Durante el año 2015 publicamos en Tendencias21 de las Religiones tres artículos sobre el jesuita, científico y místico francés Pierre Teilhard de Chardin, con ocasión de los 60 años de su fallecimiento. Dos de estos artículos se referían a la vigencia de su pensamiento (13 de enero de 2015, 7 de abril de 2015), y el tercero al debate sobre la vigencia de su pensamiento dentro del foro de la revista.
En este año 2016, recordaremos el centenario de la redacción de diversos escritos de Teilhard originados en un contexto terrible: el de las trincheras francesas contra los alemanes durante la llamada Primera Guerra Mundial. Teilhard fue movilizado y debido a su condición de sacerdote fue destinado a una unidad sanitaria como camillero.
Durante estos años preñados de metralla, odio, dolor y violencia, su interior se transforma. Emerge lo que se ha dado en llamar el “genio teilhardiano”. De su pluma van brotando ensayos, pensamientos, versos, relatos apasionados. Muchos autores, como el profesor Alfonso Pérez de Laborda, han indagado en las razones de este “despertar” volcánico.
Teilhard fue un escritor fecundo. Muchos de sus manuscritos se han perdido. Pero hasta nosotros han podido llegar –gracias a su prima Margarita Chambon- cuatro ensayos publicados en sus obras en la edición francesa y posteriormente en castellano en Escritos del tiempo de guerra (Taurus, Madrid). Son estos: “La Vie Cosmique” (firmado el 24 de abril) en el volumen 12 de las [Oeuvres de Teilhard , pág. 19-81], “Note à La Vie Cosmique” (17 de mayo) [12, 81-82], “La Maîtrise du monde et le regne de Dieu” (20 septembre) [12, 87-105], y “Le Christ dans la Matière. Trois histoires comme Benson” (14 octubre) [12, 113-127].
Durante este curso iremos dando cuenta de estos ensayos. La Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin (sección española) se suma a este homenaje con estos artículos en Tendencias21 de las religiones. En este primero nos referimos al primero de ellos, “La Vida cósmica”, del que se ha publicado una nueva traducción.
Teilhard y “La Vida cósmica”
En abril de 1916, mientras en el frente de batalla de Francia actúa heroicamente como camillero, Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) escribe a mano, en un sencillo cuaderno que envía a su prima Margarita, el primer ensayo de cierta entidad en el que se expresa barroco, místico y desbordante el “genio teilhardiano”.
Parece que el “bautismo de lo real” –como él mismo escribe- hizo que en su interior se desencadenasen unas misteriosas energías capaces de revolucionar su mente. Y tuvo la capacidad inmensa de intentar plasmar en un brillante francés las vivencias más hondas de su alma de poeta místico y científico.
En la introducción a un ensayo posterior, “El dominio del mundo y el reino de Dios” (firmado el 26 de septiembre de 1916) reconoce que “al escribir La Vida cósmica he pretendido llamar la atención sobre la posibilidad de una sana reconciliación entre Cristianismo y Mundo, sobre el terreno de la prosecución leal y convencida del Progreso, en comunión sincera con una fe en la Vida y en el valor de la Evolución”.
En este artículo situamos el ensayo “La Vida cósmica” dentro del contexto de la obra de Teilhard y en el marco de la experiencia personal de la guerra europea (1914-1919).
Pero recordemos algunos rasgos de su biografía: Marie-Joseph Pierre Teilhard de Chardin nace el 1 de mayo 1881 en la casa solariega de la familia en Sarcenat, cerca de Orcines (Puy-de-Dôme). Era el cuarto de los hijos de Emmanuel Teilhard de Chardin y Berthe-Adèle de Dompierre d´Hornoy. Una familia muy religiosa y bien establecida. Una selección de datos nos ayuda a centrar su figura.
En el año 1899, ingresa (con 18 años) en el noviciado de la Compañía de Jesús en Aix-en-Provence. Posteriormente realiza estudios de filosofía en Jersey y entre 1905-1908 ejerce como profesor de química en el Colegio de la Sagrada Familia en El Cairo. Más tarde, entre 1908 y 1932 realiza sus estudios de Teología en Ore Place (Hasting, Sussex). En 1911 es ordenado sacerdote y sus superiores lo destinan a estudiar ciencias en París.
Podemos considerar que, entre 1912 y 1923 se desarrolla la etapa inicial de la formación científica de Teilhard y de la publicación de los primeros trabajos geológicos y paleontológicos en Europa. En 1912 tiene lugar la primera entrevista con Marcellin Boule, profesor de paleontología en el Museo de Historia Natural de París. Bajo su dirección, asiste a cursos de Geología y Paleontología.
Al estallar la Primera Guerra Mundial Teilhard, a pesar de su condición de sacerdote, fue movilizado. Desde 1915 actúa como camillero en el 21 regimiento mixto de zuavos y tiradores, situado en la primera línea de fuego. Está en el frente de batalla hasta 1919 en que es desmovilizado.
Posteriormente regresa a la Universidad y obtiene en la Sorbona la licenciatura en Ciencias Naturales. Desde 1920 se dedica intensamente a las tareas de la Tesis Doctoral. Esta Tesis es defendida en 1922 con el título Los Mamíferos del Eoceno inferior francés y sus yacimientos. Inicia la docencia universitaria y es nombrado Encargado de curso de paleontología y geología en el Instituto Católico de París.
Pero esta tarea va a durar poco tiempo para el joven Teilhard: los superiores lo destinan a China. Se inicia la estancia en Tientsin, entre 1923 y 1931. Más tarde, reside en Pekín hasta que es repatriado en 1946 tras la Segunda Guerra Mundial. Durante estos casi 25 años realiza una ingente labor como científico y escribe la mayor parte de sus ensayos filosóficos, místicos y poéticos.
Los últimos diez años de la vida de Teilhard discurren entre Estados Unidos y Francia, con viajes científicos esporádicos a otros países. En el año 1955, Teilhard muere repentinamente de infarto en Nueva York el día 10 de Abril (día de Resurrección).
En este año 2016, recordaremos el centenario de la redacción de diversos escritos de Teilhard originados en un contexto terrible: el de las trincheras francesas contra los alemanes durante la llamada Primera Guerra Mundial. Teilhard fue movilizado y debido a su condición de sacerdote fue destinado a una unidad sanitaria como camillero.
Durante estos años preñados de metralla, odio, dolor y violencia, su interior se transforma. Emerge lo que se ha dado en llamar el “genio teilhardiano”. De su pluma van brotando ensayos, pensamientos, versos, relatos apasionados. Muchos autores, como el profesor Alfonso Pérez de Laborda, han indagado en las razones de este “despertar” volcánico.
