Tigres de Papel publica “Leopardo”, de Raúl Nieto de la Torre

Poemario que, desde la sencillez, genera inquietud y desconcierto


Tigres de Papel ha publicado “Leopardo”, último libro del poeta Raúl Nieto de la Torre. Un poemario que, desde la sencillez, genera inquietud y desconcierto. Con poemas intensos y severos, en él trata el autor temas como la necesidad de perdurar o el afán de encontrar un sitio donde conocernos y reconocernos. Lo hace con desenfado y empeño adolescente, pero también con las destrezas ya derivadas de su trayectoria. Por Rafael Soler.




“Hay un leopardo agazapado en estas páginas, escondido entre los versos y las estrofas, en los blancos que quedan en las páginas, en lo que reverbera al acabar de leer el poema”, escribe Javier Gil sobre Leopardo (Tigres de Papel, 2017), de Raúl Nieto de la Torre (Madrid, 1978), en la primera solapa del libro.

Leopardo, de Raúl Nieto de la Torre, jovial y energético escritor todo terreno, es un noble animal que nos trae, en 64 poemas repartidos en dos capítulos “La cadena del frío” y “Leopardo”, al mejor y exigente poeta que Raúl Nieto lleva dentro.
 
Quiere el autor, y su razón tiene, que sean estas palabras de Peter Matthiessen en El leopardo de las nieves las primeras que encuentre el lector en su safari: El secreto de las montañas es que existen, igual que yo, pero se limitan a existir, cosa que yo no hago. Las montañas no tienen “significado”; las montañas son. El Sol es redondo. Yo vibro con la vida y las montañas vibran y, si soy capaz de oírlas, hay una vibración que compartimos.

Todo cuanto viene luego está escrito a la estela de esta reflexión y la confesión que elige de Vallejo: Tengo un miedo terrible de ser un animal de blanca nieve...,  y para que nadie se llame a engaño, esto nos dice en el primer poema: “No eres nadie hasta que has llevado / un pensamiento dentro inconfesable / por toda la ciudad para que no se rompa / la cadena del frío, sin decírselo / a nadie, no eres nadie / hasta entonces”.
 
La necesidad de perdurar. El legítimo afán de encontrar en nuestra vida, y en la vida de otros, un sitio donde conocernos y re conocernos. Los riesgos que esta peripecia supone, si consciente. Las orillas del fracaso, el incitador abismo de la indolencia, todos esos instantes de lucidez efímera y redentora. Escribir. Escribir con respiración asistida si es el caso, escribir apasionadamente, como está escrito este libro salvaje, arrebatador y honesto, que recoge cuatro años de dudas, de exigente escritura y, por qué no decirlo, de sufrimiento.
 
Cito al poeta boliviano Jaime Saenz: “Un poema es siempre hermético, de ahí la sobrecogedora claridad de su contenido. Paradójicamente, el contenido de un poema no es comprensible sino a condición de ser hermético, de tal manera que el contenido no está inscrito, por así decirlo, sino que fluye de la misma textura del poema. Es por eso que toda explicación de un poema resulta siempre baladí y no pocas veces antojadiza a la par que gratuita y artificiosa”.

No cometeré, a estas alturas del partido, la torpeza de adentrarme escalpelo en mano en los poemas de Raúl Nieto, que tanto dicen con tan poco, para sentar cátedra. Pero suelto los caballos con la intención de ofrecer a los lectores un vislumbre preliminar de este libro escrito a corazón desbocado, con juvenil entusiasmo, con verdad.

Trayectoria
 
Raúl Nieto es poeta de una pieza que no se anda por las ramas, y bien lo demostró con Zapatos de andar calles vacías, su primer aldabonazo en 2006, una especie de “atención, poetas, leedme y disfrutar, vengo para quedarme”, un libro fresco y descarado con aciertos indudables.

Llegó luego Tríptico del día después en 2008, y tres años más tarde “Salir ileso”, un artefacto muy en su línea, del que solía decir que era “un paseo por el otro lado de las cosas”, con fotografías de su incondicional hermano Rubén, y donde ya nos advertía: “Lo que no es tapadera es centro, núcleo / de una pereza aterradora. / Lo que no es un rincón es una esquina, / un hombre que se asoma entre otros hombres”.
 
