Posible explicación neurocientífica a los tatuajes religiosos

Esta práctica, que tiene milenios de antigüedad, estimula el sistema límbico, por lo que puede provocar experiencias místicas


Aunque en Occidente el tatuaje se convirtió en una manifestación que va desde lo artístico hasta lo frívolo, la práctica de dibujarse imágenes sagradas en la piel tiene profundas raíces en las tradiciones culturales de casi todo el mundo. La relación entre el proceso de plasmar estas imágenes con la espiritualidad y con la experiencia mística podría tener una explicación neurobiológica. Patricia Arca Mena y Gustavo Massutti Llach.


Patricia Arca Mena y Gustavo Massutti Llach
08/03/2016

Tā moko en rostro de maorí del siglo XVIII. Imagen: Parkinson, Sydney, 1745-1771. Fuente: Wikimedia Commons.
“Cuando las imágenes empiezan a moverse, me despiden. Ocurren cosas terribles en mis ilustraciones... Todo está aquí, en mi piel; no hay nada más que mirar”.  Ray Bradbury, “El hombre ilustrado”.
 
 Naomi Michelle Coleman no salía de su asombro. El 21 de abril de 2014, esta británica de 37 años arribó al aeropuerto internacional de Bandaranaike proveniente de India y comenzó a realizar los trámites de inmigración. Era la tercera vez que visitaba Sri Lanka y sabía que el calor húmedo podía ser sofocante incluso en esa época del año. Por eso vestía una simple camiseta blanca de algodón que dejaba al descubierto sus brazos. Un colorido tatuaje con la imagen de Buda sentado sobre una flor de loto le cubría la piel desde el hombro derecho hasta el codo. Nada que la preocupara, la imagen llevaba ahí varios años, incluso ya la había lucido en ese país.
 
Pero esta vez fue diferente. Apenas pasó el control de aduana y llegó al sector principal de arribos, un taxista local se le acercó y le advirtió que ese dibujo le podía causar problemas. Ella le contestó que ya había estado dos veces en Sri Lanka con el tatuaje y no había tenido inconvenientes, pero que si resultaba ofensivo, vería de cubrirlo con ropa. Sin preocuparse demasiado, tomó su equipaje y salió al exterior. No sólo la recibió el calor tropical sino también otro taxista que la señalaba indignado a un hombre que se identificó como un policía de civil. Le indicaron que tenía que ir a declarar a la estación de policía, la llevaron y la dejaron incomunicada en el centro de detención de inmigraciones Mirihana. Tras declarar ante un magistrado de Negombo, fue deportada a Reino Unido por violar la sección 291B del código penal de Sri Lanka.  
 
Frivolidad
 
El caso generó indignación en Gran Bretaña, se habló de abuso de autoridad y se hizo una iracunda referencia a otros casos similares en ese país, de larga tradición budista. Ya había antecedentes de turistas deportados por tener tatuajes que las autoridades consideraron una falta de respeto. Algo similar sucede en Tailandia.
 
La noticia de la deportación de Coleman también ganó espacio en los medios occidentales, donde se le dio un trato frívolo y fue a parar a la sección de “Curiosidades” de los periódicos y noticieros. Pero la cuestión de fondo es más compleja que la de la remanida cuestión del choque cultural. Hay una profunda relación entre los tatuajes y la experiencia religiosa que no debería tomarse a la ligera.
 
El hecho es que desde el último cuarto del siglo XX el tatuaje se popularizó en Occidente, sobre todo como expresión artística que no distingue niveles culturales o sociales. No hay estadísticas confiables sobre cuánta gente tiene tatuajes. Pero cada Convención Internacional o reunión que se hace en cualquier lugar del mundo es más popular que la anterior. Las celebridades, deportistas y del mundo del espectáculo muestran sus pieles como si fueran lienzos y ayudan a popularizar algo que hasta no hace mucho en Occidente era considerado marginal, extravagante o antiestético.
 
