Pietro Citati: sobre la mampara de cristal de Kafka

El escritor italiano escribe una biografía sobre el autor de Praga que trasciende las convenciones del género


El escritor y crítico literario italiano Pietro Citati publicó en 2012 la obra “Kafka”, sobre la vida del autor de Praga, tan misterioso para los que lo rodearon en vida como para los que lo han leído y admirado. Esta biografía trasciende las convenciones del género para convertirse en una valiosa aportación a lo que debería llamarse “la materia kafkiana”. Por Carmen Anisa.




“Todas las personas que conocieron a Franz Kafka en su juventud o en su madurez tuvieron la impresión de que le rodeaba una mampara de cristal”. Con esta frase comienza Kafka (Acantilado, 2012), de Pietro Citati, una biografía que trasciende las convenciones del género para convertirse en una valiosa aportación a lo que debería llamarse “la materia kafkiana”; pues durante casi un siglo la figura y la obra de Kafka han generado exégesis y reflexiones que son en sí mismas literatura.

Kafka fue tan misterioso para los que lo rodearon en vida como para los que lo han leído y admirado. Él estaba allí, “detrás de ese cristal muy transparente”, pero se mostraba muy cercano en su forma de gesticular, de caminar con gracia, de hablar con los otros:

Parecía decir: “Soy como vosotros. Soy uno de vosotros, sufro y gozo como hacéis vosotros”. Pero cuanto más participaba del destino y de los sufrimientos ajenos, más se excluía del juego, y esa sombra sutil de invitación y de exclusión en la comisura de sus labios aseguraba que él no podría estar nunca presente, que vivía lejos, muy lejos, en un mundo que tampoco era el suyo.

Tras acabar el primer párrafo de esta biografía, el lector de Kafka sentirá deseos de no abandonarla; como si Citati le hubiera introducido sin previo aviso en alguna de las fotografías de Kafka y hubiera abierto un hueco invisible por el que penetrar en el sentido de ese gesto kafkiano cuya interpretación solo nos conduce a otros misterios.

Esta forma de acercarse al biografiado me recuerda a Stefan Zweig; más de una vez me he preguntado cómo hubiera escrito él una biografía de Kafka. Probablemente su historia habría cerrado La lucha contra el demonio, que recrea momentos de la vida de tres creadores –Hölderlin, Kleist y Nietzche– poseídos por esa fuerza demoníaca que Zweig describía como “esa inquietud innata y esencial a todo hombre que lo separa de sí mismo y lo arrastra hacia lo infinito, hacia lo elemental”. Nadie mejor que Kafka para ilustrar esa lucha contra el demonio. En una carta de julio de 1922, le decía a Max Brod:

Escribir me mantiene en pie, pero ¿No sería aún más exacto decir que mantiene en pie esa manera de vivir? Con esto no quiero decir, por supuesto, que mi vida sea mejor cuando no escribo. Al contrario, entonces es mucho peor, insoportable, y me lleva por fuerza a la locura. Pero ¿qué hay de ese “ser escritor”? La escritura es una recompensa dulce y maravillosa, pero ¿una recompensa por qué? En la noche me he dado cuenta, con la claridad de una lección visual para niños, de que es una recompensa por servicios al diablo. Ese descenso a los poderes oscuros, ese desencadenamiento de espíritus encadenados por naturaleza, esos abrazos dudosos y todas las demás cosas que pasan allá abajo, de las que arriba, cuando escribimos historias a la luz del sol ya no sabemos nada.

Kafka vivió en la misma época que Zweig, pero en un ambiente distinto. Zweig pertenecía a la alta burguesía judía de Viena y pudo desarrollar su sensibilidad artística y elegir libremente su vocación.

Este autor cosmopolita era todo lo opuesto a Kafka, quien, como escribe Citati “se sentía oprimido por die Enge, ‘la estrechez’: su yo, la casa, Praga, la oficina, la literatura (esa muralla sin límites), el universo entero lo constreñía por todas partes hasta hacerle sentir que se asfixiaba”.

Citati escribe su biografía sin separar la vida y la obra de Kafka. La infancia sólo aparece en determinados momentos a través de los datos reflejados en cartas y diarios.

En la mayoría de los capítulos se dan fechas concretas, pero todas están relacionas con una obra o con un momento de la escritura de Kafka: las cartas a Felice y a Milena, los diarios, las novelas, y algunos relatos. Kafka vive en su obra y su obra vive en él.

En el primer capítulo –“El hombre en la ventana”–, Citati retrata el alma de su biografiado. Es el Odradek del relato Las preocupaciones de un padre de familia, “ese objeto absolutamente gratuito, sin sentido ni finalidad alguna (…) que sobreviviría a todas las generaciones”; “anda por encima de la viga que lo conducía sobre el abismo del agua sin tener ninguna viga debajo de sus pies”

Sentía que era indistinto, que no tenía contornos, que se disolvía en la atmósfera. Si sufría de irrealidad, sólo tenía un camino ante sí para existir. Debía fingir, representar siempre nuevos personajes y papeles en el gran teatro del mundo: poner en escena incluso el papel del hombre que reza, porque sólo actuando podía entrar en relación con la trascendencia. Pero a la postre, toda actuación era inútil. No tenía más que un deseo. Huir, irse volando.

Kafka vivía en una constante lucha interior; su yo no era uno solo sino “un campo de batalla en el que se enfrentaban unos adversarios múltiples, todos surgidos de él”. Citati llama la atención sobre esa lucidez sobrehumana que avivaba las heridas en lugar de aliviarlas con la paz del espíritu.

Kafka se sentía culpable por todo, era el gran culpable que se proyectaba en los personajes de sus novelas y relatos. Pero tanto sus personajes –Gregor Samsa, K…– como él mismo desconocían cuál era el origen de la culpa:

Su capacidad de desdoblamiento le permitía a cada instante tomar distancia de su propio yo, y verse desde fuera, así como juzgarse con la meticulosidad, la frialdad y el odio del más parcial y terrible de los tribunales.

Lo sucedido en la tarde del 13 de agosto de 1912 marcará para siempre la vida de Kafka. Conoce a Felice e inicia la correspondencia con ella, un “inmenso epistolario” que Citati ha recorrido “con una especie de terror, tal es la tensión intelectual y espiritual que revela en cada línea”.

Esos meses de finales de 1912 fueron también el origen de La condena y La metamorfosis. El 22 de septiembre de 1912 escribe en el cuaderno de su diario La condena. El 23 de septiembre hace la siguiente anotación:

Esta historia, "La condena", la he escrito de un tirón durante la noche del 22 al 23, entre las diez de la noche y las seis de la mañana. (…) Varias veces durante esta noche he soportado mi propio peso sobre mis espaldas. Cómo puede uno atreverse a todo, cómo está preparado para todas, para las más extrañas ocurrencias, un gran fuego en el que mueren y resucitan.

Para Citati aquella fue la noche en la que Kafka estableció “su concepción de la literatura y su idea de la inspiración poética, la más grandiosa después de Platón y de Goethe”:

Estaba seguro de que en alguna parte había un poder supremo que se servía de su mano. No importaba quién fuese; si un dios desconocido, o el diablo, o los demonios, o simplemente el mar de tinieblas que llevaba dentro de sí, y que él advertía como una fuerza sumamente objetiva.

Pero este poder supremo no daba nada de forma gratuita; exigía un precio. El poseído era culpable, se convertía en el hombre insomne que no conocería la quietud del alma.

Para Kafka, que sufría de un terrible insomnio, la literatura, lo único que daba sentido a su vida, sería también su tortura. El reloj de su yo, que “corría rápidamente de forma diabólica o demoníaca y, en cualquier caso inhumana, a una velocidad que no representó nunca en sus escritos”, acabará disociándose del reloj de la realidad, con su ritmo monótono y cansino.

La vida y la obra de Kafka están cargadas de esa tensión, de esa lucha que nos relata Citati en un libro que no es solo una biografía sino un homenaje al escritor y en un hermoso regalo literario para los lectores de Kafka y para aquellos que deseen iniciarse en su lectura.

Kafka de Citati mantiene la tensión hasta el final, cuando acaba la lucha de la única forma posible. Las palabras justas y sencillas recuerdan la llaneza con que escribió Cervantes el último momento de don Quijote, “el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió”. Kafka está representando la escena final de su vida:

Cuando Klopstock se alejó de la cama para limpiar la jeringuilla, Kafka le dijo “No se vaya”. “No me voy”, respondió Klopstock. Con voz profunda, Kafka prosiguió: “Soy yo quien se va”.

Las citas pertenecen a las siguientes ediciones:

CITATI, P., Kafka. Traducción de José Ramón Monreal. Barcelona, Acantilado, 2012.
ZWEIG, S., La lucha contra el demonio, Hölderlin, Kleist, Nietzche, Barcelona, Acantilado, 2002.
Las citas de Kafka están tomadas de la edición de las obras completas publicadas por Galaxia Gutenberg.


Martes, 19 de Febrero 2013
Carmen Anisa
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