“Robespierre”, de Javier García Sánchez, una novela histórica virtuosamente extravagante

Un libro para comprender la Revolución francesa, más allá del tópico y de lo anecdótico


La novela “Robespierre” (Galaxia Gutenberg, 2012), de Javier García Sánchez, es una novela histórica que se sale de la norma, por el tratamiento de su trama ficcional. En ella, el autor consigue superar lo anecdótico y el tópico para retratar a los verdaderos protagonistas, el ambiente de la época y el Terror reinante, en el contexto de la Revolución francesa. Por Miguel Arnas Coronado.




No cabe dura que la novela Robespierre (Galaxia Gutenberg, 2012), de Javier García Sánchez (Barcelona, 1955), es una novela histórica, pero extravagante, fuera de la norma, lo que más que un defecto es una virtud.

¿Por qué? Un requisito, al parecer imprescindible, para la novela histórica es que haya una trama ficcional, por ejemplo, un personaje inventado que vive los hechos o acompaña a los personajes históricos.

Aquí lo hay, pero él mismo se diluye tanto, desaparece tanto tras la grandeza de los personajes a quienes acompaña que su anécdota apenas existe. Sebastien, el muchacho que llega a París en 1793 y conoce a Maximilien Robespierre y Louis Antoine Saint-Just por trabajar en las Tullerías como secretario de Lindet, ministro de Subsistencias, más que inmiscuirse en su vida, les deja actuar, les deja hablar, lo que más les gustó e hicieron, sin intervenir, sólo como una especie de espectador teatral o notario que levanta acta, como él mismo se reconoce en el último capítulo.

Es más, si hubiese habido alguna anécdota que hiciese de Sebastien un personaje novelístico, como al principio se da a creer, una historia de amor o algo semejante con la o las hijas de la familia en cuya casa vive realquilado, esta anécdota queda rota por algo muy coherente con la historia principal, el Terror.

Javier García Sánchez dinamita esa posibilidad anecdótica porque se niega a caer en el tópico, a distraer lo más mínimo de lo que de veras, veras, quiere contar. Y digo más… el narrador ni siquiera es este Sebastien: colocarlo a él como narrador habría sido centrar la acción en sus ojos, en él mismo y el autor no pretendía eso sino dejar que la acción correspondiese a los protagonistas Maxim y Antoine, como le piden familiarmente a Sebastien que les nombre.

La escritura como personaje

Debo indicar, como aviso a caminantes, que es novela larga, extensa, que al principio incluso desanima por la tendencia a desarrollar aparentemente en exceso, y luego explicaré esa apariencia, los temas, incluso a repetirse.

Sólo transcurridas 200 páginas uno empieza a sentirse arrastrado por el tema y por la prosa. Porque ese es otro atributo que distingue esta novela de una novela histórica al uso. No es que la prosa de las novelas históricas habituales sea obligadamente deleznable, en absoluto, pero el asunto principal en ellas suele ser la descripción de las situaciones, de la vida cotidiana de la época retratada, de los personajes y hechos que se describen, llevar al lector de la manita a través de imágenes narradas más que por un estilo magistral.

Aquí también se describe, sí, pero cuando uno lleva unas cuantas páginas empieza a percatarse de que la prosa y su calidad es un personaje más y quizá el más importante.

Aunque es preciso reconocer que tiene errores en ese aspecto tan importante, no errores de redacción sino errores de “impresión”, ortotipográficos, que deslucen en ocasiones un estilo impecable.

Pero no desmerecen en absoluto la lectura porque para eso está la inteligencia del lector que corrige, a su vez, lo que lee, mientras no se trate más que de aspectos así de irrelevantes.

El Terror como protagonista

Centrémonos más en las virtudes. Aunque el título es Robespierre, el asunto del que habla, y lo reconocen tanto el personaje Sebastien como el propio autor en el Post-scriptum, es el Terror. Sin embargo, siendo éste asunto abstracto al que el autor le confiere cierta personalidad, es lógico que la acción describa más a esos personajes que lo protagonizaron.