A tal punto llega la frivolidad que hasta una empresa en Nueva York llegó a ofrecer a sus empleados un 15 por ciento de aumento de sueldo si se tatuaban el logo de la empresa.
 
Tā moko
 
Aunque también es cierto que en muchas partes del mundo se mantiene una tradición que no se toma a la ligera estos dibujos en el cuerpo. Una de ellas es la comunidad Maori, de Nueva Zelanda. Cuando el ex boxeador estadounidense Mike Tyson adornó su cara con un tatuaje maori, los representantes de las tribus declararon que se sentían ofendidos porque consideraban que “Iron Mike” le faltaba el respeto, por ignorancia y falta de comprensión, al verdadero significado de Ta Moko (tatuaje ritual maori), y recordaban que nadie tiene derecho a usar el ornamento sagrado con fines decorativos.
 
Para este pueblo el Ta Moko es mucho más que un adorno para asustar a sus enemigos, como se suele decir. Estos dibujos refieren a la historia ancestral y a la posición social de cada maori y tienen un componente de creencia. Ellos consideran que el patrón general del tatuaje maori es un reflejo del mapa energético del hombre. Consideran que a diferencia del cuerpo físico, el Moko es inmortal y que el dibujo crea una estructura energética individual, que sigue existiendo después de la muerte física del hombre. De este modo, el cuerpo para los maoris es un continente de la fuerza en interacción con el medio ambiente, con la naturaleza, y podrían compararse al concepto de los meridianos de la medicina china.

 Historia
 
La relación entre el arte del tatuaje y la religión se pierde en la niebla del tiempo. Allí están las antiguas momias egipcias y peruanas como testimonio y el “hombre de hielo ” cuyo cadáver de 5300 años de antigüedad fue encontrado en 1991 congelado en Los Alpes austríacos, tenía 57 dibujos en la espalda y en las rodillas.
 
Los indicios indican que los pioneros de estas técnicas fueron los eurasiáticos del período Neolítico, hace casi 6.000 años, a juzgar por las evidencias encontradas a finales del siglo XX, en Siberia y en el delta del Danubio. Hay pruebas de que en Egipto se le conferían al tatuaje funciones protectoras y mágicas y muchas otras culturas antiguas (y no tanto) le atribuyeron características sobrenaturales.
 
Para muchos, el acto de tatuarse, la experiencia en sí, es visto como un hecho religioso, como el verdadero acto de Fe. Sin embargo, no siempre hay una cuestión de creencia detrás de un ícono religioso dibujado permanentemente en la base de la espalda. Las razones podrían ser más complejas.
 
Motivos
 
Los motivos por los que la gente se tatúa suelen ser muy variados, de acuerdo con los especialistas y van desde una búsqueda artística hasta buscar llamar la atención pasando por la integración social, la identificación con alguna celebridad, la tradición cultural, el compromiso político, la rebeldía o la sustitución de adicciones. También como terapia (para tratar con sentimientos negativos), para estrechar el vínculo con alguien (tatuarse el nombre o la cara del ser amado, hijos, pareja, familiares, amigos, etc.), como búsqueda de identidad, por cuestiones estéticas, cosméticas o reparadoras (tapar cicatrices, por ejemplo), o para ser miembros de una organización.
 
Sin embargo, aquí importan otras motivaciones, que tienen que ver con la producción de neurotransmisores que se ponen en juego a la hora de enfrentar la experiencia. Es que tatuarse implica perforar la piel para inyectarle los pigmentos y esto necesariamente duele. Por lo tanto, uno de los motivos por los cuales la gente se somete a esta práctica es la adicción a esa sensación que genera la producción de adrenalina que se dispara en los momentos previos a someterse a las agujas del artista. Muchos sienten placer ante el incremento de la frecuencia cardíaca, la contracción de los vasos sanguíneos y la dilatación de los conductos de aire propios de esta hormona, que experimentan en la sala de espera mientras llega su turno.
 