Teilhard fue un escritor fecundo. Muchos de sus manuscritos se han perdido. Pero hasta nosotros han podido llegar –gracias a su prima Margarita Chambon- cuatro ensayos publicados en sus obras en la edición francesa y posteriormente en castellano en Escritos del tiempo de guerra (Taurus, Madrid). Son estos: “La Vie Cosmique” (firmado el 24 de abril) en el volumen 12 de las [Oeuvres de Teilhard , pág. 19-81], “Note à La Vie Cosmique” (17 de mayo) [12, 81-82], “La Maîtrise du monde et le regne de Dieu” (20 septembre) [12, 87-105], y “Le Christ dans la Matière. Trois histoires comme Benson” (14 octubre) [12, 113-127].
Durante este curso iremos dando cuenta de estos ensayos. La Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin (sección española) se suma a este homenaje con estos artículos en Tendencias21 de las religiones. En este primero nos referimos al primero de ellos, “La Vida cósmica”, del que se ha publicado una nueva traducción.
Teilhard y “La Vida cósmica”
En abril de 1916, mientras en el frente de batalla de Francia actúa heroicamente como camillero, Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) escribe a mano, en un sencillo cuaderno que envía a su prima Margarita, el primer ensayo de cierta entidad en el que se expresa barroco, místico y desbordante el “genio teilhardiano”.
Parece que el “bautismo de lo real” –como él mismo escribe- hizo que en su interior se desencadenasen unas misteriosas energías capaces de revolucionar su mente. Y tuvo la capacidad inmensa de intentar plasmar en un brillante francés las vivencias más hondas de su alma de poeta místico y científico.
En la introducción a un ensayo posterior, “El dominio del mundo y el reino de Dios” (firmado el 26 de septiembre de 1916) reconoce que “al escribir La Vida cósmica he pretendido llamar la atención sobre la posibilidad de una sana reconciliación entre Cristianismo y Mundo, sobre el terreno de la prosecución leal y convencida del Progreso, en comunión sincera con una fe en la Vida y en el valor de la Evolución”.
En este artículo situamos el ensayo “La Vida cósmica” dentro del contexto de la obra de Teilhard y en el marco de la experiencia personal de la guerra europea (1914-1919).
Pero recordemos algunos rasgos de su biografía: Marie-Joseph Pierre Teilhard de Chardin nace el 1 de mayo 1881 en la casa solariega de la familia en Sarcenat, cerca de Orcines (Puy-de-Dôme). Era el cuarto de los hijos de Emmanuel Teilhard de Chardin y Berthe-Adèle de Dompierre d´Hornoy. Una familia muy religiosa y bien establecida. Una selección de datos nos ayuda a centrar su figura.
En el año 1899, ingresa (con 18 años) en el noviciado de la Compañía de Jesús en Aix-en-Provence. Posteriormente realiza estudios de filosofía en Jersey y entre 1905-1908 ejerce como profesor de química en el Colegio de la Sagrada Familia en El Cairo. Más tarde, entre 1908 y 1932 realiza sus estudios de Teología en Ore Place (Hasting, Sussex). En 1911 es ordenado sacerdote y sus superiores lo destinan a estudiar ciencias en París.
Podemos considerar que, entre 1912 y 1923 se desarrolla la etapa inicial de la formación científica de Teilhard y de la publicación de los primeros trabajos geológicos y paleontológicos en Europa. En 1912 tiene lugar la primera entrevista con Marcellin Boule, profesor de paleontología en el Museo de Historia Natural de París. Bajo su dirección, asiste a cursos de Geología y Paleontología.
Al estallar la Primera Guerra Mundial Teilhard, a pesar de su condición de sacerdote, fue movilizado. Desde 1915 actúa como camillero en el 21 regimiento mixto de zuavos y tiradores, situado en la primera línea de fuego. Está en el frente de batalla hasta 1919 en que es desmovilizado.
Posteriormente regresa a la Universidad y obtiene en la Sorbona la licenciatura en Ciencias Naturales. Desde 1920 se dedica intensamente a las tareas de la Tesis Doctoral. Esta Tesis es defendida en 1922 con el título Los Mamíferos del Eoceno inferior francés y sus yacimientos. Inicia la docencia universitaria y es nombrado Encargado de curso de paleontología y geología en el Instituto Católico de París.
Pero esta tarea va a durar poco tiempo para el joven Teilhard: los superiores lo destinan a China. Se inicia la estancia en Tientsin, entre 1923 y 1931. Más tarde, reside en Pekín hasta que es repatriado en 1946 tras la Segunda Guerra Mundial. Durante estos casi 25 años realiza una ingente labor como científico y escribe la mayor parte de sus ensayos filosóficos, místicos y poéticos.
Los últimos diez años de la vida de Teilhard discurren entre Estados Unidos y Francia, con viajes científicos esporádicos a otros países. En el año 1955, Teilhard muere repentinamente de infarto en Nueva York el día 10 de Abril (día de Resurrección).
Teilhard en la primera Guerra Mundial
Hemos considerado de interés para los lectores situar a Teilhard en el marco global de su vida para entender cómo, “La Vida cósmica”, su primer ensayo de síntesis, fue el punto de partida de toda su gran aventura intelectual.
“La Vida cósmica” nace de una doble experiencia interior: por un lado, la vivencia terrible de la muerte, la violencia irracional y la degradación humana trabajando como camillero en el frente de batalla; por otra parte, los densos y largos períodos de honda presencia de Dios que lo muestran como místico.
Teilhard, en el frente de batalla, fue testigo de excepción del primer gran conflicto armado del siglo XX, la Primera Guerra Mundial. Esta movilizó a más de 70 millones de soldados de los cinco continentes y dejó cerca de diez millones de muertos y 20 millones de soldados heridos. La guerra también dejó millones de muertos civiles y provocó la caída de los imperios ruso, austro-húngaro, alemán y otomano.
La Primera Guerra Mundial, también conocida como “Guerra Europea” o la “Gran Guerra”, fue un conflicto armado desarrollado principalmente en Europa, que dio comienzo el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918, cuando Alemania pidió el armisticio y más tarde el 28 de junio de 1919, los países en guerra firmaron el Tratado de Versalles.
Entre 1914 y 1919, Pierre Teilhard de Chardin permanece movilizado en el frente como camillero recibiendo la Medalla al Mérito Militar y Legión de honor. Precisamente, entre estos años, 1916 y 1919, Teilhard redacta sus 18 primeros ensayos de síntesis luminosa en ellos ya se transluce lo que será el núcleo de su pensamiento.