La novela es reivindicativa, sin ningún género de duda, y reivindicativa de esos dos individuos grandiosos que fueron Robespierre‎ y Saint-Just‎ que, si bien es verdad colaboraron en aquel horror de Madame la Guillotine, no fueron los que más e incluso llegaron a oponerse al Terror indiscriminado, que fue a lo que llevaron la República y la Revolución otros personajes más que ellos mismos, pero cuyas culpas pagaron ellos, y no sólo por ser decapitados sino por la mala fama que una historiografía, una literatura, un cine y una música posteriores les ha colgado como sambenito repugnante.

Según el autor, tres motivos fueron la causa de aquel acoso y derribo que se produjo desde la mañana del 9 de Termidor de 1794, 27 de julio, y todos, cierto, atribuibles de verdad a Robespierre y también, aunque no tanto, a Saint-Just porque éste era de pocas palabras.

Robespierre denunció la deriva burguesa y la casi renuncia a la Igualdad, de una República que empezaba a dejar de ser una Revolución. Gravísimo que lo denunciara. Robespierre acusó a los verdaderos terroristas, los procónsules en provincias y quienes alimentaron el Terror y la Guillotina en París con víctimas inocentes de quienes sólo se tenían sospechas, y que, como siempre en la historia del pueblo, no podían defenderse por carecer de dinero para pagar abogados, en tanto los verdaderos traidores y conspiradores contra la República, prolongaban y prolongaban los juicios, aunque algunos también fueron a parar al cadalso. Acusación aún más grave.

Saint-Just propuso el sufragio universal, y no reducido a quienes tuvieran ingresos superiores a determinada cantidad. ¡Escandaloso! Robespierre reveló los manejos de muchos para quedarse con dinero de la República o chantajear a nobles y burgueses para no ser juzgados o escapar a cambio de dinero y joyas, o también, apropiarse directamente de esos bienes incautados a los condenados cuando dichos bienes tendrían que haber ido a parar a las arcas del Estado; hasta apunta varias veces el asunto de la desviación de ganancias de la Compañía de Indias aunque no llega a contárnoslo.

¡Horroroso! Es por esto último que la lectura de esta novela se hace hoy imprescindible y, lo que es peor,
absolutamente actual: no por la corrupción en sí, que es tan vieja como el ser humano civilizado, sino porque siempre caen los denunciantes, precisamente, en lugar de los denunciados. Curioso.

El jacobinismo, tan malafamado, era una izquierda moderada y centralista, que se negaba a federar la nación por pensar que así perdería fuerza en un momento en el que Francia estaba en guerra con todo el resto de Europa, además del peligro de creación de diminutos reinos de Taifas donde cada satrapilla pudiese hacer lo que le viniera en gana.

Ignoro si Javier García Sánchez ha querido, de paso, aunque no hace alusión alguna al tema, dar una colleja a ciertas tendencias separatistas en nuestro país, él que, escribiendo en español, vive en Cataluña.

Los jacobinos, por otra parte, anteponían la Igualdad a la Libertad cuando no quedaba más remedio, legislando, por ejemplo, unos impuestos progresivos según la fortuna del contribuyente. ¡Espeluznante, monstruoso! Y esto que uso aquí, el sarcasmo cuando la impotencia ante el poder se hace dolorosa, también lo utiliza Javier en su novela, porque ésta es producto, como reconocen tanto el mismo autor como el personaje conductor de la trama, del fanatismo, un fanatismo en la defensa de sus protagonistas históricos en parangón con el fanatismo con el que fueron maltratados por la mayoría de los historiadores subsiguientes.