Pero hay algo más relevante aún y es el papel de tres neurotransmisores que se activan cuando hay dolor implicado: las endorfinas, la serotonina y la dopamina. La participación de la serotonina y la noradrenalina en el dolor es bien conocida y también se ha demostrado el papel fundamental de la dopamina en este proceso. Aunque no son sus únicas funciones. La serotonina juega un papel muy importante en el humor, ansiedad, sueño, conducta alimentaria y sexual, entre otras. La dopamina, por su parte, media el placer y la motivación en el cerebro. Por su parte, las beta-endorfinas son neuropéptidos involucrados en el manejo del dolor, con efectos parecidos a la morfina y también se involucran en los circuitos de recompensa en la alimentación, bebidas, sexo y comportamiento materno.
 
Lo importante es que las tres, dopanina, endorfina y serotonina, están además vinculadas con la experiencia religiosa. En su artículo “‘Espiriteria’: Cómo produce el cerebro experiencias religiosas y místicas ”, el catedrático español Francisco Rubia refiere:
 
“El neurocientífico estadounidense Arnold Mandell, actualmente profesor emérito de psiquiatría de la Universidad de California en San Diego, publicó un libro titulado Toward a Psychobiology of Trascendence (Hacia una psicobiología de la trascendencia), en el que decía que tanto las anfetaminas, como la cocaína y otras drogas alucinógenas constituían un puente farmacológico hacia la trascendencia, porque disminuían la síntesis de serotonina, un neurotransmisor cerebral que inhibe las estructuras límbicas del lóbulo temporal con la consecuente hiperactividad por desinhibición de esas estructuras que producen las experiencias espirituales, numinosas, divinas místicas o de trascendencia”.

Y agrega: “La serotonina inhibe las neuronas que contienen dopamina, otro neurotransmisor cerebral implicado en estas experiencias, por lo que una reducción de la actividad de la serotonina aumenta por desinhibición la descarga de las células que contienen dopamina”.
 
Como se dijo, la dopamina está implicada en la experiencia religiosa y hay numerosos estudios que lo certifican. Un gen receptor de la dopamina, el DRD4, se asocia de manera significativa a medidas de espiritualidad y auto-trascendencia; además, pacientes con un exceso de esta hormona tienen un aumento de su espiritualidad y religiosidad. Y los fármacos que la bloquean disminuyen estas creencias.
 
En tanto, las endorfinas son elaboradas por el cerebro en situaciones de estrés o de riesgo extremo, ya que sus efectos son sedantes e inhibitorios de las fibras que transmiten el dolor, por lo que crean una sensación de bienestar. También provocan euforia y estados placenteros alterados de conciencia.
 
Como es sabido, en su célebre estudio (publicado en el libro “Why god won´t go away”) con monjes tibetanos y frailes franciscanos, Andrew Newberg y Eugene Daquili, por entonces en la división de medicina nuclear de la universidad de Pennsylvania, concluyeron que las experiencias místicas estarían relacionadas con la producción de endorfinas.

Imágenes sagradas
 
El culto a las imágenes es tan antiguo que sus orígenes se mezclan con los de las primeras creencias religiosas. La idea de que un dibujo o una estatua podían tener propiedades mágicas o sobrenaturales está instalada en la cultura de todo el mundo.
 
Los egipcios contaban que Hermes fue el primero en construir imágenes que regulaban las crecidas del Nilo, y en Oriente hay una larga tradición de adoración de imágenes de dioses. El budismo y el hinduismo desarrollaron a fondo el concepto del mandala, representaciones simbólicas espirituales y rituales del macrocosmos y el microcosmos, utilizadas para meditar. Se dice que estos dibujos mandálicos armonizan los dos hemisferios cerebrales. 
 
“Es tradición de los árabes que, cuando se fabrican imágenes según el debido ritual, nuestro espíritu inmerso completamente en la obra de arte y en las estrellas por imaginación y emoción, se une con el espíritu mismo del mundo y con las radiaciones astrales por las cuales se mueve el espíritu del mundo” describía el teólogo, sacerdote, médico y filósofo florentino Marsilio Ficino, en su obra De Vita (1489).
 