Una vez movilizado, el 20 de enero de 1915 ya es camillero de segunda clase en el 8º regimiento de choque de tiradores marroquíes. Este regimiento se convierte desde el 22 de junio de 1915, en el 4º regimiento de zuavos y tiradores. Los primeros meses de 1915 los pasa Teilhard en los confines de Oise y del Somme, aproximadamente en el ángulo que formaba la línea del frente que, procedente del este, se remontaba hacia el norte de Francia.
En abril y mayo y en agosto de 1915, el 4º mixto está en el sector de Ypes. Luego, en septiembre del mismo año participa en la gran ofensiva de Champaña, especialmente brutal y mortífera, a la que hemos aludido. En junio, en agosto, en octubre, y en diciembre de 1916 nuevos actos heroicos en el frente, le cubre de gloria en Verdún.
En 1917 volvemos a encontrarlo en Champaña, en la región del Chemin-des-Dames, cerca del Ainse, y después, en las pendientes septentrionales al oeste de Soissons, participa de lleno en la segunda batalla del Marne y más tarde, participa en la contraofensiva.
En octubre de 1918 goza de una especie de vacaciones muy cerca de la Alta Alsacia y de la frontera suiza. A la noticia del armisticio, el regimiento se mueve hacia Alsacia y una delegación del 4º mixto de zuavos y tiradores asiste, el 25 de noviembre de 1918, a la memorable entrada en Estrasburgo. El 30 de enero de 1919, el regimiento penetra en Alemania, en Baden, por el puente de Kehl. Para Teilhard, la guerra ha terminado.
Una guerra parece que, en principio, es incompatible con la vida intelectual. Pero durante los períodos de reposo, Teilhard –según sus biógrafos y sus cartas - llenó, con su letra a la vez menuda, rápida, enérgica y distinguida, cuadernos enteros en los que confiere a su pensamiento una formulación ya compleja y rica.
Leer, reflexionar, orar y escribir
El frente de batalla no es siempre un espacio de confrontación directa. Hay semanas de tensa espera. Y Teilhard las aprovecha para leer, reflexionar, orar y escribir. Como escribe su biógrafo Claude Cuènot (pág. 68) Teilhard hizo suyo lo que decía Baudelaire, “me has dado tu cieno y yo lo he convertido en oro”. Hizo oro del cieno de las trincheras, porque poseía el don sobrenatural de extraer de las cosas y de los seres la savia mediante la cual crecía para Dios.
Pero eso no es todo. Se cree que fue la lectura de L´évolution créatrice de Henri Bergson realizada en sus años de estudio de Teología hacia 1910, la que influyó de modo radical sobre la cosmovisión de Teilhard. “La lectura de La Evolución creadora de Bergson fue más bien la ocasión de una toma de conciencia personal, encuentro de una evidencia interior y de la simple necesidad de comprender los datos de la ciencia, que solo el evolucionismo hace inteligibles (…) A partir de entonces, la unidad del mundo es a sus ojos de naturaleza dinámica o evolutiva, el universo no es ya un cosmos inmóvil, sino una cosmogénesis, y todo se desarrolla en un “espacio-tiempo” biológico. No sabríamos establecer un paralelo entre los conceptos bergsonianos y teilhardianos de evolución”, escribe Claude Cuènot.
Como reconoce el mismo Teilhard en “El Corazón de la Materia”, en sus años de Teología en Hasting (1909-1912) la lectura de Bergson le impulsó a “la conciencia de una Deriva profunda, ontológica, total, del Universo”. En Teilhard se produce el “despertar cósmico” y, como escribe el “La Vida cósmica”, experimenta “el valor beatificante de la Santa Evolución”. Todo en él “expresa felizmente el sentimiento de la omnipresencia de Dios, el abandono total del místico a la voluntad divina, y ese esfuerzo por comulgar con lo Invisible por intermedio del mundo visible, reconciliando así el Reino de Dios con el amor cósmico”.
La Vida cósmica (1916) de Pierre Teilhard de Chardin
Escribe Cuènot: “En un principio, la vida en las trincheras parece obrar como un catalizador sobre el espíritu del joven jesuita, y la primera síntesis es La Vida cósmica (24 de marzo de 1916), compuesta sin duda en los alrededores de Nieuport. El Padre Teilhard quiere dejar que se desborde su amor a la materia y a la vida y armonizarlo con la adoración a la única, absoluta y definitiva Divinidad. Parte del hecho inicial, fundamental, de que cada uno de nosotros está ligado, a través de todas sus fibras materiales, orgánicas, psíquicas, a todo lo que le rodea. La mónada humana, como toda mónada, es esencialmente cósmica” (pág. 69)
Esta intuición intelectual, poética, espiritual y mística inicial le acompañará toda la vida. De forma que años más tarde, lo expresa. Muy explícita es su confesión en Como yo creo (escrita en octubre de 1934): "La originalidad de mi creencia consiste en esto: que arraiga en dos dimensiones de la vida, consideradas habitualmente como antagónicas. Por mi educación y formación intelectual, pertenezco a los "hijos del cielo", pero por mi carácter y mis estudios profesionales soy un "hijo de la Tierra"(…) Al término de mi experiencia, después de treinta años consagrados a la búsqueda de la unidad interior, tengo la impresión de que se ha realizado de modo natural, una síntesis entre las dos corrientes que tiran de mí: la una no ha ahogado a la otra. Hoy creo, probablemente, más que nunca en Dios, y al propio tiempo, más que nunca, en el mundo".
Este doble impulso hacia Dios y hacia los humanos, hacia lo material y hacia lo espiritual, hacia lo trascendente y lo inmanente, hacia lo físico y lo metafísico le acompañará siempre. Y su síntesis es un intento de armonización entre ambas tendencias. De alguna manera, todo lo material, lo humano, lo inmanente, lo terreno está apuntando, creciendo, evolucionando hacia lo espiritual, lo ultrahumano, lo sobrenatural, lo metafísico, lo teológico, lo divino…Esa fue una de sus primeras intuiciones.
Hemos considerado de interés para los lectores situar a Teilhard en el marco global de su vida para entender cómo, “La Vida cósmica”, su primer ensayo de síntesis, fue el punto de partida de toda su gran aventura intelectual.
“La Vida cósmica” nace de una doble experiencia interior: por un lado, la vivencia terrible de la muerte, la violencia irracional y la degradación humana trabajando como camillero en el frente de batalla; por otra parte, los densos y largos períodos de honda presencia de Dios que lo muestran como místico.
