Samuel B. Harris. Fuente: Wikipedia.
El tipo de ateísmo del neurocientífico, escritor y filósofo Sam Harris es distinto del de otros autores porque se funda exclusivamente en la ponderación de la fe religiosa irracional como fuente de la violencia, del terror, del enfrentamiento social –interior a las naciones e internacional– que acaba por hacer imposible toda forma de cohesión social.
Es evidente que Harris da por descontado que las creencias religiosas son irracionales y esto por dos razones. Primero porque la razón, en la ciencia y en la filosófica, no puede aducir argumento alguno para pensar que Dios o los dioses sean reales y existentes. Segundo porque las afirmaciones mismas de las religiones presentan un contenido que, por las buenas, no se puede creer, repugna inmediatamente a la razón, como puedan ser, por ejemplo, hablar de una “encarnación” de Dios o de que Mahoma ascendió al Cielo a lomos de un caballo alado, y otras afirmaciones de similar irracionalidad.
La irracionalidad de las creencias religiosas
La primera razón para establecer la irracionalidad de la fe religiosa depende, pues, de que en la ciencia y en la filosofía no se hallan argumentos que justifiquen las creencias. La base de toda crítica de la religión es que el universo objetivo que nos contiene y en el que debemos buscar el sentido de nuestra vida, al menos permite ser explicado al margen de la idea de Dios. El ateísmo dogmático prevaleció durante siglos, sin embargo, cuando la modernidad dogmática se trasformó en modernidad crítica también el ateísmo dogmático de trasformó en ateísmo crítico: consciente de la posibilidad de construir una explicación verosímil de la suficiencia del universo al margen de la idea de Dios, pero consciente de que la metafísica atea no es una evidencia o patencia absoluta.
Esta es la razón de que en nuestra época el ateísmo radical haya disminuido al mismo tiempo en que ha crecido el agnosticismo. En la modernidad crítica ha crecido un tipo de sociedad ilustrada y crítica, tolerante en muchos campos, pero sobre todo en lo metafísico. Defendemos que el universo objetivo hace posible una legítima interpretación puramente mundana sin Dios, es decir, una visión atea de la realidad, que puede ser asumida como creencia si a ello se inclina con libertad valorativa la persona humana.
Pues bien, debe indicarse desde el principio que Sam Harris, en cuanto a la valoración de nuestro conocimiento científico-filosófico del universo objetivo, no parece pertenecer a la modernidad crítica. Está de lleno dentro de lo que hemos llamado un ateísmo dogmático. Pero su ateísmo dogmático científico-filosófico no está argumentado, simplemente se asume como algo obvio que se da por supuesto.
Es decir, en Harris no hallaremos ningún tipo de reflexión profunda y seria sobre aspectos de la física teórica, de la cosmología, de la idea de la materia, de la vida, del hombre, ni en sus aspectos evolutivos o neurológicos.
En esto es completamente distinto de Dawkins, Dennett o Hawking, que centran su reflexión en argumentos científicos y, en su caso, también filosóficos. No es el caso en Harris. A lo más hallamos algunos párrafos en que hace alguna referencia simple a estas cuestiones básicas, pero siempre como alusiones colaterales poco profundas. Ciertamente ningún tratamiento sistemático. No obstante, Harris asume como evidencia básica que las creencias religiosas son totalmente irracionales, están construidas al margen de la ciencia y de la filosofía.
Para él se trata de una evidencia fuera de toda duda. En otras palabras, no vemos en Harris ni por asomo un reconocimiento de que pudiera haber razones que hicieran verosímil la posible existencia de Dios, ni que el ateísmo pudiera ser sólo una construcción verosímil pero que no goza de una seguridad absoluta porque es una creencia. Al contrario, Harris parte del supuesto de que las creencias religiosas son irracionales, no sólo al margen sino incluso en contra de la razón. ¿Qué argumentos aduce para afirmar de forma tan radical que las creencias religiosas están al margen de la razón?
La verdad es que no nos lo dice. Lo da por supuesto. Cabe pensar, eso sí, que da por válidas las argumentaciones que hayan podido aportar otros autores a los que, al parecer, concede una autoridad absoluta.
La realidad, sin embargo, dista mucho de responder a la evidencia de irracionalidad de las creencias religiosas asumida por Harris. La inmensa mayor parte de la humanidad del presente y del pasado es religiosa y, por tanto, vive en la intuición de que su mundo religioso no es “irracional”, sino que es posible y armónico con el universo de experiencia. Por otra parte, muchísimos intelectuales de todas las ramas del saber y de las profesiones más prestigiosas se manifiestan como religiosos. Muchos de ellos conocen perfectamente todo lo que debe conocerse de la ciencia y de la filosofía, y construyen argumentos serios y respetables para mostrar que existe una verosimilitud de que Dios realmente existiera como fundamento del universo.
Sin embargo, Harris ignora por completo que la cuestión de la racionalidad de las creencias religiosas sea una cuestión abierta, discutida y llena de matices en la sociedad de nuestros días. La posición de Harris es similar a la del ateísmo dogmático de siglos pasados: la persuasión dogmática absoluta de la verdad del ateísmo y la negación de la más mínima racionalidad al teísmo que sólo se explica por ilusión evasiva, por error, por ignorancia, o por ser malos o tontos.
Análisis científico-filosófico
La segunda razón para establecer la irracionalidad de las creencias religiosas es la crítica interna de sus mismas afirmaciones cuyo contenido repele a la razón y las muestra ya intuitivamente como irracionales. Harris constata lo que dicen las religiones, lo ridiculiza y lo muestra para que destaque su absurdo y todo el que caiga en la cuenta de ello pueda intuir también con fuerza la irracionalidad intrínseca del mundo de las religiones. En este sentido, la obra de Harris es más explícita que en lo científico-filosófico y aporta análisis de aspectos de las creencias que por sí mismos exhiben una irracionalidad hiriente.
Veamos un texto de Harris que habla por sí mismo (en El fin de la fe, capítulo 2, 72-73, traducción en Ed. Paradigma, 2007). “De hecho resulta difícil imaginar otro conjunto de creencias que sugieran más enfermedad mental que la que conforman la base de nuestras tradiciones religiosas. Pensemos si no en una de las piedras angulares de la fe católica: ´Del mismo modo profeso que en la misa se ofrece a Dios un sacrificio real, adecuado y propiciatorio, en nombre de los vivos y de los muertos, y que el cuerpo y la sangre, junto al alma y la divinidad, de nuestro señor Jesucristo están de verdad presentes en la sustancia del sagrado sacramento de la Eucaristía y que la sustancia del pan se convierte en la carne y la sustancia del vino en la sangre; y a este cambio la misa católica lo llama transustanciación. También profeso que en cada especie se recibe un verdadero sacramento y a Cristo todo´ (texto sacado por Harris de una Profession of Faith of the Roman Catholic Church).
Jesucristo, prosigue Harris –que resulta que nació de una virgen, engañó a la muerte y ascendió corporalmente a los cielos– puede ser ahora devorado en forma de galleta. Unas cuantas palabras latinas recitadas sobre tu vino favorito y también podrás beber su sangre. ¿Hay alguna duda de que un único creyente en esas cosas sería considerado loco? Mejor dicho, ¿hay alguna duda de que estaría loco?
El peligro de la fe religiosa estriba en que permite a los seres humanos normales cosechar el fruto de su locura y considerarlo sagrado. Como a cada nueva generación de niños se les enseña que no hay porqué justificar las creencias religiosas como se deben justificar las demás, la civilización sigue sitiada por las fuerzas de lo absurdo. Y ahora hasta nos matamos en nombre de una literatura antigua. ¿Quién diría que sería posible algo tan absurdamente trágico?”.
Afirmaciones absurdas y completamente irracionales se encuentran en todas las religiones y así son presentadas por Harris. Ya hemos mencionado antes la creencia islámica en que Mahoma ascendió a los Cielos a lomos de un caballo alado y no cabe duda de que Harris atribuiría la misma irracionalidad a la creencia cristiana de la ascensión de Cristo a los Cielos.
Es claro que en las religiones hay afirmaciones y creencias que para los no creyentes suenan de inmediato a cosas irracionales, absurdas que la razón más elemental no puede admitir. Son cosas que no se entienden y el increyente no las cree (por eso es increyente). Esto es lógico y admisible para los creyentes. Pueden entenderlo perfectamente. Pero lo normal en una cultura crítica e ilustrada, como es la modernidad crítica en proceso de conformación en la segunda mitad del siglo XX, es la tolerancia y el respeto entre las diversas metafísicas.
Pero, ¿por qué respetar a quienes tienen una metafísica diversa, alternativa a la nuestra? Pues simplemente porque se tiene una idea de que el universo es un enigma profundo que nos sitúa en incertidumbre metafísica. No entendemos cómo y por qué pueda existir un puro mundo autosuficiente sin Dios. La hipótesis de que un Dios creador pudiera existir no es descartable y su posibilidad queda abierta.
Es un Misterio que exista un puro mundo, es un Misterio la ontología divina y su creación del Universo, así como su relación continua con un eventual universo creado, y si ese Dios creador tuviera un plan de salvación de la estirpe humana sin duda ninguna que ese plan contendría misterios. El hombre no puede vivir sino caminando sobre el misterio y la incertidumbre. La fe cristiana tiene una “lógica de la fe” que la justifica ante la razón como una opción racional libre. Pero la fe cristiana que acepta el plan de salvación divina predicado por Jesús de Nazaret y acepta que ese plan desvela misterios sorprendentes (hechos que se aceptan pero que no entiende cómo llegan a ser reales por el misterio de la ontología de Dios y del universo).
Así, la fe cristiana habla del Misterio de la Trinidad, el Misterio de la Encarnación, la persona de Cristo y sus naturalezas divina y humana, el Misterio de la Muerte y resurrección de Cristo, o el Misterio de la Eucaristía que menciona Harris en el texto citado. Aceptar este último Misterio, supuesto que Dios exista y haya diseñado el misterio de salvación que describe la fe cristiana, no es un riesgo mayor que aceptar la existencia real del puro universo sin Dios, o aceptar la ontología divina y su relación holística con el universo creado. Además, el cristianismo ha venido haciendo una hermenéutica de sus propias creencias desde tiempos antiguos; hermenéutica que no es lo mismo que el kerigma esencial de la fe cristiana. Por ello, el cristianismo está abierto en la historia a una reinterpretación de la manera de entender qué significan los misterios de su propia fe.