El cristianismo tiene una extensa discusión filosófica y teológica sobre el uso de imágenes sagradas y muchos santos consiguieron el éxtasis místico contemplando pinturas, frescos, mosaicos o vitrales. En definitiva, toda esta carga emocional, mística, mágica y religiosa se transforma en un ritual muy potente a la hora de transferir un dibujo sagrado a la piel.

Sufrimiento y redención
 
La relación de la religión con el tatuaje es tan antigua como la de la creencia en el dolor como redentor. Las largas peregrinaciones o los prolongados ayunos que ponen a prueba la resistencia del cuerpo, así como las flagelaciones y autoflagelaciones por cuestiones de fe son una prueba cabal de esto. En la antigua Grecia, los adoradores de Dioniso encontraban placer en las sensaciones de dolor, y los mártires cristianos asombraban por su insensibilidad ante las torturas.
 
Rubia (2002) reseña la historia del místico alemán Suso (1295-1366), discípulo del Maestro Eckhart, que tuvo una experiencia mística en un momento de extrema aflicción: Luego dijo: “si esto que he visto y sentido no es el Reino de los Cielos, no sé qué puede ser: porque es muy seguro que aguantar todos estos posibles dolores no eran más que un pequeño precio por la posesión eterna de una alegría tan grande”.
 
Santa Teresa (Rubia, 2002) también narró su éxtasis místico. Contaba que percibía la presencia de un ángel que portaba un “dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Éste me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se me quite, ni se contenta el alma con menos que Dios. No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo dé a gustar a quien pensare que miento”.
 
Para el hinduismo vivir implica dolor y muerte (infinitas veces); permanecer en el ciclo del samsara es una condición dolorosa en sí, más allá del sueño, mejor o peor, en el que actualmente se viva. También el budismo le da una gran importancia a la relación con el sufrimiento para ascender. El Islam explica que sólo en Alá se encuentra el camino para superar el dolor. Y la tradición judeocristiana entiende al sufrimiento como expiación de una transgresión y el valor del sacrificio como camino. Ahí está el bueno de Job para dar testimonio, o el concepto del Purgatorio. El cristianismo agregaría que el calvario no sólo puede vivirse como prueba de fe, sino también convertirse en ofrenda por el bien de otros.
 
Culpa y dolor
 
Pero esta cuestión no sería sólo filosófica sino que tendría una base psicológica, cuanto menos. Eso parece demostrar el estudio que en 2011 se realizó en la Universidad de Brock Bastian, en Queensland, Australia. Allí se hizo participar de un experimento a 62 estudiantes voluntarios. A 39 de ellos se les hizo escribir durante 15 minutos sobre algún momento en el que se comportaron de manera poco ética. Luego completaron un cuestionario que medía qué tan culpables se sentían en una escala de 1 a 5. A los restantes 23 se los separó como grupo de control y se les pidió que redactaran qué habían hecho el día anterior.
 
Luego se les solicitó que sumergieran su mano en agua helada por todo el tiempo que soportaran, a la vez que debían mover unos clips de papel de una caja a otra para mantener la ilusión de que la prueba era sobre destreza física. Tras el ejercicio se les volvió a pedir que completaran el cuestionario sobre culpabilidad, con el agregado de una pregunta sobre cuánto dolor físico sentían.
 
Los que describieron su inmoralidad se sometieron al agua helada durante 86,7 segundos en promedio, contra 64,4 del grupo de control. Pero además, los que revelaron su conducta inapropiada midieron con un 2,8 en las escala de dolor, mientras que los otros refirieron sólo 1.9. Los investigadores interpretaron estos resultados como un deseo del primer grupo por experimentar más dolor. Pero hay más. Después de pasar por el agua helada el primer grupo bajó su nivel de culpa de 2,5 a 1,1 contra 1,2 a 1,3 del grupo de control. Los responsables concluyeron que los estudiantes tenían una tendencia inconsciente a purificar su culpa a través del dolor.
 