Teilhard, en el frente de batalla, fue testigo de excepción del primer gran conflicto armado del siglo XX, la Primera Guerra Mundial. Esta movilizó a más de 70 millones de soldados de los cinco continentes y dejó cerca de diez millones de muertos y 20 millones de soldados heridos. La guerra también dejó millones de muertos civiles y provocó la caída de los imperios ruso, austro-húngaro, alemán y otomano.
La Primera Guerra Mundial, también conocida como “Guerra Europea” o la “Gran Guerra”, fue un conflicto armado desarrollado principalmente en Europa, que dio comienzo el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918, cuando Alemania pidió el armisticio y más tarde el 28 de junio de 1919, los países en guerra firmaron el Tratado de Versalles.
Entre 1914 y 1919, Pierre Teilhard de Chardin permanece movilizado en el frente como camillero recibiendo la Medalla al Mérito Militar y Legión de honor. Precisamente, entre estos años, 1916 y 1919, Teilhard redacta sus 18 primeros ensayos de síntesis luminosa en ellos ya se transluce lo que será el núcleo de su pensamiento.
Una vez movilizado, el 20 de enero de 1915 ya es camillero de segunda clase en el 8º regimiento de choque de tiradores marroquíes. Este regimiento se convierte desde el 22 de junio de 1915, en el 4º regimiento de zuavos y tiradores. Los primeros meses de 1915 los pasa Teilhard en los confines de Oise y del Somme, aproximadamente en el ángulo que formaba la línea del frente que, procedente del este, se remontaba hacia el norte de Francia.
En abril y mayo y en agosto de 1915, el 4º mixto está en el sector de Ypes. Luego, en septiembre del mismo año participa en la gran ofensiva de Champaña, especialmente brutal y mortífera, a la que hemos aludido. En junio, en agosto, en octubre, y en diciembre de 1916 nuevos actos heroicos en el frente, le cubre de gloria en Verdún.
En 1917 volvemos a encontrarlo en Champaña, en la región del Chemin-des-Dames, cerca del Ainse, y después, en las pendientes septentrionales al oeste de Soissons, participa de lleno en la segunda batalla del Marne y más tarde, participa en la contraofensiva.
En octubre de 1918 goza de una especie de vacaciones muy cerca de la Alta Alsacia y de la frontera suiza. A la noticia del armisticio, el regimiento se mueve hacia Alsacia y una delegación del 4º mixto de zuavos y tiradores asiste, el 25 de noviembre de 1918, a la memorable entrada en Estrasburgo. El 30 de enero de 1919, el regimiento penetra en Alemania, en Baden, por el puente de Kehl. Para Teilhard, la guerra ha terminado.
Una guerra parece que, en principio, es incompatible con la vida intelectual. Pero durante los períodos de reposo, Teilhard –según sus biógrafos y sus cartas - llenó, con su letra a la vez menuda, rápida, enérgica y distinguida, cuadernos enteros en los que confiere a su pensamiento una formulación ya compleja y rica.
Leer, reflexionar, orar y escribir
El frente de batalla no es siempre un espacio de confrontación directa. Hay semanas de tensa espera. Y Teilhard las aprovecha para leer, reflexionar, orar y escribir. Como escribe su biógrafo Claude Cuènot (pág. 68) Teilhard hizo suyo lo que decía Baudelaire, “me has dado tu cieno y yo lo he convertido en oro”. Hizo oro del cieno de las trincheras, porque poseía el don sobrenatural de extraer de las cosas y de los seres la savia mediante la cual crecía para Dios.
Pero eso no es todo. Se cree que fue la lectura de L´évolution créatrice de Henri Bergson realizada en sus años de estudio de Teología hacia 1910, la que influyó de modo radical sobre la cosmovisión de Teilhard. “La lectura de La Evolución creadora de Bergson fue más bien la ocasión de una toma de conciencia personal, encuentro de una evidencia interior y de la simple necesidad de comprender los datos de la ciencia, que solo el evolucionismo hace inteligibles (…) A partir de entonces, la unidad del mundo es a sus ojos de naturaleza dinámica o evolutiva, el universo no es ya un cosmos inmóvil, sino una cosmogénesis, y todo se desarrolla en un “espacio-tiempo” biológico. No sabríamos establecer un paralelo entre los conceptos bergsonianos y teilhardianos de evolución”, escribe Claude Cuènot.
Como reconoce el mismo Teilhard en “El Corazón de la Materia”, en sus años de Teología en Hasting (1909-1912) la lectura de Bergson le impulsó a “la conciencia de una Deriva profunda, ontológica, total, del Universo”. En Teilhard se produce el “despertar cósmico” y, como escribe el “La Vida cósmica”, experimenta “el valor beatificante de la Santa Evolución”. Todo en él “expresa felizmente el sentimiento de la omnipresencia de Dios, el abandono total del místico a la voluntad divina, y ese esfuerzo por comulgar con lo Invisible por intermedio del mundo visible, reconciliando así el Reino de Dios con el amor cósmico”.
La Vida cósmica (1916) de Pierre Teilhard de Chardin
Escribe Cuènot: “En un principio, la vida en las trincheras parece obrar como un catalizador sobre el espíritu del joven jesuita, y la primera síntesis es La Vida cósmica (24 de marzo de 1916), compuesta sin duda en los alrededores de Nieuport. El Padre Teilhard quiere dejar que se desborde su amor a la materia y a la vida y armonizarlo con la adoración a la única, absoluta y definitiva Divinidad. Parte del hecho inicial, fundamental, de que cada uno de nosotros está ligado, a través de todas sus fibras materiales, orgánicas, psíquicas, a todo lo que le rodea. La mónada humana, como toda mónada, es esencialmente cósmica” (pág. 69)
Esta intuición intelectual, poética, espiritual y mística inicial le acompañará toda la vida. De forma que años más tarde, lo expresa. Muy explícita es su confesión en Como yo creo (escrita en octubre de 1934): "La originalidad de mi creencia consiste en esto: que arraiga en dos dimensiones de la vida, consideradas habitualmente como antagónicas. Por mi educación y formación intelectual, pertenezco a los "hijos del cielo", pero por mi carácter y mis estudios profesionales soy un "hijo de la Tierra"(…) Al término de mi experiencia, después de treinta años consagrados a la búsqueda de la unidad interior, tengo la impresión de que se ha realizado de modo natural, una síntesis entre las dos corrientes que tiran de mí: la una no ha ahogado a la otra. Hoy creo, probablemente, más que nunca en Dios, y al propio tiempo, más que nunca, en el mundo".
