Se está vislumbrando una transición humana

Necesitamos saber cómo hacerla y Orea es un punto de partida


La jornada de Orea abre la oportunidad de adentrarnos en un nuevo modelo de gestión de los recursos que asume la complejidad e integra nuevos valores para moverse en un contexto cuyos límites los sabemos convencionales y los intuimos sin fronteras.


25/10/2019

El reciente fin de semana de trabajo y convivencia en Orea estuvo lleno de encuentros, de coincidencias, de conexiones, de derroche de riquezas humanas y de predisposición, sin fisuras, a la esperanza de un futuro creado entre todas y entre todos, con nuevas premisas y valores, fruto del emprendimiento desarrollado por tantas personas como las que acudieron al encuentro, llenas de empeño y de creatividad  y que son las semillas de una nueva cultura.  

Fue un tiempo, también, en el que me sentí cuidada y acogida, gracias a la generosa e ilusionada entrega de unas anfitrionas que garantizaron nuestro bienestar, posibilitando, con su labor y su buen hacer, que la convivencia y el trabajo fueran posibles, en un ámbito humano y de naturaleza exuberante, el cual hizo sentirme en casa, en la casa del origen, aquella que he perdido y a veces olvidado por estar fuera de mis rutas cotidianas.
 
De todo lo vivido y lo aprendido, me surgieron, una vez más, algunas reflexiones sobre el posible, o el real, fin de la cultura que nos ha traído hasta aquí, la cual agota día a día su capacidad para entender lo que pasa y las consecuencias que estamos padeciendo. Éstas tienen su origen en una cultura soportada por una racionalidad mecanicista.
  
Nuevas bases para un tiempo de incertidumbres
 
El sábado en Orea se tenía claro que hay que reconducir la acción humana y, en el caso que nos ocupa, los efectos de la despoblación, tomando conciencia del valor que tienen, hoy más que nunca, y a la vista de la catástrofe medioambiental en la que vivimos, nuestros recursos naturales de las zonas rurales. También la necesidad urgente de poner en valor la sabiduría ancestral que poseen los habitantes de esas regiones agrícolas y ganaderas, gestionando esos recursos tan necesarios para la supervivencia humana.
 
Ahora bien, los conocimientos que la ciencia y las tecnologías modernas ponen al servicio de una acción guiada por la voluntad de recuperar las riquezas naturales en serio peligro de desaparición, no serán suficientes si no somos capaces de incluir aquel conocimiento tradicional de las poblaciones rurales, conocedoras profundas de los entornos en los que viven y donde se ha desarrollado una manera de convivir, superando las incertidumbres naturales. Incertidumbres creadas por las políticas de desarrollo que los han olvidado y que han actuado sin conocimiento de la importancia y de la trascendencia de su existencia.
 
Con el acercamiento de tanta ciencia, de tanta tecnología, de tanto saber contemporáneo a aquellos que en un mundo casi aislado como es el rural se mantienen en contacto con la naturaleza y sus dones, se abre un nuevo reto: el diálogo necesario para compartir, desde posiciones de igualdad y de respeto, los conocimientos y las experiencias mutuas, sin privilegios y sin jerarquías. Por eso hay que lograr dar con un lenguaje que vincule todo y a todos; que permita el acercamiento de las diferencias para el enriquecimiento mutuo; que no se dé por sentado que lo que sentimos, pensamos y decimos abarca, o es lo mismo, que el sentir, pensar y decir del otro o de la otra que nos escucha.
 
Con el acercamiento de lo urbano a lo rural se comienzan a dar los pasos para el reconocimiento de lo que siempre hemos sido, una única especie humana que necesita reconocer el valor de cada uno de los miembros de esa especie, con su diferencia y su dignidad. Una nueva cultura está por nacer y si ha de construir el futuro, en medio del caos en el que nos encontramos, ha de dejar atrás los rasgos de la anterior, aquellos que nos permitieron muchos aprendizajes, pero que ya han evidenciado sus contradicciones y sus carencias.
 
Se abren, a pesar de los graves retos a enfrentar, nuevos horizontes. ¿Cómo llegamos a ellos? ¿Cómo concretar caminos sin excluir? ¿Cómo adoptar decisiones sin dogmatizar? ¿Cómo estructurar tanta diversidad de ideas y experiencias sin correr el riesgo de caer en vicios del pasado y quedar atrapados por los antiguos e interiorizados patrones?
 
Premisas para un nuevo modelo de gestión de los recursos
 
Las nuevas realidades que se están gestando requieren un modelo de trabajo que favorezca la apertura, el estado de alerta, la capacidad permanente de sorprenderse y el espíritu de juego en los intentos por encontrar nuevos caminos al acontecer de lo humano.
 
