Imagen: geralt. Fuente: Pixabay.
Los métodos clásicos de abordaje científicos no habían demostrado, hasta hace unos años, resultados satisfactorios en el conocimiento del funcionamiento ni en la descripción del sustrato neuroanatómico de la conciencia. De hecho, además, la fuerte tendencia a mantener la dicotomía mente-cerebro en las corrientes psicológicas más relevantes, habían alejado aún más, el abordaje científico del estudio de la conciencia.
Sin embargo, en los últimos años, tres puntos clave en el desarrollo de la psicología y la medicina respectivamente, han permitido un mejor abordaje científico de la conciencia. Con ello se ha venido mejorando, considerablemente, no solo nuestro conocimiento actual sobre la conciencia sino, también, aumentando el interés de la comunidad científica sobre el tema.
La dificultad de la definición de “conciencia” se asocia directamente con la problemática en cuanto al estudio científico de la conciencia. Los métodos clásicos de abordaje científicos no habían demostrado, hasta hace unos años, resultados satisfactorios en el conocimiento del funcionamiento ni en la descripción del sustrato neuroanatómico de la conciencia.
De hecho, además, la fuerte tendencia a mantener la dicotomía mente-cerebro en las corrientes psicológicas más relevantes, habían alejado aún más, el abordaje científico del estudio de la conciencia. Sin embargo, en los últimos años, tres puntos clave en el desarrollo de la psicología y la medicina respectivamente, han permitido un mejor abordaje científico de la conciencia mejorando, considerablemente, no solo nuestro conocimiento actual sobre la misma sino, también, aumentando el interés de la comunidad científica sobre el tema.
Estos tres puntos clave se resumen en: el desarrollo experimentado por la Neurociencia cognitiva y la Neuropsicología en el estudio de la función cognitiva y el sustrato neuroanatómico que la sustenta, básicamente, a través de estudios de neuroimagen funcional; el avance en los diseños experimentales de inteligencia artificial que están permitiendo generar sistemas artificiales de conciencia; y el desarrollo científico que ha permitido superar las teorías psicológicas basadas en la dicotomía mente cerebro favoreciendo visiones más integradoras de las neurociencias.
Aunque, en la actualidad, el concepto de conciencia sigue siendo difícil de conceptualizar, se ha establecido un consenso en cuanto a la presencia de diferentes subsistemas de conciencia, que mantendrían un funcionamiento autónomo aunque integrado. Estos sistemas son: el sistema de vigilancia o alerta, el sistema de conocimiento, la autoconciencia y la Teoría de la Mente.
Cada uno de estos componentes forma parte de un sistema de procesamiento del más alto nivel, que tiene un sustrato neurobiológico diferenciado que aumenta, aún más, la dificultad de la conceptualización del término conciencia.
Considerando la participación de los 4 subsistemas previamente mencionados en la conciencia, podemos asumir una visión jerárquica de la misma a partir de la cual los componentes más básicos del sistema (los sistemas atencionales y el sistema de conocimiento) serán necesarios para el desarrollo de los módulos más complejos (autoconciencia y Teoría de la Mente).
De hecho, si valoramos el sustrato neuroanatómico de cada uno de estos componentes del sistema, también podremos establecer este modelo jerárquico ya que las áreas cerebrales implicadas en los procesos más básicos son zonas más antiguas en el desarrollo de la especie y del propio individuo, mientras las áreas encargas de sustentar los procesos más complejos se asocian con las estructuras más recientes de dicho desarrollo.
Sin embargo, en los últimos años, tres puntos clave en el desarrollo de la psicología y la medicina respectivamente, han permitido un mejor abordaje científico de la conciencia. Con ello se ha venido mejorando, considerablemente, no solo nuestro conocimiento actual sobre la conciencia sino, también, aumentando el interés de la comunidad científica sobre el tema.
La dificultad de la definición de “conciencia” se asocia directamente con la problemática en cuanto al estudio científico de la conciencia. Los métodos clásicos de abordaje científicos no habían demostrado, hasta hace unos años, resultados satisfactorios en el conocimiento del funcionamiento ni en la descripción del sustrato neuroanatómico de la conciencia.
De hecho, además, la fuerte tendencia a mantener la dicotomía mente-cerebro en las corrientes psicológicas más relevantes, habían alejado aún más, el abordaje científico del estudio de la conciencia. Sin embargo, en los últimos años, tres puntos clave en el desarrollo de la psicología y la medicina respectivamente, han permitido un mejor abordaje científico de la conciencia mejorando, considerablemente, no solo nuestro conocimiento actual sobre la misma sino, también, aumentando el interés de la comunidad científica sobre el tema.