Este doble impulso hacia Dios y hacia los humanos, hacia lo material y hacia lo espiritual, hacia lo trascendente y lo inmanente, hacia lo físico y lo metafísico le acompañará siempre. Y su síntesis es un intento de armonización entre ambas tendencias. De alguna manera, todo lo material, lo humano, lo inmanente, lo terreno está apuntando, creciendo, evolucionando hacia lo espiritual, lo ultrahumano, lo sobrenatural, lo metafísico, lo teológico, lo divino…Esa fue una de sus primeras intuiciones.
El texto de La Vida cósmica
El texto de “La Vida cósmica” se inicia con una dedicatoria muy significativa: “LA VIDA CÓSMICA. A la Terra Mater y por medio de ella sobre todo a Cristo Jesús”. Este título es ya un resumen apretado de su intento en este ensayo. Es la declaración de intenciones de Teilhard, su deseo más profundo al redactar este texto: que el gusto por las cosas de la tierra le lleven a sentir la densidad del Dios profundo que se muestra en las cosas.
Se ha discutido mucho sobre el posible panteísmo de Teilhard. Pero –como más adelante comentamos- su postura se distancia claramente del “todas las cosas son Dios” de los filósofos panteístas para percibir –como escribe Sa Ignacio en el Libro de los Ejercicios Espirituales – que Dios está y se manifiesta en todas las cosas. Las cosas no son Dios; Dios está en las cosas.
La estructura del texto es simple: tras una introducción, divide su exposición en cuatro capítulos, cada uno de ellos con epígrafes:
Capítulo I: El despertar cósmico. Con tres apartados: A. La visión. B. La sensación. C. La llamada.
Capítulo II: La comunión con la Tierra. Con dos apartados: A. La tentación de la Materia. B. Hacia el Superhombre.
Capítulo III: La comunión con Dios. Con tres apartados: A. El mundo de las almas. B. El Cuerpo de Cristo. C. El escándalo del Reino de Dios.
Capítulo IV: La comunión con Dios a través de la Tierra. Con dos apartados: A. El Cristo Cósmico. B. La Santa Evolución.
La introducción
Muy probablemente, la introducción –por el estilo más maduro y elaborado- pudo ser escrita con posterioridad al texto completo. Esta Introducción es una síntesis de las ideas principales desarrolladas más adelante y pretende introducir a lector en los objetivos de su reflexión:
“Escribo estas líneas movido por la exuberancia que muestra la vida y por la necesidad de vivir; - deseo manifestar una visión apasionada de la Tierra, y para buscar una solución a las dudas sobre mi acción -; escribo porque amo al Universo, a sus energías, a sus secretos, a sus esperanzas, y porque, al mismo tiempo, estoy entregado a Dios, el único Origen, la única Salida, el único Término. Yo quiero dejar libre aquí mis sentimientos de mi amor hacia la materia y hacia la vida, y armonizar todo esto, si fuera posible, con la adoración hacia la Divinidad, que es la única absoluta y definitiva”.
Y expone su hipótesis: “Yo parto de este hecho inicial, fundamental: que cada uno de nosotros, lo quiera o no, se encuentra enlazado a todo lo que le rodea por todas sus fibras materiales, orgánicas, psíquicas. No sólo se halla atrapado en una red, sino que se ve arrastrado por la corriente de un río. Por todas partes a nuestro alrededor no hay más que enlaces y corrientes. Nos encadenan mil determinismos, pesan sobre nuestro presente mil herencias, mil afinidades padecidas nos dislocan y nos acosan hacia un fin ignorado. En medio de todas estas fuerzas que interfieren, el individuo no aparece más que como un centro imperceptible, un punto de vista que ve, un centro de repulsión y de atracción que siente, que busca y que da bandazos, que escoge entre las innumerables energías que a través de él irradian, que busca y que confunde, que torna sobre sí y se orienta para captar más o menos, y en sentidos diversos, la atmósfera activa que le baña y en la que él es un punto singular y consciente…. “
Y prosigue: “Y así es la condición exterior que nos ha sido dada. Nos hallamos, por así decirlo, mucho más fuera de nosotros, en el tiempo y en el espacio, que dentro de nosotros mismos, desde el instante en que vivimos: la persona, la mónada humana, como toda mónada es esencialmente cósmica”.
Y con un lenguaje cercano al de los gnósticos, prosigue: “Mucho antes de que la reflexión, la ciencia, la historia, las necesidades sociales experimentadas, vengan a precisar en nosotros la conciencia de ese inmenso dominio del «nosotros que se encuentra fuera de nosotros» y del «nosotros que se halla en nosotros a pesar de nosotros», una llamada secreta, íntima, que dilata nuestro egoísmo, nos advierte de que somos, en virtud de nuestras almas inmortales, los centros innumerables de una misma esfera, identificados [idénticos] mediante todo lo que no sea su incomunicable psiquismo, - los elementos encadenados de una misma curva que se prolonga por delante y por detrás de nosotros. Por una innata y oscura afinidad, por una necesidad inmanente de palpar lo estable y lo absoluto, sentimos que en nuestro corazón se incuba o irrumpe bruscamente el deseo de transformar el aislamiento que nos concentra sobre nosotros mismos en una existencia más amplia, en una unidad de orden superior, haciéndonos capaces de poder participar en la Totalidad de lo que nos arrastra y nos embarga. La aspiración panteísta hacia la fusión de todos en todo, tal es el aspecto inmanente de nuestra naturaleza cósmica, la una como prueba de la otra, tan innegable ésta para nuestras voluntades como aquélla para nuestras inteligencias,… pero sólo para los que miran, sólo para los que sienten”.
No deja de haber un ligero deseo apologético, posiblemente fruto de su contacto con hombres descreídos en el frente de batalla: “Hacer mirar, hacer sentir, - vengarme, mediante una profesión de fe inflamada en la fecundidad y el valor del Mundo, de los que sonríen y menean la cabeza cuando se les habla de una nostalgia vaga por algo oculto en nosotros que nos sobrepasa y nos culmina, triunfar incluso sobre esos hombres mostrándoles hasta la saciedad que su envanecida individualidad no es más que una brizna de paja en el seno de las energías que pretenden ignorar, o de las que se burlan si les hablamos de levantar un templo en su honor: esa es mi primera intención. Es preciso, si el ser Humano quiere alcanzarse a sí mismo, que despierte a la conciencia de sus infinitas prolongaciones, a sus deberes, a su embriaguez. ¡Es necesario que el ser Humano (dando de lado a todas las ilusiones de un individualismo estrecho), amplíe su corazón a la medida del Universo, y arrebatado por el vértigo de su nueva grandeza, no pueda menos de creerse en posesión de lo divino, Dios mismo, o que se crea el forjador de la Divinidad!”
