Poesía como testigo de nuestro tiempo: “Para trazar lo (im) posible”, de Arturo Borra

La Colección Once de Amargord Ediciones publica un nuevo poemario del autor argentino


En los versos del poeta argentino Arturo Borra hay una lucha tenaz contra la asfixia social. La rabia brota de su voz y la distiende por las entrañas de una existencia menoscabada por mentiras e injusticias. Su último libro Para trazar lo imposible (Amargord, 2013) se convierte en un testigo de su tiempo, descontento con las miserias del espíritu. La poesía se atreve a jugar al ajedrez con el miedo. Por Aldo Alcota.




Cada vez más se acude al hundimiento total de la humanidad. Aparición de contextos desolados; duros y sombríos granizos caen sobre las cabezas de miles de ciudadanos transitando por una actualidad derruida en la vacilación.
Frente a la avalancha de incertidumbre se avizora en el horizonte -nerviosismo de una línea de metal- un refugio y trinchera. Se podría definir de esa forma la escritura de Arturo Borra y su bramido hecho palabra en su libro Para trazar lo (im) posible (Colección Once, Amargord, 2013).

Sus coordenadas del verbo se precipitan hacia una realidad inhóspita. Allí retrata el desgarro diario, un mundo lleno de viajeros perdidos en un borroso atlas, con días colgados de la garganta.

El poemario está divido en tres partes: Alegorías del viento, En tierra de nadie y Poética de la revuelta. En la primera, Borra precipita cinco señales al barranco de la página: Escombros, Gravidez, Diáspora, Noche soplada y Ausencia de suelo. Cada una es vestigio que respira en la piel nocturna de un árbol, con ramas esculpidas por la fractura, el derrumbe, la caída, la ausencia, el ahogo, el escepticismo, la herida, el exilio, el naufragio, la interperie, el vacío…

La asfixia se expande en el espacio de un desierto, en el mar, en el rugido de la noche, en el estallido de una lluvia, en la alegoría del viento golpeando las piedras: aire inconformista contra la dureza del poder. Su soplo no cesa. Todo sofoco lleva a un conflicto y la atmósfera fallida se descompone en partículas del descontento. El estado vigente del mundo así lo define Bauman: “(…) la polarización actual tiene muchas dimensiones. Este nuevo centro da nuevo lustre a las distinciones consagradas entre ricos y pobres; nómadas y sedentarios, lo “normal” y lo anormal, y lo que está dentro y fuera de la ley”.

En medio de estas circunstancias, Borra plantea una rebelión como escape, un cambio que necesitan los seres humanos para no seguir desmembrando su porvenir. Su imaginario pugna con un delinear de alas en la espalda de una aterradora pregunta sin respuesta. Se implora por un renacer y un rehacer de la sociedad tras descubrir sus desdichas a cuestas, estampadas en un muro o en una valla.

¿Qué quedará después?

Está latente la agobiante condición de ser extranjero en un extraño territorio y en la vida diaria. Múltiples realidades con un nebuloso mañana. El viaje físico y mental se convierte en la travesía de una balsa de la Medusa (turbadora proyección del cuadro de Géricault en el cielo), ahogo de una esperanza que nunca tuvo zapatos para caminar. Todo está rodeado por un océano de la ilusión.

El espejismo -otro elemento feroz en el afán escritural de Borras- se vende desde cada rincón ingrato del planeta. Al final, la voz del poeta se vuelve épica del espanto. “¿Qué quedara después del vendaval?”, se pregunta.

En las dos siguientes partes aparece el ímpetu de la sentencia, impregnada por la marea del discurso poético (“El poema es viento que raspa nuestros párpados. Su desasosiego funda la vigilia del deseo”); el abismo de la fragilidad (“Sólo entonces despojarse es abrazar la herida”); la revuelta hecha himno (“Los saqueadores no saben que cada noche cavamos bajo sus muros blancos”). Reflexiones de un movimiento aforístico flotando en altamar, lesionado por barras verticales de lo inasequible, lo vedado.

Borra invoca a sus mártires -llámense Durruti, Artaud, Kafka, Jabés o Rilke- extraviados en la oscuridad de sus visiones. Invoca a los navegantes devorados por sus utopías, en los hambrientos de esperanza que despedazan sus manos para caminar al otro lado del espejo.

Abraza con fanatismo la noche al igual que Novalis y Eguren, y elabora una revelación como susurro de lo inquietante y alucinante. El sueño trata de escabullirse del ocaso, sombra de un cuerpo flagelado cubierto con mantas del exilio.

El libro es un itinerario de una globalidad hecha fragmentos, abandonados en el camino y perdidos muchas veces en un lugar inventado por los buitres. “¿Adonde migrar cuando no hay dónde?, interroga el autor, observador de una época despiadada. Entonces estimula el vuelo de sus ideas para volver a transformar el mundo. Y escribe para no sucumbir y seguir siendo libre. “La poesía aparece entonces como un fenómeno de la libertad”, cita muy oportuna de Bachelard para estrecharla con los exaltados designios del poeta argentino, confiando en que lo imposible es posible.

Referencias bibliográficas:

Bauman Zygmunt. La globalización, consecuencias humanas. México D.F. Fondo de Cultura Económica. (2004).
Bachelard Gaston. La poética del espacio. México D.F.-Madrid. Fondo de Cultura Económica. (2004).


Viernes, 24 de Octubre 2014
Aldo Alcota
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