Estos tres puntos clave se resumen en: el desarrollo experimentado por la Neurociencia cognitiva y la Neuropsicología en el estudio de la función cognitiva y el sustrato neuroanatómico que la sustenta, básicamente, a través de estudios de neuroimagen funcional; el avance en los diseños experimentales de inteligencia artificial que están permitiendo generar sistemas artificiales de conciencia; y el desarrollo científico que ha permitido superar las teorías psicológicas basadas en la dicotomía mente cerebro favoreciendo visiones más integradoras de las neurociencias.
Aunque, en la actualidad, el concepto de conciencia sigue siendo difícil de conceptualizar, se ha establecido un consenso en cuanto a la presencia de diferentes subsistemas de conciencia, que mantendrían un funcionamiento autónomo aunque integrado. Estos sistemas son: el sistema de vigilancia o alerta, el sistema de conocimiento, la autoconciencia y la Teoría de la Mente.
Cada uno de estos componentes forma parte de un sistema de procesamiento del más alto nivel, que tiene un sustrato neurobiológico diferenciado que aumenta, aún más, la dificultad de la conceptualización del término conciencia.
Considerando la participación de los 4 subsistemas previamente mencionados en la conciencia, podemos asumir una visión jerárquica de la misma a partir de la cual los componentes más básicos del sistema (los sistemas atencionales y el sistema de conocimiento) serán necesarios para el desarrollo de los módulos más complejos (autoconciencia y Teoría de la Mente).
De hecho, si valoramos el sustrato neuroanatómico de cada uno de estos componentes del sistema, también podremos establecer este modelo jerárquico ya que las áreas cerebrales implicadas en los procesos más básicos son zonas más antiguas en el desarrollo de la especie y del propio individuo, mientras las áreas encargas de sustentar los procesos más complejos se asocian con las estructuras más recientes de dicho desarrollo.
El sistema de vigilancia o Arousal
El sistema de alerta o vigilancia, también conocido como Arousal, se relaciona con la capacidad del organismo para responder ante cualquier estímulo, ya sea interno o externo. Se relaciona con el concepto de “estar despierto”. Se trata, por tanto, de un componente del sistema de conciencia que carece de información específica. Incluye, tanto el componente más básico de alerta al entorno, así como un componente más complejo relacionado con el proceso de atención selectiva que permite seleccionar de entre todos los estímulos del entorno (interno o externo) aquel que nos interesa en cada momento.
El sistema de vigilancia se sustenta en estructuras cerebrales básicas para la supervivencia como el sistema reticular activador, el tálamo, el sistema límbico o los ganglios basales. Es, sin embargo, el sistema reticular activador el área, quizá, más importante del sistema, que aporta energía al sistema de conexiones entre el tálamo y la corteza cerebral activándolo y facilitando, así, las conexiones entre diferentes áreas corticales. No obstante, y aunque el sistema activador reticular tenga un papel fundamental, el Arousal mantiene también relaciones anatómicas con estructuras hipotalámicas y bulbares, asociadas con conexiones neuronales noradrenérgicas, dopaminérgicas, acetilcolinérgicas e histaminérgicas.
El sistema de conocimiento
El segundo componente del sistema de conciencia es el sistema de conocimiento que permite la propia experiencia consciente, que mantendrá siempre un carácter subjetivo ya que implica la conexión con el conocimiento propio del individuo.
Se relaciona así, con la experiencia subjetiva de un individuo ante un hecho cualquiera en la cual, se relacionarán el nuevo conocimiento adquirido con los conocimientos previos almacenados en la memoria. Esta capacidad perceptiva de conocimiento subjetivo implica la activación cerebral de redes neurales que conectan el tálamo con la corteza, permitiendo un proceso neuronal distribuido.
Autoconocimiento
El primero de los componentes más complejos del sistema de conciencia es la autoconciencia, que se relaciona con la capacidad de autorregulación y autoreconocimiento de un individuo. Es decir, se asocia con la capacidad de monitorización del pasado y con la predicción de posibles consecuencias en el futuro, además de la posibilidad de reconocer el organismo y el cuerpo como propio. Autoconciencia es, en general, la conciencia de un individuo de tener conciencia.
Esta función, de alta complejidad, está localizada en el córtex prefrontal, que se trata del área cerebral que se desarrolla más tardíamente en la persona, ya que sustenta las funciones cognitivas más complejas. La autoconciencia se relaciona con la corteza prefrontal porque, además, esta zona cerebral cumple varios requisitos que lo favorecen: recibe inputs de todas las áreas sensoriales, recibe señales de las regiones somatosensoriales (que sustentan la capacidad de percibir estados corporales actuales y también pasados) y mantiene conexiones con las regiones que regulan el propio funcionamiento cerebral.