Teilhard expone con claridad los objetivos de su reflexión: “No pretendo hacer directamente ni ciencia, ni filosofía, ni, mucho menos, apologética. Expongo ante todo unas consideraciones ardientes. Casi sin una actitud de condena por mi parte, desde luego, veré, para comenzar, cómo reina en el pensamiento y en las pasiones humanas la crisis, compañera de todo despertar; como simple observador ante todo, contemplaré nacer y desenvolverse en el secreto de las almas o en medio del tumulto de las multitudes, la tentación cósmica; veré doblarse las frentes ante el becerro de oro y al incienso ascender hacia la montaña del orgullo humano. Casi sin pruebas, también, pero fortalecido con sus propias armonías con el Resto y con sus propias correspondencias, yo dejaré que, en aparente oposición con los sueños de la Tierra, que él viene a completar y corregir, surja el inefable Cosmos de la materia y de la Vida nueva, el Cuerpo de Cristo, real y místico, unidad y miríada, mónada y pléyade”.
Se trasluce también su sensibilidad de poeta y místico: “Y, semejante a quienes acunan melodías sucesivas y diversas, dejaré, en múltiples sentidos, hacia el éter inicial, hacia el superhombre, hasta el Hombre-Dios, que cante y grite mi vida… hacia abajo, hacia arriba, por encima...”
Y desde estos sentimientos, expresa sus dudas, el hilo de sus reflexiones en búsqueda de coherencia existencial: “Porque, en definitiva, ¿es que para ser cristiano hay que renunciar a ser humano, humano en el sentido amplio y profundo de la palabra, desesperada y apasionadamente humano? ¿Habrá de ser preciso para seguir a Jesús y tener parte en su cuerpo celeste, renunciar a la esperanza de que palpamos y preparamos algo de lo absoluto cada vez que, bajo los golpes de nuestro esfuerzo, llega a ser dominado un poco más de determinismo, se adquiere un poco más de verdad, se realiza un poco más de progreso? ¿Es necesario, para hallarse unido a Cristo, desinteresarse de la marcha propia de este Cosmos embriagador y cruel que nos sostiene y que se alumbra en cada una de nuestras conciencias? Y una operación como ésa ¿no corre el riesgo de convertir, a quienes la realizaran en sí mismos, en mutilados, en tibios, en debilitados? He aquí el problema de vida en el que entran en conflicto inevitablemente, dentro de un corazón de cristiano, la fe divina que sostiene sus esperanzas individuales y la pasión terrestre que constituye la savia de todo el esfuerzo humano”.
Y expone sus convicciones: “Es mi convicción más querida que el desinterés por todo lo que constituye lo agradable y el interés más noble de nuestra vida natural no puede ser la base de nuestros crecimientos sobrenaturales. El cristiano, si comprende bien la obra inefable que se cumple a su alrededor y por medio de él en «toda» la naturaleza, tiene que caer en la cuenta de que los impulsos y los arrebatos suscitados en él por el «despertar cósmico» pueden ser considerados por él, no solamente en su forma traspuesta sobre un Ideal divino, sino también en el tuétano de sus objetos más materiales y más terrestres: para ello le basta con penetrarse del valor beatificante y de las esperanzas eternas de la santa Evolución…
Para concluir: “Y he aquí la palabra que quiero hacer escuchar por encima de todo: la de la reconciliación de Dios y del Mundo, porque es ella la que reconcilia a Dios y al mundo. Estas páginas a las que he querido transmitir, con lo mejor de mi reflexión sobre las cosas, la solución leal por medio de la cual se ha equilibrado y unificado mi vida interior, se las dedico a aquellos que desconfían de Jesús, porque sospechan que pretende desflorar, a sus ojos, el rostro irrevocablemente amado de la tierra, a aquellos también que, por amor a Jesús, se constriñen a ignorar aquello de que su alma desborda, a aquellos en fin, que, por no haber logrado hacer coincidir el Dios de su fe y el Dios de sus más ennoblecedores trabajos, se fatigan y se impacientan en medio de una vida dislocada por esfuerzos oblicuos. 24 de marzo de 1916. Nieuport”
Hemos querido reproducir casi completo el texto de la Introducción que hace Teilhard a “La Vida cósmica” porque refleja de modo fehaciente sus preocupaciones más íntimas, Aquellas que se irán desvelando, precisando y respondiendo a lo largo de casi medio siglo de reflexión.
OREMOS: la oración final de “La Vida cósmica”
El ensayo de Pierre Teilhard de Chardin “La Vida cósmica” se cierra –como en otras ocasiones- con una oración en la que resume y expresa toda la densidad de sentimientos acumulados en su corazón. Reproducimos un fragmento que parece ser más expresivo:
“….Jesús, centro hacia el que todo se mueve, dígnate concedernos a todos, si es posible, un pequeño rincón entre las mónadas escogidas y santas, que una vez desprendidas una a una, por Tu solicitud, del caos actual, se agregan lentamente en Ti en la unidad de la nueva Tierra (...) Vivir de la vida cósmica es vivir con la conciencia dominante de que se es un átomo del cuerpo de Cristo místico y cósmico. Quien vive así tiene en nada una multitud de preocupaciones, que para otros resultan absorbentes; vive más distante y su corazón está siempre más abierto”.
El texto de “La Vida cósmica” se inicia con una dedicatoria muy significativa: “LA VIDA CÓSMICA. A la Terra Mater y por medio de ella sobre todo a Cristo Jesús”. Este título es ya un resumen apretado de su intento en este ensayo. Es la declaración de intenciones de Teilhard, su deseo más profundo al redactar este texto: que el gusto por las cosas de la tierra le lleven a sentir la densidad del Dios profundo que se muestra en las cosas.
Se ha discutido mucho sobre el posible panteísmo de Teilhard. Pero –como más adelante comentamos- su postura se distancia claramente del “todas las cosas son Dios” de los filósofos panteístas para percibir –como escribe Sa Ignacio en el Libro de los Ejercicios Espirituales – que Dios está y se manifiesta en todas las cosas. Las cosas no son Dios; Dios está en las cosas.
La estructura del texto es simple: tras una introducción, divide su exposición en cuatro capítulos, cada uno de ellos con epígrafes:
Capítulo I: El despertar cósmico. Con tres apartados: A. La visión. B. La sensación. C. La llamada.