Defendemos la extraordinaria importancia que hoy tiene caer en la cuenta del enigma del universo y de la situación humana en una radical incertidumbre metafísica. Es esencial para entender cómo podemos hoy ser ateos increyentes o teístas creyentes. Pero antes de que la historia de la cultura entrara en la modernidad crítica hubo muchos siglos de ateísmo y de teísmo dogmáticos, en que no había, ni para unos ni para otros, enigma alguno e incertidumbre. En nuestros días estamos entrando en la cultura de la incertidumbre moderna, pero todavía quedan restos del dogmatismo de siglos pasados. Y no son pequeños.
Sam Harris es uno de estos restos. ¿Por qué lo decimos? Pues porque esto es lo que manifiesta Harris con su pensamiento, tal como lo expone objetivamente en sus libros. Harris no tiene ninguna percepción del enigma del universo ni de la incertidumbre metafísica. Está absolutamente seguro de que Dios no existe, aunque, como decíamos, sea para él sólo un supuesto porque no aborda una discusión en profundidad desde la ciencia y la filosofía.
La existencia de un puro mundo sin Dios no es para él una hipótesis verosímil a la que libremente se incline, sino una certeza absoluta e incuestionable. Al situarse en este dogmatismo excluyente no sólo ignora la reflexión actual sobre el estado de los resultados de la ciencia y su proyección sobre la filosofía. Ignora que la sociología muestra la incertidumbre que se manifiesta en la existencia de creyentes e increyentes, que conciben respectivamente la hipótesis verosímil de un Dios creador o de un puro mundo sin Dios. Ignora además los resultados de la epistemología moderna, que es abierta y crítica, consciente del enigma, tolerante y respetuosa.
Además, Harris no sólo ignora el talante moderno que ha pasado desde el dogmatismo a la incertidumbre, sino que ignora totalmente la forma en que las religiones (no sólo el cristianismo) se abren con “sentido”, dentro de una lógica que las instala en armonía subjetiva con la realidad, a la aceptación de sus misterios. En los libros de Harris no se ve ni de lejos, ni por asomo, que haya algún rasgo que permita vislumbrar que tenga un entendimiento elemental de la lógica y de la teología propia de las religiones. Y, sin embargo, sin tener una idea mínima de lo que critica, se atreve con una arrogancia e ingenuidad pasmosa a reírse de las religiones, a reírse de la inmensa mayor parte de los seres humanos, a reírse sin argumentos de una enorme cantidad de intelectuales competentes que son religiosos.
Harris hace una caricatura de las religiones cogiendo del pasado, con anacronismos, los perfiles o flashes que le interesan para ridiculizar el absurdo e irracionalidad de las religiones, pero tiene un desconocimiento total de la reflexión científica, filosófica y teológica con que las religiones en entienden hoy a sí mismas (dentro de un proceso hermenéutico abierto). Al hacerlo, Harris muestra no sólo un engreimiento ingenuo fruto de su propia ignorancia, sino que muestra un comportamiento cruel, intolerante, fustigador con ensañamiento, que atribuye a la mayor parte de la humanidad –del pasado, del presente y de todos los niveles sociales, científicos, filosóficos e intelectuales– la imbecilidad y la irracionalidad más absoluta.
Sin embargo, hasta el sentido común más elemental puede intuir que la historia y los seres humanos deciden el sentido metafísico de su vida desde dentro de una complejidad intelectual y existencial mucho mayor que el simplismo dogmático de “buenos” y “malos” descrito por Harris.
Es evidente que Harris da por descontado que las creencias religiosas son irracionales y esto por dos razones. Primero porque la razón, en la ciencia y en la filosófica, no puede aducir argumento alguno para pensar que Dios o los dioses sean reales y existentes. Segundo porque las afirmaciones mismas de las religiones presentan un contenido que, por las buenas, no se puede creer, repugna inmediatamente a la razón, como puedan ser, por ejemplo, hablar de una “encarnación” de Dios o de que Mahoma ascendió al Cielo a lomos de un caballo alado, y otras afirmaciones de similar irracionalidad.
La irracionalidad de las creencias religiosas
La primera razón para establecer la irracionalidad de la fe religiosa depende, pues, de que en la ciencia y en la filosofía no se hallan argumentos que justifiquen las creencias. La base de toda crítica de la religión es que el universo objetivo que nos contiene y en el que debemos buscar el sentido de nuestra vida, al menos permite ser explicado al margen de la idea de Dios. El ateísmo dogmático prevaleció durante siglos, sin embargo, cuando la modernidad dogmática se trasformó en modernidad crítica también el ateísmo dogmático de trasformó en ateísmo crítico: consciente de la posibilidad de construir una explicación verosímil de la suficiencia del universo al margen de la idea de Dios, pero consciente de que la metafísica atea no es una evidencia o patencia absoluta.
Esta es la razón de que en nuestra época el ateísmo radical haya disminuido al mismo tiempo en que ha crecido el agnosticismo. En la modernidad crítica ha crecido un tipo de sociedad ilustrada y crítica, tolerante en muchos campos, pero sobre todo en lo metafísico. Defendemos que el universo objetivo hace posible una legítima interpretación puramente mundana sin Dios, es decir, una visión atea de la realidad, que puede ser asumida como creencia si a ello se inclina con libertad valorativa la persona humana.
Pues bien, debe indicarse desde el principio que Sam Harris, en cuanto a la valoración de nuestro conocimiento científico-filosófico del universo objetivo, no parece pertenecer a la modernidad crítica. Está de lleno dentro de lo que hemos llamado un ateísmo dogmático. Pero su ateísmo dogmático científico-filosófico no está argumentado, simplemente se asume como algo obvio que se da por supuesto.
Es decir, en Harris no hallaremos ningún tipo de reflexión profunda y seria sobre aspectos de la física teórica, de la cosmología, de la idea de la materia, de la vida, del hombre, ni en sus aspectos evolutivos o neurológicos.
En esto es completamente distinto de Dawkins, Dennett o Hawking, que centran su reflexión en argumentos científicos y, en su caso, también filosóficos. No es el caso en Harris. A lo más hallamos algunos párrafos en que hace alguna referencia simple a estas cuestiones básicas, pero siempre como alusiones colaterales poco profundas. Ciertamente ningún tratamiento sistemático. No obstante, Harris asume como evidencia básica que las creencias religiosas son totalmente irracionales, están construidas al margen de la ciencia y de la filosofía.
Para él se trata de una evidencia fuera de toda duda. En otras palabras, no vemos en Harris ni por asomo un reconocimiento de que pudiera haber razones que hicieran verosímil la posible existencia de Dios, ni que el ateísmo pudiera ser sólo una construcción verosímil pero que no goza de una seguridad absoluta porque es una creencia. Al contrario, Harris parte del supuesto de que las creencias religiosas son irracionales, no sólo al margen sino incluso en contra de la razón. ¿Qué argumentos aduce para afirmar de forma tan radical que las creencias religiosas están al margen de la razón?
La verdad es que no nos lo dice. Lo da por supuesto. Cabe pensar, eso sí, que da por válidas las argumentaciones que hayan podido aportar otros autores a los que, al parecer, concede una autoridad absoluta.
La realidad, sin embargo, dista mucho de responder a la evidencia de irracionalidad de las creencias religiosas asumida por Harris. La inmensa mayor parte de la humanidad del presente y del pasado es religiosa y, por tanto, vive en la intuición de que su mundo religioso no es “irracional”, sino que es posible y armónico con el universo de experiencia. Por otra parte, muchísimos intelectuales de todas las ramas del saber y de las profesiones más prestigiosas se manifiestan como religiosos. Muchos de ellos conocen perfectamente todo lo que debe conocerse de la ciencia y de la filosofía, y construyen argumentos serios y respetables para mostrar que existe una verosimilitud de que Dios realmente existiera como fundamento del universo.
Sin embargo, Harris ignora por completo que la cuestión de la racionalidad de las creencias religiosas sea una cuestión abierta, discutida y llena de matices en la sociedad de nuestros días. La posición de Harris es similar a la del ateísmo dogmático de siglos pasados: la persuasión dogmática absoluta de la verdad del ateísmo y la negación de la más mínima racionalidad al teísmo que sólo se explica por ilusión evasiva, por error, por ignorancia, o por ser malos o tontos.
Análisis científico-filosófico
La segunda razón para establecer la irracionalidad de las creencias religiosas es la crítica interna de sus mismas afirmaciones cuyo contenido repele a la razón y las muestra ya intuitivamente como irracionales. Harris constata lo que dicen las religiones, lo ridiculiza y lo muestra para que destaque su absurdo y todo el que caiga en la cuenta de ello pueda intuir también con fuerza la irracionalidad intrínseca del mundo de las religiones. En este sentido, la obra de Harris es más explícita que en lo científico-filosófico y aporta análisis de aspectos de las creencias que por sí mismos exhiben una irracionalidad hiriente.
Veamos un texto de Harris que habla por sí mismo (en El fin de la fe, capítulo 2, 72-73, traducción en Ed. Paradigma, 2007). “De hecho resulta difícil imaginar otro conjunto de creencias que sugieran más enfermedad mental que la que conforman la base de nuestras tradiciones religiosas. Pensemos si no en una de las piedras angulares de la fe católica: ´Del mismo modo profeso que en la misa se ofrece a Dios un sacrificio real, adecuado y propiciatorio, en nombre de los vivos y de los muertos, y que el cuerpo y la sangre, junto al alma y la divinidad, de nuestro señor Jesucristo están de verdad presentes en la sustancia del sagrado sacramento de la Eucaristía y que la sustancia del pan se convierte en la carne y la sustancia del vino en la sangre; y a este cambio la misa católica lo llama transustanciación. También profeso que en cada especie se recibe un verdadero sacramento y a Cristo todo´ (texto sacado por Harris de una Profession of Faith of the Roman Catholic Church).