Para conseguirlo, es preciso que le demos importancia y tiempo a lo que se despliega, siendo generosos con el espacio que necesite lo que surge, o se ponga de manifiesto, aunque a primera vista no lo sepamos ubicar. Valoremos sin prejuicios lo que percibimos a través de los sentidos, de las emociones, de las formas, de los matices con los que se muestra. Esperando con paciencia el momento para las estrategias.

No busquemos la eficacia como objetivo absoluto: primero hay que desentrañar lo emergente, a través de los símbolos o las metáforas cargadas de significados con lo que se expresa, para comprender e incorporar los nuevos conocimientos que vienen a colaborar en el nuevo paso humano.

Sí, vale la pena que demos tiempo y nos demos tiempo. Hay que vivir y experimentar. La acumulación de experiencias y de vivencias son las que generan un conocimiento sólido y con sentido. Hay que permitir que se acumulen y confiar: esta acumulación garantiza la preparación de la tierra, para que las semillas de lo acumulado entre todos fructifiquen, con la naturalidad propia de lo que está vivo.
 
Es como aprender a montar en bicicleta: un vehículo frágil, sin estabilidad propia, cuya posición depende de la velocidad que le imprime el pedaleo del ciclista y su habilidad para sortear los obstáculos del sendero por donde circula. Eso sólo se consigue si el ser consciente se identifica simbióticamente con su vehículo, si acepta el riesgo de la caída y se mueve con la confianza puesta en el destino que persigue, con su mirada centrada en el horizonte a alcanzar.

La manera de ser de las mujeres y su aportación al momento actual

Hace ya algún tiempo, y en otro entorno, alguien comentó que siempre que nos reuníamos para trabajar, las mujeres,  antes de concretar, dan vueltas y más vueltas alrededor de los temas que se tratan.
 
Yo sé lo que quiso decir: he vivido mi vida de mujer percibiendo muchos aspectos de la realidad simultáneamente, atendiendo a numerosas situaciones a la vez, inquietándome con innumerables cosas al mismo tiempo, cruzando y conectando realidades que parecían inconexas, teniendo que reducir tantas vivencias y percepciones simultáneas, a un paquete de información para concretar una acción inmediata que respondiera a la realidad en la que tenía que moverme y que, a su vez, la opción causara en mí la menor distorsión posible, con el objeto de construir algo con sentido, en las circunstancias en las que en mi entorno se desarrollaba la vida social, económica y política.
 
En ese mismo entorno cabrían otras posibilidades de hacer, pero sólo se podía concretar una; se daban otras maneras de interpretar la realidad, pero sólo se aceptaba una, había otras formas de vivir, pero sólo se permitía una.

En ese juego, se entretejió una vida social, un modelo de convivir y de interactuar: entre las posibilidades abiertas, llenas de luz y color, de formas que se sugerían como probabilidades, por un lado, y las realidades que se concretaban con sus propias luces y sombras. Aquellas que partían de las posibilidades que permitían las condiciones de los sistemas establecidos, de las instituciones creadas, de las aceptaciones colectivas, de los dogmas culturales, de las creencias ideológicas, por el otro.
 
Una visión compleja de la realidad, como es la femenina, no rechaza el modelo de conocimiento antiguo, sino que lo circunscribe al espacio en el que su acción es creadora, para el cual nació, en el cuál es eficaz. Que lo que hace peligroso un conocimiento, es convertirlo en un marco de explicación para todo.

En ese otro entorno, la catedrática María Novo planteó que “las ciencias que nacieron para resolver problemas concretos, se extendieron más allá de su ámbito de validez y se convirtieron en una gran cosmovisión occidental que invadió territorios que no le eran propios. Invadió procesos sociales, procesos éticos, políticos y se quiso convertir, y de hecho se convirtió, en un gran paradigma explicativo del mundo”

Navegar en lo incierto

Por nuestra “manera así de ser”, como lo denominaría George Simmel, las mujeres sabemos navegar mejor en lo incierto, en lo imprevisible, en la elaboración de nutrientes a partir de la aparente nada, en destapar lo que parece oculto, en poner en evidencia los lazos invisibles que vinculan los niveles de realidad manifestada y los niveles de realidad desconocidos e intuidos.

En los rincones de los armarios vitales de todos nosotros y de todas nosotras, existen muchas vivencias escondidas, muchas experiencias sin reconocimiento, muchas reflexiones sin valoración, muchas imágenes olvidadas. En definitiva, mucha riqueza vital sin reconocer y que, sin embargo, son el soporte del quehacer de hoy. Ningún patrimonio humano es despilfarrado por la vida, todo él forma parte de la marcha humana, sosteniendo los logros y soportando los dolores del proceso colectivo de la especie.