Capítulo II: La comunión con la Tierra. Con dos apartados: A. La tentación de la Materia. B. Hacia el Superhombre.
Capítulo III: La comunión con Dios. Con tres apartados: A. El mundo de las almas. B. El Cuerpo de Cristo. C. El escándalo del Reino de Dios.
Capítulo IV: La comunión con Dios a través de la Tierra. Con dos apartados: A. El Cristo Cósmico. B. La Santa Evolución.
La introducción
Muy probablemente, la introducción –por el estilo más maduro y elaborado- pudo ser escrita con posterioridad al texto completo. Esta Introducción es una síntesis de las ideas principales desarrolladas más adelante y pretende introducir a lector en los objetivos de su reflexión:
“Escribo estas líneas movido por la exuberancia que muestra la vida y por la necesidad de vivir; - deseo manifestar una visión apasionada de la Tierra, y para buscar una solución a las dudas sobre mi acción -; escribo porque amo al Universo, a sus energías, a sus secretos, a sus esperanzas, y porque, al mismo tiempo, estoy entregado a Dios, el único Origen, la única Salida, el único Término. Yo quiero dejar libre aquí mis sentimientos de mi amor hacia la materia y hacia la vida, y armonizar todo esto, si fuera posible, con la adoración hacia la Divinidad, que es la única absoluta y definitiva”.
Y expone su hipótesis: “Yo parto de este hecho inicial, fundamental: que cada uno de nosotros, lo quiera o no, se encuentra enlazado a todo lo que le rodea por todas sus fibras materiales, orgánicas, psíquicas. No sólo se halla atrapado en una red, sino que se ve arrastrado por la corriente de un río. Por todas partes a nuestro alrededor no hay más que enlaces y corrientes. Nos encadenan mil determinismos, pesan sobre nuestro presente mil herencias, mil afinidades padecidas nos dislocan y nos acosan hacia un fin ignorado. En medio de todas estas fuerzas que interfieren, el individuo no aparece más que como un centro imperceptible, un punto de vista que ve, un centro de repulsión y de atracción que siente, que busca y que da bandazos, que escoge entre las innumerables energías que a través de él irradian, que busca y que confunde, que torna sobre sí y se orienta para captar más o menos, y en sentidos diversos, la atmósfera activa que le baña y en la que él es un punto singular y consciente…. “
Y prosigue: “Y así es la condición exterior que nos ha sido dada. Nos hallamos, por así decirlo, mucho más fuera de nosotros, en el tiempo y en el espacio, que dentro de nosotros mismos, desde el instante en que vivimos: la persona, la mónada humana, como toda mónada es esencialmente cósmica”.
Y con un lenguaje cercano al de los gnósticos, prosigue: “Mucho antes de que la reflexión, la ciencia, la historia, las necesidades sociales experimentadas, vengan a precisar en nosotros la conciencia de ese inmenso dominio del «nosotros que se encuentra fuera de nosotros» y del «nosotros que se halla en nosotros a pesar de nosotros», una llamada secreta, íntima, que dilata nuestro egoísmo, nos advierte de que somos, en virtud de nuestras almas inmortales, los centros innumerables de una misma esfera, identificados [idénticos] mediante todo lo que no sea su incomunicable psiquismo, - los elementos encadenados de una misma curva que se prolonga por delante y por detrás de nosotros. Por una innata y oscura afinidad, por una necesidad inmanente de palpar lo estable y lo absoluto, sentimos que en nuestro corazón se incuba o irrumpe bruscamente el deseo de transformar el aislamiento que nos concentra sobre nosotros mismos en una existencia más amplia, en una unidad de orden superior, haciéndonos capaces de poder participar en la Totalidad de lo que nos arrastra y nos embarga. La aspiración panteísta hacia la fusión de todos en todo, tal es el aspecto inmanente de nuestra naturaleza cósmica, la una como prueba de la otra, tan innegable ésta para nuestras voluntades como aquélla para nuestras inteligencias,… pero sólo para los que miran, sólo para los que sienten”.
No deja de haber un ligero deseo apologético, posiblemente fruto de su contacto con hombres descreídos en el frente de batalla: “Hacer mirar, hacer sentir, - vengarme, mediante una profesión de fe inflamada en la fecundidad y el valor del Mundo, de los que sonríen y menean la cabeza cuando se les habla de una nostalgia vaga por algo oculto en nosotros que nos sobrepasa y nos culmina, triunfar incluso sobre esos hombres mostrándoles hasta la saciedad que su envanecida individualidad no es más que una brizna de paja en el seno de las energías que pretenden ignorar, o de las que se burlan si les hablamos de levantar un templo en su honor: esa es mi primera intención. Es preciso, si el ser Humano quiere alcanzarse a sí mismo, que despierte a la conciencia de sus infinitas prolongaciones, a sus deberes, a su embriaguez. ¡Es necesario que el ser Humano (dando de lado a todas las ilusiones de un individualismo estrecho), amplíe su corazón a la medida del Universo, y arrebatado por el vértigo de su nueva grandeza, no pueda menos de creerse en posesión de lo divino, Dios mismo, o que se crea el forjador de la Divinidad!”
Teilhard expone con claridad los objetivos de su reflexión: “No pretendo hacer directamente ni ciencia, ni filosofía, ni, mucho menos, apologética. Expongo ante todo unas consideraciones ardientes. Casi sin una actitud de condena por mi parte, desde luego, veré, para comenzar, cómo reina en el pensamiento y en las pasiones humanas la crisis, compañera de todo despertar; como simple observador ante todo, contemplaré nacer y desenvolverse en el secreto de las almas o en medio del tumulto de las multitudes, la tentación cósmica; veré doblarse las frentes ante el becerro de oro y al incienso ascender hacia la montaña del orgullo humano. Casi sin pruebas, también, pero fortalecido con sus propias armonías con el Resto y con sus propias correspondencias, yo dejaré que, en aparente oposición con los sueños de la Tierra, que él viene a completar y corregir, surja el inefable Cosmos de la materia y de la Vida nueva, el Cuerpo de Cristo, real y místico, unidad y miríada, mónada y pléyade”.
Se trasluce también su sensibilidad de poeta y místico: “Y, semejante a quienes acunan melodías sucesivas y diversas, dejaré, en múltiples sentidos, hacia el éter inicial, hacia el superhombre, hasta el Hombre-Dios, que cante y grite mi vida… hacia abajo, hacia arriba, por encima...”
