Vozánica de vibraciones y sonidos es este libro, hasta 211 que elevan como órganos sin cuerpo un ‘sí misma’ que canta y baila para dar cuenta de una experiencia y visión del mundo extendida y ampliamente observada, más allá de la convencional realidad que maneja la cultura dominante y sus limitados parámetros científicos o reflexivos.
El poemario se estructura matemática y geométricamente, tanto en sus secciones como por la disposición de cada página. Estructuras discretas cuya eficacia resulta de su naturalidad e indisociable solvencia y unidad entre textos, tipografías, espacios, desbordados por el exceso que rezuma este viaje.
Aquellos que hayan podido escuchar y ver en persona a la poeta recitar, entenderán rápidamente este trabajo como una holistica partitura, guía de voces, de performática vibración, contoneos, baile, de toda su persona. El cuerpo sabe, por eso dice: «el cuerpo inició un camino de reversibilidad». Y la poesía de Lola Nieto es primordialmente corporal. Un cuerpo-multiplicidad que está comunicándose bidireccionalmente con el todo que nos rodea, acoge, y del que somos partícula. Así dice: «La naturaleza soy yo». Me atrevería a decir, con Hèléne Cioux, que es la hora de «la llegada de la escritura», una irrupción que rompe con el falo-logocentrismo, con admirable resolución, como veremos pronto.
División en tres partes
El libro (para mí un mapa poliédrico sonoro sensorial) se divide en tres partes: I. Las ruidantes, II. La boca todas, III. Sorofonías. La primera y más extensa, Las ruidantes, se divide a su vez en nueve óperas en las que hay una clara disconformidad con la manera en que la humanidad expande su civilización, destruyendo y envileciendo los vínculos, por lo que afirma «actualizamos los parámetros del odio» con una tipografía que sobresale en la página 10.
La voluntad de expresarse de quien «habla-toca» precisa iniciar un viaje, «primera partida» que nos va a sacar inmediatamente tanto de la zona de confort, como de la sintaxis y estilo normalizados en el género de poesía, incluso de narración o ensayo, llevándonos a ese mundo creado o recreado desde la creatividad más lúcida en el que se permite a la voz-voces ocupar las páginas con muy diversas disposiciones o dispositivos.
Según avanzamos nos encontramos con párrafos ordenados, desordenados, en oblicuo, con toda suerte de alteraciones tipográficas y bajo una sorprendente flexibilidad en las gramáticas de la creatividad. A su vez, no se mantiene lo discursivo al servicio de lo racional-lógico, ni de lo previsible, ni de lo reconocible. En Las ruidantes la forma y disposición de los textos, fragmentos, esquemas, ortografía, nos muestran con talento musical la existencia sin corsés cognitivos prefijados.
Se sabotea el lenguaje como arma política domesticadora desde adentro, para intensificar la capacidad de conexión y observación con ese enigma que es lo real, del que somos parte y no parecemos comprender. Ruidantes constituye así nueve óperas que liberan, nueve aproximaciones al deslumbramiento y a la epifanía de una imaginación vehicular hacia el encuentro con tantos mundos, planos de realidad y consciencia como permiten experimentar el «nervio de la voz», los órganos sin cuerpo que elaboran una digestión antropofágica, que muestra visceralmente los procesos de transparencia y transformación de lo existente. Los parámetros histórico-temporales, las formas físicas, las formas lingüísticas, las egoicidades, son puestas boca abajo y vaciadas, para volver a reformular. Y con todo dice:
«La otra realidad
no ofrece más
ni respuesta cada
caverna de tiempo es
un buche o una copa intestinal»
Una arquitectura diferente
Lo arriesgado es ya no deconstruir, sino a su vez ir dando cuenta de una arquitectura diferente del mundo, la historia, lo humano y lo material, como se desarrolla de manera tan visionaria acá, pues ya nos previene: «no podemos encontrar lo que no vemos» y desde ahí el devenir-mujer se afirma:
«crear un repertorio de mujeres que mitifiquen el encuentro-espera como un repertorio de acentos de todas las lenguas que hemos hablado». Y cómo hacer esto, un punto de partida puede ser: «comerse su propia lengua de carne y venas para mugir» como concluye en la octava ópera.