Jesucristo, prosigue Harris –que resulta que nació de una virgen, engañó a la muerte y ascendió corporalmente a los cielos– puede ser ahora devorado en forma de galleta. Unas cuantas palabras latinas recitadas sobre tu vino favorito y también podrás beber su sangre. ¿Hay alguna duda de que un único creyente en esas cosas sería considerado loco? Mejor dicho, ¿hay alguna duda de que estaría loco?
El peligro de la fe religiosa estriba en que permite a los seres humanos normales cosechar el fruto de su locura y considerarlo sagrado. Como a cada nueva generación de niños se les enseña que no hay porqué justificar las creencias religiosas como se deben justificar las demás, la civilización sigue sitiada por las fuerzas de lo absurdo. Y ahora hasta nos matamos en nombre de una literatura antigua. ¿Quién diría que sería posible algo tan absurdamente trágico?”.
Afirmaciones absurdas y completamente irracionales se encuentran en todas las religiones y así son presentadas por Harris. Ya hemos mencionado antes la creencia islámica en que Mahoma ascendió a los Cielos a lomos de un caballo alado y no cabe duda de que Harris atribuiría la misma irracionalidad a la creencia cristiana de la ascensión de Cristo a los Cielos.
Es claro que en las religiones hay afirmaciones y creencias que para los no creyentes suenan de inmediato a cosas irracionales, absurdas que la razón más elemental no puede admitir. Son cosas que no se entienden y el increyente no las cree (por eso es increyente). Esto es lógico y admisible para los creyentes. Pueden entenderlo perfectamente. Pero lo normal en una cultura crítica e ilustrada, como es la modernidad crítica en proceso de conformación en la segunda mitad del siglo XX, es la tolerancia y el respeto entre las diversas metafísicas.
Pero, ¿por qué respetar a quienes tienen una metafísica diversa, alternativa a la nuestra? Pues simplemente porque se tiene una idea de que el universo es un enigma profundo que nos sitúa en incertidumbre metafísica. No entendemos cómo y por qué pueda existir un puro mundo autosuficiente sin Dios. La hipótesis de que un Dios creador pudiera existir no es descartable y su posibilidad queda abierta.
Es un Misterio que exista un puro mundo, es un Misterio la ontología divina y su creación del Universo, así como su relación continua con un eventual universo creado, y si ese Dios creador tuviera un plan de salvación de la estirpe humana sin duda ninguna que ese plan contendría misterios. El hombre no puede vivir sino caminando sobre el misterio y la incertidumbre. La fe cristiana tiene una “lógica de la fe” que la justifica ante la razón como una opción racional libre. Pero la fe cristiana que acepta el plan de salvación divina predicado por Jesús de Nazaret y acepta que ese plan desvela misterios sorprendentes (hechos que se aceptan pero que no entiende cómo llegan a ser reales por el misterio de la ontología de Dios y del universo).
Así, la fe cristiana habla del Misterio de la Trinidad, el Misterio de la Encarnación, la persona de Cristo y sus naturalezas divina y humana, el Misterio de la Muerte y resurrección de Cristo, o el Misterio de la Eucaristía que menciona Harris en el texto citado. Aceptar este último Misterio, supuesto que Dios exista y haya diseñado el misterio de salvación que describe la fe cristiana, no es un riesgo mayor que aceptar la existencia real del puro universo sin Dios, o aceptar la ontología divina y su relación holística con el universo creado. Además, el cristianismo ha venido haciendo una hermenéutica de sus propias creencias desde tiempos antiguos; hermenéutica que no es lo mismo que el kerigma esencial de la fe cristiana. Por ello, el cristianismo está abierto en la historia a una reinterpretación de la manera de entender qué significan los misterios de su propia fe.
Defendemos la extraordinaria importancia que hoy tiene caer en la cuenta del enigma del universo y de la situación humana en una radical incertidumbre metafísica. Es esencial para entender cómo podemos hoy ser ateos increyentes o teístas creyentes. Pero antes de que la historia de la cultura entrara en la modernidad crítica hubo muchos siglos de ateísmo y de teísmo dogmáticos, en que no había, ni para unos ni para otros, enigma alguno e incertidumbre. En nuestros días estamos entrando en la cultura de la incertidumbre moderna, pero todavía quedan restos del dogmatismo de siglos pasados. Y no son pequeños.
Sam Harris es uno de estos restos. ¿Por qué lo decimos? Pues porque esto es lo que manifiesta Harris con su pensamiento, tal como lo expone objetivamente en sus libros. Harris no tiene ninguna percepción del enigma del universo ni de la incertidumbre metafísica. Está absolutamente seguro de que Dios no existe, aunque, como decíamos, sea para él sólo un supuesto porque no aborda una discusión en profundidad desde la ciencia y la filosofía.
La existencia de un puro mundo sin Dios no es para él una hipótesis verosímil a la que libremente se incline, sino una certeza absoluta e incuestionable. Al situarse en este dogmatismo excluyente no sólo ignora la reflexión actual sobre el estado de los resultados de la ciencia y su proyección sobre la filosofía. Ignora que la sociología muestra la incertidumbre que se manifiesta en la existencia de creyentes e increyentes, que conciben respectivamente la hipótesis verosímil de un Dios creador o de un puro mundo sin Dios. Ignora además los resultados de la epistemología moderna, que es abierta y crítica, consciente del enigma, tolerante y respetuosa.
Además, Harris no sólo ignora el talante moderno que ha pasado desde el dogmatismo a la incertidumbre, sino que ignora totalmente la forma en que las religiones (no sólo el cristianismo) se abren con “sentido”, dentro de una lógica que las instala en armonía subjetiva con la realidad, a la aceptación de sus misterios. En los libros de Harris no se ve ni de lejos, ni por asomo, que haya algún rasgo que permita vislumbrar que tenga un entendimiento elemental de la lógica y de la teología propia de las religiones. Y, sin embargo, sin tener una idea mínima de lo que critica, se atreve con una arrogancia e ingenuidad pasmosa a reírse de las religiones, a reírse de la inmensa mayor parte de los seres humanos, a reírse sin argumentos de una enorme cantidad de intelectuales competentes que son religiosos.
Harris hace una caricatura de las religiones cogiendo del pasado, con anacronismos, los perfiles o flashes que le interesan para ridiculizar el absurdo e irracionalidad de las religiones, pero tiene un desconocimiento total de la reflexión científica, filosófica y teológica con que las religiones en entienden hoy a sí mismas (dentro de un proceso hermenéutico abierto). Al hacerlo, Harris muestra no sólo un engreimiento ingenuo fruto de su propia ignorancia, sino que muestra un comportamiento cruel, intolerante, fustigador con ensañamiento, que atribuye a la mayor parte de la humanidad –del pasado, del presente y de todos los niveles sociales, científicos, filosóficos e intelectuales– la imbecilidad y la irracionalidad más absoluta.
Sin embargo, hasta el sentido común más elemental puede intuir que la historia y los seres humanos deciden el sentido metafísico de su vida desde dentro de una complejidad intelectual y existencial mucho mayor que el simplismo dogmático de “buenos” y “malos” descrito por Harris.
El 11-S y la eliminación de la religión
La biografía intelectual de Sam Harris no es la de un sesudo profesor universitario. Después de la etapa familiar con sus padres, de religión judía y cuáquera, comenzó su formación universitaria. En 1986 estaba en la universidad de Stanford en California y, tras su formación inicial, viajó por Asia durante once años, con diversos contactos con religiones orientales.
En 1997 regresó a Stanford hasta completar su grado en filosofía (Bachelor of Arts) en el año 2000. Muy poco después tuvo lugar el atentado terrorista de las torres gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001.
El impacto de este acontecimiento fue muy fuerte en Harris, como lo fue también en muchísimas otras personas en todo el mundo. Entonces comenzó la redacción de su primera obra, El fin de la fe, que se publicó en 2004. Aquella experiencia del alcance de la fe fanática en la religión islámica le llevó a la persuasión de que la religión no era un factor humano neutral con el que se pudiera convivir, sino un factor extremadamente peligroso como se había visto en aquel trágico atentado. La generalización le llevó a Harris a considerar que no sólo el islam era peligroso sino que todas las religiones tenían el mismo germen de irracionalidad fanática y, por tanto, no era posible mantener ante la religión una posición de tolerancia, simplemente porque no se podía permanecer indiferente ante una causa próxima de violencia y de terror.
El fin de la fe cayó en un momento en que la población estaba hipersensibilizada ante el problema del terror religioso y su éxito fue tan grande que se mantuvo 33 semanas en la lista del New York Times Book Review. Desde entonces Harris se hizo colaborador de importantes revistas y viajó por todo el mundo impartiendo conferencias. En 2009 recibió el doctorado por la Universidad de California en Los Ángeles con una tesis en neurociencia.
El perfil biográfico de Sam Harris muestra que se trata de una persona universitaria que supo usar sus habilidades de escritor para denunciar la irracionalidad y el fanatismo que late en todas las formas de religión. Y para hacerlo en un momento en que la opinión pública estaba en situación de dejarse impactar por una denuncia radical contra la religión. Esto es lo que hizo Harris en su primera obra y continuó en un pequeño corolario que tituló Carta a una nación cristiana (2006).
Harris, pues, responde al perfil de un publicista, de un escritor con garra que sabe intuir dónde está la actualidad, de un periodista y de un agudo polemista. Pero su perfil nos hace entender que no haya profundizado en los grandes temas científicos y filosóficos que plantea hoy la discusión del problema de Dios en el marco de la física teórica, la cosmología, la biología, etc. El strong point de Harris es la denuncia del fanatismo religioso, que incluye el hecho de que nace desde la irracionalidad fanática, y la necesidad de combatirlo. La religión es irracional por completo (esto es lo que Harris asume pero no argumenta con la amplitud debida) y, además, es fuente de violencia y de terror.
Harris enumera todos los conflictos históricos que han tenido sus raíces en la religión. No sólo del pasado, sino del presente (India, Irlanda del Norte, Yugoeslavia, Chechenia, Oriente Medio, etc.). Por ello, Harris apoya un movimiento internacional para promover el fin de la fe. Es posible conseguirlo porque la fe no se soporta ni en la razón ni en los intereses humanos. De la misma manera que hoy ya nadie habla de Zeus o de la religión griega, que se ha extinguido, ni se habla de la alquimia o de la astrología, así igualmente es posible eliminar la fe de la historia.