Y desde estos sentimientos, expresa sus dudas, el hilo de sus reflexiones en búsqueda de coherencia existencial: “Porque, en definitiva, ¿es que para ser cristiano hay que renunciar a ser humano, humano en el sentido amplio y profundo de la palabra, desesperada y apasionadamente humano? ¿Habrá de ser preciso para seguir a Jesús y tener parte en su cuerpo celeste, renunciar a la esperanza de que palpamos y preparamos algo de lo absoluto cada vez que, bajo los golpes de nuestro esfuerzo, llega a ser dominado un poco más de determinismo, se adquiere un poco más de verdad, se realiza un poco más de progreso? ¿Es necesario, para hallarse unido a Cristo, desinteresarse de la marcha propia de este Cosmos embriagador y cruel que nos sostiene y que se alumbra en cada una de nuestras conciencias? Y una operación como ésa ¿no corre el riesgo de convertir, a quienes la realizaran en sí mismos, en mutilados, en tibios, en debilitados? He aquí el problema de vida en el que entran en conflicto inevitablemente, dentro de un corazón de cristiano, la fe divina que sostiene sus esperanzas individuales y la pasión terrestre que constituye la savia de todo el esfuerzo humano”.
Y expone sus convicciones: “Es mi convicción más querida que el desinterés por todo lo que constituye lo agradable y el interés más noble de nuestra vida natural no puede ser la base de nuestros crecimientos sobrenaturales. El cristiano, si comprende bien la obra inefable que se cumple a su alrededor y por medio de él en «toda» la naturaleza, tiene que caer en la cuenta de que los impulsos y los arrebatos suscitados en él por el «despertar cósmico» pueden ser considerados por él, no solamente en su forma traspuesta sobre un Ideal divino, sino también en el tuétano de sus objetos más materiales y más terrestres: para ello le basta con penetrarse del valor beatificante y de las esperanzas eternas de la santa Evolución…
Para concluir: “Y he aquí la palabra que quiero hacer escuchar por encima de todo: la de la reconciliación de Dios y del Mundo, porque es ella la que reconcilia a Dios y al mundo. Estas páginas a las que he querido transmitir, con lo mejor de mi reflexión sobre las cosas, la solución leal por medio de la cual se ha equilibrado y unificado mi vida interior, se las dedico a aquellos que desconfían de Jesús, porque sospechan que pretende desflorar, a sus ojos, el rostro irrevocablemente amado de la tierra, a aquellos también que, por amor a Jesús, se constriñen a ignorar aquello de que su alma desborda, a aquellos en fin, que, por no haber logrado hacer coincidir el Dios de su fe y el Dios de sus más ennoblecedores trabajos, se fatigan y se impacientan en medio de una vida dislocada por esfuerzos oblicuos. 24 de marzo de 1916. Nieuport”
Hemos querido reproducir casi completo el texto de la Introducción que hace Teilhard a “La Vida cósmica” porque refleja de modo fehaciente sus preocupaciones más íntimas, Aquellas que se irán desvelando, precisando y respondiendo a lo largo de casi medio siglo de reflexión.
OREMOS: la oración final de “La Vida cósmica”
El ensayo de Pierre Teilhard de Chardin “La Vida cósmica” se cierra –como en otras ocasiones- con una oración en la que resume y expresa toda la densidad de sentimientos acumulados en su corazón. Reproducimos un fragmento que parece ser más expresivo:
“….Jesús, centro hacia el que todo se mueve, dígnate concedernos a todos, si es posible, un pequeño rincón entre las mónadas escogidas y santas, que una vez desprendidas una a una, por Tu solicitud, del caos actual, se agregan lentamente en Ti en la unidad de la nueva Tierra (...) Vivir de la vida cósmica es vivir con la conciencia dominante de que se es un átomo del cuerpo de Cristo místico y cósmico. Quien vive así tiene en nada una multitud de preocupaciones, que para otros resultan absorbentes; vive más distante y su corazón está siempre más abierto”.
Conclusión
El ensayo de 1916 “La Vida cósmica” se cierra con tres frases cortas que suministran mucha información sobre el objetivo del escrito, la fecha y el lugar: “Este es mi testamento de intelectual”. 24 de abril de 1916. Jueves de Pascua. Fort-Mardik (Dunkerque)” ¿Tal vez pensaba Teilhard que iba a perecer en el frente de batalla? No lo sabemos. El caso es que deseó expresar lo que sentía en esos momentos y poder comunicarlo. En este tiempo, aún no pesaba sobre él ninguna prohibición para publicar sus escritos. Parece que lo que deseaba era comunicárselo a su prima Margarita para que, de alguna manera, sus sentimientos e intuiciones pudieran servir para provecho espiritual.
Bien sabemos que su vida no se segó en el campo de batalla. Todavía tenía por delante su formación como científico en París, los largos años de permanencia en China, las dificultades para poder dar a conocer sus escritos y los duros diez últimos años de su vida, con la sensación íntima de la incomprensión y del desierto exterior e interior. Pero el legado ha podido llegar hasta nosotros.
El pensamiento teilhardiano, que ya se esboza en “La Vida Cósmica” (1916) muestra una extraordinaria versatilidad para impregnar el diálogo interreligioso y marcar nuevas tendencias en el futuro de las tradiciones religiosas.
El ensayo de 1916 “La Vida cósmica” se cierra con tres frases cortas que suministran mucha información sobre el objetivo del escrito, la fecha y el lugar: “Este es mi testamento de intelectual”. 24 de abril de 1916. Jueves de Pascua. Fort-Mardik (Dunkerque)” ¿Tal vez pensaba Teilhard que iba a perecer en el frente de batalla? No lo sabemos. El caso es que deseó expresar lo que sentía en esos momentos y poder comunicarlo. En este tiempo, aún no pesaba sobre él ninguna prohibición para publicar sus escritos. Parece que lo que deseaba era comunicárselo a su prima Margarita para que, de alguna manera, sus sentimientos e intuiciones pudieran servir para provecho espiritual.
Bien sabemos que su vida no se segó en el campo de batalla. Todavía tenía por delante su formación como científico en París, los largos años de permanencia en China, las dificultades para poder dar a conocer sus escritos y los duros diez últimos años de su vida, con la sensación íntima de la incomprensión y del desierto exterior e interior. Pero el legado ha podido llegar hasta nosotros.
El pensamiento teilhardiano, que ya se esboza en “La Vida Cósmica” (1916) muestra una extraordinaria versatilidad para impregnar el diálogo interreligioso y marcar nuevas tendencias en el futuro de las tradiciones religiosas.
Leandro Sequeiros, Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Zaragoza. Coeditor de Tendencias21 de las Religiones y miembro del Consejo de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión.