC, la pasada semana se celebró en Washington la sexta conferencia sobre defensa planetaria, que trabajó con un escenario catastrófico parecido a lo que podría representar la amenaza real del 2019 DS1.
Aunque este escenario es realista en muchos sentidos, es completamente ficticio y no describe un impacto potencial real de asteroides. En este escenario imaginario, el asteroide mediría entre 100 y 300 metros de diámetro, habría sido detectado a 50 millones de kilómetros el 26 de marzo de este año y se dirige hacia nuestro planeta a una velocidad de 50.000 kilómetros por hora. Su trayectoria le conduce a un posible impacto con nuestro planeta en 2027.
Aunque esta posibilidad es de solo un 1 por ciento, el riesgo sería equivalente a 70.000 veces la bomba de Hiroshima, ya que podría generar una energía colosal equivalente a mil millones de toneladas de TNT y sus consecuencias serían planetarias.
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Afinando reacciones
La finalidad de imaginar esta posibilidad es afinar los métodos de observación y decidir qué medidas podrían tomarse para impedir o minimizar el impacto imaginario, ya que los astrónomos son conscientes de que la posibilidad de un choque con un asteroide es algo real y cotidiano en la historia del universo. Lo recordó expresamente Jim Bridenstine, jefe de la NASA, al inicio de la conferencia.
Los datos históricos son además muy elocuentes: cada 60 años, cae sobre la Tierra un asteroide de 20 metros. Cada 10.000 años, uno de 140 metros. De más de un kilómetro, cada 750.000 años, y de más de 10 kilómetros, cada 100 millones de años.
Los cuerpos de más de un kilómetro son bien conocidos por los astrónomos y no representan ninguna amenaza para este siglo, pero se ha determinado que alrededor del 20% de los cuerpos celestes perdidos en el espacio que tienen más de 100 metros, cruzarán en algún momento la órbita terrestre.
En caso de posible amenaza, no lo sabremos sino con algunos meses o semanas de anticipación, lo que deja muy poco tiempo para proceder a evacuación de población, sobre todo teniendo en cuenta que determinar el lugar preciso del impacto sólo podrá conocerse días antes, con varios cientos de kilómetros de margen de error.
Este conjunto de eventualidades es el que lleva a los expertos a trabajar sobre el escenario del asteroide imaginario que avanza hacia la Tierra a toda velocidad, con la finalidad de aprender a calcular su posible lugar de impacto (siempre en una simulación), qué países harían qué en ese supuesto, y las posibles técnicas que se podrían usar para impedir el impacto.
Tres técnicas
La primera técnica sería enviar un objeto de varias toneladas a las proximidades del peligroso asteroide para que su masa perturbe poco a poco su órbita y se aleje de nosotros. Esta técnica sólo sería posible para asteroides relativamente pequeños y detectados al menos con diez años de anticipación. Se descarta para el escenario en el que trabajan actualmente.
La segunda técnica sería enviar a las proximidades del asteroide un misil con carga atómica que consiga, no tanto destruirlo, sino desviarlo por efecto de la explosión nuclear. Sólo podría enviarse meses antes del previsible impacto.
La tercera técnica, la más plausible, consiste en enviar un objeto para que impacte sobre el asteroide y conseguir así desviarlo de su trayectoria. Habría que actuar con años de anticipación para esperar algún resultado satisfactorio. La NASA prevé en 2022 comprobar si el impacto de una nave espacial podría desviar con éxito un pequeño asteroide.
La finalidad de imaginar esta posibilidad es afinar los métodos de observación y decidir qué medidas podrían tomarse para impedir o minimizar el impacto imaginario, ya que los astrónomos son conscientes de que la posibilidad de un choque con un asteroide es algo real y cotidiano en la historia del universo. Lo recordó expresamente Jim Bridenstine, jefe de la NASA, al inicio de la conferencia.
Los datos históricos son además muy elocuentes: cada 60 años, cae sobre la Tierra un asteroide de 20 metros. Cada 10.000 años, uno de 140 metros. De más de un kilómetro, cada 750.000 años, y de más de 10 kilómetros, cada 100 millones de años.
Los cuerpos de más de un kilómetro son bien conocidos por los astrónomos y no representan ninguna amenaza para este siglo, pero se ha determinado que alrededor del 20% de los cuerpos celestes perdidos en el espacio que tienen más de 100 metros, cruzarán en algún momento la órbita terrestre.
En caso de posible amenaza, no lo sabremos sino con algunos meses o semanas de anticipación, lo que deja muy poco tiempo para proceder a evacuación de población, sobre todo teniendo en cuenta que determinar el lugar preciso del impacto sólo podrá conocerse días antes, con varios cientos de kilómetros de margen de error.
Este conjunto de eventualidades es el que lleva a los expertos a trabajar sobre el escenario del asteroide imaginario que avanza hacia la Tierra a toda velocidad, con la finalidad de aprender a calcular su posible lugar de impacto (siempre en una simulación), qué países harían qué en ese supuesto, y las posibles técnicas que se podrían usar para impedir el impacto.
Tres técnicas
La primera técnica sería enviar un objeto de varias toneladas a las proximidades del peligroso asteroide para que su masa perturbe poco a poco su órbita y se aleje de nosotros. Esta técnica sólo sería posible para asteroides relativamente pequeños y detectados al menos con diez años de anticipación. Se descarta para el escenario en el que trabajan actualmente.
La segunda técnica sería enviar a las proximidades del asteroide un misil con carga atómica que consiga, no tanto destruirlo, sino desviarlo por efecto de la explosión nuclear. Sólo podría enviarse meses antes del previsible impacto.
La tercera técnica, la más plausible, consiste en enviar un objeto para que impacte sobre el asteroide y conseguir así desviarlo de su trayectoria. Habría que actuar con años de anticipación para esperar algún resultado satisfactorio. La NASA prevé en 2022 comprobar si el impacto de una nave espacial podría desviar con éxito un pequeño asteroide.