Por ello debe promoverse un movimiento social orientado a que las personas orienten su vida a partir de la razón. Harris es radical en su agresividad contra todo lo religioso: menciona la existencia de hombres religiosos moderados que tratan de que la religión sea admitida porque ya no es lo que era. Estos “moderados” son para Harris un peligro porque pueden inducir al engaño de que se baje la guardia frente a la religión, que tiene en sus raíces el fanatismo y siempre acabará en la intransigencia y en el terror.
El fin de la fe
Su primera y más importante obra es, según lo dicho, The End of Faith. Religion, Terror and the Future of Reason. En esta obra proclama Harris su posición intelectual ante la religión que es la que acabamos de perfilar. Ya todo está dicho en el título. En un primer capítulo, La razón en el exilio, proclama, en efecto, cómo las religiones han impuesto un mundo de irracionalidad que, sin embargo, juega un papel de sorprendente importancia en las sociedades actuales, por ejemplo en la sociedad americana que es por ello denunciada por Harris. La religión no es sino una forma de patología o enfermedad mental.
En un segundo capítulo, La naturaleza de la creencia, estudia el papel de las creencias en la vida humana, mostrando cómo las religiones han pervertido el papel de las creencias, situándolas al margen de la razón y usándolas como medio del dominio social. En el tercer capítulo, A la sombra de Dios, se centra Harris en demostrar que el terror fanático fundado en la irracionalidad ha estado presente en el cristianismo durante siglos, y sigue presente aunque los “moderados” traten de camuflarlo. El cuarto capítulo, El problema con el Islam, analiza el terror y el fanatismo en el Islam, sobre todo en sus dramáticas consecuencias sobre la historia actual. El quinto capítulo, Al oeste del Edén, está dedicado a la sociedad americana para mostrar su implícito, y a veces manifiesto, teocratismo.
Es inverosímil para Harris que algo cuya esencia es el fanatismo y la irracionalidad, constituya el eje indiscutible de la política americana. Presidentes como Reagan o Bush salen a la palestra para ser acusados. Harris analiza el papel de las ideas religiosas en cuestiones como las drogas, las células madre, el Sida, la manera de ver el tercer mundo. En ello se muestra una sociedad atenazada irracionalmente por la religión. Harris aboga por una separación radical iglesia-estado que termine arrinconando finalmente la religión cuando por el imperio de la razón se produzca el fin de la fe.
El sexto capítulo, Una ciencia del bien y del mal, trata de perfilar una sociedad ética que pueda sustituir el vacío creado por el fin de la religión. Lo mismo hace en el séptimo capítulo, Experimentos de la conciencia, en que perfila una nueva espiritualidad fundada en la sensación mística de unión con el universo hasta vivir el gozo de la plena experiencia de la vida. Pero existe un misticismo natural, cósmico, que no tiene nada que ver con la religión, que está fundado en la razón y que sobrevivirá al fin de la religión.
En el tercer capítulo, A la sombra de Dios, quiere hacer Harris una recapitulación del terror, de la tortura, de la injusticia, de la opresión, de la perversidad, que durante siglos y siglos ha sido ejercida por el cristianismo, en todas sus variedades y denominaciones. A la sombra del uso de la idea de Dios no se ha realizado el Bien, sino una inmensa cadena de actuaciones fanáticas similares a las que haya podido hacer el islam en el pasado y siga haciendo en la actualidad. Todas las religiones llevan el germen de la intransigencia, de la confrontación, de la exclusión del que no tiene las mismas creencias, del fanatismo y del terror.
Se comprueba al constatar la similitud histórica entre el terror cristiano y el terror islámico. Los “moderados”, ante todo los del cristianismo, no deben inducirnos a error sobre la persistencia de la esencia perversa de todas las religiones. En relación al terror cristiano se fija Harris en las torturas, ajusticiamientos e injusticias arbitrarias de la Inquisición, de la persecución de las brujas, o del acoso multiforme a los judíos. Para Harris la tortura y la muerte de los herejes o disidentes era consecuencia de una sociedad teocrática y de la doctrina misma del cristianismo, como justifica aduciendo puntos de vista de un teólogo tan importante como san Agustín. Para Harris incluso la persecución de los judíos por los nazis tuvo sus raíces en el antisemitismo cristiano y, cuando se produjo, tuvo la tolerancia incluso de las autoridades cristianas.
“No te dicen quienes son tus acusadores. Pero sus identidades carecen de importancia, pues a estas alturas, en el supuesto de que se desdijeran, sus acusaciones no perderían fuerza de prueba contra ti, mientras que ellos serían condenados por falso testimonio. La maquinaria de la justicia está tan bien engrasada con la fe que no se la puede detener” (p. 80). “Tus carceleros te llevarán encantados a los umbrales más elevados del sufrimiento humano.
Antes de quemarte atado a una estaca. Puedes ser encerrado en completa oscuridad durante meses o años, golpeado repetidas veces y morir de hambre, o ser estirado en el potro. Podrían destrozarte los pulgares o los dedos de los pies, o insertarte en boca, vagina o ano, una “pera que te los abrirá a la fuerza hasta que no sea posible aumentar tu sufrimiento. Podrían atarte al techo embutido en un strappado (con los brazos atados a la espalda y sujetos a una polea, con pesos en los pies) que te dislocará los hombros.
A este tormento podría añadirse el cepo chino, que, al causar a menudo la muerte, puede ahorrarte el sufrimiento de la estaca. Si tienes la desgracia de estar en España, donde la tortura judicial alcanzó un elevado nivel de crueldad, podrían ponerte en la silla española, un trono de hierro con grilletes sujetándote cabeza y extremidades. Buscando salvar tu alma pondrán bajo tus pies un brasero con carbones al rojo, asándolos lentamente.
Como la marca de la herejía es profunda tu carne se cubrirá continuamente de grasa para que no arda demasiado deprisa. O podrían atarte a una mesa y poner boca abajo bajo tu abdomen un caldero lleno de ratas. Con la aplicación adecuada de un hierro al rojo las ratas comenzarán a abrir un agujero en tu vientre buscando una salida” (p. 81).
¿Son falsas estas atrocidades cometidas en nombre de la fe cristiana? No, no lo son. Harris abunda en describir escenas similares en relación a la Inquisición, la quema de brujas, la persecución de judíos y de herejes en general. Harris se fija en escenas seleccionadas, pero hay otras muchas. Yo mismo podría aportarle información.
En la edad media, guerras crueles con torturas y matanzas sin fin fueron emprendidas en nombre de la religión (las guerras contra los cátaros o las mismas cruzadas). ¿Qué diferencias existen con el fanatismo irracional del islam, en el pasado o en el presente?
En el año 2006 publicó Harris un pequeño opúsculo, titulado Carta a una nación cristiana, en que insistió en las tesis defendidas ya en la obra de 2004, El fin de la fe, aunque añadiendo quizá pequeños matices. En alguna manera Harris se reafirmaba mediante este nuevo escrito en las tesis defendidas en 2004, frente a las múltiples reacciones críticas surgidas en el cristianismo americano.
Harris se refiere a textos del AT cristiano para mostrar la incitación a la violencia presente en las raíces del cristianismo. Insiste igualmente en la presión irracional que éste ejerce sobre la sociedad para impedir el progreso en múltiples cuestiones morales. Tiene interés la observación aportada por Harris para indicar que no es posible creer en la existencia de Dios a) porque es imposible creer en un Dios que crea el Mal que se manifiesta en el huracán Catrina, y b) porque es imposible que Dios haya creado un universo en que aparece tan manifiestamente la contradicción entre la ciencia y la religión, poniendo como ejemplo la defensa irracional del creacionismo y del inteligent design en el fundamentalismo cristiano.
Harris concluye insistiendo en el fanatismo irracional de las religiones, que es irrecuperable y es la fuente de innumerables actos de terror y violencia, como sigue viéndose en la historia de los siglos XX y XXI. Frente a una sociedad dominada por la irracionalidad fanática de las religiones, Harris apela a una futura sociedad que cree las bases de una civilización global, fundada en el uso de la razón, de la ética y de una vivencia de la felicidad por la inserción en la experiencia del universo.
El fin de la fe no debe suponer ni el fin de la moralidad y de la ética, ni el fin de la felicidad humana.
La última obra importante de Sam Harris lleva por título The Moral Landscape. How Science can Determine Human Values. En ella apela a una nueva moral fundada en la razón que tienda a ofrecer al hombre y a las sociedades la posibilidad de alcanzar la felicidad. Para ello no renuncia Harris a la espiritualidad, aunque ciertamente no una espiritualidad que se funde en la idea de Dios y en las emociones religiosas.
Se inspira en espiritualidades orientales que presentan por la meditación un acceso a la conciencia creciente del “sí mismo” y la experiencia de la unidad mística con el cosmos. Harris expone su convicción de que las ciencias neurológicas y psicológicas, así como la ética social que integre a los hombres en una civilización global, irán hallando poco a poco los recursos científicos para facilitar que los hombres y la sociedades se “hallen bien” en una experiencia feliz de la existencia que ahuyente los temores ancestrales y permita la felicidad hasta el final de la vida.
La biografía intelectual de Sam Harris no es la de un sesudo profesor universitario. Después de la etapa familiar con sus padres, de religión judía y cuáquera, comenzó su formación universitaria. En 1986 estaba en la universidad de Stanford en California y, tras su formación inicial, viajó por Asia durante once años, con diversos contactos con religiones orientales.
En 1997 regresó a Stanford hasta completar su grado en filosofía (Bachelor of Arts) en el año 2000. Muy poco después tuvo lugar el atentado terrorista de las torres gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001.
El impacto de este acontecimiento fue muy fuerte en Harris, como lo fue también en muchísimas otras personas en todo el mundo. Entonces comenzó la redacción de su primera obra, El fin de la fe, que se publicó en 2004. Aquella experiencia del alcance de la fe fanática en la religión islámica le llevó a la persuasión de que la religión no era un factor humano neutral con el que se pudiera convivir, sino un factor extremadamente peligroso como se había visto en aquel trágico atentado. La generalización le llevó a Harris a considerar que no sólo el islam era peligroso sino que todas las religiones tenían el mismo germen de irracionalidad fanática y, por tanto, no era posible mantener ante la religión una posición de tolerancia, simplemente porque no se podía permanecer indiferente ante una causa próxima de violencia y de terror.
El fin de la fe cayó en un momento en que la población estaba hipersensibilizada ante el problema del terror religioso y su éxito fue tan grande que se mantuvo 33 semanas en la lista del New York Times Book Review. Desde entonces Harris se hizo colaborador de importantes revistas y viajó por todo el mundo impartiendo conferencias. En 2009 recibió el doctorado por la Universidad de California en Los Ángeles con una tesis en neurociencia.
El perfil biográfico de Sam Harris muestra que se trata de una persona universitaria que supo usar sus habilidades de escritor para denunciar la irracionalidad y el fanatismo que late en todas las formas de religión. Y para hacerlo en un momento en que la opinión pública estaba en situación de dejarse impactar por una denuncia radical contra la religión. Esto es lo que hizo Harris en su primera obra y continuó en un pequeño corolario que tituló Carta a una nación cristiana (2006).
Harris, pues, responde al perfil de un publicista, de un escritor con garra que sabe intuir dónde está la actualidad, de un periodista y de un agudo polemista. Pero su perfil nos hace entender que no haya profundizado en los grandes temas científicos y filosóficos que plantea hoy la discusión del problema de Dios en el marco de la física teórica, la cosmología, la biología, etc. El strong point de Harris es la denuncia del fanatismo religioso, que incluye el hecho de que nace desde la irracionalidad fanática, y la necesidad de combatirlo. La religión es irracional por completo (esto es lo que Harris asume pero no argumenta con la amplitud debida) y, además, es fuente de violencia y de terror.
Harris enumera todos los conflictos históricos que han tenido sus raíces en la religión. No sólo del pasado, sino del presente (India, Irlanda del Norte, Yugoeslavia, Chechenia, Oriente Medio, etc.). Por ello, Harris apoya un movimiento internacional para promover el fin de la fe. Es posible conseguirlo porque la fe no se soporta ni en la razón ni en los intereses humanos. De la misma manera que hoy ya nadie habla de Zeus o de la religión griega, que se ha extinguido, ni se habla de la alquimia o de la astrología, así igualmente es posible eliminar la fe de la historia.
Por ello debe promoverse un movimiento social orientado a que las personas orienten su vida a partir de la razón. Harris es radical en su agresividad contra todo lo religioso: menciona la existencia de hombres religiosos moderados que tratan de que la religión sea admitida porque ya no es lo que era. Estos “moderados” son para Harris un peligro porque pueden inducir al engaño de que se baje la guardia frente a la religión, que tiene en sus raíces el fanatismo y siempre acabará en la intransigencia y en el terror.
El fin de la fe
Su primera y más importante obra es, según lo dicho, The End of Faith. Religion, Terror and the Future of Reason. En esta obra proclama Harris su posición intelectual ante la religión que es la que acabamos de perfilar. Ya todo está dicho en el título. En un primer capítulo, La razón en el exilio, proclama, en efecto, cómo las religiones han impuesto un mundo de irracionalidad que, sin embargo, juega un papel de sorprendente importancia en las sociedades actuales, por ejemplo en la sociedad americana que es por ello denunciada por Harris. La religión no es sino una forma de patología o enfermedad mental.
En un segundo capítulo, La naturaleza de la creencia, estudia el papel de las creencias en la vida humana, mostrando cómo las religiones han pervertido el papel de las creencias, situándolas al margen de la razón y usándolas como medio del dominio social. En el tercer capítulo, A la sombra de Dios, se centra Harris en demostrar que el terror fanático fundado en la irracionalidad ha estado presente en el cristianismo durante siglos, y sigue presente aunque los “moderados” traten de camuflarlo. El cuarto capítulo, El problema con el Islam, analiza el terror y el fanatismo en el Islam, sobre todo en sus dramáticas consecuencias sobre la historia actual. El quinto capítulo, Al oeste del Edén, está dedicado a la sociedad americana para mostrar su implícito, y a veces manifiesto, teocratismo.
Es inverosímil para Harris que algo cuya esencia es el fanatismo y la irracionalidad, constituya el eje indiscutible de la política americana. Presidentes como Reagan o Bush salen a la palestra para ser acusados. Harris analiza el papel de las ideas religiosas en cuestiones como las drogas, las células madre, el Sida, la manera de ver el tercer mundo. En ello se muestra una sociedad atenazada irracionalmente por la religión. Harris aboga por una separación radical iglesia-estado que termine arrinconando finalmente la religión cuando por el imperio de la razón se produzca el fin de la fe.
El sexto capítulo, Una ciencia del bien y del mal, trata de perfilar una sociedad ética que pueda sustituir el vacío creado por el fin de la religión. Lo mismo hace en el séptimo capítulo, Experimentos de la conciencia, en que perfila una nueva espiritualidad fundada en la sensación mística de unión con el universo hasta vivir el gozo de la plena experiencia de la vida. Pero existe un misticismo natural, cósmico, que no tiene nada que ver con la religión, que está fundado en la razón y que sobrevivirá al fin de la religión.
En el tercer capítulo, A la sombra de Dios, quiere hacer Harris una recapitulación del terror, de la tortura, de la injusticia, de la opresión, de la perversidad, que durante siglos y siglos ha sido ejercida por el cristianismo, en todas sus variedades y denominaciones. A la sombra del uso de la idea de Dios no se ha realizado el Bien, sino una inmensa cadena de actuaciones fanáticas similares a las que haya podido hacer el islam en el pasado y siga haciendo en la actualidad. Todas las religiones llevan el germen de la intransigencia, de la confrontación, de la exclusión del que no tiene las mismas creencias, del fanatismo y del terror.
Se comprueba al constatar la similitud histórica entre el terror cristiano y el terror islámico. Los “moderados”, ante todo los del cristianismo, no deben inducirnos a error sobre la persistencia de la esencia perversa de todas las religiones. En relación al terror cristiano se fija Harris en las torturas, ajusticiamientos e injusticias arbitrarias de la Inquisición, de la persecución de las brujas, o del acoso multiforme a los judíos. Para Harris la tortura y la muerte de los herejes o disidentes era consecuencia de una sociedad teocrática y de la doctrina misma del cristianismo, como justifica aduciendo puntos de vista de un teólogo tan importante como san Agustín. Para Harris incluso la persecución de los judíos por los nazis tuvo sus raíces en el antisemitismo cristiano y, cuando se produjo, tuvo la tolerancia incluso de las autoridades cristianas.
“No te dicen quienes son tus acusadores. Pero sus identidades carecen de importancia, pues a estas alturas, en el supuesto de que se desdijeran, sus acusaciones no perderían fuerza de prueba contra ti, mientras que ellos serían condenados por falso testimonio. La maquinaria de la justicia está tan bien engrasada con la fe que no se la puede detener” (p. 80). “Tus carceleros te llevarán encantados a los umbrales más elevados del sufrimiento humano.
Antes de quemarte atado a una estaca. Puedes ser encerrado en completa oscuridad durante meses o años, golpeado repetidas veces y morir de hambre, o ser estirado en el potro. Podrían destrozarte los pulgares o los dedos de los pies, o insertarte en boca, vagina o ano, una “pera que te los abrirá a la fuerza hasta que no sea posible aumentar tu sufrimiento. Podrían atarte al techo embutido en un strappado (con los brazos atados a la espalda y sujetos a una polea, con pesos en los pies) que te dislocará los hombros.
A este tormento podría añadirse el cepo chino, que, al causar a menudo la muerte, puede ahorrarte el sufrimiento de la estaca. Si tienes la desgracia de estar en España, donde la tortura judicial alcanzó un elevado nivel de crueldad, podrían ponerte en la silla española, un trono de hierro con grilletes sujetándote cabeza y extremidades. Buscando salvar tu alma pondrán bajo tus pies un brasero con carbones al rojo, asándolos lentamente.
Como la marca de la herejía es profunda tu carne se cubrirá continuamente de grasa para que no arda demasiado deprisa. O podrían atarte a una mesa y poner boca abajo bajo tu abdomen un caldero lleno de ratas. Con la aplicación adecuada de un hierro al rojo las ratas comenzarán a abrir un agujero en tu vientre buscando una salida” (p. 81).
¿Son falsas estas atrocidades cometidas en nombre de la fe cristiana? No, no lo son. Harris abunda en describir escenas similares en relación a la Inquisición, la quema de brujas, la persecución de judíos y de herejes en general. Harris se fija en escenas seleccionadas, pero hay otras muchas. Yo mismo podría aportarle información.
En la edad media, guerras crueles con torturas y matanzas sin fin fueron emprendidas en nombre de la religión (las guerras contra los cátaros o las mismas cruzadas). ¿Qué diferencias existen con el fanatismo irracional del islam, en el pasado o en el presente?
En el año 2006 publicó Harris un pequeño opúsculo, titulado Carta a una nación cristiana, en que insistió en las tesis defendidas ya en la obra de 2004, El fin de la fe, aunque añadiendo quizá pequeños matices. En alguna manera Harris se reafirmaba mediante este nuevo escrito en las tesis defendidas en 2004, frente a las múltiples reacciones críticas surgidas en el cristianismo americano.
Harris se refiere a textos del AT cristiano para mostrar la incitación a la violencia presente en las raíces del cristianismo. Insiste igualmente en la presión irracional que éste ejerce sobre la sociedad para impedir el progreso en múltiples cuestiones morales. Tiene interés la observación aportada por Harris para indicar que no es posible creer en la existencia de Dios a) porque es imposible creer en un Dios que crea el Mal que se manifiesta en el huracán Catrina, y b) porque es imposible que Dios haya creado un universo en que aparece tan manifiestamente la contradicción entre la ciencia y la religión, poniendo como ejemplo la defensa irracional del creacionismo y del inteligent design en el fundamentalismo cristiano.