Tatuajes y experiencia mística
 
El paralelismo entre este estudio australiano, la tradición religiosa de la redención por medio del sufrimiento y el dolor que se siente al ser pinchado por agujas parece evidente. A esto hay que sumarle los efectos combinados de la producción de neurotransmisores como la serotonina, la dopamina o la adrenalina que se disparan al ser tatuado. De hecho, se sabe que los efectos analgésicos de la acupuntura tienen que ver con este proceso.
 
No resulta un tema menor que las imágenes que se tatúan los religiosos traen consigo una poderosísima carga ritual potenciada por la tradición, y emocional, que estimula al sistema límbico. Todas estas cuestiones puestas juntas configuran un “cóctel explosivo” que tiene los ingredientes necesarios, desde el punto de vista de la neurociencia, para provocar una experiencia mística.
 
A la luz de estas reflexiones no suena descabellada la relación entre un tatuaje y la experiencia religiosa. Algo que Naomi Michelle Coleman podría llegar a argumentar si es que alguna vez se le ocurre volver a Sri Lanka.

Bibliografia:
 
Duque, P. (1997). "Tatuajes, El Cuerpo decorado", España, Ed. Midons.
 
Lopes da Silva, Elaine (2015): “El Tatuaje en el mundo y su relación con la Religión”. En Revista Ruta, Número 6, 2015. Departamento de Ciencias Económicas y Empresariales, Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad de La Serena.
 
Fuster, Sergio (2012): “Redención y liberación”. Buenos Aires, Ed. Bubok,
 
Newberg, Andrew, Eugene D'Aquili y Vince Rause (2002): “Why God Won't Go Away: Brain Science and the Biology of Belief”. Nueva York, Ballantine Books
 
Martínez Rossi, Sandra (2011): “La piel como superficie simbólica. Procesos de
transculturación en el arte contemporáneo”. Madrid, FCE.
 
Rubia, Francisco (2014): “‘Espiriteria’: Cómo produce el cerebro experiencias religiosas y místicas”. En Tendencias21.
 
Rubia, Francisco (2002): “La conexión divina; La experiencia mística y la neurobiología”. Editorial Crítica, Madrid.
 
Voss, Angela (2006): “Marcilio Ficino”. Berkeley, North Atlantic Books.
 
 
Enlaces:
 
http://www.abc.es/internacional/20140422/abci-lanka-turista-201404221815.html
 
(http://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/05/130503_tatuaje_empleados_logo_empresa_ap).
 
(http://www.olegcherne.ru/art%C3%ADculos/46-moko-maori/)
 
(www.batanga.com/bodyart/2008-08-20/3166/otzi-y-el-tatuaje-mas-antiguo)
 
(http://www.newlookhouston.com/blog/2010/06/28/15-reasons-someone-could-become-addicted-to-tattoos/)
 
(http://www.tendencias21.net/Espiriteria-Como-produce-el-cerebro-experiencias-religiosas-y-misticas_a30969.html)
 
(http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2014-08-13/asi-afecta-dios-a-tu-cerebro-la-relacion-entre-religion-creatividad-y-dopamina_175292/)
 
 
(http://www.tendencias21.net/Una-nueva-investigacion-descubre-la-base-neurologica-de-la-espiritualidad_a138.html)
 
 
(http://www.revista-critica.com/la-revista/monografico/analisis/389-el-dolor-y-el-sufrimiento-en-las-grandes-religiones)
 
(http://pijamasurf.com/2011/02/purificacion-a-traves-del-dolor-la-religion-lo-sabia-el-dolor-borra-la-culpa/)


 
 
Artículo elaborado por la Dra. Patricia Arca Mena y el Lic. Gustavo Masutti Llach, residentes en Rishikesh, India, colaboradores de Tendencias21 de las Religiones.

 



Patricia Arca Mena y Gustavo Massutti Llach
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