Sólo que García Sánchez basa su fanatismo en datos, datos que ha ido recogiendo durante la friolera de 30 años y unos doscientos textos leídos, y que sólo han ido saliendo tímidamente a la luz por los historiadores ya en el siglo XX, pues toda la historia escrita en el XIX fue claramente contraria al jacobinismo, y a estos dos personajes sobre todo, producto de una manipulación por parte de la derecha burguesa y una izquierda cobarde y aquiescente que no deseaban bajo ningún concepto que se tomase por héroes a quienes intentaron una distribución más equitativa y justa de la riqueza.

Es ese fanatismo el que le hace extenderse tanto, defender unos puntos de vista con ardor y por extenso, repitiéndose si es preciso porque repetirse es señal de pasión, de decir las cosas movido por el amor o el encandilamiento por unas ideas y unos personajes.

Agonía del personaje y de la novela

Pero volvamos al tema del estilo, de la prosa. Oraciones largas, subordinadas, en amalgama con otras contundentes muy en el estilo del propio Saint-Just. Palabras con sabor antiguo, coloristas, ricas.

En ese Post-scriptum, especie de justificación y explicación del autor que se sitúa al final de la novela como capítulo 13, García Sánchez asegura que intentó una prosa musical, una obra para coro y teclado y que se basó para ello en la música barroca del siglo XVII y primera mitad del XVIII.

Hizo bien porque de la música francesa de esa época revolucionaria no se salva ni Cherubini, para mí un autor muy secundario. Haendel, Telemann y Bach padre fueron sus inspiraciones. Incluso afirma que quiso acercarse al estilo musical de la fuga. No estoy de acuerdo. La fuga implica dos temas armónicos, sí, pero diferenciados.

Si consideramos que el tema del Terror, la situación histórica y sus protagonistas, se armoniza con el tema de Sebastien, ese ente de ficción que escribe durante toda su vida un libro (una novela histórica en verso, se dice al final) sobre la época revolucionaria del Terror, este segundo tema es tan débil que queda devorado por el primero.

Más bien entiendo que el estilo se acerca a los modos musicales románticos del tema y desarrollo, aunque sí es cierto que pueden darse al unísono varios temas que se desarrollan y se imbrican en la narración, como si fuera uno de esos movimientos fugados que Beethoven iniciaba pero no acababa. Incluso en esas repeticiones de ideas, que no de palabras, puede verse un estilo musical más semejante al tema y variaciones tan clásico y tan adecuado a la época descrita.

El final no es un secreto: la historia la conocemos, y respecto a la parte ficcional, Sebastien, casi centenario, acaba falleciendo de puro viejo como es de esperar, pero habiendo acabado su obra. Sin embargo, lo apasionante de Javier es que logra describirnos lo agonía plácida de su personaje, en contraste con las agonías violentas de las víctimas de Termidor, de forma que la identifica con la agonía de la misma novela. Toda una belleza.

Pasado y actualidad

Un libro recomendable si uno quiere enterarse, no sólo de en qué consistió el jacobinismo, sino quiénes fueron de veras aquellos guillotinados el 10 de Termidor del año II, es decir el 28 de julio de 1794, y el ambiente que se respiraba en París con una clase pudiente que siguió siendo pudiente, mandona y asesina porque se fundó una República, que luego trastabilló repetidas veces (Napoleón Bonaparte, Luis XVIII, Carlos X, Louis Philippe de Orleans, Napoleón III), pero fue abortada recién nacida una Revolución en la que las injusticias y la abundancia para unos y el hambre para los otros habrían sido progresivamente reducidas a la nada, según la visión utópica, sí, y soñadora, pero utopías y sueños que han conformado todo el siglo XX, aunque parece que en el XXI hayamos renunciado a ellas porque ya tenemos dinero para la tarifa del móvil y wasapeamos y parece que hayamos olvidado que no sólo de tecnología y falsa comunicación vive el hombre, sin contar con que limosneamos al tercer mundo y hasta mandamos médicos y buena gente, pero siempre que no se vengan a vivir a la casa de al lado.


Viernes, 27 de Septiembre 2013
Miguel Arnas Coronado
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