Harris concluye insistiendo en el fanatismo irracional de las religiones, que es irrecuperable y es la fuente de innumerables actos de terror y violencia, como sigue viéndose en la historia de los siglos XX y XXI. Frente a una sociedad dominada por la irracionalidad fanática de las religiones, Harris apela a una futura sociedad que cree las bases de una civilización global, fundada en el uso de la razón, de la ética y de una vivencia de la felicidad por la inserción en la experiencia del universo.
El fin de la fe no debe suponer ni el fin de la moralidad y de la ética, ni el fin de la felicidad humana.
La última obra importante de Sam Harris lleva por título The Moral Landscape. How Science can Determine Human Values. En ella apela a una nueva moral fundada en la razón que tienda a ofrecer al hombre y a las sociedades la posibilidad de alcanzar la felicidad. Para ello no renuncia Harris a la espiritualidad, aunque ciertamente no una espiritualidad que se funde en la idea de Dios y en las emociones religiosas.
Se inspira en espiritualidades orientales que presentan por la meditación un acceso a la conciencia creciente del “sí mismo” y la experiencia de la unidad mística con el cosmos. Harris expone su convicción de que las ciencias neurológicas y psicológicas, así como la ética social que integre a los hombres en una civilización global, irán hallando poco a poco los recursos científicos para facilitar que los hombres y la sociedades se “hallen bien” en una experiencia feliz de la existencia que ahuyente los temores ancestrales y permita la felicidad hasta el final de la vida.
Portada de “El fin de la fe”, libro superventas escrito por Sam Harris.
Sam Harris, un pensamiento con pies de barro
1) Si la no-existencia de Dios fuera una evidencia científica incuestionable, segura, cierta, absoluta, entonces quizá cabría esperar que el proceso social acabaría imponiendo la conciencia de que Dios no existe como una consecuencia de la inevitable influencia creciente de la razón. La sociedad estaría abocada a reconocer que Dios no-existe a medida que la razón fuera influyendo más y más en todos los niveles sociales. Esta seguridad era la que subjetivamente tenía el ateísmo de la modernidad dogmática.
Pero las circunstancias objetivas en la segunda mitad del siglo XX han propiciado el tránsito desde la modernidad dogmática a la modernidad crítica. Aunque Harris se empecine en no reconocerlo, en la segunda mitad del siglo XX ha ido creciendo la tendencia a entender que el ateísmo es posible, legítimo, lógicamente construible, pero sólo como hipótesis verosímil de que Dios no exista, pero nunca como un conocimiento evidente e incontrovertible. Este ateísmo crítico reconoce que el universo es un misterio y que la incertidumbre metafísica última no puede ser desvelada con los medios de conocimiento de que hasta ahora disponemos.
Esto quiere decir que los innumerables científicos, filósofos y profesionales de prestigio que en todos los niveles sociales son creyentes, no están en contradicción con la razón científica y filosófica. Esta no impone la existencia de Dios, pero puede hacerla verosímil en aquellos que libremente quieren persuadirse de esta verosimilitud. Harris vive en la certidumbre incontrovertible de un ateísmo dogmático que es ilusorio. Al dejarse llevar por el dogmatismo, Harris no sólo está al margen de las líneas ilustradas, abiertas, tolerantes, de la modernidad crítica, sino que se sitúa también al margen de la epistemología moderna, que no es dogmática en ningún campo y mucho menos en el metafísico.
2) En consecuencia, si nos atenemos al análisis científico-filosófico de la idea de Dios, vemos que lo que hoy se impone es la conciencia del enigma y de la incertidumbre porque existen hipótesis metafísicas alternativas, cuya verosimilitud es argumentable. Esto quiere decir que no cabe suponer que la razón, la única racionalidad existente, acabe por imponer el ateísmo. Al contrario, si todo sigue como hasta ahora, cabe conjeturar que seguirá habiendo quienes argumenten racionalmente bien a favor de la creencia teísta, bien a favor de la increencia atea.
Por tanto, según esto, lo más probable es que en el futuro sigan las cosas como en la actualidad, a saber, con una sociedad mayoritariamente religiosa, en diversas culturas y religiones, y también en una pura religiosidad interior que quizá gane terreno a las religiones sociales. La religiosidad y las religiones seguirán impulsadas por los argumentos racionales que las hacen verosímiles (aunque no las impongan) y, además, por las tendencias subjetivas del ser humano que busca la felicidad en la salvación divina y en las creencias religiosas que confieren consuelo para vivir el drama de la vida.
El hombre no es religioso porque ignore el malestar ante el silencio divino, ante el conocimiento (por el enigma del sufrimiento) y ante el drama de la historia (por el sufrimiento ante el Mal producido por una naturaleza ciega y por el sufrimiento producido por la perversidad humana en general y la perversidad específica obrada dentro de las religiones).
El hombre es religioso porque el impulso a la Vida lo mueve a aceptar la creencia y la esperanza en un Dios oculto y liberador. Esta tendencia, generada desde la vivencia del enigma del universo, a creer en la existencia de un poder salvador personal metafísico que acabe haciendo posible la felicidad humana, difícilmente podrá ser reprimida, mucho más teniendo en cuenta que la evolución la ha dotado incluso de sus implantes neuronales, cognitivos y emocionales.
3) Quizá Sam Harris pudiera llegar a reconocer que la no-existencia de Dios no es una evidencia científica y que pudieran construirse argumentos cosmológicos que hicieran verosímil su existencia. Pero podría insistir en que la religión, aunque no fuera en absoluto irracional, siempre sería una fuente de violencia y de terror.
Violencia en las torturas y violencia en las guerras. Harris podría decir que las religiones son dogmáticas, tratan de imponer su verdad con una intransigencia total y son la causa fundamental que obra en contra de la cohesión social. ¿Puede ponerse en duda que la religión ha sido dogmática, que ha torturado para imponer su verdad y que ha instigado guerras con un fondo religioso? No seremos nosotros quienes lo pongamos en duda. La historia es lo que es y la verdad debe ir siempre por delante, sin ocultarla. Pero, al mismo tiempo, cabe hacer algunas observaciones para entender lo que ha sido el drama de la historia y de la perversidad humana.
a) Debe admitirse que la sociedad no ha sido como de hecho ha sido como resultado exclusivo de las ideas religiosas. La naturaleza humana es anterior. Los hombres se han movido por instintos básicos de supervivencia, de dominio, de rivalidad personal, social y política en multitud de situaciones, de enemistad producida por conflictos de posesión de los bienes, conflictos psicológicos, sexuales y afectivos, de codicia, de injusticia… que han llevado a producir las múltiples manifestaciones de la perversidad humana general.
La crueldad de las culturas antiguas nacía de la costumbre a destruir el cuerpo de los enemigos a machetazos. Hoy en día no nos atrevemos individualmente a tomar en las manos un machete, pero la crueldad es mucho mayor y masiva (medios militares de todo tipo, la bomba atómica); la crueldad antigua era mucho más brutal en lo inmediato. La sangre y la tortura, la violencia fueron un producto evolutivo de la precariedad de la cultura humana. El dogmatismo fue también un hábito de la cultura. De hecho, cuando apareció el ateísmo de la modernidad fue durante muchos siglos dogmático, y no era religioso.
b) Por ello, cuando constatamos la crueldad del pasado, y la más refinada del presente, y la relacionamos con la naturaleza humana y con la religión, no es conforme ni con la psicología, la antropología, ni con la historia, atribuir la única causa ni a la naturaleza humana ni a la religión.
Probablemente estos dos factores jugaron un papel causal complementario. La causa radical fue la brutalidad de la naturaleza humana que se transmitió a los comportamientos religiosos primitivos. A su vez, la religión tenía un modo de ver las cosas dogmático, se creía en la Verdad y creía que la razón y el orden social autorizaban a defender la Verdad con la violencia frente a herejes y disidentes en general.
El dogmatismo religioso acabó manifestándose por medio de la crueldad que era ordinaria en la sociedad de su tiempo. Se produjo durante siglos (desde Constantino) una sorprendente simbiosis entre sociedad y religión que dio forma al teocratismo. Quienes pretendían satisfacer sus instintos naturales se metieron dentro de los grupos religiosos que jugaban un papel importante en el control y dominio social. La perversidad humana se metió dentro de las religiones.
Esto no pasó sólo en el pasado, sino que sigue pasando en el presente. En la iglesia católica, por ejemplo, está todavía presente la perversidad humana que busca el dominio, el dinero y el control social, o la perversidad de la pederastia que ha producido en nuestros días un escándalo de dimensiones colosales, como todos sabemos. Los instintos sexuales-afectivos son propios de la naturaleza humana y no tienen nada que ver con las creencias religiosas, aunque es posible que los problemas psicológicos producidos en clérigos por su difícil situación de aislamiento hayan podido contribuir a estas desviaciones.
c) Por otra parte, la perversidad humana que se manifestó durante siglos en las religiones, ante todo en el cristianismo y en el islam, fue ejercida por un grupo humano minoritario. Aquel grupo que había conseguido encaramarse a las posiciones de dominio y que tenía probablemente menos religiosidad profunda. Al mismo tiempo, la mayor parte de la sociedad no estaba directamente implicada en la violencia y en la tortura, aunque formaban parte de una cultura en que todo aquello era “lo obvio” y en alguna manera convivieran con ello y lo toleraran. En ocasiones, sin embargo, con una clara rebeldía interior.
En la edad media cristiana, la inmensa mayor parte de la sociedad vivía la religión como una ayuda y un consuelo, iluminado por los grandes símbolos del cristianismo. Estaban “interferidos” por la cultura de aquel tiempo, y no debemos juzgarlos con anacronismos. Pero vivían la religión con extraordinaria autenticidad subjetiva. Es lo que vemos en la literatura reciente sobre la edad media –Ken Follett en inglés, Los Pilares de la Tierra, o Ildefonso Falcones en España, La Catedral del Mar– que, al mismo tiempo que describen las perversidades medievales en los estamentos eclesiásticos, muestran la profundidad de la fe en el pueblo sencillo. En aquellos tiempos, la iglesia produjo un innumerable cuadro de santos, como san Francisco de Asís, que no vivieron ensuciándose las manos (aunque, mencionando la observación de Harris, sea también verdad que algunos santos, como santo Domingo de Guzmán, se hubieran comprometido con la Inquisición).