Las circunstancias actuales y la comprensión que tenemos de los procesos que se ponen de manifiesto a través del caos, también abren la oportunidad a un nuevo salto de consciencia, la cual nos permitirá mirar y reconocer, desde una perspectiva transdimensional, lo que somos como especie, como individuos, como sociedad, en un contexto cuyos límites los sabemos convencionales y los intuimos sin fronteras.

La propuesta es buscar, indagar en fórmulas que no fragmenten ni excluyan: ¿Cómo entregarse al proceso desde lo femenino: amplio, abierto, abarcador, pareciendo que se dispersa cuando, en realidad, está incorporando aspectos no integrados? ¿Cómo permitirle a lo masculino que genere espacio, que sea recipiente, que se reconozca como la vasija protectora que acoge todo el contenido?
 
Preguntas cruciales
 
¿Cómo posibilitar que ese recipiente sea de una materia que permita que sus ingredientes respiren, se acomoden, se dejen mecer por el movimiento de la vida, para amoldarse a la necesidad de creación de nuevas formas de hacer y de convivir en cada instante y según las circunstancias?
 
¿Cómo incorporar cada perspectiva, sin interpretarla, dejando que se manifieste a través del pensamiento, de las emociones, de las vivencias, de las experiencias, para que juntas produzcan o pongan de manifiesto una nueva realidad, que será expresión, no sólo de las individualidades que se suman, sino del fruto maduro que representa la simbiosis de todo lo que integra nuestro universo?
 
¿Cómo hacer posible que el movimiento sea armonioso sin dejar de ser eficaz, para llevarnos desde la luz al color, del color a la flor, de la flor al néctar… y, mientras lo saboreamos, el propio movimiento nos fecunda, transformando nuestras consciencias que se proyectarán en la construcción cotidiana “de vida, de más vida y de más que vida”, como diría el maestro Simmel.
 
La visión compleja de la realidad no desarrolla una teoría que todo lo explica, es una manera de mirar que incluye. A más consciencia de realidad, más inclusión. Esto nos impulsa a no dejarnos arrastrar por las inercias de los debates críticos, sino a desarrollar un estado de permanente interés sobre lo que emerge, sin confundirnos con las modas o los discursos de mayor o menor oportunismo.

Con esas alforjas hemos de diseñar cada paso de nuestro andar y en ese diseño hemos de contar con las capacidades de concreción, de estructuración que las cualidades masculinas nos permiten. El reto está en ser lo suficientemente flexibles para contar con formas adaptativas o disipativas que posibiliten la comunicación entre el adentro y el afuera.

Vivir en la complejidad

Debemos acostumbrarnos a vivir en la complejidad, a navegar en el mar de la incertidumbre, probar las distintas formas de actuar sin esperar la eficacia, sabiendo que los aprendizajes son probabilidades, no dogmas cerrados.

Lo que se persigue no es el orden, es la adquisición de la consciencia de nuestra posición relativa, frente a una percepción limitada de lo que denominamos realidad, teniendo en cuenta que lo que es y lo que somos es fruto de esa percepción limitada, de nuestro estar colocados, supuestamente, en el ángulo de un observador.

Así pues, no tengamos prisa por llegar a ningún puerto: el recorrido que hay que hacer es multidimensional, atravesando el espacio-tiempo a través de nosotros mismos, de nuestras individualidades y de nuestras colectividades.
 
La gran sorpresa que nos dará esta manera de concebir el conocimiento es que todos y todas somos portadoras de él, todas y todos somos creadoras del mismo. Con la experiencia vital de todas las personas, hacemos las aportaciones necesarias para que la comprensión de la nueva concepción de la realidad se ponga de manifiesto y se recree.

En clave de género

Si lo explicamos en clave de género: hemos de cuidar la danza que se establece entre el desplegar de lo femenino y el acompasar del movimiento de lo masculino. Sin luchar contra los elementos, aceptando el mundo tal como es, incierto, inseguro, generoso, rico en diversidad.

Abandonándonos a la magia de la vida, de la que somos sus cómplices, les invito a participar en la creación de ese modelo que posibilita el descubrimiento de las probabilidades y su transformación en posibilidades. Del próximo paso darán cuenta otras generaciones y ahí estaremos presentes, porque esta generación ha hecho posible un nuevo momento humano.
 
Para todo ello necesitamos el clímax que las mujeres de Orea crearon, las que asistieron a las reuniones y aquellas que en la invisibilidad que produjeron las  tareas asumidas, nos hicieron sentir cómodas, acogidas con cariño y respeto, acompañadas y comprendidas.
 
¡Gracias! Volveremos a gozar de vosotras.



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