Raúl Nieto es a la vez centro y periferia, poeta y narrador, urbanita y colono, experto conocedor de la obra y milagros de don Luis Landero, un grande, padre de River, amante esposo, su “más bella historia de amor”, como dejaría tallado en la dedicatoria de Los pozos del deseo, 2013, todavía Vitruvio.

Tres voces y una intención

Su Leopardo, presenta tres voces y una sola intención, quizá no deliberada: inquietar, des-concertar, hacer de su lectura una experiencia que invite a volver al primer verso, en busca de ese leopardo que apenas aparece al final y siempre está presente, leyendo el mensaje de la noche. “No eres nadie / y por eso no has roto la cadena del frío: / de nadie a nadie has ido para nada”.

Tome el lector estos versos finales del primer poema de este libro como lo que son: una inteligente provocación, un aviso a navegantes, un “esto te pasa por venir conmigo, prepárate”. Y debe hacerlo, porque enseguida encontrará, escrito al dictado de la musa o inspiración, ciervos atropellados, viento que no esparce lo que mueve, silencios que solo pertenecen a quienes lo escuchan para escucharse dentro, estatuas que no están donde las vemos, un poema que no está donde lo oímos, la impaciencia del humo, dios mío, ¡la impaciencia del humo! un árbol que crece en el pasillo, y todo esto todavía en la primera parte, con un poema corto que dice así: “Nos hemos hecho tantas fotos / que la suma de todas ellas / es la vida, / si la vida / no fuera justamente / la foto que no hicimos”.
 
En la segunda parte nuestro leopardo escapa de su jaula, y campa por esa pradera prestada que llamamos vida: “un mundo inalcanzable / por lejano o por ciegos”. Poemas severos, intensos, donde un palo en llamas es arma y compañía. El poeta hace cuenta y razón de su personal viaje, de sus cicatrices no siempre visibles, de esa sabiduría que solo se adquiere a tajos de cuchillo. Y voy con el segundo corto poema para ilustrar lo dicho:

“Enséñame a aprender lo muerto. / La vida es una piedra que se convierte en mariposa / o cae al suelo. / Enséñame a que no caigamos, a que no sea / la vida un cuerpo mudo en un pasillo. // Pero has de saber / que la primera piedra / había salido de mi mano / antes de que llegáramos al mundo”. Y a partir de ahí, rugidos afónicos (dicho sea aquí que el leopardo, ese pájaro sin alas que encuentra en el árbol su cobijo, no ruge nunca, a diferencia del león, celebrity de andar por casa, tan envarado, tan planchadito para salir en fotos que presume de robadas) rugidos afónicos, decía, cargados de intención, los dedos de la lluvia, el giro del mundo en busca de su espalda, el origen que está por suceder, y el canto, sobre todo y por encima de todo el canto a la vida: “Si me oyes, aunque cante a la muerte, / lo que canto es el hueso / indestructible de la vida”. 
 
“En un sueño caben todas las palabras / que nunca pronunciaste / y el decoro de haberlas olvidado / cuando se hizo la luz” tengo escrito en un poema. El lenguaje así como nuestro más ancho hogar. De él nos nutrimos, y a él volvemos los poetas pues allí reside todo lo que puede acontecer y aún no ha sido nombrado. Si en Doctor Zhivago Boris Pasternak acudió a una inmensa región inexplorada, con el lenguaje al servicio de su historia, en Alianza y condena Claudio Rodríguez se asoma a su frontera, bordea los límites, talla cada palabra dándole nuevos significados. Escribir para contar, escribir-se para ser contado, ahí la esencial diferencia.
 
Tiene Raúl Nieto el don de la sencillez, tan difícil, tan esquiva cuando el poeta disfrutó de algunos aciertos y comienza a escribir escuchándose, recreando una suerte que ya es una desgracia, pues cae en lo alambicado, en lo previsible, en la inane reiteración.

No es, en este libro, el caso de nuestro poeta. Más bien al contrario, estos poemas están escritos con desenfado y empeño adolescente, de ahí su frescura de ciruela, pero, al mismo tiempo, con las destrezas de quien ya cumplió el necesario viaje que conduce de un error a otro mientras cuaja la voz llenando poco a poco de ecos saludables a los poemas por venir.


Lunes, 31 de Julio 2017
Rafael Soler
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