Además, la autoconciencia requiere también de los lóbulos temporales y la amígdala para un buen funcionamiento. Así, los lóbulos temporales permitirían establecer relaciones de los nuevos conocimientos con aprendizajes previos, estableciendo conexiones que permitirían mejorar la regulación de la conducta desde una perspectiva subjetiva. De otra forma, la amígdala estaría más relacionada con la asignación de significado emocional a las experiencias subjetivas y, por tanto, a la conciencia que tenemos de uno mismo.
El sistema de alerta o vigilancia, también conocido como Arousal, se relaciona con la capacidad del organismo para responder ante cualquier estímulo, ya sea interno o externo. Se relaciona con el concepto de “estar despierto”. Se trata, por tanto, de un componente del sistema de conciencia que carece de información específica. Incluye, tanto el componente más básico de alerta al entorno, así como un componente más complejo relacionado con el proceso de atención selectiva que permite seleccionar de entre todos los estímulos del entorno (interno o externo) aquel que nos interesa en cada momento.
El sistema de vigilancia se sustenta en estructuras cerebrales básicas para la supervivencia como el sistema reticular activador, el tálamo, el sistema límbico o los ganglios basales. Es, sin embargo, el sistema reticular activador el área, quizá, más importante del sistema, que aporta energía al sistema de conexiones entre el tálamo y la corteza cerebral activándolo y facilitando, así, las conexiones entre diferentes áreas corticales. No obstante, y aunque el sistema activador reticular tenga un papel fundamental, el Arousal mantiene también relaciones anatómicas con estructuras hipotalámicas y bulbares, asociadas con conexiones neuronales noradrenérgicas, dopaminérgicas, acetilcolinérgicas e histaminérgicas.
El sistema de conocimiento
El segundo componente del sistema de conciencia es el sistema de conocimiento que permite la propia experiencia consciente, que mantendrá siempre un carácter subjetivo ya que implica la conexión con el conocimiento propio del individuo.
Se relaciona así, con la experiencia subjetiva de un individuo ante un hecho cualquiera en la cual, se relacionarán el nuevo conocimiento adquirido con los conocimientos previos almacenados en la memoria. Esta capacidad perceptiva de conocimiento subjetivo implica la activación cerebral de redes neurales que conectan el tálamo con la corteza, permitiendo un proceso neuronal distribuido.
Autoconocimiento
El primero de los componentes más complejos del sistema de conciencia es la autoconciencia, que se relaciona con la capacidad de autorregulación y autoreconocimiento de un individuo. Es decir, se asocia con la capacidad de monitorización del pasado y con la predicción de posibles consecuencias en el futuro, además de la posibilidad de reconocer el organismo y el cuerpo como propio. Autoconciencia es, en general, la conciencia de un individuo de tener conciencia.
Esta función, de alta complejidad, está localizada en el córtex prefrontal, que se trata del área cerebral que se desarrolla más tardíamente en la persona, ya que sustenta las funciones cognitivas más complejas. La autoconciencia se relaciona con la corteza prefrontal porque, además, esta zona cerebral cumple varios requisitos que lo favorecen: recibe inputs de todas las áreas sensoriales, recibe señales de las regiones somatosensoriales (que sustentan la capacidad de percibir estados corporales actuales y también pasados) y mantiene conexiones con las regiones que regulan el propio funcionamiento cerebral.
Además, la autoconciencia requiere también de los lóbulos temporales y la amígdala para un buen funcionamiento. Así, los lóbulos temporales permitirían establecer relaciones de los nuevos conocimientos con aprendizajes previos, estableciendo conexiones que permitirían mejorar la regulación de la conducta desde una perspectiva subjetiva. De otra forma, la amígdala estaría más relacionada con la asignación de significado emocional a las experiencias subjetivas y, por tanto, a la conciencia que tenemos de uno mismo.
Imagen: WikiImages. Fuente: Pixabay.
Teoría de la Mente
Por último, la Teoría de la Mente, como el segundo de los componentes más complejos de la conciencia, es aquella capacidad que nos permite ponernos en el lugar de otros, siendo capaces de inferir los estados mentales de los demás. Se incluye dentro de los procesos que implican el conocimiento de las propias funciones cognitivas y, por eso, se incluye dentro de los procesos cognitivos de más alto nivel.
Como uno de esos procesos de alta capacidad cognitiva, la Teoría de la Mente se relaciona anatómicamente con estructuras igualmente complejas como son los lóbulos frontales, fundamentalmente asociados con las áreas más mediales, generalmente lateralizados en la región izquierda (aunque en este aspecto no existe, aún, consenso encontrando autores que lo relacionan con el hemisferio cerebral derecho).
Además, parecería que, para que un individuo desarrolle adecuadamente su propia Teoría de la Mente, las áreas frontales mediales deben establecer conexiones con las regiones temporales (que parecen funcionar como estructuras facilitadoras de los requisitos previos necesarios). No es posible olvidar, en ningún caso, en relación con la Teoría de la Mente, la aportación de otras regiones cerebrales como el córtex prefrontal orbitofrontal o la amígdala en aquellas intervenciones que mantengan una naturaleza emocional.
Es decir, y para concluir, el concepto de conciencia se encuentra, aún hoy, dentro del proceso de definición del término porque implica una gran complejidad. Derivada de esa complejidad, la base neurobiológica de la conciencia se asocia, igualmente, con un amplio número de estructuras implicadas que, a su vez, establecen conexiones entre sí y, también, con otras regiones cerebrales.
Entre las estructuras cerebrales implicadas en la conciencia se incluyen, fundamentalmente, el sistema reticular activador, el tálamo, los ganglios basales o la corteza cerebral para los procesos más básicos y, la corteza prefrontal medial y orbitofrontal (así como las conexiones que establece con otras regiones corticales) o el sistema límbico para los procesos más complejos de la conciencia. Por tanto, neuroanatómicamente, la conciencia no es más que un sistema de redes que establece relaciones entre diferentes regiones cerebrales.
Por último, la Teoría de la Mente, como el segundo de los componentes más complejos de la conciencia, es aquella capacidad que nos permite ponernos en el lugar de otros, siendo capaces de inferir los estados mentales de los demás. Se incluye dentro de los procesos que implican el conocimiento de las propias funciones cognitivas y, por eso, se incluye dentro de los procesos cognitivos de más alto nivel.
Como uno de esos procesos de alta capacidad cognitiva, la Teoría de la Mente se relaciona anatómicamente con estructuras igualmente complejas como son los lóbulos frontales, fundamentalmente asociados con las áreas más mediales, generalmente lateralizados en la región izquierda (aunque en este aspecto no existe, aún, consenso encontrando autores que lo relacionan con el hemisferio cerebral derecho).
Además, parecería que, para que un individuo desarrolle adecuadamente su propia Teoría de la Mente, las áreas frontales mediales deben establecer conexiones con las regiones temporales (que parecen funcionar como estructuras facilitadoras de los requisitos previos necesarios). No es posible olvidar, en ningún caso, en relación con la Teoría de la Mente, la aportación de otras regiones cerebrales como el córtex prefrontal orbitofrontal o la amígdala en aquellas intervenciones que mantengan una naturaleza emocional.
Es decir, y para concluir, el concepto de conciencia se encuentra, aún hoy, dentro del proceso de definición del término porque implica una gran complejidad. Derivada de esa complejidad, la base neurobiológica de la conciencia se asocia, igualmente, con un amplio número de estructuras implicadas que, a su vez, establecen conexiones entre sí y, también, con otras regiones cerebrales.
Entre las estructuras cerebrales implicadas en la conciencia se incluyen, fundamentalmente, el sistema reticular activador, el tálamo, los ganglios basales o la corteza cerebral para los procesos más básicos y, la corteza prefrontal medial y orbitofrontal (así como las conexiones que establece con otras regiones corticales) o el sistema límbico para los procesos más complejos de la conciencia. Por tanto, neuroanatómicamente, la conciencia no es más que un sistema de redes que establece relaciones entre diferentes regiones cerebrales.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:
1.- Posner JB, Saper CB, Plum F. (2007). Plum and Posner´s Diagnosis of stupor and coma. Oxford University Press.
2.- Tirapu J, Ríos M, Maestú F. (2011). Manual de Neuropsicología. Viguera Ed.
3.- Young GB, Wijdicks E. (2008). Disorders of Consciousness. En: Aminoff MJ, Boller F, Swaab DF. Handbook of Clinical Neurology. Elsevier.
1.- Posner JB, Saper CB, Plum F. (2007). Plum and Posner´s Diagnosis of stupor and coma. Oxford University Press.
2.- Tirapu J, Ríos M, Maestú F. (2011). Manual de Neuropsicología. Viguera Ed.
3.- Young GB, Wijdicks E. (2008). Disorders of Consciousness. En: Aminoff MJ, Boller F, Swaab DF. Handbook of Clinical Neurology. Elsevier.
Artículo elaborado por Raquel Yubero, publicado en Cuenta y Razón, nº 34, Primavera 2015, y adaptado para Tendencias21 de las Religiones. La doctora Yubero, neuropsicóloga, pertenece a los Hospitales Clínico y Quirón de Madrid, así como a la Universidad Comillas.