La segunda parte del libro, titulada La boca todas y escrita a modo de diario, nos sitúa en el eje central de esta insurrecta propuesta. Las voces y la voz, el «mí» y ellas, atraviesan por un viaje interior de autoconocimiento a situarse en la complejidad.
«Sentí que el cuerpo me iba por una parte y la voz por otra.» Desde esta bifurcación, se avanza hacia los márgenes sin centro de la itinerancia reveladora de ese «no estoy muerta ni dormida Más viva que toda la extirpe junta en los millones de años de existencia.» que permite constatar la Unidad en la que, para llegar a ser/estar con todo, hay que vivir desde ese «nadie es el lugar de la voz.»
El reto de pensar más allá del pensamiento restrictivo del sistema-mundo dominante es la cosa en sí, «la transmisión de la idea a la tiembla.» Y la sustitución de la palabra-dogma por «Una vibración es la manera más ágil para tocarnos, nuestro lazo más íntimo, nuestra comunicación final.» Todo lo que nos condiciona como logocéntrico, con su fálica violencia, la «voz estómago» tiene que digerir y defecar.
Las heces son lo sobrante, también un abono. Se admira la inteligencia arbórea, y se asume que «la forma musical para sanar» es lo posible-necesario que se nos venía negando. Superar esa negación obliga a resetearse, a digerirse y defecarse, a mirar pese a la resistencia de la «voz padre» con una visión de los mundos como «viajes interdérmicos» que propician en el diálogo sonoro y vibratorio con otras voces sin las cuales «el misterio como manera de conocimiento» es un laberinto sin salida. Pero, ¿hay salida?
Llegamos a la tercera parte del libro, Sorofonías (agrupación de voces: soridad), donde claves son la voz-corazón, voz-aguasimiente, voz-calor, voz-niña y voz-lejanía. Lo femenino sagrado. Sí en esta cosmovisión lo sonoro y vibratorio es lo real-mismo y el libro que leemos su mapa es la huella que seguir, que seguir a través del corazón. Son los sentidos de vista y tacto, los que le valen al corazón para acometer «aquello que no se puede decir« y queda dibujado. Así, podría ser que la escritura es un “dibujar” y que esos signos dan cuenta de lo sonoro-vibratorio, ritmo primordial, de corazón(es).
Una propuesta irreducible e irresumible, ya que la suma de las partes son más que el todo del libro. Un libro, ahora ya lo puedo sugerir que es más que un libro, es una constelación de ondas vibratorias, luces, signos, temblores, sueños, visiones, “órganos sin cuerpo” que no se dejan «engañar por la figuración corpórea» ni de lo material ni de lo abstracto-intelectual.
Más que un libro, más que una partitura, más que un mapa, más que un relato de ciencia-ficción, más que un cuaderno de bitácora, más que una investigación científica o filosófica, más que una experiencia védica, más que poesía según entienden las dicotomías, las taxonomías y las normalizaciones. Fuera del libro se nos facilitan varios enlaces audiovisuales en vimeo, ¿es una fuga? Es itinerancia y fuga, mutaciones, permutaciones, desplazamientos: movimiento(s) que son lo inextricable: la vida.
Vozánica es una intensa experiencia artística, de poéticas manaciones corales, congelación del devenir-escritura, devenir-mujer sin principio ni final, movimiento que nos sale al encuentro. Quien se aventure en él debe saber que de esta lectura de 211 voces-mundos no saldrá indemne, no será la misma persona. Y será la misma persona, atravesada por la intensidad, ritmo y misterio que es en sí vozánica:
«La voz pertenece y es el residuo de lo que da la vida. La voz no pertenece. La voz es una singularidad.»