4) Las críticas de Sam Harris a lo que ha sido el pasado incuestionable del mundo cristiano muestran cuál es la idea que mucha gente tiene del cristianismo. El caos histórico en que la iglesia cristiana se vio inevitablemente atrapada ha sido lamentable, aun sin pretender hacer un juicio anacrónico de las cosas. Como Harris recuerda, la tortura no fue abolida en la iglesia hasta principios del siglo XIX y la Inquisición, añadimos nosotros, no se suprimió en España definitivamente hasta 1834, al morir Fernando VII. De la misma manera que el reconocimiento de que la tierra no era el centro del universo aristotélico, como ya dijo mucho antes Galileo y le produjo múltiples contratiempos, no lo hizo la iglesia hasta entrado el mismo siglo XIX.
La iglesia nació desde la conciencia de la misión histórica de proclamar el kerigma, la doctrina anunciada por Jesús. Los cristianos hemos creído que la Providencia de Dios ha velado para que el contenido del kerigma se transmitiera correctamente a la historia. Así ha sucedido hasta nuestros días. En los “tiempos oscuros” de la historia de la iglesia, en el imperio romano o en la edad media, el ejercicio desinhibido de la ignominia y de la perversión en la iglesia, no fue obstáculo para que siguieran presentes los grandes contenidos de la fe cristiana proclamados en el kerigma, aunque muchos comportamientos no respondieran a sus exigencias morales.
Es claro, como decíamos, que Dios ha velado por el kerigma, pero no ha interferido en una historia que debe ser autónoma y que inevitablemente hace brotar el drama de la historia que se manifiesta en el silencio-de-Dios, una de cuyas dimensiones es el sufrimiento producido por la perversidad general, propia de la naturaleza humana, y por la perversidad producida dentro de la historia de las religiones.
El cristianismo se vio inmerso en la cultura greco-romana de la cuenca mediterránea. Era una cultura no tanto religiosa cuanto filosófica y racional que provenía de los griegos. Se hablaba de un Dios filosófico. Era una cultura que, además, contenía el sistema socio-político del imperio romano. El imperio tenía una religión, pero la inmensa relación de crueldades, matanzas, crucifixiones, guerras y perversidades innombrables del imperio romano y, sobre todo de sus emperadores, no fueron una consecuencia de la religión, sino de naturaleza humana.
Por ello, cuando el cristianismo vio la necesidad de hacer una hermenéutica del kerigma quedo inevitablemente referido a la cultura greco-romana que terminó en una hermenéutica teocéntrica y teocrática. La persuasión, subjetiva y social, de poseer intelectualmente la Verdad absoluta (teocentrismo) justificó hacer de esa Verdad el principio del orden social (teocratismo). Pero el teocratismo autoritario llevó al error del justificar la violencia y el terror para defender la Verdad.
Hemos mantenido la tesis de que este teocentrismo y teocratismo han llegado hasta nuestros días, aunque obviamente dulcificados e incluso matizados por explícitas “adaptaciones ad hoc” debidas a la presión intelectual de la modernidad. Puede haber autores (nosotros mismos) que han denunciado esta hermenéutica del teocentrismo teocrático que está en el origen de todos los males.
Es verdad. Pero un autor no significa nada. Lo importante, lo que la sociedad ve y obra en consecuencia, es la actitud de la iglesia. El problema aparece porque la iglesia sigue poniéndose de perfil sin afrontar lo que ha sido realmente su pasado, ver dónde nos hallamos y cuál es hoy la proclamación del kerigma cristiano que debe hacerse dentro de la modernidad.
La iglesia está como desconcertada, como intentando que se olvide su pasado, abrumada por deber reconocer que la hermenéutica de siglos fue inadecuada, sin acertar a encontrar una alternativa congruente con el mundo moderno, quedando reducida a la proclamación del puro kerigma e intentado como inhibirse de la responsabilidad grave del momento histórico que se vive. Hemos defendido que lo único que tendría sentido para la iglesia sería afrontar la deuda histórica contraída con la sociedad: a saber, proclamar el kerigma cristiano desde el logos de la cultura de la modernidad con toda valentía y creatividad, ya que hoy comienza a vislumbrarse la alternativa hermenéutica perseguida durante siglos.
5) ¿El fin de la fe? Quizá los grupos religiosos cristianos permanezcan en hermenéuticas del pasado, pierdan su capacidad de mostrarse en armonía con el logos del mundo moderno y vayan quedando reducidos más y más en su presencia social. Ya en parte está pasando. Pero es difícil dejar de admitir que el potente impulso existencial humano a caminar hacia la Vida seguirá impulsando a los seres humanos a abrirse a la creencia y a la esperanza en un Dios oculto y liberador, a pesar de su lejanía y de su silencio.
Quizá las religiones mengüen, pero será mucho más difícil que desaparezca la religiosidad interior, libremente asumida por los hombres. Pero es que, además, para las mismas religiones, principalmente para el cristianismo, se están abriendo caminos nuevos para entender su armonía con la razón moderna y para integrarse en el sentido de la historia. ¿El fin de la fe? Ciertamente creemos que se producirá el fin de las hermenéuticas antiguas que favorecieron que la religión se dejara invadir en parte por la perversidad humana.
Pero hay muchos signos de que las religiones podrían renacer cuando tengan la valentía de asumir el logos de la modernidad. Entonces las religiones ofrecerían una razonabilidad armónica con el logos de la modernidad que, aun sin imponerse dogmáticamente, facilitaría que los hombres siguieran abriéndose libremente al consuelo moral de la religiosidad, tal como ha sucedido hasta ahora y probablemente seguirá sucediendo.
Artículo elaborado por Javier Monserrat, Universidad Autónoma de Madrid, Cátedra CTR, Universidad Comillas y co-editor de Tendencias21 de las Religiones.
1) Si la no-existencia de Dios fuera una evidencia científica incuestionable, segura, cierta, absoluta, entonces quizá cabría esperar que el proceso social acabaría imponiendo la conciencia de que Dios no existe como una consecuencia de la inevitable influencia creciente de la razón. La sociedad estaría abocada a reconocer que Dios no-existe a medida que la razón fuera influyendo más y más en todos los niveles sociales. Esta seguridad era la que subjetivamente tenía el ateísmo de la modernidad dogmática.
Pero las circunstancias objetivas en la segunda mitad del siglo XX han propiciado el tránsito desde la modernidad dogmática a la modernidad crítica. Aunque Harris se empecine en no reconocerlo, en la segunda mitad del siglo XX ha ido creciendo la tendencia a entender que el ateísmo es posible, legítimo, lógicamente construible, pero sólo como hipótesis verosímil de que Dios no exista, pero nunca como un conocimiento evidente e incontrovertible. Este ateísmo crítico reconoce que el universo es un misterio y que la incertidumbre metafísica última no puede ser desvelada con los medios de conocimiento de que hasta ahora disponemos.
Esto quiere decir que los innumerables científicos, filósofos y profesionales de prestigio que en todos los niveles sociales son creyentes, no están en contradicción con la razón científica y filosófica. Esta no impone la existencia de Dios, pero puede hacerla verosímil en aquellos que libremente quieren persuadirse de esta verosimilitud. Harris vive en la certidumbre incontrovertible de un ateísmo dogmático que es ilusorio. Al dejarse llevar por el dogmatismo, Harris no sólo está al margen de las líneas ilustradas, abiertas, tolerantes, de la modernidad crítica, sino que se sitúa también al margen de la epistemología moderna, que no es dogmática en ningún campo y mucho menos en el metafísico.
2) En consecuencia, si nos atenemos al análisis científico-filosófico de la idea de Dios, vemos que lo que hoy se impone es la conciencia del enigma y de la incertidumbre porque existen hipótesis metafísicas alternativas, cuya verosimilitud es argumentable. Esto quiere decir que no cabe suponer que la razón, la única racionalidad existente, acabe por imponer el ateísmo. Al contrario, si todo sigue como hasta ahora, cabe conjeturar que seguirá habiendo quienes argumenten racionalmente bien a favor de la creencia teísta, bien a favor de la increencia atea.
Por tanto, según esto, lo más probable es que en el futuro sigan las cosas como en la actualidad, a saber, con una sociedad mayoritariamente religiosa, en diversas culturas y religiones, y también en una pura religiosidad interior que quizá gane terreno a las religiones sociales. La religiosidad y las religiones seguirán impulsadas por los argumentos racionales que las hacen verosímiles (aunque no las impongan) y, además, por las tendencias subjetivas del ser humano que busca la felicidad en la salvación divina y en las creencias religiosas que confieren consuelo para vivir el drama de la vida.
El hombre no es religioso porque ignore el malestar ante el silencio divino, ante el conocimiento (por el enigma del sufrimiento) y ante el drama de la historia (por el sufrimiento ante el Mal producido por una naturaleza ciega y por el sufrimiento producido por la perversidad humana en general y la perversidad específica obrada dentro de las religiones).
El hombre es religioso porque el impulso a la Vida lo mueve a aceptar la creencia y la esperanza en un Dios oculto y liberador. Esta tendencia, generada desde la vivencia del enigma del universo, a creer en la existencia de un poder salvador personal metafísico que acabe haciendo posible la felicidad humana, difícilmente podrá ser reprimida, mucho más teniendo en cuenta que la evolución la ha dotado incluso de sus implantes neuronales, cognitivos y emocionales.
3) Quizá Sam Harris pudiera llegar a reconocer que la no-existencia de Dios no es una evidencia científica y que pudieran construirse argumentos cosmológicos que hicieran verosímil su existencia. Pero podría insistir en que la religión, aunque no fuera en absoluto irracional, siempre sería una fuente de violencia y de terror.
Violencia en las torturas y violencia en las guerras. Harris podría decir que las religiones son dogmáticas, tratan de imponer su verdad con una intransigencia total y son la causa fundamental que obra en contra de la cohesión social. ¿Puede ponerse en duda que la religión ha sido dogmática, que ha torturado para imponer su verdad y que ha instigado guerras con un fondo religioso? No seremos nosotros quienes lo pongamos en duda. La historia es lo que es y la verdad debe ir siempre por delante, sin ocultarla. Pero, al mismo tiempo, cabe hacer algunas observaciones para entender lo que ha sido el drama de la historia y de la perversidad humana.
a) Debe admitirse que la sociedad no ha sido como de hecho ha sido como resultado exclusivo de las ideas religiosas. La naturaleza humana es anterior. Los hombres se han movido por instintos básicos de supervivencia, de dominio, de rivalidad personal, social y política en multitud de situaciones, de enemistad producida por conflictos de posesión de los bienes, conflictos psicológicos, sexuales y afectivos, de codicia, de injusticia… que han llevado a producir las múltiples manifestaciones de la perversidad humana general.
La crueldad de las culturas antiguas nacía de la costumbre a destruir el cuerpo de los enemigos a machetazos. Hoy en día no nos atrevemos individualmente a tomar en las manos un machete, pero la crueldad es mucho mayor y masiva (medios militares de todo tipo, la bomba atómica); la crueldad antigua era mucho más brutal en lo inmediato. La sangre y la tortura, la violencia fueron un producto evolutivo de la precariedad de la cultura humana. El dogmatismo fue también un hábito de la cultura. De hecho, cuando apareció el ateísmo de la modernidad fue durante muchos siglos dogmático, y no era religioso.
b) Por ello, cuando constatamos la crueldad del pasado, y la más refinada del presente, y la relacionamos con la naturaleza humana y con la religión, no es conforme ni con la psicología, la antropología, ni con la historia, atribuir la única causa ni a la naturaleza humana ni a la religión.
Probablemente estos dos factores jugaron un papel causal complementario. La causa radical fue la brutalidad de la naturaleza humana que se transmitió a los comportamientos religiosos primitivos. A su vez, la religión tenía un modo de ver las cosas dogmático, se creía en la Verdad y creía que la razón y el orden social autorizaban a defender la Verdad con la violencia frente a herejes y disidentes en general.
El dogmatismo religioso acabó manifestándose por medio de la crueldad que era ordinaria en la sociedad de su tiempo. Se produjo durante siglos (desde Constantino) una sorprendente simbiosis entre sociedad y religión que dio forma al teocratismo. Quienes pretendían satisfacer sus instintos naturales se metieron dentro de los grupos religiosos que jugaban un papel importante en el control y dominio social. La perversidad humana se metió dentro de las religiones.
Esto no pasó sólo en el pasado, sino que sigue pasando en el presente. En la iglesia católica, por ejemplo, está todavía presente la perversidad humana que busca el dominio, el dinero y el control social, o la perversidad de la pederastia que ha producido en nuestros días un escándalo de dimensiones colosales, como todos sabemos. Los instintos sexuales-afectivos son propios de la naturaleza humana y no tienen nada que ver con las creencias religiosas, aunque es posible que los problemas psicológicos producidos en clérigos por su difícil situación de aislamiento hayan podido contribuir a estas desviaciones.
c) Por otra parte, la perversidad humana que se manifestó durante siglos en las religiones, ante todo en el cristianismo y en el islam, fue ejercida por un grupo humano minoritario. Aquel grupo que había conseguido encaramarse a las posiciones de dominio y que tenía probablemente menos religiosidad profunda. Al mismo tiempo, la mayor parte de la sociedad no estaba directamente implicada en la violencia y en la tortura, aunque formaban parte de una cultura en que todo aquello era “lo obvio” y en alguna manera convivieran con ello y lo toleraran. En ocasiones, sin embargo, con una clara rebeldía interior.
En la edad media cristiana, la inmensa mayor parte de la sociedad vivía la religión como una ayuda y un consuelo, iluminado por los grandes símbolos del cristianismo. Estaban “interferidos” por la cultura de aquel tiempo, y no debemos juzgarlos con anacronismos. Pero vivían la religión con extraordinaria autenticidad subjetiva. Es lo que vemos en la literatura reciente sobre la edad media –Ken Follett en inglés, Los Pilares de la Tierra, o Ildefonso Falcones en España, La Catedral del Mar– que, al mismo tiempo que describen las perversidades medievales en los estamentos eclesiásticos, muestran la profundidad de la fe en el pueblo sencillo. En aquellos tiempos, la iglesia produjo un innumerable cuadro de santos, como san Francisco de Asís, que no vivieron ensuciándose las manos (aunque, mencionando la observación de Harris, sea también verdad que algunos santos, como santo Domingo de Guzmán, se hubieran comprometido con la Inquisición).
4) Las críticas de Sam Harris a lo que ha sido el pasado incuestionable del mundo cristiano muestran cuál es la idea que mucha gente tiene del cristianismo. El caos histórico en que la iglesia cristiana se vio inevitablemente atrapada ha sido lamentable, aun sin pretender hacer un juicio anacrónico de las cosas. Como Harris recuerda, la tortura no fue abolida en la iglesia hasta principios del siglo XIX y la Inquisición, añadimos nosotros, no se suprimió en España definitivamente hasta 1834, al morir Fernando VII. De la misma manera que el reconocimiento de que la tierra no era el centro del universo aristotélico, como ya dijo mucho antes Galileo y le produjo múltiples contratiempos, no lo hizo la iglesia hasta entrado el mismo siglo XIX.
La iglesia nació desde la conciencia de la misión histórica de proclamar el kerigma, la doctrina anunciada por Jesús. Los cristianos hemos creído que la Providencia de Dios ha velado para que el contenido del kerigma se transmitiera correctamente a la historia. Así ha sucedido hasta nuestros días. En los “tiempos oscuros” de la historia de la iglesia, en el imperio romano o en la edad media, el ejercicio desinhibido de la ignominia y de la perversión en la iglesia, no fue obstáculo para que siguieran presentes los grandes contenidos de la fe cristiana proclamados en el kerigma, aunque muchos comportamientos no respondieran a sus exigencias morales.
Es claro, como decíamos, que Dios ha velado por el kerigma, pero no ha interferido en una historia que debe ser autónoma y que inevitablemente hace brotar el drama de la historia que se manifiesta en el silencio-de-Dios, una de cuyas dimensiones es el sufrimiento producido por la perversidad general, propia de la naturaleza humana, y por la perversidad producida dentro de la historia de las religiones.
El cristianismo se vio inmerso en la cultura greco-romana de la cuenca mediterránea. Era una cultura no tanto religiosa cuanto filosófica y racional que provenía de los griegos. Se hablaba de un Dios filosófico. Era una cultura que, además, contenía el sistema socio-político del imperio romano. El imperio tenía una religión, pero la inmensa relación de crueldades, matanzas, crucifixiones, guerras y perversidades innombrables del imperio romano y, sobre todo de sus emperadores, no fueron una consecuencia de la religión, sino de naturaleza humana.
Por ello, cuando el cristianismo vio la necesidad de hacer una hermenéutica del kerigma quedo inevitablemente referido a la cultura greco-romana que terminó en una hermenéutica teocéntrica y teocrática. La persuasión, subjetiva y social, de poseer intelectualmente la Verdad absoluta (teocentrismo) justificó hacer de esa Verdad el principio del orden social (teocratismo). Pero el teocratismo autoritario llevó al error del justificar la violencia y el terror para defender la Verdad.
Hemos mantenido la tesis de que este teocentrismo y teocratismo han llegado hasta nuestros días, aunque obviamente dulcificados e incluso matizados por explícitas “adaptaciones ad hoc” debidas a la presión intelectual de la modernidad. Puede haber autores (nosotros mismos) que han denunciado esta hermenéutica del teocentrismo teocrático que está en el origen de todos los males.
Es verdad. Pero un autor no significa nada. Lo importante, lo que la sociedad ve y obra en consecuencia, es la actitud de la iglesia. El problema aparece porque la iglesia sigue poniéndose de perfil sin afrontar lo que ha sido realmente su pasado, ver dónde nos hallamos y cuál es hoy la proclamación del kerigma cristiano que debe hacerse dentro de la modernidad.
La iglesia está como desconcertada, como intentando que se olvide su pasado, abrumada por deber reconocer que la hermenéutica de siglos fue inadecuada, sin acertar a encontrar una alternativa congruente con el mundo moderno, quedando reducida a la proclamación del puro kerigma e intentado como inhibirse de la responsabilidad grave del momento histórico que se vive. Hemos defendido que lo único que tendría sentido para la iglesia sería afrontar la deuda histórica contraída con la sociedad: a saber, proclamar el kerigma cristiano desde el logos de la cultura de la modernidad con toda valentía y creatividad, ya que hoy comienza a vislumbrarse la alternativa hermenéutica perseguida durante siglos.
5) ¿El fin de la fe? Quizá los grupos religiosos cristianos permanezcan en hermenéuticas del pasado, pierdan su capacidad de mostrarse en armonía con el logos del mundo moderno y vayan quedando reducidos más y más en su presencia social. Ya en parte está pasando. Pero es difícil dejar de admitir que el potente impulso existencial humano a caminar hacia la Vida seguirá impulsando a los seres humanos a abrirse a la creencia y a la esperanza en un Dios oculto y liberador, a pesar de su lejanía y de su silencio.
Quizá las religiones mengüen, pero será mucho más difícil que desaparezca la religiosidad interior, libremente asumida por los hombres. Pero es que, además, para las mismas religiones, principalmente para el cristianismo, se están abriendo caminos nuevos para entender su armonía con la razón moderna y para integrarse en el sentido de la historia. ¿El fin de la fe? Ciertamente creemos que se producirá el fin de las hermenéuticas antiguas que favorecieron que la religión se dejara invadir en parte por la perversidad humana.
Pero hay muchos signos de que las religiones podrían renacer cuando tengan la valentía de asumir el logos de la modernidad. Entonces las religiones ofrecerían una razonabilidad armónica con el logos de la modernidad que, aun sin imponerse dogmáticamente, facilitaría que los hombres siguieran abriéndose libremente al consuelo moral de la religiosidad, tal como ha sucedido hasta ahora y probablemente seguirá sucediendo.
Artículo elaborado por Javier Monserrat, Universidad Autónoma de Madrid, Cátedra CTR, Universidad Comillas y co-editor de Tendencias21 de las Religiones.